La sala reinó en silencio.

La incomodidad de sentir aquel brazo rodearlo, aquel brazo que había insistido en acurrucarlo.

Pero no podía, no quería, no deseaba, no lo sentía como antes.

Simplemente ya no se sentía en el, alguna vez, nosotros.

—Casi no comiste —murmuró ronco, dando un suave apretón el hombro del blanquecino chico.

Dongmin negó, mirando sus manos, queriendo no encontrarse con los potentes ojos de Moonbin que no paraban de examinarlo.

— No tenía mucha hambre —respondió con simpleza.

Sin ningún apodo, dulzura, suavidad, ternura, alegría.

Nada.

Hasta que el celular sonó, una sonrisa nació y una separación ardió bajo su propio tacto.

Lo miró atento con su sonrisa rosada reluciendo, con sus ojitos brillando y pequeñas risitas atontadas.

Era él.

•••

La historia.
Se volvía a repetir.