28. Supernova
Cuando la señora le preguntó cómo había encontrado esta dirección, Moon decidió ocultar la información de que había aparecido en un mensaje de uno de sus sueños, por obvias razones. Y decidió comentarle que Samantha le había dicho, ya que prácticamente no es una mentira.
La señora pelirroja le había contado cómo había salvado a Samantha esa noche. Moon ya sabía mucho sobre eso, debido a que Sam le había contado. Pero escuchar la historia de parte de María, hizo que el corazón le doliera y le palpitara con intensidad. Todo lo que Sam había sufrido, era casi indescriptible e inimaginable.
Moon quería abrazarla. Desde donde esté.
María tomó un sorbo de su té, y dejó una pausa larga de silencio sosteniéndose en el aire. Moon solo la observaba. Era una buena persona. Una buena persona que había sufrido demasiado, y ese sufrimiento se arremolinaba en sus ojos ojerosos, en su mirada dolida y perdida, en su actuar desconfiado.
En la mesa adornada con un mantel bordado blanco, yacían tres tazas de té en sus respectivos platos. Una estaba vacía. Moon supuso que la anciana no vivía sola y esperaba a alguien.
—Todo este tiempo nos hemos estado comunicando con Samantha a escondidas, con temor de que Carter se entere. Tuvimos que huir de nuestro hogar, de nuestros antiguos trabajos.
—¿Tuvimos?
—Sí. Mi hija Isabelle y yo. Actualmente soy pensionada y ella es la única que trabaja.
—Entiendo... ¿Y dónde cree que se encuentre Samantha en este momento?
La mujer miró cómo revolvía su té mientras suspiraba.
—Carter tiene cuatro propiedades, una de ellas es una vieja mansión que le pertenecía a su padre. Algo me dice que la tiene ahí. No es la primera vez que la lleva, es una casa de vacaciones. Pero es muy peligroso...
Moon la miró directamente a los ojos.
—Dígame dónde se encuentra.
En unos pocos minutos después llegó Isabelle. Su cabello era casi tan largo como Sam, y era del mismo color del de su madre: pelirrojo. Era una mujer de estatura escasa, que Moon asimiló que debiese tener un rango de edad parecido al suyo. María e Isabelle eran muy parecidas, hasta parecía que sus pecas estaban casi en las mismas zonas específicas de su rostro. Ambas tenían los ojos ámbar y su color pelirrojo era tan claro que parecía casi rubio, una tonalidad cobriza.
No dejaron que Moon ayudara a lavar los platos y utensilios. Tenían un cuarto vacío y limpio que le ofrecieron a la pelinegra para que pueda dormir. Le comentaron que era el cuarto de Sam, cuando podía escaparse a veces, no por mucho tiempo, y sin su teléfono, para que no pueda ser rastreada.
Mientras Moon estaba en la oscuridad de la habitación, en una cama que no era suya, comenzó a sentir miedo y arrepentimiento.
Puso a cargar su teléfono, y se percató de las múltiples llamadas perdidas de su madre, Sally y Jack. Decidió ignorarlas. Dio vueltas en la habitación, intentando pensar. Llegó a la conclusión de que no lo lograría sola, necesitaba ayuda.
Intentó despejar su mente, mañana sería un día caótico, con altas probabilidades de perder su vida si se trataba de enfrentar a Carter.
Cerró los ojos, con la idea de que sería muy útil si los pensamientos también se pudieran cerrar.
En esa noche sombría no hubo sueños cósmicos, solo lamentos.
Dormir no fue reparador, pero se sentía un poco mejor. La había despertado Isabelle, ya vestida y con una mirada fija. Con un café mañanero le anunció que la acompañaría a esa mansión, a buscar a Samantha. Y si las cosas se ponían feas, acudirían a la policía.
Emprendieron el viaje en la camioneta vieja y desgastada de Isabelle. El camino era largo y los pensamientos dolorosos. Moon revisó su teléfono y las llamadas perdidas se estaban acumulando como cansancio en su mirada. Suspiró, intentando imaginar un final feliz.
—Mi hermana me ha hablado mucho de ti.
—¿Hm?
—Samantha. —Agregó, con su mirada fija en la carretera, si una pizca de expresión facial, lo que confundió mucho a Moon—. Ella te estima mucho.
Moon quiso llorar en ese momento.
—Y yo a ella —susurró, más para sí misma que para ser escuchada.
Su mirada se perdió entre el paisaje, los campos que se iban quedando atrás, el amanecer saludando al nuevo día, soleado y hermoso, recordándole a ella.
Isabelle era su contraste. Ella era una mujer fría. Casi ni reflejaba emociones en su rostro calmado. Hablaba con elocuencia y resultaba cómodo entablar una conversación con ella. Hacía que su viaje fuera más ameno, y dejara de pensar un poco en lo que estaba sucediendo en su vida.
Y entonces, llegó el momento.
Habían llegado a la mansión.
Podían verla desde el lugar lejano en el que se encontraban y era hermosa, pero los años habían pasado en aquella construcción. Estaba alejada de los pueblos, solo acompañada de la soledad y los árboles. El bosque a su alrededor era precioso y parecía no tener final. Los sonidos de pájaros danzaban en sus oídos. Todo parecía pacífico, de ensueño. Pero en esa mansión yacía un hombre malvado, que percibía el arte de maneras inmorales y aterradoras.
Era el vil contraste del paraíso en el que vivía.
Isabelle la miró—. ¿Alguna vez has matado a una persona?
—N-no, nunca.
Moon tembló, quiso que todo solo fuera una pesadilla.
La pelirroja extraía armas de su camioneta, ocultas en un bolso de cuero marrón.
—Escucha... No tienes que hacer esto. —Comentó, observando la palidez de la ya pálida chica.
Comenzaba a cargar una pistola de acero pequeña, que tenía óxido acumulado en el cañón. Eso hizo suponer a Moon que Isabelle ya había utilizado mucho esa arma.
—Te puedo preguntar... ¿por qué no la habías rescatado ya?
Isabelle no sostuvo su mirada, al contrario, la apartó—. Si lo intenté. Esa es la parte que no te he contado.
—Dímelo, por favor.
La pelirroja la miró—. Ella no quiere ser rescatada.
Moon no pudo ocultar su asombro. Sus ojos destellantes la habían delatado. Rápidamente comenzó a negar con la cabeza, pero el comportamiento de Sam siempre fue cambiante, por lo que no supo en qué pensar.
—¿De qué estás hablando? Claro que quiere ser rescatada. Carter Anderson es un psicópata, y...
—Yo también me asombré tanto como tú, Moon. Arriesgué mi vida en venir hasta aquí sola, matando a un par de guardias, viendo a Sam en el jardín, regando las flores. ¡Me lleva el carajo, Moon! ¡Regando las flores! ¡¿Quién carajos riega las flores estando secuestrado?! Por un momento pensé que estaba alucinando, que era... Mi imaginación. Pero me acerqué cautelosamente a ella y en cuánto me vio, ni siquiera dio indicios de que estaba secuestrada. Ella era feliz allí.
—No...
—Le dije que vine para ayudarla a escapar, pero ella solo preguntó: "¿Escapar de qué?"
—Tal vez... Tal vez está drogada, o...
Moon ya no sabía qué pensar. Pero su intuición y corazón le decían que eso no era así. Qué ella estaba asustada y se lo había hecho saber en sus sueños. Por primera vez en su vida, veía a los sueños como un método de inter-comunicación, por muy extraño que pareciera.
—Moon... No me dejó rescatarla —Isabelle comenzó a derramar lágrimas—. No tenía golpes, estaba bien vestida y olía muy bien. No había nada que me dijera que algo estaba mal en ella. Y, joder, si estuviera secuestrada, ¿por qué la dejarían sola en el jardín, sin ataduras ni supervisión? Nadie en su desquiciado juicio de psicópata haría eso con su víctima.
—Yo creo que está sufriendo y su cerebro de alguna forma, apaga ese sufrimiento —agregó Moon, recordando un poco de sus clases de psicología—. Debiste intentar llevarla.
—¡¿Crees que no lo intenté?!
Si las palabras pudieran golpear, Moon hubiese sentido ese golpe muy fuertemente.
Retrocedió un poco. Isabelle era pequeña, pero mucho más ágil y ya conocía el mundo de las armas y el ataque. Moon se encontraba intranquila en esa situación, y comenzó a perder la concentración.
»Perdona, no quería asustarte...
—Está bien. Sigue contándome.
—La intenté convencer de todas formas posibles. Ella negaba que Carter era violento. Dijo que era el mejor esposo que una mujer pudiera tener. Que ella estaba feliz, y enamorada. La intenté tomar a la fuerza, pero en cuánto lo hice, me gritó que me alejara. Tenía más fuerza que yo y me empujó, corrió gritando su nombre y ahí supe que tenía que correr. Me escabullí en un arbusto mientras intentaba respirar con normalidad. Y no demoró en aparecer él con una escopeta.
Siguió contándole que tuvo que huir, por su propia seguridad.
—¿Y por qué decidiste volver ahora? —Preguntó Moon, intrigada.
Isabelle lo meditó un poco.
—Por ti. —Concluyó, algo indecisa de seguir contando—. He tenido... Algunos sueños raros... pero olvídalo, mejor concentrémonos en...
—¿Qué soñaste?
Moon contuvo la mirada, completamente seria. La expresión facial de su compañera era de total asombro brusco. No podía creer que algo cómo eso sea de importancia justo ahora, pero decidió contarle de todas formas.
Soñaba con Samantha llamando a Moon. La veía aterrada, como si le costara respirar.
Ambas mujeres se acercaron a la mansión, recorriendo a pie la distancia considerable desde la camioneta hasta la entrada. Rodearon la zona, ubicándose en el bosque. Todo parecía tranquilo, rebozante de una soledad atrapante. Los sonidos de la naturaleza creaban una armonía musical y un espacio de meditación.
Calma.
Una atormentosa calma, que invadía sus frágiles pensamientos.
La mente podía ser traicionera. Moon lo sabía bien. Comenzó a escuchar unas pisadas en el bosque, pequeñas ramas rompiéndose, provocando un ruido notorio. Pero cuando llevaba su vista hacia atrás, no había nada.
Isabelle también las escuchaba, por lo que ya no era el miedo mental atormentando. Si no que era algo real. Tal vez solo es histeria por la desesperación, o tal vez era algo más.
Alguien más.
Siguieron caminando, con las armas cargadas. Moon comenzó a sudar, y de repente sentía mucha desesperación.
La mansión era incluso más vieja desde la perspectiva de atrás. Las paredes desgastadas y agrietadas aún permanecían sostenibles, cómo si hubiesen estado mucho tiempo y se nieguen a convertirse en ruinas. Era un día sorprendentemente soleado, pero aún así, el bosque yacía oscuro, en unas penumbras muy negruzcas.
—Moon...
La nombrada se dio vuelta, dando un salto, espantada. Apuntó su arma hacia donde provenía esa voz, al igual que su compañera.
—¡Quieto! ¡Al suelo, ahora!
Jack soltó su bate, dejándolo caer al suelo y siguió la orden de Isabelle.
—¡Tranquila, tranquila! Él es... Un amigo. Jack, ¿cómo me encontraste?
—Rastreé tu teléfono —dijo—. Moon, lo siento. Te mentimos. Tu madre, Sally y yo. Y sé que ahora lo sabes. Lo sentimos mucho. Fue ese imbécil, Moon. Carter Anderson descubrió donde vivía tu mamá y... La amenazó.
—¿Qué hizo? ¿Qué le hizo a mi madre?
Moon sintió como su corazón se encogía. No podía entender como de un solo ser podía desprenderse tanta maldad. Pensó en lo peor, su mente indagaba en horribles posibilidades y sentía que no quería escuchar la respuesta de Jack.
Aquel dudó un momento.
—Tu madre llegó a su casa después de hacer algunas compras. Rufus siempre corría hacia ella para saludarla con alegría, pero esta vez nisiquiera lo escuchó. Tu madre lo buscó por todos lados hasta que llegó a su habitación y... Ahí estaba Carter terminando de pintar lo que él llama su obra de arte, con la sangre de Rufus. Yo... Lo siento mucho.
Moon comenzó a negar, llorando.
Isabelle se acercó a ella, abrazándola, pidiéndole que se calme.
—Él asesinó a Rufus... ¡Él asesinó a Rufus!
—Y luego le dijo a tu madre que dejaras de buscar a Sam, o haría lo mismo contigo. —Jack estaba muy perturbado, asustado y temeroso—. Tu madre te conoce, Moon. Sabía que jamás harías eso. Asi que optó por protegerte con la forma en que lo hizo, pidiéndonos ayuda a Sally y a mí. No queríamos que te pase nada, lo siento, realmente lo siento...
Jack comenzó a llorar, abrazando a la pelinegra, quién lo recibió en sus brazos como si la aflicción se hiciera más pequeña así. El delgado cuerpo de Moon temblaba, con miedo, odio y tristeza. Esos sentimientos invadían su corazón con pesar.
Pero entonces uno de ellos tomó el mando: El odio.
Se incrementaba cada vez más.
Los tres entraron a la mansión por una ventana levemente abierta, donde habían plantas casi marchitas. Intentaron hacer el menor ruido posible.
No supieron cuánto tiempo transcurría desde que buscaban y buscaban a Samantha, sin encontrar a nadie. Habían recorrido el primer piso casi por completo muy sigilosos y con temor de ser descubiertos.
Moon observó en una ventana que ya estaba atardeciendo. Habían pasado horas buscando y nada. Era un sentimiento agrio, de estar buscando algo que no quiere ser encontrado.
Hasta que entonces, al observar el balcón del último piso, de la última pieza, la encontró.
Como si fuera un espejismo, un ángel, un ser irreal, una simple alucinación.
Pero no, no era una alucinación, era ella.
Yacía con su cabello rubio suelto y adornado con flores de colores. Un vestido blanco y largo cubría su cuerpo enflaquecido y pálido. Moon intentaba llamar su atención, quería con todo su corazón que ella la mirara y pudiera reconocerla. Pero eso no sucedió, Samantha continuaba pintando en un lienzo. Su mirada solo concentrada en lo que estaba haciendo.
Moon le susurró a los demás donde se encontraba, buscaron las escaleras y se dirigieron al tercer piso. Dejaron de ser tan cautelosos y comenzaron a ser más rápidos. No había ruido que indicara que estuviera Carter Anderson o algun otro ser humano en en lugar.
Estaba extrañamente vacío.
Antes de que pudieran llegar, habían ruidos estrepitosos en la habitación. La puerta estaba ligeramente abierta por lo que el sonido podía escabullirse por allí.
Gemidos. Parecían ser más de una sola mujer, acompañados con los que podrían ser de Carter. Moon observó por el sitio donde la puerta estaba abierta, que Samantha no se inmutaba de los ruidos. Solo estaba en el balcón, el ventanal totalmente abierto, la habitación con una brisa helada, ella allí, simplemente existiendo y pintando.
Miró hacia el lado derecho, intentando no ser vista. Había una habitación donde reinaba el color blanco, en los muebles, en las sábanas, y en la ropa de quién parecía ser Carter Anderson de espalda, embistiendo a una mujer, mientras habían dos más a su lado.
La escena era insólita. Moon se sintió muy incómoda al verlo. Todos llevaban una túnica blanca. La mujer que estaba siendo penetrada, contenía sangre en la zona de la túnica que cubría su genital. Dejabo de esta yacía desnuda. La pelinegra no supo si era sangre menstrual o solo sangre.
Dejó de ver eso. Volvió a mirar en dirección al balcón. Samantha no desviaba la mirada, continuaba pintando.
Moon sintió muchos escalofríos. Le dio pánico y tristeza verla así. Parecía que ya no era un ser vivo, ya no sentía, no estaba presente en alma.
Y el demonio que se la arrebató, estaba en esa habitación.
Moon tuvo la impulsiva idea de entrar, apuntarlo con el arma y disparar directo a su corazón. Si es que lo tenía.
Fue justo lo que iba a hacer, cuando un ruido extraño, de muchos instrumentos a la vez, se hizo presente. Jack la tomó indicándole que se escondieran en un mueble viejo en la esquina del pasillo.
Carter había exhalado con dificultad y luego se escuchó como se había levantado de la cama.
Sus pasos aproximándose hicieron que los tres escondidos sintieran temor. Pero entonces, esos pasos se dirigieron a las escaleras, acompañado de las mujeres que reían y cantaban de forma extraña.
Moon temblaba. No entendía qué estaba pasando y eso hacía que se desesperara. Su frecuencia cardíaca aumentaba en cada momento y casi podía sentir que el corazón salía fugaz de su pecho.
—Voy a ir a buscarla —dijo en un susurro—. Y n-nos marcharemos de a-aquí.
Moon se acercó al balcón y ahí estaba ella, con su mirada perdida en su dibujo. Caminó rápidamente, llamándola en susurros desesperados. Y en cuánto llegó a ella, la abrazó.
Samantha reaccionó levemente hacia el abrazo. Había pasado a botar el pincel ya que su agarre de la mano derecha se aflojó. Con la misma mano comenzó a tocar el costado izquierdo de Moon, llevando su mirada a ella.
—¡Oh, Sam! ¿Qué te hicieron? —Comenzó a llorar, sin dejar de abrazarla.
La rubia no decía nada, parecía estar en trance, o en un estado de profunda meditación. Sus pupilas lucían extrañas y dilatadas, sus ojos de un verde oscuro.
Su piel estaba muy fría y parecía no haber comido en mucho tiempo. Su cuerpo estaba débil y muy delgado.
La impulsó y ayudó a que se estabilicen sus piernas para que pueda caminar. En cuánto hizo esto, vio hacia abajo al sentir una intensa mirada, y en la piscina, habían muchas mujeres vestidas con túnicas blancas en una especie de ritual. Carter estaba mirando en su dirección, y al ser visto, corrió hacia dentro de la mansión.
Él venía hacia acá.
Moon no dejaba de hablarle a Sam, le indicaba que tenían que bajar. Aquella parecía entender, pero estar sumergida en un mar de inconsciencia.
Entre Isabelle y Moon la llevaban, tomándola de sus delgados brazos. Jack avanzaba hacia delante, indicando el camino y apuntando en todo momento con la pistola de Moon.
Ya estaba muy oscuro. No había ninguna luz prendida en la casa y ningún interruptor. Moon supuso que en la mansión no se prendían luces, solo velas. Eran una jodida secta, o algo parecido, y este era el punto de encuentro.
Y de forma repentina, comenzó a haber fuego. Las extrañas personas vestidas de blanco estaban ayudando a Carter a incendiar el lugar.
Las puertas estaban cerradas. En la desesperación, no se podía ver nada. El fuego iluminaba un poco desde afuera, pero no hacía más que hacerlos sentir aún más asustados y temiendo por su vida. El calor era agobiante, y el humo entrando en sus vías respiratorias los estaba asfixiando poco a poco.
Moon comenzó a sentirse muy mareada. El fuego a su alrededor era alarmante, estaba harrazando con todo. El color vivo y chispeante la hacían recordar a una Supernova, una explosión estelar impactante.
Se estaba sofocando, al igual que todos. Estaban perdiendo fuerzas. Se escuchaban gritos descontrolados desde afuera, y cantos que eran contrastados por el ruido del fuego.
Tenían que hallar una forma de salir.
O la supernova no demoraría en destruirlos.
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