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25. Sueño lúcido compartido






Moon se desplazaba por el vasto universo, dejando un rastro lumínico que la seguía cual sombra a su dueño. Recorría distancias gigantescas, casi inimaginables, o tal vez, lo eran para los humanos, atravesaba galaxias vecinas, y era absorbida por agujeros de gusano, para ser llevada a un lugar mucho más extraño que el anterior.

Así pasaba una eternidad muy pequeña.

El tiempo no existe como lo inventamos para nuestro propio entendimiento aquí. No había muerte, solo desplazamiento.

Moon aterrizó en un planeta que había dislumbrado a lo lejos. Asimilaba que su tamaño era mucho más grande que el de Jupiter, el planeta con mayoe masa de su sistema solar. Al acercarse notó una civilización. Se trataba de seres que rodeaban un círculo de energía. No tenían rasgos humanos, más bien, Moon los reconoció como pulpos de anillos azules.

Los observó fascinada, como no tocaban la superficie, si no que se desplazaban por encima de ella con movimientos veloces y sincronizados.

Moon se concentró en esa bola lumínica que los entrelazaba. No quiso acercarse, pero con un movimiento de sus manos, logró aumentar en un 22% su tamaño. Aceleró el tiempo inexistente y pronto esta civilización creció en número y en inteligencia.

Se alejó de allí, con una sonrisa.

Avanzó hacia otro planeta en el mismo sistema que se percató que habían dos soles. Lo llamó: El doble atardecer.

Se percató de la belleza que emanaba de ese planeta desconocido, y se entristeció de que nadie pueda apreciarla más que ella. De sus ojos brotaron lágrimas que remojaron la superficie. Caían con tanta intensidad que comenzaron a fundirse entre aquellas, provocando una laguna hermosa que se veía dorada y cristalina por la magnitud y potencia de ambos soles.

Aceleró el tiempo inexistente, y de esa laguna, se creó vida.

Esa vida podía apreciar la belleza. Tal vez, en sus principios. Pero si era vida se convirtiera en algo semejante a vida humana, pronto tendrían la necesidad de destruir su planeta.

A Moon, eso le entristeció. Aceleró el tiempo inexistente, y en cuánto se percató de que su intuición era cierta, y toda esa belleza se hundía con destrucción, creo dos estrellas avanzando a una velocidad inimaginable que pronto colisionaron entre sí, provocando que la destrucción de la civilización y planeta fuera inmediata.

Siguió avanzando.

Un planeta que estaba en un punto solitario parecía saludarla. Era un punto abandonado de una galaxia abandonada.

Moon se acercó. Lo encontró opaco, y pensó que le quedaba muy poco tiempo inexistente. No quiso acelerar su fallecimiento. En lugar de eso, mezcló rubíes y zafiros en su zona alta, creando nubes de corindón vaporizado que lograron adornar un hermoso y brillante funeral.

Y comprendió que eso era hermoso. Morir en soledad, ante que recibir el daño de una civilización que no cuida ni otorga amor al espacio que la nutre y rodea.

Y así comenzó a volar por todas las partes que ella misma creaba. Creaba y destruía, en un equilibrio que seguía a la constante expansión del universo.

Pero pronto, luego de ese silencio total, comenzó a escuchar un sonido. Ese sonido no estaba ahí, si no, en su mente.  Era el sonido de un llamado.

Tierra llamando a Moon.

Se acercó más rápido que la velocidad de la luz, mucho más.

Se adentró a ese planeta. La atmósfera la saludaba después de tanto tiempo inexistente. Cayó de forma gravitacional hacia un centro sin especificidad, y se quedó ahí un momento. Siguió por instinto hacia el lugar donde sentía el llamado, y entonces, llegó al hospital de la ciudad en donde había pasado sus últimas horas siendo humana.

Vio su cuerpo en esa camilla.

Se acercó con nostalgia. Sally, Samantha, Jack estaban a su lado. Una última persona también, en quién fijó toda su atención. Era su madre.

El dolor que sintió fue tan profundo como una lluvia de meteoritos amenazando con salir de sus ojos. Lloró. Ellos no podían verla, pero ella podía verlos a ellos.

Abrazó a su madre mientras no dejaba de llorar. Recordó cuando la vida era injusta a veces, y su madre siempre le daba un abrazo reconfortante cuando estaba viva. Recordó momentos de felicidad, tristeza. Recordó cuando discutía con ella por cosas sin sentido, o que ahora, en este momento ya no lo tenían. Quería decirle cuánto la amaba, y que quería regresar para que ella no esté sufriendo su pérdida.

Comenzó a abrazar a cada uno de los presentes. La risa de Sally se hizo presente en su memoria, mientras le contaba anécdotas de la vida diaria. Recordaba momentos en los que ella la había apoyado, y en los que la hacía reír.

Ahora Sally no reía. Quería decirle que lo hiciera, que ella viviría siempre en su risa.

Jack también estuvo presente en sus pensamientos mientras lo abrazaba. No podía tocar ningún cuerpo, pero sí podía sentir su energía que desprendía como un mar casi infinito. Recordó las anécdotas divertidas que había pasado junto a Jack, y también, la protección que este le había otorgado con sincera amistad.

Y Samantha. Recordó la primera vez que se conocieron, eran tan pequeñas y tímidas. Recordó todo lo que le había enseñado, las risas, experiencias y aventuras que había tenido con su amiga que se había convertido en algo mucho más especial para ella cuando eran adultas.

No se sentía capaz de despedirse. Y de repente todo lo sintió como un sueño.

Uno en el que jamás despertará.

Y tenía miedo.

Miedo de perder lo que amaba en vida. Quería aferrarse a eso como si no hubiera otro camino que recorrer. Se acercó a su propio cuerpo y se acomodó de tal forma que pudiera regresar. Pero ese cuerpo ya no le pertenecía.

Comenzó a desesperarse. Intentó mover sus manos, abrir sus párpados, mover sus pies. Pero nada era suyo.

¡Por favor! ¡No quiero irme!

Decía.

No sabía a quién, o a qué. Pero quería ayuda. Quería quedarse. Quería seguir viviendo su experiencia humana. Quería hacer las cosas bien. Quería decirle a Sally que amaba sus gestos expresivos que delataban lo que sentía. Quería decirle a Jack que era increíble. Quería decirle Samantha que la amó, la amaba y la amará. Quería decirle a su madre que no la llorara, que tendrían para siempre un vínculo eterno. Quería hacer tantas cosas que ya jamás podría hacer.

No vio una luz, que se supone que veremos las personas buenas al morir.

Tampoco vio oscuridad.

¿Qué se supone que tengo qué hacer?

No lo sabía.

¿Seguiré flagelando por toda la eternidad?

No.

Esto no era justo.

La vida de Moon había sido arrebatada por una persona siniestra que le había golpeado la cabeza. Una persona que había hecho mucho daño. Y esa persona, seguía viva.

El tiempo era confuso. Moon no comprendía muy bien sus sentimientos y pensamientos. Si ya no estaba viva, ¿por qué aún los tenía?

Vida.

Una palabra de cuatro letras que comenzó a experimentar de una forma diferente.

¿Qué es estar vivo?

Moon pensaba en eso como una cirscunstancia insignificante. Se acercó a uno de los planetas más cercanos, pequeño y muy hermoso. Sus condiciones de vida eran tan similares a la tierra que Moon tuvo la idea de que si existiera realmente, sería un buen futuro hogar para la criogenización. Aún que siempre prefirió más el plan A de Interestelar. Se rio de esa experiencia humana banal cuando vio esa película con Sam en la infancia. Y los recuerdos... Volvieron a instalarse en su cabeza como esa lluvia de meteoritos que sintió algún tiempo atrás.

Se dejó llevar por la gravedad y cayó como un meteorito impactando en la superficie rocosa. Un golpe mortal, pero no para alguien que ya no tenía vida.

Caminó hasta que la tierra bajo sus pies se volvió agua. Miró hacia el suelo y vio cómo las olas del mar se alejaban, para volver otra vez. Y así sucesivamente. Se perdió en esa frecuencia un momento, hasta que escuchó el sonido del agua golpearse con un cuerpo que estaba en movimiento.

Era tan brillante que le dolían los ojos. La luz solar resplandecía en la silueta que venía corriendo hacia Moon. Y pronto se dejó ver, como si los brillos dorados se disiparan, controlados por ella mísma.

Samantha.

—¡Moon!

Exclamó, mientras se acercaba.

Llevaba un vestido dorado translúcido adornando su piel también dorada y brillante por los rayos del sol. Su cabello rubio acariciaba al viento libremente, y se mecía con gracia hasta sus caderas. Sus muslos mojados apegaban al vestido que caía suelto, tapando una sola pierna. Estaba descalza, y feliz. Su rostro irradiaba emoción, luminosidad, amor.

Ella era amor.

—Sam... —Moon comenzó a llorar.

Sentía que había pasado muchos días de lluvia, trueno y tormentas. El frío debilitaba su frágil alma.

Y ansiaba un poco de sol.

Ansiaba un poco de Sam.

Ella también comenzó a correr mojando sus pies en el agua del mar, llorando, acortando la distancia que les impedía abrazarse, tocarse, sentirse.

Hasta que al fin la tenía en sus brazos. O ella estaba en los suyos.

Samantha observó como Moon había corrido hacia ella, y se percató, de que su cabello nunca había sido más oscuro y su piel tan pálida. Su brillo era distinto, era blanco. Esa blancura recorría todo su cuerpo con belleza y suavidad. Llevaba un vestido negro opaco. Sus ojos también oscuros estaban cubiertos de lágrimas, como el mar, de peces.

Y en ese momento, tenía tantos deseos de tocarla, para comprobar que era real. Y cuando por fin la tenía entre sus brazos, o ella en los suyos, comenzó a besarla.

Fue un beso suave, gentil, pero apasionado. Ambas se dejaron caer al arena, mientras las olas azotaban sus cuerpos unidos.

—¿Eres real? —Preguntó Moon.

—Te quería hacer la misma pregunta. —Respondió Samantha.

El sol ya se estaba despidiendo apresurado. El atardecer enrojecido era clara muestra de ello. Una fría brisa comenzó a atravesar los alrededores. Pronto iba a anochecer, era como si el tiempo funcionara muy distinto en todos los lados que se puedan recorrer en el universo casi infinito.

—Tal vez nada lo sea.

—Si fuera así, no percibiríamos la realidad.

Silencio.

Moon la miró sintiendo ternura.

—Entonces... Percibámoslo como un sueño. Uno compartido entre tu y yo, donde solo existan nuestras reglas, donde podamos ser felices juntas.

Lo último lo había susurrado tan despacio y cerca de su oído, para que solo ella pueda escucharlo. Aún que no existieran más oyentes, quiso hacerlo, para aprovechar un momento de proximidad.

—Un sueño compartido, eh... —Sam miró como el cielo estaba de un rojo muy burdeo, oscuro. Y parecía presenciar la sincronización onírica de ambas—. ¿Entonces estamos dormidas?

Moon entonces, tuvo un pensamiento que la hizo sentir dolor.

Bajó su mirada.

—Tal vez tu sí estás dormida y yo... Yo dejé el plano en el que te encuentras.

—¿A qué te refieres con eso?

Ella lucía confundida. No lograba comprender lo que sucedía. Tal vez Moon tampoco, y solo tenía sus conclusiones. No había nada de certeza en nada. Todo parecía ser ilusorio. Habían muchas probabilidades para este escenario. Si realmente era un sueño compartido, Samantha dormida, Moon dormida por toda la eternidad, o si esto era solo una proyección del más allá, y así será por toda la eternidad, como si un arquitecto del universo se apiadara de nosotros y nos dejara hacer cumplir todos nuestros sueños.

Moon sintió mucha extrañeza. Se levantó, y recordando lo que hacía cuando quería estar consciente en sus sueños, comenzó a vizualizar como provocaba que la arena cambie de color. Ahora era de un tono completamente negro.

Samantha la miraba, impresionada.

—¿Tú hiciste eso?

Moon asintió, maravillada y orgullosa—. Esto lo hacía para comprobar si estaba en un sueño o no. En la realidad no podemos hacerlo, pero en los sueños, podemos hacer lo que queramos... ¡Hay infinitas oportunidades!

—Enséñame. —Dijo Sam.

Y Moon le dijo lo que tenía que hacer. Solo bastaba con desear que algo cambie, y se transforme. Darle esa intención específica y visualizar que ya ocurría.

—Inténtalo, mi amor. Prueba con cosas no tam complicadas.

Samantha respiró hondo, conteniendo un poco la emoción, y apuntó hacia las olas, ahora eran de color rojo. Arena negra y mar rojo, más un atardecer oscuro, de un burdeo opaco. Las estrellas a lo lejos, era un ambiente realmente extraño y maravilloso.

—¡Lo hice! —Dijo Sam, llena de alegría.

—Muy bien, ahora intenta cambiar todo el escenario. Eso ya es nivel avanzado.

Sam, aceptando el reto, cerró los ojos para concentrarse. Tomó la mano de Moon, y al abrir los ojos, ya no estaban en ese mismo lugar, si no, en una habitación.

—¡Wow, lo lograste! Ya eres una soñadora profesional.

Moon sonrió orgullosa, pero Samantha no lo hizo. Ni siquiera hizo un gesto. Se había quedado callada observando el lugar que visualizó y creó.

»¿Qué pasa, Sam?

Su respiración era dificultosa.

Y entonces, Samantha abrazó a Moon, con lágrimas en los ojos.

—Ahora lo recuerdo —sollozó—. Tú estás en estado de coma, Moon. Desde la última vez que hablamos, eso pasó hace unos tres meses.

Moon intentó procesar la información. Y simplemente, no podía.

—Pero yo morí...

—No, Moon. Sigues con vida. Pero estás... Dormida. Tienes que despertar, mi amor. Por favor, despierta.

Samantha apoyó sus manos en sus brazos, movilizándolos como si de esa manera, Moon pudiera reaccionar. Pero entonces dejó de hacerlo al ver que era inútil y no conseguía nada.

—Pero no lo entiendo, no entiendo nada...

—¡Debes creerme, por favor! ¡Escúchame! Si esto es real, y realmente estamos en un sueño compartido por muy loco que esto suene, tienes que escucharme. Soy Samantha Wood, me conoces. Nos conocemos. Tú eres Moon Bell. Siempre fuiste una gran soñadora y es una de tus cualidades más bonitas, pero la vida no se trata solo de sueños,  también hay que vivirla, con sus altos y bajos. ¡Por el amor de Dios, tienes que despertar!

—¿Entonces todo este tiempo he estado en coma? ¿Así se siente estar en coma? ¿Es como un sueño vívido y constante? ¿Estar a solas en tu propia mente sin contacto con la realidad?

—Moon, te responderé todas las preguntas que quieras, corazón, pero primero despierta. Despierta, por favor, despierta, Moon.

La nombrada estaba paralizada.

Era mucha información que procesar, y ni siquiera sabía donde comenzar. Ni si es que tenía un final.

Estaba perdiéndose en sus pensamientos. Perdía la capacidad de diferenciar lo imaginativo con lo real.

»Te estás perdiendo otra vez, Moon. Encuéntrate, y vuelve con nosotros. Te necesitamos, yo... Te necesito. Y te amo. Estos meses pensando en que morirías no me dejaban dormir. Tengo miedo de despertar en cualquier momento y no volverte a ver. ¡Por favor, despierta!

—Yo... ¡No sé cómo hacerlo!

Moon lloraba.

Era verdad, había olvidado cómo despertar. Ya había intentado amoldar su alma, o conciencia, o lo que sea esto, en su cuerpo, sin resultado. Comenzó a desesperarse con la idea de que el tiempo pase tan rápido en la vida, y que aquí en el sueño no exista. Ya habían pasado tres meses. Tres meses en el hospital con el personal de salud intentando salvarla.

Y una idea se le vino a su cabeza. Tal vez, ella no quería ser salvada.

Sabía que la realidad era dura y difícil. Donde existen personas que cometen más malas acciones que buenas acciones, donde hay problemas, desiluciones, corazones rotos, pobreza, dolor, rencor, injusticias, violencia, envidia... Un sin fin de males que la atemorizaban.

Y sabía que en los sueños, por lo menos en los suyos, estaba a salvo. Tenía la capacidad de hacer lo que ella quisiera. Convertir el mal en un hermoso día soleado y cálido, que la abrazaba con amor.

Su alma no quería volver. Su espíritu rechazaba su cuerpo. Su mente quería permanecer dormida.

—¡Moon! —Ella se acercó, para decirle una información susurrada. Era una dirección que no había escuchado nunca.

Miró hacia la dirección de donde provenía la voz de Samantha, pero esta ya no estaba. Su imagen se había esfumado, ella había despertado.

Posiblemente ya no vuelva a tener otra probabilidad cósmica de tener un sueño lúcido compartido con Samantha.

¡No!

¡Regresa, por favor!

En esa habitación, apareció Carter Anderson, merodeando con la mirada fija.

"¿Sam? ¿Samantha, cariño?"

Su voz parecía inexistente, como si se escuchara lejana. Moon intentó ocultarse, pero se dio cuenta de que él no podía verla. Caminó hasta ella traspasando su cuerpo y siguió el camino hacia el pasillo.

"¿Ahora en dónde mierda te has metido, mi amor? Sabes que odio que te escondas y eso me hace enojar mucho."

Moon empezó a escuchar otra voz mucho más lejana y casi inaudible. Se trataba del llanto de Samantha.

La pelinegra se abalanzó sobre él, esperando derribarlo, pero en cuánto lo hizo, solo lo traspasó, y luego quedó suspendida en el aire, sin tocar el suelo.

Temblaba y lloraba, ahogándose en su desesperación.

Tenía que hacer algo. Tenía que salvar a Samantha. Tenía que volver a la realidad.

Tenía que...

¡Despertar!









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