23. Relámpago
Moon también permaneció en silencio a medida que Samantha le contaba cosas horribles sobre ella. Sobre su vida. No podía creer todo lo que le había pasado. Comenzó a abrazarla, mientras las lágrimas salían sin control.
Samantha, en cambio, no lloraba. Estaba ahí, pero al mismo tiempo no lo estaba.
Su piel estaba fría, y sus ojos perdidos en un lugar no físico. Al indagar en su pasado, descubrió que le seguían doliendo muchas cosas. Muchas heridas permanecían abiertas, descuidadas, infectadas en dolor y agonía. Ella había sufrido mucho, y en gran parte, era a causa de él.
Moon entró en pánico.
—Debemos llamar a la policía.
—No.
La respuesta de Sam fue rotunda.
—Sam... —insistió—. No estás a salvo. No quiero que te pase nada.
La voz de Moon temblaba y reflejaba lo atormentada que se sentía. Y si eso no le decía nada, entonces eran sus ojos brillantes por las lágrimas que amenazaban latentemente con salir.
Sam no respondió.
—Lo haré yo, ¿sí? Confía en mí, sé que estás asustada y...
—No llamarás a la policía, Moon. —Su voz seca hizo un silencio en la habitación, que fue reemplazado por ella en unos segundos que parecían no avanzar nunca—. Porque ellos son la policía.
Otro silencio.
Otra historia.
Samantha relataba cuántas verdades dolorosas de decir y de escuchar. Esas personas, —si aún se les puede llamar así—, tenían mucho poder. Ese poder se dividía en distintas dimensiones: política, social, individual, entre otras. Lo tenían todo para ganar.
Mientras Moon escuchaba, intentaba reprimir su llanto. Llorar no iba a aportar en nada. Con el tormento en su mente comenzó a sentir impotencia.
Impotencia de no poder hacer nada, para salvar a la persona que amaba.
—¿Y qué vamos a hacer? —Pronunció con temor de no escuchar una respuesta.
Otro silencio. Ya se estaban formando demasiados.
—Creo que es momento de que yo me encargue de esto. —Sentenció Samantha, sin mirar a su amiga.
Moon comenzó a negar con la cabeza y la abrazó. Solo en ese entonces, dejó que sus lágrimas cayeran libremente. Sintió cómo los brazos de Sam la abrazaron de vuelta, firmemente, y la atrajo hacia sí.
Solo así, Moon quiso volver a su mundo de sueños, donde podía vivir junto a su amada estrella, que la seguía sin más. Pero entonces esa idea le pareció estúpida e infantil. Eso no era real, y si quería que nada malo ocurriera, debía estar alerta siempre, con los pies en la tierra. Y no despegando en el espacio.
—No sabes cuánto me odio por meterte en esto —concluyó una agotada Samantha.
Moon acariciaba los cabellos rubios de su amiga. Estaban despeinados y sueltos como cualquier otra mañana en su vida. Pero esta no era cualquier otra mañana, esta era crucial. Moon comenzaba a saber todo lo que debía saber, y entendió porqué debió haberse alejado de Samantha Wood. Aún asi, no sintió remordimiento. Solo podía sentir amor. Ella la amaba y sentía que era un sentimiento mutuo, y comprendió que nunca más la dejaría sola.
—Yo estoy aquí... porque quiero estarlo.
Sentenció, pegándola más a su cuerpo, para que no exista espacio que pudiera dividirlas. La acobijó y volvieron a recostarse.
—Si tan solo no me hubiera alejado de ti nunca...
—Sam —dijo Moon, llamando su atención—. Nunca te alejaste de mí. Siempre estuviste en mis sueños.
A pesar de que la vida a veces suele ser una reverenda mierda, las clases deben continuar.
Sally no tuvo ningún problema, —de hecho, estuvo encantada—, de que Samantha se quedara un tiempo en el departamento. Eso era lo más seguro en este momento, a pesar de que Samantha no estaba de acuerdo. No quería que hirieran a más personas, y eso involucraría a Moon y Sally. Por eso comenzó a enfrentar una paranoia activa, al sentirse cerca de ellas. Las cuidaba internamente, intentando que no se den cuenta, sobretodo porque Sally no sabe el riesgo de estar al lado de Samantha.
Estaban en la entrada de Everest, dirigiéndose a sus clases. Sally estaba con un chico que había conocido en la fiesta de Jack, de Filosofía también, muy callado y retraído, totalmente distinto a la personalidad de la castaña. Jack esperó a que esta se alejara a su aula con su nuevo andante.
—Sam, ¿me permites a Moon un momento?
Esta lo miró confundida.
Moon suspiró cansada—. Si es por lo de que entramos a la casa de Carter, creo que ella también debe saberlo.
Jack se mostró totalmente asombrado con la naturalidad de las palabras de Moon. Sam también se impresionó de esta revelación tan repentina.
—¡¿Qué hiciste qué?! ¡Moon! —Llevó sus manos a su rostro, sujetándola para obligarla a que la mire—. ¡No puedes hacer eso! ¡¿Te das cuenta de lo peligroso que es?! Por favor, júrame que no harás nada arriesgado a partir de ahora.
Sus ojos suplicantes de un verde llamativo y vivo la miraban con verdadera preocupación. Moon tomó sus manos que permanecían en la parte lateral externa de sus mejillas, y sintió lo frías que estaban.
Su rostro estaba muy cerca, y eso había hecho que la cantidad de sangre aumentara en su cabeza. Comenzó a observarla en profundidad, su ceño preocupado, sus ojos eran lo más llamativo de su hermoso rostro cálido, pero esta vez, estaban asustados. Sus labios... Intentó volver a concentrarse.
—Tranquila, Sam. Estoy bien.
Ella suspiró, y la abrazó de manera repentina. Moon se sonrojó debido al contacto físico ocurrido en una zona donde habían muchos universitarios, y no es que un abrazo entre mujeres sea anormal, pero aún así, se sintió expuesta. Esta exposición había hecho que se sienta nerviosa, pero luego, le encantó.
—Ahm... Yo, ah... —Dijo Jack sin culminar su oración, debido a que ambas habían dejado de abrazarse, para mirarlo.
—¿Tú también fuiste? —Samantha se lamentó—. Siento mucho que estén en esta posición, todo por culpa mía.
—No, cariño. Disculpa, pero Moon se lo buscó sola, esa mujer es una curiosa innata tal estudiante de psicología. Yo sabía que lo iba a hacer, por eso la seguí. Yo también actúo por cuenta propia. Si estamos aquí es porque ella quiere protegerte, y yo quiero protegerla a ella.
Jack parecía enojado, pero con lo último, relajó su rostro y sonrió en dirección a Moon. Ella le devolvió la sonrisa.
—Gracias, Jack. También lamento todo esto.
—¡Hola, alumnos!
Una voz masculina proveniente de un hombre de altura considerable, vestido con un smoking negro, se acercó hacia ellos. Carter Anderson tenía una mirada sonriente, que transmitía elogio y profesionalismo, también sensaciones cálidas. Todo eso para las personas que no lo conocían, y que lo admiraban por sus bellos trabajos. Pero, los que realmente conocían ese lado maligno de él, se sentían asombrados, temerosos e incómodos, como si sus instintos les gritara que debieran alejarse de allí lo antes posible.
A medida que iba acercándose, saludaba a demás personas. Su cabello era impecable al igual que su traje, parecía muy limpio, con una higiene perfecta. Se desenvolvía con gracia, elegancia y tranquilidad.
—Hola, mi amor. —Dijo este, en dirección a Samantha, sin acercarse demasiado.
Apesar de que no le importaba su reputación, porque de todas formas le daba ventaja entre las universitarias, decidió tomar discreción.
—Carter... ¿Qué estás haciendo aquí?
—Trabajo aquí. —Respondió él, riéndose de la forma obvia que lo había dicho. Luego dio una mirada a los dos acompañantes de su novia—. ¡Buen día, Jack! ¿Cómo va el entrenamiento? Eres el mejor en natación, solo porque yo decidí la pintura.
Volvió a reír de su propio chiste. Jack hizo una risa forzada y nerviosa, y las demás solo observaban. El ambiente estaba muy tenso y sofocante. Moon comenzó a tornarse más pálida de lo que realmente era. Mirar a ese hombre, a plena luz del día, era como ver el opuesto de aquel hombre que tenía un agujero en su casa donde torturaba a sus víctimas.
—Bien, profesor.
—Me alegro, campeón. —Entonces miró a Moon, y formó un silencio que se sentía más que cualquier grito desgarrador—. Y la pequeña Moon... No conozco nada que destaque de ti, solo que eres novia del campeón, o lo eras, no lo sé.
Volvió a reír a carcajadas, como si la situación en la que estaba le resultaba sumamente divertida, agradable y de alguna forma, ventajosa. Obviamente sacaría provecho de esa situación, le gustaba siempre llevar ventaja.
»No me malentiendas, Moon. Sé que debes tener cualidades efectivas para el ámbito de la Psicología, solo que no he tenido el tiempo para... Conocerte mejor.
Lo último Samantha lo entendió mejor que todos, y se desesperó.
—Moon, llegarás tarde a tu clase. Es hora de que vayas. Jack, acompáñala. Nos vemos, adiós.
Ambos la miraron confundidos.
Ella miró en dirección a Carter.
—Cariño, ¿vamos a mi casa?
Samantha fue rápidamente incomprendida por Moon y Jack. Su actitud reflejaba desafío que intentaba ocultar con naturalidad.
—Sam, cariño. No es necesario que te pongas celosa. —Dijo él, quién tomó el brazo de Moon tan repentinamente, que ésta contuvo la respiración por un segundo—. Moon, hay un evento que tendrá el gremio del arte en esta tarde a las siete en la sala de conferencias del lado norte. Quedas cordialmente invitada, junto a Samantha y el campeón.
Ella asintió.
Estar cerca de este tipo le provocaba repugnancia y miedo. El pensar en las cosas que hacía la dejaba sin habla, y cada segundo que pasaba sentía que quería huir de esa situación. Su desesperación era tal que estaba inmovilizada, como si un relámpago cayera sobre ella sin poder hacer nada.
—Carter, vámonos —dijo Sam, esta vez tomándole el brazo.
—No puedo, princesa. Tengo... Asuntos que resolver. —Dio énfasis en lo último que había dicho.
Y finalmente, como si las plegarias hubiesen sido escuchadas, el relámpago se alejó. Moon sentía que el fluir de la sangre volvía a ser normal, su gasto cardíaco aumentaba al rango estable, y sus movimientos de tórax para la ventilación se relajaban otra vez.
Él seguía saludando a cualquier persona que conocía a su paso, con una sonrisa de maestro encantador en el rostro. Esa maldita sonrisa, que escondía un profundo secreto del que nadie quería formar parte.
—Él lo sabe —suspiró Sam, mirando el suelo—. Sabe que me importas, Moon. Sabe que... Me gustas. Y aún que lo he negado y ocultado, él siempre sabe.
Moon asentía lentamente.
Esta confesión hubiese sido muy linda y apreciada por la pelinegra, quién en sus tiempos más joviales le hubiese resultado fascinante que la chica que le gustaba se le declarara. Pero en esta situación tan poco grata, lo sintió como un golpe en el corazón. Sobretodo por la impotencia que sentía en ese momento, de que la persona que amaba estaba en peligro, y ella sentía miedo. Miedo de no poder hacer nada para cambiarlo.
¿O sí?
Una idea oscura apareció bruscamente en su cabeza, nublando todos los pensamientos éticos que podrían resguardarse allí.
—Hay personas que no deberían vivir. —Concluyó despacio, sin pensar mucho en lo que estaba diciendo, mucho menos si sería capaz de hacer algo así, tan macabro e irreal—. Y sería un bien común que alguien hiciera algo al respecto.
Jack la miró. Su mirada no era de desaprobación, pero tampoco de apoyo. Él quería ayudar a su amiga, quién en este momento se encontraba inestable, pero había algo que tenían los tres en ese momento y que no lo podían negar.
El deseo de que esta maldad acabe.
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