2. Fuerza cósmica
Los días de escuela habían llegado a su final. Y además, ese mismo día, el padre de Sam decidió que iba a ser mejor vivir en otra ciudad, donde le ofrecieron un puesto de trabajo mucho más cómodo en transporte y economía por lo que no rechazó esa oportunidad.
Había sido un día muy triste para ambas, que habían forjado una amistad increíble, llena de felicidad y momentos inolvidables, que pensaron que sería duradera, pero el destino siempre está para sorprendernos.
El último abrazo fue en casa de Sam. Sus padres habían organizado una fiesta de despedida, para que Sam aproveche los últimos instantes junto a su querida y gran amiga Moon. Y además, premiarlas por finalizar su año escolar, y darles una bienvenida a los estudios que las acercarían aún más, a la Universidad.
La Universidad. Era un término alejado para Moon, pero no mucho para Sam, quién toda su vida había escuchado a su padre que era muy importante ingresar a la llamada Universidad, para poder forjarse como profesional.
Trataron de ser felices y optimistas. Y cuando era hora de marcharse, salieron a caminar para que Sam se despidiera de la ciudad.
Estaba anocheciendo, y no podían irse muy lejos. El color naranja del cielo estaba cada vez más oscuro, y parecía brillar en las lejanías.
—¿Te acuerdas de esa vez cuando me enseñaste a dormir? —Sam rompió el silencio, con una entonación que reflejaba nostalgia.
—Sí, Sam.
—Pues, esto no te lo dije, pero... Cuando tenía mis terrores nocturnos, te imaginaba siendo mi heroína que bajaba desde el cielo con sus luces brillantes a defenderme, y entonces, me tranquilizaba, y eso me ayudaba a dormir.
Lo decía con cierta tímidez. Esa dulce tímidez que no la había tenido desde esa noche, cuando Moon la había abrazado. O desde esa primera vez que se conocieron. Una tímidez que le causaba mucha ternura a Moon, y la hacía sonrojar también.
—Entonces, ¿era como un extraterrestre?
Ambas rieron a carcajadas.
—Como una fuerza cósmica —dijo al final—, al igual que en tus sueños que me contabas.
Habían doblado la esquina y se dirigían con paso lento y despreocupado hacía el parque que las había visto crecer, jugar y caerse un montón de veces.
De pronto, Samantha rio muy fuerte.
—¿Qué tienes, eh?
—¿Te acuerdas cuando fuimos a escondidas al río más cercano y encontramos un perro grande y enojado que nos siguió persiguiendo mientras corríamos por nuestras vidas?
—Ay no, no te acuerdes de eso.
—¡Y llegamos a este parque para refugiarnos, y tenías tanto miedo que cuando quisiste subir al columpio te tropezaste y caíste en el lodo! ¡Dios, qué risa! —Comenzó a reír.
—¿Y te acuerdas cuando estábamos intentando cocinar pizza en mi casa? —Moon no se dejó intimidar, y con malicia, siguió contando mientras Sam se sonrojaba—. ¡Se te cayó nuestra pizza mientras estabas sirviéndola en la mesa y le cayó salsa de tomate a mi mamá!
Ambas rieron con intensidad, recordando los viejos momentos que habían tenido.
Se sentaron en la banca más central. Iluminada por dos faroles y llegando la noche más temprano esa vez, como si estuviese burlándose de ellas, apresurando el paso para que se alejen lo más pronto posible.
—No quiero que te vayas.
—Yo no quiero irme.
Silencio.
Las risas se habían acabado. Moon sabía que los días iban a ser más grises a partir de ese momento. Volvería a ser la rara, sólo que ahora con otros compañeros de clases, culminando su enseñanza para después entrar a la Universidad que tanto comenzó a nombrar su madre.
—Tengo miedo, Moon. —Habló su amiga, quién ya tenía lágrimas en los ojos que no se molestó por ocultar.
Moon tuvo la necesidad de tomar su mano y apretarla contra la suya, para hacerle ver que estaba a su lado, y así sería siempre. Apesar de la lejanía en la realidad, estarían muy cerca en sus sueños.
—Eres la persona más valiente que he conocido, Sam. Estarás bien.
—Pero tú no conoces a muchas personas, Moon —rio débilmente Sam—. ¿Sería raro si te pido que me abraces? Eso siempre lograba calmar mi miedo.
Entonces la miró. Sus ojos verdes estaban sombríos, perdidos en un lugar que no conocía. El miedo no era común en una persona como Samantha, o eso pensaba Moon. Ella hacía cosas muy valientes, que Moon las veía muy imposibles, como defenderse ante las demás chicas, profesoras, o cualquier persona que se le dirigiese de mala manera.
Moon no le respondió con palabras. Le respondió con un abrazo que la atrajo hacia sí, y entonces, Sam dejó que las lágrimas cayeran, sin impedir su fluidez.
—Te voy a extrañar mucho.
—Y yo a ti.
Moon comenzó a sentir una emoción distinta. Tenía ganas de estar abrazada a Sam por mucho tiempo más, sintiéndola, intentando que sus miedos, temores y tristezas, se disipen y se reciclen en la naturaleza. Su calor era reconfortante, y entonces, Moon tuvo la intención de besarla en sus labios. Los miró, y parecían tan suaves. Pensó en que la sensación sería parecida a volar en su universo. Entonces cayó de golpe en la realidad, y Sam sólo era su amiga. Así debía ser.
¿En qué estaba pensando?
Se sonrojó y arrepintió rápidamente de sus deseos. Se apartó de ella, la tomó del brazo, de una manera enérgica, y sonriendo dijo que debían volver, ya se estaba haciendo muy tarde.
—¿Por qué tiene que terminar este día? ¡Qué sea eterno!
—Estás exagerando. Después de dos meses ni te acordarás de mí —se rio Moon, quién intentaba recobrar el sentido de la amistad, y no del "amor", que no correspondía.
—¡Claro que si lo haré! ¡Y le hablaré de ti a mi futuro novio! —se rio—. Ya sabes que dicen que a esta edad los chicos están alborotados.
—Y que lo digas, muchos te seguían en la escuela. ¡Vas a dejar a muchos corazones rotos aquí!
Ambas amigas reían. Intentaban remediar el dolor del alma con pequeños chistes típicos de sus conversaciones, sabiendo que no las tendrían quizás nunca más.
Habían llegado a sus hogares, y se volvieron a despedir en la puerta de la casa de Sam.
—Mañana nos iremos muy temprano y sé que te gusta dormir para soñar, así que no creo que deba despertarte y nos despediremos aquí y ahora —sonrió Sam.
—Qué considerada.
Moon abrazó a su amiga y se dieron un beso en ambas mejillas, recordando las escenas de las películas antiguas que veían.
Moon se alejaba.
—¡Moon! —exclamó para llamar su atención—. Intentaré entrar en tu sueño, para que volemos juntas —rio con la idea imposible, pero muy linda.
—Claro —dijo la pelinegra—, puedes entrar cuando quieras. Incluso cuanto me extrañes o tengas miedo, siempre estará la puerta abierta hacia mi mundo onírico para ti.
Y esas fueron las palabras que despidieron finalmente a Samantha.
Justo en esa amarga noche, Moon no había podido soñar con Samantha. Aquella no apareció en sus sueños, porque le costó quedarse dormida, por primera vez en mucho tiempo. Miraba el techo, y luego hacia su ventana. Veía las estrellas, imaginaba que sería otra noche más y luego en la mañana siguiente irían con Sam, juntas a la escuela, riéndose de cada ocurrencia.
Pero eso no sucedería. Ella se había ido. Y se había llevado sus sueños consigo.
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