Jugué con mis dedos, enredándolos y desenredándolos, sobre mi regazo. Estaba nerviosa, era una situación que ameritaba estarlo. Sentía el palpitar de mi corazón en mis oídos, e incluso podía percibir en mi respiración, cada sonido que hacía el aire al entrar y salir de mi nariz. Apreté mis manos contra la parte baja de mi abdomen a la vez que presionaba mis labios entre sí. Aún me encontraba algo agitada por lo que había sucedido con anterioridad. Pero no era esa mi mayor preocupación ahora.

Un par de manos de tez blanca, casi transparente, con largos dedos giraban alrededor de mi tobillo con delicadeza, cubriéndolo con una venda. Tragué la saliva que se había acumulado por mantenerme callada durante todo este tiempo. El sujeto frente a mí, tenía la cabeza gacha, como si estuviera prestando cuidadosa atención al vendaje. Él estaba tan abrigado que apenas podía verle el rostro; más por el color de sus cejas deduje que su cabello sería de un castaño tan oscuro que parecería negro. Tenía facciones atrapantes, quizás por eso no pude gritar pidiendo auxilio en aquel momento. Ciertamente me había quedado atónita cuando descubrió su rostro, luego de aparecer de manera inesperada y casi terrorífica.

Recosté la cabeza sobre mi hombro, pensando, en cuan fatídico sería el resultado de este encuentro. Cerrando los ojos, solté un suspiro. «Nana... Oreblonde, seguro me estaría regañando si me viera en este momento.»