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|30| La misión.

Querido Claude,

o tal vez podría saludarte con un hermano o amigo, para hacer el asunto más ameno. ¿No te parece?

Me alegro de que hayas presentado en el parque, ya sea que estés de acuerdo con nuestro trato o no, no me incumbe demasiado. Mientras me sirvas seré feliz. En realidad, lo digo, pues ya te habrás dado cuenta, pero eres un peón importante en este juego. Aunque, para ser sinceros, fue nuestro amigo Ferriz quien lo entendió primero, me apena saber eso. Por cierto, ¿qué es eso de pelear con ese viejo hombre? ¡Vamos! Él también es una pieza crucial en este tablero, se paciente, no puedo dejar que deseches mis movimientos antes de tiempo.

Además ¿crees que eres el único que salió herido por culpa de mi jefe? De ser así, me decepcionarías mucho. Pero no te preocupes, conocerás pronto a más gente de tu clase. Será divertido, lo prometo (solo que, no puedo asegurar para quien).

Bueno, ahora que sé que puedo confiar con tus servicios, comencemos con lo que tendrás que hacer de ahora en adelante:

Buscarás un lugar seguro en el que se puedan quedar tus familiares de momento. Puedes solicitar ayuda externa para esto, no obstante, te recomiendo ser lo más discreto posible. Un pajarito me contó sobre una cabaña perdida en el tiempo y el espacio, cerca de los lagos de Pergrand al oeste de Bripert. Al noroeste encontraras una pista de aviación con varias aeronaves listas para despegar, es información suficiente como para qué saques tus propias conclusiones.

¿Abriste ya mi regalo? Espero que sea así y si no, ¿qué estás esperando? Puedo imaginar cómo lucirá tu cara cuanto te preguntes: ¿en dónde será la fiesta de disfraces? Y yo tengo las respuestas a todas tus dudas. El 28 de diciembre deberás estar en Owlwood. Siendo que no puedes presentarte con esa apariencia, decidí acicalarte un poco, serás una linda muñeca. Creo que el rubio te quedará de maravilla. Si encontraste tu nuevo carnet de identidad, conocerás que desde ahora pasarás a ser Joel Proen.

Como habrás visto, el pasaje de regreso es para dentro de un poco más de dos semanas, así que durante tu estadía en Owlwood serás mis ojos, oídos y manos. Más, no estarás solo. Andrew Rize, un sujeto con tus características, te estará esperando en la estación de tren, él ya ha llevado a cabo una de las misiones, sabrá como aconsejarte y ayudarte, en caso de que lo necesites. También cuenta con mis indicaciones concretas sobre el itinerario que tendrán durante las dos semanas.

Al subir al tren, en tu asiento encontraras pegado un sobre con las indicaciones de que harás una vez arribes a Owlwood. Prefiero no entrar mucho en detalles, como ya mencioné con anterioridad, el resto de los planes los conocerás conforme avancen los días.

No te preocupes por el dinero de los pasajes y demás gastos, los cubriré yo. Rize será quien te llevé hasta tu casa en Owlwood.

Por último, solo tienes que confiar en mí. Como tú dios provee, yo lo haré de igual manera. Las soluciones llegarán, más debes ser paciente, nada bueno sale de hacer las cosas impulsivamente y apresurados.

El Samaritano.



Ferriz me devolvió la carta sin contactar mi mirada hasta que el papel fue receptado por mis manos. Su semblante estaba serio y sus cejas levemente contraídas por sobre sus ojos. Tenía la mirada perdida en algún punto sobre la alfombra bajo sus pies, sus codos clavados en sus muslos para que sus manos pudieran sostener el peso de su cabeza, la cual se apoyaba sobre los dedos pulgar e índice situados como un sostén triangular. Lucía concentrado en un pensamiento que no me compartía, hasta que en un instante soltó lo que venía pensando:

―Comprendo lo que se nos está pidiendo, y he de creer que tú también. Pero, ¿cómo piensas comunicarle esto a tu familia? ¿Crees que estarán de acuerdo con la decisión que tomaste sin consultarles? ―La voz de Murphis caló hondo en mi subconsciente.

En ese momento detuve a mi mente divagante, y mi atención se centró por completo en su pregunta. Noté al instante que era algo en lo que ni siquiera había tenido en cuenta, y la culpa me abordó con delicadeza, sutilmente, poco a poco y profundo.

―No lo he pensado aún...―atiné a responder―. No me imaginaba que me sería encomendada una misión así―comenté a la vez que dejaba caer mi cuerpo sobre el sofá en la clínica del viejo psicólogo.

Como casi todas las veces que había visitado este lugar, la luz era escasa y daba la sensación de intimidad y confidencialidad. El asiento era mullido y cómodo, pero mi mente se hallaba en otro lado desde el espectáculo que me había mandado en pleno parque de Forst. En aquel entonces, fue la vergüenza la que me volvió a la realidad y me motivó a salir de entre la multitud de ojos curiosos y prejuicios. Encontré cierta sensación de alivio una vez me encerré en mi camioneta, quedé allí hasta que logré tomar los estribos de mis propias emociones. Ver a mi madre, después de casi trece años, cuando comenzaba a aceptar que las últimas palabras que me había dicho eran mentiras; fue inesperado. Decir que me dejó perplejo sería poco para explicar cómo me sentía.

Ahora que me encontraba más sereno, consideraba que podría haber actuado de mejor forma. Quizás si la hubiera detenido o si la hubiera reconocido al instante, no me sentiría tan culpable en este momento. Sin embargo, lo que me tenía aún más confundido es que estuviera trabajando para el Samaritano. Mi cabeza se llenaba de incertidumbres y dudas de tan solo pensarlo. Era extraño, pero al mismo tiempo me resultaba entendible y poco cuestionable. La sensación agridulce que me dejaba era intensa.

―Tendré que comentarles hoy, ni bien regrese, ya no hay vuelta atrás. Tomé una decisión egoísta y me temo que ellos tendrán que limitarse a aceptarla―respondí con pesar.

Era consciente del peligro en el que nos había puesto a todos, pero ya estaba cansado de quedarme de brazos cruzados, corriendo la mirada a un lado y fingiendo como si nada me afectase.

―Sí...―respondió Ferriz―, haz tomado una decisión estúpida pero inteligente. Iremos juntos a hablar con tus abuelos, es hora de que ellos también afronten la realidad y dejen de vivir en el pasado.

Tragué en seco, sentí estremecerse mis extremidades y un leve decaimiento, como si fuera a bajarme la tensión arterial.

―Ellos no siguieron adelante...―repetí en voz baja, volviéndome consciente nuevamente de un hecho que intentaba ignorar.

Cada vez que había alguna ocasión, ya sea la más mínima, para recordarlos, mis abuelos traían el tema a discusión. Veía en sus miradas, incluso detrás de las sonrisas con las que intentaban esconder como se sentían realmente, que seguían destruidos.

―Así es hijo, tus abuelos viven crucificados al pasado y con mucho pesar en sus almas, no lo demuestran frente a ustedes, pero es su dolor y arrepentimiento es muy fuerte.

Ferriz, quien se hallaba sentado en el sillón que siempre usaba en las consultas y turnos para escuchar a sus pacientes, tenía su mirada puesta en mí, lo sabía porque había echo contacto visual cuando me respondió. No obstante, no cabía posibilidad alguna a que me animara a mantener la mirada después de oír lo que dijo. Tragué en seco intentando que con eso la opresión naciente en mi pecho se desvaneciera. «Es por mí», pensé. Si fuera ellos yo tampoco querría tener cerca a la desgracia que causó el fin de su hijo.

Escuché los pasos del viejo, más no presté atención hacia donde se dirigían hasta que por sorpresa sentí que algo se apoyaba sobre mi hombro y me apretaba, como si quisieran consolarme. Al alzar la vista hacia mi hombro, vi la mano de Ferriz apretándolo suavemente.

―No es tu culpa, Claude. Créeme, ellos ni si quiera piensan en ti de esa forma―intervino el psicólogo, cortando cualquier flujo de pensamiento negativo que se iba formando en mi mente.

Sus ojos se habían clavado en los míos, intentando asegurarme que sus palabras no tenían exageración alguna y se limitaban meramente a la verdad. No obstante, no pude mantenerle la mirada, si bien sus palabras me generaban cierto alivio, aun así, me sentía un tanto culpable.

Intenté sonreirle en respuesta, pero no hizo falta verme en un espejo para saber que más que una sonrisa tranquila, mis labios formaron una extraña mueca. Suspiré, frustrado y busqué cambiar de tema.

―Es escalofriante todo esto―solté.

―Sí lo es, pero ¿a qué te refieres con exactitud? ―preguntó.

―A mi madre, el Samaritano, todo.

Murphis, al igual que lo había echo yo segundos atrás, soltó un suspiro largo que pareció como si fuese posible vaciar por completo el aire de los pulmones. Alzó su mano, corriéndose a un lado, en lo que parecía un intento de crear distancia por frustración, tal vez. Y chistó, haciendo una extraña mueca con todo su rostro y me miró de una forma que no logré descifrar. Más no lucía sorprendido por la noticia.

―¿Algo sabes, no?―pregunté, percibiendo que tenía algo para decirme, pero solo guardó silencio―. ¿Qué sabes?―insistí, el gruñó―. Algo sabes, ¡dímelo!―demandé.

Sus brazos se pusieron en jarra al costado de torso y soltó un nuevo suspiro antes de echar la cabeza hacia atrás y apoyar su mirada sobre mí.

―No me sorprende que Patricia haya vuelto, prometió que lo haría―respondió.

―¿Y?―refuté.

«Sí, era obvio que mi madre biológica reaparecería trece años después, claro, muy obvio» me burlé, mentalmente. No podía creer que me tragaría esa estupidez después de haber actuado como lo hizo, tan dramáticamente.

―Tampoco me sorprende que se haya unido al Samaritano, pues es un espíritu feroz, no permanecería el resto de su vida en las sombras; en eso te pareces a ella.

Sentí un cosquilleo en mi pecho que me sacó una pequeña sonrisa. Nunca antes me habían comparado con mi madre, siempre sentí que el parecido con el maldito de mi padre era mayor.

―Pero...―quise interrumpir.

―Si ella se ha asociado al Samaritano, es porque él la contactó primero, y asumo que el plan que le mostró a ella es lo suficientemente bueno como para convencerla de unirse. Tu madre es una persona muy sabia e inteligente, no se involucraría si no lo creyera conveniente. Después de todo es una Roberts―explicó.

Guardé silencio mientras analizaba el contenido de la información brindada. Sabía que detrás del apellido Roberts había muchas creencias, basadas en pruebas tangenciales, de que de allí surgían grandes eruditos. En el pasado, varios siglos atrás se consideraban como la casa de los sabios, quienes solapaban en lo secreto a los Aimsworth, los cuales llevaban orgullosamente en su escudo el símbolo de la sabiduría como principal cualidad de su casa.

―Es por esa razón, sobre todo, que me motiva a seguir con el juego del Samaritano; y hablar con tus abuelos de esto―explicó.

No supe que agregar a su confesión, de por sí, yo tenía cierta fe ciega puesta en nuestro supuesto salvador, pero que e repente mi madre y Murphis también creyeran en él, me daba más confianza a arriesgarlo todo. La motivación se instaló en aquel instante, y me sentía esperanzado, listo como para llevar a cabo cualquier misión que se me encomendase. No obstante, me seguía preguntando: «¿Qué le habrá ofrecido el Samaritano a mi madre para que ella decidiera volver y arriesgarlo todo?».

―Vamos―soltó Ferriz de repente.

Por unos segundos lo miré atónito mientras veía como se movía de un lado a otro en la sala en penumbras, primero buscando su abrigo, luego su boina de cuero y alguna que otra cosa más hasta que se detuvo de nuevo frente a mí que lo miraba expectante.

―Vamos―repitió.

―¿A dónde?―pregunté.

―Con tus abuelos―indicó.

―¿Crees que es correcto decirles ahora?―cuestioné.

―Cuanto antes mejor, no falta mucho para el 28 de diciembre y si bien el viaje hasta Pergrand no es largo tenemos que organizarlo de tal forma que él no sospeche de nuestros movimientos.

―Entonces, ¿estás seguro?―pregunté, refiriéndome a la propuesta del Samaritano.

―Tengo cierto temor de como pueda resultar esto a la larga, pero saber que Patricia está involucrada, me da cierta sensación de que es seguro arriesgarse.

―Entonces...―repetí, ahora más esperanzado.

―Vamos a hacer esto juntos, muchacho, no estás solo.

Una sonrisa se escapó de mis labios, la habitación, de repente, lució más iluminada de lo normal. El malestar en mi pecho se desvaneció, sentí mis ojos lagrimear, más no me sentía triste, al contrario me abordaba una emoción que me invitaba a salir del confort, a abrirme nuevos caminos, a luchar. Quise llorar, hacía cerca de cuatro años que no veía la luz en este túnel oscuro y laberíntico.

―Gracias―solté, a la vez que mis hombros se sentían livianos y una sonrisa se me escapaba, abarcando toda mi expresión―, gracias de enserio Murphis, por acompañarme en esto.

Mi viejo amigo, que hasta entonces estaba alborotado por irse, volteó hacia mí y me sonrió.

―No hay de que muchacho―dijo antes de menear la cabeza a un lado y agregar―Vamos.

Asentí y tomé mi campera mientras me ponía de pie para correr detrás de Ferriz.

―Ahora nos queda ver cómo resolvemos lo de la cabaña... ¿será que mis abuelos saben de eso? ―pensé en voz alta.

El psicólogo detuvo su andar en pasillo, un poco antes de llegar a la puerta de entrada y girando sobre sus talones me enfrentó, su dedo índice alzado sobre su frente a su nariz y una sonrisa ladina en sus labios, parecía más que nunca un zorro astuto. Su índice se balanceó hacia mi un par e vez al mismo tiempo en que me respondía:

―Sé de qué cabaña está hablando en la carta, lo que me deja atónito, puesto que ni tu padre sabe de la existencia de esa casa. Apostaría mi pellejo a eso.

Un cosquilleo se extendió desde mi espalda por mi cuerpo, noté que los bellos de mis brazos se erizaron. «¿Cómo alguien podría conseguir incluso más información que mi padre?», pensé incapaz de creérmelo.

―Esa cabaña, de la que habla el Samaritano, es un lugar que hace dieciséis años fue quemada por completo, es un lugar que ni siquiera figura en un mapa y que está escondido de los satélites. ―detalló.

―¿De qué sirve una cabaña en ese estado?―cuestioné―. No puedo mandarlos a ellos allí.

―No te preocupes, el lugar ha sido remodelado, esta como nuevo, se lo hizo en secreto. Solo hay dos personas, además de mí que saben de la existencia de ese lugar... O más bien tres, ahora que sé que el Samaritano también lo sabe―explicó.

―¿Puedes decirme quienes son esas personas?―indagué.

―Joseph Haggard, Patricia Roberts y por su puesto, yo. 

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