|25| Dos años atrás, y ahora.
Abril, 2017
―¿Y?¿Me ayudarás?―pregunté entusiasmado, el rostro de Murphis estaba contraído y su entrecejo fruncido.
―Claude, no... No creo que esto sea una buena idea...
Junté mis labios, y tragué saliva sintiendo la boca seca, no esperaba que se negara. ¿Por qué lo haría? Estábamos hablando de vengarnos, de hacer caer al maldito en su propio juego. Carcajeé, incrédulo.
―Murphis, estás bromeando―incité al mismo tiempo que me le acercaba y lo tomaba por los hombros―, te daré tiempo para que lo pienses, tenemos que hacerlo, es la única forma de acabar con él.
―No, Cluade, no creo que debamos hacerlo...―Ferriz bajó la cabeza y negó repetidas veces.
Mis dedos se tensaron y contrajeron sobre los hombros de mi psicólogo, no podía entender su elección.
―Ferriz, ¿no quieres vengarte? ¿No quieres justicia? ¿Piensas dejar ir al maldito sin hacer nada? Los mataron, ¡mataron a tus amigos! ¡Los mato! ¡Él! No es la primera vez que nos hace algo así, ¿quieres dejarlo ir? ―reclamé.
―¿A qué costo, Claude? ¿A qué costo quieres tu venganza?―interpeló angustiado y lo que parecía un ápice de fervor en su tono de voz―. ¿No te preocupan tus abuelos? ¿Skyler?
Sus ojos brillaban y sobresalían en su rostro, sus manos me sujetaron con firmeza por detrás de los codos. Me zafé con un movimiento brusco, y retrocedí, creando distancia. Sentí un ardor crecer pasivo e infiltrante en mi pecho, inspiré; necesitaba a Murphis para lograrlo, no podría hacerlo solo.
―Sabes que sí. Son lo más importante para mí―Sin saberlo, mi voz sonó resentida y furiosa.
Las cortas uñas de los dedos de mi mano se incrustaron en las palmas de las mismas, me costaba tragar y no podía separar las mandíbulas tensas. «¿Por qué no puede comprender como me siento? ¿Qué no entiende cuanto desprecio y detesto a esa persona? ¡Lo quiero muerto! ¡Quiero que se pudra de la peor manera! ¡Si fuera por mí lo desmembraría, lo quemaría vivo, lo haría sufrir! ¡Qué se retorciera de dolor! ¡Qué sangrara! ¡Qué me suplicara por su vida! Quiero que sienta tanto dolor como me causó desde que nací...», los pensamientos intrusivos e incontrolables caían como gotas de lluvia precediendo a un chaparrón.
―¿Entonces qué? ¡¿Piensas qué esto es un juego?! ¿Qué puedas entrar y salir de esto como si nada? ¡¿Qué no habrá un costo?!―Él se paró, enfrentándome―. ¡Por lo que más quieras Claude, dime que no eres tan ingenuo!―Su mano golpeó la pared con una fuerza descomunal, retrocedí entre asustado y sorprendido, con el ceño fruncido.
Me reí incrédulo. La frecuencia de mis respiraciones había aumentado y me encontraba parado mirando con enojo a Murphis. Mi labio superior temblaba, un calor inespecífico quemó desde mi estómago hasta mi garganta.
―¿De enserio me preguntas si no conozco el costo de meterse con él? ¡¿A MÍ?! ¡A MÍ! ¡PUDRETE! ¡FUI YO QUIÉN LO SUFRIÓ MÁS QUE NADIE! ¡MALDICIÓN! ―Murphis resurtió como efecto a mis palabras, con el semblante apático―. ¿POR QUÉ TE CUESTA TANTO PONERTE EN MI LUGAR? ¡¿ES ACASO TAN DÍFICIL ENTENDER CUANTA CULPA, CUANTO ARREPENTIMIENTO, CUANTO ME ESTA CONSUMIENDO SOLO... Solo, por... ―mi rostro se sintió caliente, no solo por la furia que hervía mi sangre, sino también por las lágrimas tibias que no paraban de brotar de mis ojos.
Le di la espalda, no soportando todo lo que se venía. Estaba harto, hastiado y asqueado. No podía hacer nada, nunca lo habría podido, nunca sería capaz de hacer algo.
―Mierda, mierda, mierda. ¡MIERDA! ¡TODO ESTO ES UNA MIERDA!―pateé el piso, un poco de nieve del pórtico se esparció por todos lados.
Cuando no quiero arrepentimientos ni pena, todos me dan eso. Pero... ahora que suplico que me entiendan. Presioné mis labios mordiéndolos en el interior, el clásico sabor metálico de la sangre se hizo presente, me dolían los dedos por la tensión que intentaba liberar al apretarlos. «¿Por qué?», fue lo único que me surgió preguntarme.
―¿Por qué se gastaron en adoptarme y en amarme? Solo traigo y llevo sufrimiento... ―soñaba con no guardarles resentimiento a ellos también, era un sentimiento insensato y ambivalente―. Fueron estúpidos, cavaron su propia tumba, lo sabían, mierda―la voz me salía entrecortada por los sollozos, mientras me susurraba lo que llevaba tiempo guardando―. ¡A la mierda con su estúpida amabilidad! ¡NUNCA LES PEDI MI VIDA POR LAS SUYAS!
Volteé hacia Murphis y con pasos avasalladores me le acerqué. Lo agarré de su campera y lo sacudí. Él se limitó a mirar imperturbado.
―Cálmate, Claude. ―intentó tranquilizarme con la voz severa y átona, pero terminó avivando las llamas.
―¿POR QUÉ NO ME ODIAS? ¡ERAN TUS MEJORES AMIGOS! ¡LOS AMABAS! ¡LO DICES TODO EL TIEMPO! ¿POR QUÉ ME TRATAS BIEN?―me descargué con él mientras aún lo sacudía―. ¡POR MI CULPA MURIERON! ¡YO LOS MATÉ!
―Claude... ―volvió a llamarme con un tono apagado.
―¡ÓDIAME! ¡REPÚDIAME! ¡ME LO MEREZCO! ¡HAZLO! ―encolerizado, sentía que no podía parar el autorechazo que tan hábilmente creí ocultar por mucho tiempo.
―Claude, debes calmarte―esta vez sonó como una advertencia.
―¡DEJA DE FINGIR Y DE CAGARTE EN LAS PATAS, DEJA DE FINGIR QUE NO ME RESIENTES! ¡ME ODIAS! ¡DILO! ¡HAZLO! ¡DILO! ¿O ES QUÉ NO TIENES LOS HUEVOS SUFICI... ―no pude terminar, antes de que me diera cuenta, una fuerza había empujado mi rostro hacia la izquierda.
Había perdido equilibrio y me tambaleé, antes de caer sentado al suelo. Mi respiración estaba agitada, visé atónito al hombre delante de mí; Ferriz también parecía estar jadeando. Agitó su mano derecha a un lado de su cuerpo, lucía imponente, como nunca antes. Sentí un calor deslizarme y esparcirse sobre mi mejilla y mandíbula, seguido mi lengua volvió a reconocer el sabor a hierro. Llevé pasmado mi mano a mi mejilla. Fue entonces cuando me percaté que la fuerza perturbadora de hace unos segundos había sido el derechazo de Ferriz.
―Parece que al fin logras calmarte. ―dijo tan sereno, que pareció que olvidó que hasta hace unos minutos me encontraba gritándole y zarandeándolo.
Diciembre, 2019
―Claude, es hora, debes levantarte.
A la voz de Murphis lo acompañaba sus manos sacudiéndome. Bostecé, se me dificultó separar los párpados, los percibía pesados. Restregué el dorso de mis manos sobre estos, esperando que eso me ayudará a despabilarme, mientras me incorporaba aún la cama.
―¿Qué hora es? ―pregunté con la voz ronca y la garganta seca.
―Son las dos de la tarde, si vas a ir a la plaza, debes alistarte―habló el psicólogo, pero lo interrumpió el gruñido de mi estómago―, y comer algo. Iré a cocinar; en el baño tienes una toalla y lo que necesites si quieres asearte.
―Gracias―respondí.
Escuché los pasos de Murphis alejarse y el sonido de la puerta cerrarse, fue unos pocos segundos después de eso cuando pude abrir recién los ojos. La habitación era pequeña en comparación con la de la casa de mis abuelos, las paredes eran de un celeste claro y la decoración en diferentes tonos grises. La lámpara a un lado de la cama estaba prendida desde que Murphis entró, sobre la mesa de luz mi teléfono cargando con el cable del psicólogo, mi billetera y llaves. A los pies de la cama visé un conjunto de ropa que alguna vez vi a Ferriz usar, no eran de mi estilo, pero no las despreciaría. Inspiré al máximo y espiré de forma sonora, incitándome a dar los pasos que debía. Tomé las cosas que había dejado Ferriz en la cama y me dirigí hacia el baño dentro de la pequeña habitación.
Me duché rápido y salí del baño, caminé en dirección a la mesa de luz con la toalla envuelta en la cintura y el cabello aun goteando pegado sobre mi frente. La pieza se mantenía caliente debido al sistema de calefacción que tenía la casa, como la mayoría en Forst. Mientras me bañaba lo había pensado. Tomé mi billetera y abriéndola, saqué la tarjeta que me había entregado Matilde; ya había agendado el número, pero sentía que sostenerla en mis manos confirmaría mi decisión. Sin embargo, la ansiedad solo se hizo más agobiante, no tenía la confianza suficiente en las acciones que había decidido llevar a cabo durante la madrugada.
―Está bien, debo hacerlo―inspiré.
Volví a dejar la billetera en su lugar y tomé mi celular, lo desbloqueé y entré a los contactos, con movimientos torpes y presurosos escribí el nombre. Un primer click habilitó las opciones, el segundo me abrió la casilla de mensajes, los siguientes avanzaron, retrocedieron y volvieron a avanzar en el desarrollo del texto. Una gota de agua cayó sobre la pantalla y solo consiguió frustrarme, intenté secarlo con el dorso de la mano y sin quererlo terminé enviando el mensaje a medias. Gruñí y peiné mi cabello hacia atrás; en algún momento durante el proceso del mensaje me había sentado en el borde de la cama. Busqué calmar los nervios por medio de respiraciones y me propuse terminar de escribir la parte que faltaba por más informal que quedara. Apreté enviar y bloqueé la pantalla, no quería leer su respuesta si esta llegase a ser inmediata.
―Hablé con tu abuela, le avisé que estarías el resto del día conmigo, cree que empezaste terapia de nuevo. No mencioné nada respecto a lo sucedido―explicó Murphis mientras lavaba las vajillas que habíamos usado durante el almuerzo.
Me encontraba apoyado sobre la mesa del comedor, que compartía espacio con la cocina. Me había ofrecido varias veces a lavarlos, no obstante, mi ex-psicólogo solía ser una persona bastante metódica y obsesiva en cuanto a la limpieza y el orden se tratasen.
―Gracias―respondí con sinceridad.
Faltaban pocos minutos para que me fuera a la plaza y dar a conocer así mi opinión sobre la participación en esta descabellada idea. Esta vez, Ferriz había decidido apoyarme en la decisión de involucrarme con el Samaritano, o más bien, había aceptado cuidar de mi familia en caso de que me pasase algo hoy o en el futuro. En caso de que no saliera ileso de mi visita al parque, el tomaría a mi familia y los llevaría a una vieja casa lejos de Forst, cercana a las montañas de Andémida, entre los bosques de Restdark y Windlfrost. Cercano a un pequeño pueblo, incluso más pequeño que Forst, donde su familia poseía un terreno.
―Es hora―avisé, luego de mirar el reloj de mi celular.
Aún no había respuesta de Winter.
―Hazme saber cuándo termines que estás bien.
Caminé en dirección a la puerta y tomé mi campera del perchero, la colgué de mi antebrazo izquierdo y corroboré que la llave de la camioneta se encontrara en el bolsillo de esta como lo había dejado antes de sentarme a almorzar con el viejo.
―Lo haré―prometí antes de abrir la puerta y trotar hasta el auto.
El cartel de madera de una de las tiendas de recuerdos en la esquina de la plaza se balanceaba con suaves movimientos. Recosté la sien sobre el dorso de ambas manos, estas se encontraban sujetando el volante, las ventanillas estaban a medio abrir y el viento seguía soplando frío tal y como por la mañana cuando llegué a la casa de Ferriz. Mi mente era un caos, y los pensamientos precipitados no se detenían por más que intentara pensar en cualquier otra cosa. Había tomado una decisión, y perseveraba en mí el presentimiento de que había hecho lo correcto.
Sin embargo, no dejaba de ser una cuestión delicada, debido a quería hacer justicia por la muerte de mis padres. Desde hace cuatro años anhelaba día a día que se revelara la verdad sobre ellos. Detestaba no poder contraatacar a quienes hablaban mal de mi familia, no tener argumentos más validos que los simples: "Yo los conocía. Ellos no eran capaces de hacer algo así". Ahora, se me estaba presentando la oportunidad de obtener una forma de callar aquellas serpientes de mi pasado y presente. No obstante, por más sencillo, deslumbrante y dorado que todo pareciera, había aprendido por experiencia propia que no todo lo que brillaba era oro.
―¿Por qué justo ahora?―cuestioné a la nada en un murmullo―. ¿Por qué cuando comenzaba a aceptar lo que me tocaba?
Suspiré. El sonido de algo vibrando llamó mi atención, recordé que había puesto una alarma para las cuatro menos cinco minutos. Cerré los ojos y me aseguré mentalmente, «Vamos, todo saldrá bien». Apagué la alarma y poniéndome mi campera abandoné la leve calidez que me brindaba el interior de la camioneta. Las calles de Forst estaban bastante aturdidas de gente, era normal, podría asegurar se debía a la hora de descanso de los trabajadores. La mayoría de ellos salía a tomar un café durante el receso, en la cafetería que competía con Pines&Groove, Mrs. Machiatto.
Sin saberlo poco a poco comenzaba a meterme en una aventura para la cual no estaba preparado. Desde que conocí a Winter Pearce, todo parecía tan zigzagueante e intimidante, pero llamativo. Me traía recuerdos de cuando aún vivía mi adolescencia al límite, solo que ahora no podía evitar preocuparme por mi familia. Antes creía que no había nada que pudiera dañarnos, que la vida era solo una y debía vivirla al máximo, incluso si con eso olvidaba lo que me rodeaba.
Quería correr a esta travesía que se me presentaba, quería sentir adrenalina, quería salir de la monotonía de mi vida. Pero me aterraba perderlo todo. Ya había perdido una vez, la experiencia no había sido nada placentera. Perderlos era una cicatriz que a tres años de haberla experimentado aún no cicatrizaba. No soy bueno para planear a futuro y es eso lo que me angustia. ¿Qué haría si tomaba una decisión equivocada y eso se cobraba con la vida de mis abuelos o de Sky? No lo soportaría. No sobreviviría.
Algo golpeteaba con fuerza y velocidad a la altura de mi pecho, aturdía mis sentidos. Mi corazón latía desenfrenado una vez alcance el cordón de la acera frente a la plaza central de Forst. «Dios», me salió rogar desde lo más inconsciente y profundo. El semáforo cambió a rojo para los autos y la luz de los peatones se tornó blanca, habilitándonos el paso. En ese mismo instante sonó las campanadas del gigantesco reloj decorativo e icónico del parque. Era la hora.
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