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|24| Blanco carmesí

La criada, detrás de mí, peinó mi cabello con cuidado. Liv estaba unos cuantos pasos más atrás, observándonos en silencio. Mis pensamientos se sentían como en un limbo; a pesar de pedirle a ella que se quedara esa noche en mi habitación, no había logrado conciliar el sueño hasta varias horas después de que volvimos de la cocina. Me inquietaba ya que temprano por la mañana había llegado un mensajero a avisarme que durante el almuerzo vendrían visitas importantes. Y cualquiera podría notar cuan cansada me hallaba, incluso yo misma lo hacía con solo ojear un poco mi aspecto en mi reflejo. No era la presentación adecuada para una reunión como tal, pero sería incluso peor si no asistía. Bajé la vista a mis manos, mi cabeza presentaba un dolor titilante y persistente.

Pestañeé, sintiéndome como hipotensa, mis párpados pesaban e inconscientemente me dejé llevar por el cansancio y la relajante sensación que dejaba el peine luego de descender desde mi cuero cabelludo hasta las puntas de mi cabello. No sé si pasó un segundo o más, cuando un recuerdo de la pesadilla que tuve anoche se reprodujo fugaz en mi mente. Inspiré de forma abrupta, precipitándome en mi lugar.

―¿Señorita la lastimé...―Una voz joven repercutió detrás de mí.

Alcé la vista al espejo una vez más, me encontré con la criada levantando apenas las manos sobre mi cabeza y con una de estas sosteniendo algo temblorosamente el cepillo. Liv tenía los párpados muy separados y su cuerpo si inclinaba en mi dirección, como si hubiera dado un paso en un intento de ayudarme. Entonces, me enfoqué a mí, mis fosas nasales se movían con cada inspiración forzada y sonora, mi pecho se sentía más contraído de lo que debería. Intenté tranquilizarme, repitiéndome que solo había sido un sueño. Probé curvar mis labios en una mueca tranquilizadora. 

―Estoy bien―aclaré, regalándoles una sonrisa completa con ojos achinados, cuando sentí mi agitada respiración menguar a una tranquila―, me asusté porque dormité. No se preocupen, fue un pequeño susto nomás.

  La criada, quien, si mal no recuerdo se llamaba Clarisse, volteó a ver a Liv con ojos preocupados y urgentes.

―Claro señorita, ¿quiere que le ayudemos a elegir su atuendo para el almuerzo de hoy? ―respondió Liv, al instante que las miradas se posaron en ella.

―Eso sería... muy bueno...―Llegué a responder, aún perdida en mis pensamientos, a la sugerencia salvadora de mi secuaz.

―Clarisse, ven conmigo―llamó mi sirviente exclusiva.

Ambas empleadas abandonaron con pasos sigilosos y presurosos la habitación, para dirigirse a la pieza contigua donde se encontraba mi armario. Cuando ya no se encontraron en mi radar fue que pude soltar un suspiro, sentí mi cuerpo perder estabilidad y me incliné sobre el tocador, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre mi lado derecho. Sostuve con la mano derecha mi cabeza, el dolor no desaparecía y solo se tornaba angustiante. Me acordé de lo que había soñado y porqué me había asustado. Separé mi mano de mi frente y junté ambas delante de mí rostro. Observé detalladamente pero no encontré los rastros de cicatrices viejas y tampoco la sangre fresca y de venas marcadas. Las dejé caer sobre mi regazo.

Era lógico. Pues que mis manos se encontraran en ese estado, y que yo me atreviera a matar a alguien no tenía sentido. No existía posibilidad de que algo así sucediera alguna vez en mi vida. Apuñalar a alguien y luego ahorcarlo con mis propias manos... esa... grotesca imagen, era imposible.

Erguí la espalda, buscando mejorar mi porte y tomé la taza de té que se hallaba a un costado de la angosta mesa, me lo había preparado Rose no mucho antes de que comenzara a alistarme. La jefa de mis criadas había sido llamada por Jackson para atender ciertos asuntos urgentes, que no me fueron detallados. Supongo se trataban de la próxima asamblea que se llevaría a cabo en la mansión. El té poseía un sabor extraño, que no reconocía, más no me era desagradable; Rose mencionó que se trataba de una vieja receta de medicina tradicional para subir las defensas y recuperar energías.

Un golpe seco y un sonido llamativo vinieron repentinamente cerca de las puertas del balcón. Corrí la vista a las aberturas de madera y vidrio, con curiosidad, estaban cubiertas por las cortinas de gamuza verde inglés. El ruido se tornó similar a un rasqueteo junto con graznidos, parecía como si hubiera muchas aves revoloteando y peleando del otro lado de los ventanales. Elegir ignorarlas y suponer que pronto cesaría el tumulto. No obstante, fue tan solo por unos minutos, la mejor reacción. Observé el minutero del reloj de piso completar tres vueltas con éxito y de fondo el sonido intensificarse, suspiré por la nariz cuando entendí que no serviría de nada esperar que simplemente se esfumara y que debía hacerse algo.

Decidida a echarlas y ver que las reunía tan temprano frente a mí habitación, me puse de pie y me encaminé hacia las puertas. Las pisadas que daba eran pesadas y cortas de energía; quizás fue por eso que la distancia entre el tocador y la salida al balcón se percibió mayor de lo que en realidad era. Solté un quejido cuando una tensión imprevista estalló en el hemisferio izquierdo de mi cabeza. Me incliné sobre las aberturas, casi cayendo sobre las cortinas. De fondo, el sonido del metal deslizándose sobre otro y el crujido de las arandelas romperse, la cortina cedió ante el tironeo improvisto.

Era extraño e inesperado sentirme débil, me recordó a las veces que me habían diagnosticado hipoglucemia luego de hacer extrañas dietas para adelgazar en un corto periodo. Sin embargo, no llevaba esos hábitos alimenticios desde hace bastante tiempo...podría deberse quizás, a que me había puesto de pie de manera muy repentina, más pronto recordé que no había cenado ayer y hoy apenas había tomado unos sorbos de mi té. Me maldije en silencio. Mi humor solo iba en decadencia y las aves bulliciosas a las nueve de la mañana no colaboraban con la situación. Hastiada, corrí las cortinas con brusquedad descargando mi enojo contra aquella decoración, no obstante, solo pasaron segundos para que me lamenté de haberlo hecho. Apenas hice contacto visual con el cadáver del conejo siendo picoteado y carroñado por una bandada de cuervos, un grito profundo y ahogado, rugió desde lo más hondo de mi garganta. Tropecé al querer alejarme del macabro escenario y caí al suelo.

Un par de pisadas sonoras se abrieron paso entre el tumulto de pensamientos que cubrían mi cabeza. 

―¡Señorita!―gritaron las dos empleadas a mi espalda.

―¿Qué sucedió? ¿Se encuentra bien? ―Era Liv quien me preguntaba, mientras me sujetaba por detrás y tomaba mi brazo en un intento de ayudarme a ponerme de pie.

Clarisse hizo lo mismo que Liv, pero del lado contrario.

―El balcón, guardias, Jack... Llamen a Jackson...―musité, buscando con la mirada a Liv.

Sentía mi cuerpo entero con espasmos y mi bellos erizarse, mi corazón golpeteaba en mi pecho y un zumbido constante resonaba agudo en mis oídos. Liv me miró con cierta preocupación y me soltó, para incorporarse y dirigirse hacia el balcón. Cuando corrió la cortina, la imagen frente a nosotras fue peor que cuando la había visto sola, el animal ya estaba completamente ensangrentado, su piel desgarrada del resto de su cadáver. Liv soltó un quejido a labios cerrados. Clarisse a mi lado pegó un grito horrorizada.

―¡Santo cielos! ¡Oh mi dios! ¡Oh mi dios! ―repitió luciendo fuera de sí y aterrorizada.

Desconocía la razón, pero no lograba apartar la vista de la escena. Si mi sirvienta no hubiera dejado caer la cortina, no lo habría evitado. Liv corrió hacia la puerta de mi habitación con premura, escuché lejano como se abría esta y su voz mezclarse con la de los guardias. Uno de los custodios entró corriendo a la habitación y repitió lo que Liv. Pude oír dispersa una blasfemia, antes de que se acercará a mí, que aún me encontraba tumbada en el suelo con la criada a mi lada incapaz de reaccionar.

―¿Se encuentra bien señorita?―Se trataba de Cleivan.

La pregunta se oyó clara, sin embargo, mi reacción no llegó. 

―¡Llamen al joven amo y al señor Courtney! ¡Traigan ya a alguien que se encargué de limpiar esa...

«Era una advertencia. Una amenaza, pero ¿hacía quién? ¿Cuervos y conejos? ¿McNaugh, quizás? ¿Sabían de nuestro encuentro? ¿Podía tratarse de él? No... No lo creo. Pero ¿por qué? ¿Por qué hacer algo así?», no podía callar las voces que argumentaban en mi mente, buscando respuestas que no había o más bien que yo no tenía.

―Disculpé por favor mi siguiente rudeza, pero será mejor correrla de aquí―la voz que me hablaba seguía siendo la de Smith.

Sentí que unos brazos me rodearon y pronto mi cuerpo ya no contactaba el frío piso. Me estaban cargando, no me negué ni solté palabra alguna, de todas formas, me era imposible formar una oración que separará mis labios. Cleivan me recostó sobre una superficie suave y mullida que tiempo después reconocí como mi cama. Desde allí podía ver el tumulto de gente entrar y salir, las reacciones de sorpresa y las expresiones de asco de los sirvientes que estarían encargados de espantar a las aves y limpiar los restos. Jackson y Cameron entraron agitados, uno tras del otro, como si hubieran venido corriendo. Mi hermano primero se acercó a mí, con su amigo a su espalda, fue recién entonces cuando volví en mis sentidos.

―Winter, ¿estás bien? ―preguntó, sus ojos achicados como preocupados.

―Si... No―respondí, confirmando mis emociones conforme hablaba―. No sé, Jack. Esto es grave...

Los labios de mi hermano se torcieron en una mueca que no dejaba mucho a la imaginación, en estos momentos, él tampoco sabía que decir para confortarme.

―Ya vuelvo, iré a ver...―explicó, apartando su mirada hacia abajo.

Tragué saliva y simplemente asentí. Él se incorporó, creando distancia entre nosotros y se alejó hacia dicha dirección. Cameron, me echó una mirada de reojo junto con una sonrisa chueca, parecía expresar compasión, y siguió a mi hermano.

Los seguí con la mirada, ya no sabía qué esperar, qué hacer o qué pensar. Todo estaba sucediendo de manera muy precipitada y homogénea. El sirviente agresivo, el misterioso jefe, las constantes advertencias o amenazas, la visita inesperada de McNaugh, la inseguridad que generaban los empleados en quienes confié mi vida entera. Todo se acumulaba, y no había respuestas, no habían pistas o ayuda alguna que explicara el por qué. ¿Por qué ahora? ¿Por qué mi familia? ¿Por qué yo?

―Pasa Mudler, gracias por venir. Winter te está esperando en aquella habitación. ―Era la voz de Jackson.

Al parecer el doctor al fin había llegado. No veía a Fergusson Mudler desde que me había lesionado el tobillo, cerca de un mes atrás.

La pieza en la que me hospedaba ahora era pintoresca y abundaban todo tipo de tonos claros, diferente a la original donde era el tono verde olivo y dorado los que acondicionaban la habitación. Era, a decir verdad, una habitación mucho más vivaz y alegre que en la que solía dormir; se trataba nada más y nada menos que la pieza de Natalie, mi hermana pequeña. Aún conservaba decoraciones infantiles y peluches que rara vez se hallarían en cualquier lugar en el que me encontrase, puesto que no era bien visto que una señorita de mi edad aún pensara en niñerías como aquellas.

La puerta estaba arrimada, por lo que la conversación entre mi hermano se podía escuchar casi con claridad. Sus pasos también, se acercaban a donde me encontraba. Había logrado calmare desde el incidente, había pasado cerca de una hora, Mudler había venido rápido (por insistencia de mi hermano), puesto que en verdad no había nada que él pudiera hacer con lo sucedido. Hubiera sido lógico que trajeran a un psicólogo o psiquiatra y no a un médico que se encargaba simplemente de cuidar la salud más bien física.

Courtney, quien se había ido del cuarto hace unos minutos a una de las piezas secundarias de la habitación para realizar una llamada telefónica, entró antes que el doctor. Su ceño se fruncía en su entrecejo y sus labios formaban una línea recta. Caminó en mi dirección, sin levantar la mirada de la pantalla en su mano enguantada. No fue hasta que llegó junto a mí que alzó la mirada y me habló.

―Lo siento mucho Winter, pero debo retirarme. Ha surgido un inconveniente...

―Está bien―Lo detuve―, de todas formas, ya llego Mudler y no falta mucho para el almuerzo con los ejecutivos. Estaré bien.

Cameron lució como si dudara, por eso insistí. No quería ser una carga.

―Vete, tienes cosas que resolver.

Él bajo su mirada nuevamente a sus manos, al mismo tiempo en que Jackson y el doctor entraban a la habitación. La voz que venía acompañando la presencia de Fergusson cesó en el instante en que noto una presencia extraña.

―Buen día, señorita Pearce y...―Mudler dejó espacio a que presentaran al invitado.

Cameron entonces irguió su espalda y volteó hacia donde se encontraban los dos hombres recién llegados. Mudler separó los labios y su mirada mostraba algo similar al asombro y la confusión, más solo fueron unos segundos.

―Señor Courtney, no esperaba encontrarme con usted en un... lugar como este―saludó el doctor.

Me pareció algo incómodo y singular, sin embargo, deduje que habrían de conocerse de otro lugar, puesto que no hizo falta presentación.

―Un gusto verlo de vuelta, Fergusson―saludó el amigo de mi hermano de manera informal y extendiendo su mano.

Alcé la mirada al médico y encontré la suya puesta sobre mí, pero apenas hicimos contacto visual el hombre de ya entrada edad la corrió a Jackson y extendió su mano, estrechando la del joven. Incomodidad, en definitiva, el hombre emanaba esa sensación. «¿Cuál podría ser la historia entre ambos?», pensé. Ninguno de los dos parecía ser malas personas, por lo que me era aún más difícil intentar adivinar qué habría pasado.

―Bueno, debo retirarme. Tengo unos inconvenientes que resolver inmediatamente―avisó, al mismo tiempo que se alejaba hacia la puerta por la cual entraron mi hermano y el doctor―; fue bueno verlo. Atienda bien a Winter, como lo viene haciendo con la familia―sonrió Courtney antes de salir y llevarse a Jackson consigo.

―Yo también debo regresar―agregó mi hermano―, la dejo en tus manos Ferg.

Jack asintió al médico y luego a mí antes de dejarnos a solas. Forcé una sonrisa que deseé se viera natural. Fergusson Mudler se limitó a asentir como perdido en sus pensamientos, mientras acercaba la banqueta a un lado de la cama.

―Bien, veo que has cambiado de habitación―inquirió.

―Sí, unos animales... estaban causando un alboroto en la otra pieza. Será momentáneo―expliqué, ahorrándome detalles.

―Bueno, señorita, ¿cómo está? ―preguntó.

Procedí a contarle sobre lo que me había sucedido esta mañana respecto a mi salud, omitiendo asertivamente cualquier tema relacionado con cuervos o conejos, y como lo relacionaba con mis hábitos pasados.

―Veo que no estás comiendo de manera adecuada, deberías incluir más frutas y verduras en tus platos. En un principio no descartaré anemia, pero deberíamos realizar algunas pruebas. Considerando que te sientes aletargada y débil, recomendaría que intentes realizar más ejercicio e intentar dormir ocho horas por día. Y añadiré unas vitaminas...

Guardé silencio cuando él explicó todo y anotaba las recetas e indicaciones a seguir en sus hojas blancas. Luego de entregarme los papeles, se agachó hacia su maletín para buscar en él los medicamentos. Recuerdo haberlo visto desde pequeña pasear por donde iba con los medicamentos y suplementos prototipos que nos recetaría. Antes venían en frascos de vidrio que resonaban con cada paso que daba, ahora apenas si se escuchaba como sonajero el ruido de las pastillas chocando entre ellas y el envoltorio de plástico.

Mudler tomó dos frascos de su bolso y aún en sus manos los posicionó sobre su regazo, apoyando el dorso de la mano sobre la tela de su pantalón de vestir. Sus ojos estaban fijos y pasando de una botellita a otra, era como si estuviera indeciso, en silencio su mano izquierda se elevó un poco sobre la otra y subió con lentitud sus ojos a mi rostro. Su mirada seria y penetrante me puso un tanto incómoda.

―¿Sucede algo? ―cuestioné.

Se sobresaltó, tal vez no se había dado cuenta de lo irrespetuosas de sus acciones.

―Oh, no, disculpa. Estaba intentando recordar cuál suplemento era mejor... No fue mi intención molestarla.

―Ah...―me limité a responder.

Mudler volvió la vista a sus manos, antes de extender por completo su mano derecha.

―Es este. 

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