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|21| El tormento del herbívoro

La madera seca que comenzaba a encenderse crujía junto a la leña ya ardiente en la chimenea. Mi habitación solo tenía dos fuentes de luz en este momento, una correspondía a la lámpara de mesa junto a la cama, y la segunda, de mayor potencia, era el hogar que flameaba a un metro de mí. El ventanal estaba cerrado, junto con las cortinas, por lo que no sabría con exactitud qué tan entrada la noche era. Recuerdo haber perdido la consciencia un poco después de haber vuelto a casa, entonces el sol se estaba poniendo. Más cuando desperté, supuse, por el escaso movimiento fuera de mi habitación que sería de noche. Y lo corroboré cuando vi el reloj de piso marcar las doce y cuarenta y cinco.

Había perdido el conteo del tiempo que llevaba frente a la chimenea, más podría asegurar que habían pasado más de veinte minutos. Abrazaba mis piernas, sentada en la alfombra de gran grosor mientras contemplaba en silencio la pequeña y cálida fogata. A pesar de la apariencia tranquila que mostraba en mi exterior, mi cabeza estaba en un enmarañado caos. Todo lo que venía sucediendo solo se acumulaba, sin tomar una forma concluyente. No había respuestas, o al menos yo no lograba encontrarlas. Las preguntas se iban acumulando de tal forma que su inmensidad generaba terror. Mi vida se percibía como una historia ficticia.

Escuchaba a mi cabeza preguntarme con cada segundo que terminaba, «¿Qué está pasando?».

Sin embargo, no había réplica.

Por mucho tiempo creí que las pesadillas eran solo imágenes surreales de traumas que reprimía. Los psicólogos lo habían relacionado con heridas infligidas durante mi niñez, en específico, con respecto al secuestro en el que había estado involucrada y la fobia que pudo haber dejado el sentirme abandonada por mi familia en ese entonces. Apuntaron que, de no tratarse de eso, no sabrían explicar porqué soñaba constantemente con la muerte de mis padres y de desconocidos.

Soñar con el cuervo, el cadáver de aquella mujer, la aparición repentina de las excéntricas pistas, además de la presión de sentirme atrapada y sin escapatoria avivó los mecanismos de defensa que poseía. No era extraño que tuviera un ataque de pánico y que finalizara conmigo desmayada.

Dos golpes secos y seguidos se escucharon venir de la puerta de madera que daba entrada a mi habitación. Segundo después, la voz de Liv se escucho suave desde el pasillo.

―Señorita, es Liv. ¿Está despierta?

―Adelante. ―la invité, alzando la voz de tal forma que ella me pudiera escuchar.

La puerta se abrió, mi sirvienta exclusiva entró, lo supe por el sonido de sus pasos casi imperceptibles y el ruido de la cerradura de la puerta al trabarse nuevamente. No quería ser maleduca con Liv, pero no tenía las fuerzas suficientes como para voltear hacia ella mientras se acercaba. Y ella no dijo nada a la vez que su cuerpo caía a mi lado, para acompañarme en silencio.

Las manecillas del minutero del reloj sobre la chimenea dieron dos vueltas completas mientras buscaba las palabras adecuadas para expresar la incertidumbre que sentía.

―Liv―la llamé y percibí como su mirada se posaba sobre mí―, ¿crees que mis pesadillas puedan relacionarse con la realidad? ―musité mi duda, sintiéndome avergonzada por mis ideas.

Ella demoró en responder, como si estuviera pensando seriamente la respuesta.

―Señorita, si lo que soñases tuviera relación con lo que vivirás... Creo que a eso lo llaman sueño premonitorio.

―Estoy preocupada. ―expresé.

―Cualquiera lo estaría en su lugar. ―alegó― ¿Qué le ha dicho el señor Jackson sore sus pesadillas?

Liv era mi arma secreta y una fiel amiga. Le había contado cosas a ella que ni siquiera Lola conocía o cosas que callaría frente a mi familia. Era la única persona que conocía con detalle lo que había sucedido aquella noche en que conocí a Claude McNaugh. Puesto que era Liv quien investigaba para mí lo que sucedía en la villa. Era obvio que era la única sirvienta que conocía sobre mi debilidad y me atendía cada vez que despertaba alterada.

―Todavía no he logrado hablarlo con él de manera adecuada. Luego de haber soñado eso fui a la biblioteca, cuando volví, me enteré de las pistas. Ha sucedido todo tan rápido, no he llegado a explicárselo a Jack.

―¿Consiguió ponerse en contacto con el intruso? ―la pregunta inesperada de Liv, me recordó cual había sido mi propósito al ir a la biblioteca.

Suspiré al recordar el vergonzoso fracaso. Sabía muy bien que mis capacidades para mentir eran limitadas, y que no solían tomar el curso que yo quería. Pero esperaba engañar a la bibliotecaria.

―No, no creo que Claude McNaugh se comuniqué conmigo, si eso dependiese de ella... La note reacia y resentida, de seguro él ni se enterará de mi visita.

―¿Por qué se negaría a ayudarla? ¿Mencionó que es una Pearce? ―el interrogatorio de Liv dio justo en clavo.

―De hecho, es por esa razón que se negó abiertamente. ¿Conoces sobre alguna disputa entre los McNaugh y los Pearce? Parece ser que por algo que sucedió hace algún tiempo, las cosas entre nuestras familias están tensas.

La mudez tan habitual en Liv mientras razonaba se hizo presente. De las andanzas de mis padres conocía poco y nada, puesto que llevaba muchos años dándole escaso interés. Después de todo, era mi hermano Jackson quien heredaría la empresa. Todos esos aprendizajes eran vanos para alguien que le preocupaba aprender sobre como mantener la salud de una persona.

―Ahora que lo dice, sus padres demandaron a los McNaugh hace unos años por fraude y estafa. Pero desconozco los detalles. Los McNaugh son parte de la nobleza caída.

«¿Eran ellos?», recordé. Hace como cuatro años o quizás un poco menos, en la época en la que comenzaron las pesadillas, mis padres estuvieron involucrados en una gran disputa con otra familia que eran socios nuestros. En ese tiempo me interesaban mucho menos los problemas financieros o sociales de mis padres, esto se debía a que en realidad, me parecían irrelevantes y lejanos a lo que a mí me concernía. Más tarde comprendí que sus acciones y estados económicos podrían continuar beneficiándome o bien, perjudicarme.

―Algo viene a mi memoria, pero sigue estando difuso. ―agregué.

Liv no comentó nada más por unos segundos, manteniendo el silencio que se había formado luego de que hablara. La madera crujió y la pila perfectamente acomodada de braza, fluctuó, cayendo la leña a los lados de la pirámide y hacia el centro.

Mi estómago rugió e instante seguido Liv interrogó:

―¿No cenó?

―No...―respondí, dándome cuenta hasta ahora.

―Le preparé algo. ―dijo poniéndose de pie.

―No, vayamos juntas. ―agregué, imitándola.

Liv me extendió su mano, la sujeté y me incorporé con su ayuda. Mientras ella se dirigía hacia la puerta, yo fui donde se hallaban mis pantuflas y calcé mis pies, tomando mi tapado que se encontraba cerca. Me abrigué de camino a la puerta, ahora abierta y con Liv del otro lado esperándome. Salí. Por la hora que era, no habría nadie despierto que se quejara del comportamiento de mi sirvienta, puesto que sería muy mal visto que acompañara a Liv a prepararme algo para comer.

Caminamos por el pasillo en penumbras sin emitir palabra alguna, fue lo mismo para cuando llegamos a las escaleras, y también hasta que tomamos el pasillo que nos llevaría a la cocina. El final del pasillo se iluminó de repente y la presencia de alguien además de nosotras fue obvia cuando llegó hasta donde nos encontrábamos el murmullo de unas voces sin procedente. Me detuve por la sorpresa y Liv reaccionó igual. Más decidí no quedarme quieta, no era la primera vez que me encontraba con sirvientes fuera de horario. La semana que había llegado a Forst ya me había cruzado con dos empleados coqueteando por los pasillos pasada la hora de queda.

―¿Has hecho lo que te ordené? ―era una voz masculina, más no me vino ningún rostro a la mente.

―Sí, cumplí con lo que ordenó el Dominus. ―respondió de inmediato y con sigilo una segunda voz, esta vez más aguda.

―¡Sh! ¡¿Qué todavía no aprendes que no debes decir su nombre?! ―sentenció la primera.

Liv tomó de mi brazo para que me detuviera, justo cuando estaba a pocos pasos de llegar a la puerta entreabierta.

―¿Qué...―formulé una pregunta que fue silenciada por el gesto de mi compañera sobre sus labios.

Apreté los míos, entendiendo lo que proponía cuando su dedo índice señaló su oreja.

―No es como si alguien fuera a oírnos a estas horas. Todos están durmiendo, ¿por qué te preocupas? ―respondió el segundo.

Lo siguiente que se oyó fue un sonido similar al de una bofetada y un repentino alarido junto con una queja siguiente.

―¿Qué te sucede? ¡¿Haz enloquecido?! ¡¿Por qué golpeas de repente?! ―exclamó sugerente el mismo que había hablado la última vez.

Más eso pareció no saciar las expectativas del primer sujeto. Puesto que el ruido que le sucedió fue más fuerte y tosco que el anterior. Un quejido procedió a un impacto mayor, como cuando un sujeto caía luego de ser golpeado en una película.

―¿Acaso tengo que explicarme?―Un tercer golpe acompañó al hablante al mismo tiempo que una carcajada finalizaba, además del lamento del abusado.

Los músculos de mi cuerpo se tensaron y temblaron, intenté reaccionar más no podía despegar ni un pie del suelo. Mis labios entreabiertos queriendo mediar en la situación no se animaban a dar el paso. Liv a mi lado, sujetaba con fuerza mi antebrazo derecho, al parecer igual de incapaz de reaccionar que yo. Volteé a verla y sus ojos abiertos como platos me devolvieron la mirada horrorizada, no obstante, negó fervientemente con la cabeza. Me rogaba que no saltará a intervenir nada.

Una seguidilla de golpes, quizás puñetazos o patadas interfirieron ante cualquier idea heroica y utópica considerada moralmente correcta que se formaba en mi cabeza. No podía meterme allí.

―Él. No. Necesita. Gente. Inservible. Como. Vos. Que. No. Sabe. Cuando. Cerrar. El. Puto. Hocico. ―Las palabras que salían de la boca del abusador eran interrumpidas por los golpes.

Con un suave tirón, intenté zafarme del agarre de mi amiga, sin embargo, ella no cedió. Miré a Liv y ella volvió a negar, alzando mi mano izquierda le indiqué, primero, que se detuviera, segundo señalé hacia mis pies. Entonces y como si dudara aflojó sus dedos hasta que me dejó libre. Aproveché y me agaché para sacarme las pantuflas, no quería hacer el mínimo sonido cuando caminara de regreso a mi habitación. Señalé a Liv que hiciera lo mismo. Ella aún con incertidumbre, me imitó. Una vez ambas estuvimos erguidas nuevamente y con nuestros calzados en nuestras manos, con un gesto le dije que volviéramos. Después de todo, ya no tenía apetito.

Intentando mantener el sigilo, regresamos con pasos inaudibles hasta el segundo piso, no quisimos arriesgarnos a siquiera hacer un mínimo ruido en las escaleras. Volvimos a mi habitación y cerramos la puerta con seguro. Una vez dentro pude respirar nuevamente. Y mi cuerpo se desplomó contra el suelo, cayendo sobre mis rodillas. A Liv le sucedió similar, más ella terminó recostada sobre la puerta tras un largo suspiro. Mi pecho subía y bajaba a gran velocidad, el aire que ingresaba por mis fosas nasales parecía nunca ser suficiente. Cubrí mi boca con mi mano. Intentando asimilar todo lo que acaba de vivir.

―Winter...―Era una de las pocas veces que escuchaba a Liv llamarme por mi nombre.

―Liv, mantendremos esto en secreto. Por el momento... necesito pensar bien como contarle esto a mi hermano para que investigue lo que está sucediendo. Pero por nada en el mundo podemos dejar que los demás empleados se enteren de esto. ―interrumpí explicando.

―Estaré atenta a que se menciona de esta noche por la mañana―prometió ella.

―Si no te molesta, podrías quedarte en mi habitación por esta noche. No creo que logre dormir estando sola, me preocupa que no solo las pesadillas serán mis enemigas las próximas veladas...

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