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|17| Memoria versátil

―...¿señorita Lenna?―Una átona voz me llamó.

―¿Sí?―pregunté al mismo tiempo en que bajaba el libro que fingía leer―. Oh, Matilde, te estaba esperando.

―Sí, oí eso de su acompañante, el señor Russell. Me comentó que solicitaba verme.―explicó.

Me acomodé en el asiento del angosto sofá de la habitación del cuarto piso de la biblioteca municipal. La iluminación como en la gran mayoría de lugares que había conocido en Forst era amarilla.

―Sí, así es―respondí, mientras ella se sentaba frente a mí después de que se lo indicará con la mano―. Vengo a hacer una solicitud poco ética y que quizás infrinja algunas leyes.

Una mesa baja de madera nos separaba. Ella mostraba querer distanciarse al inclinar todo su peso contra el respaldo.

―Disculpe señorita, pero...

―Necesito el número de contacto de Claude McNaugh.―interrumpí.

Matilde apretó sus manos en puños y bajó la cabeza, torciendo los labios en una mueca.

―¿Acaso Claude ha hecho algo que...

Al parecer eran más cercanos de lo que aparentaban, ya que ella lo llamaba por su nombre de pila.

―Oh, no. No se preocupe, Claude no se ha comportado mal en ningún sentido―Sonreí, ocultando el hecho de que mentía―. El caso es, bueno en verdad me da un poco de vergüenza admitirlo...―Bajé la mirada queriendo mostrarme tímida, jugando con mis dedos, sin salir de la actuación―, de hecho me siento atraída hacia él y en las pocas veces que nos hemos visto no me he atrevido a solicitar su información de contacto. Y, se acerca una fecha importante para mí y me gustaría invitarlo a que celebráramos juntos ésta ocasión. Nuestros encuentros han sido tan casuales, que...

―Entiendo, pero aún así no considero que sea lo correcto.―sentenció.

Mordí mi labio inferior y detuve mis movimientos. Inspiré en silencio y alcé la mirada a ella. Curvé los labios hacia arriba en aceptación, si bien podía conseguir lo que quería por otros medios, no era esa mi intención. No era inconsciente, teniendo en cuenta la formalidad con la que Matilde se dirigía a mí, seguro sabía quién le hablaba en realidad. Era valiente negarse a una petición de un Pearce, teniendo en cuenta la gran influencia que teníamos en Andémida. Sin embargo, era un hecho intachable que mis padres no querían que nos comportásemos de tal forma.

―Comprendo. Por favor, si lo vuelve a ver pronto, omita que he venido a buscarlo por tales medios y en su efecto, entréguele esta tarjeta.―dije, extendiendo mi tarjeta de presentación personal.

Allí se hallaba mi información de contacto, algo que no solía compartir con cualquiera. La bibliotecaria no se demoró en tomar el pequeño papel. Sus ojos no me observaban con suavidad, más bien lucían afilados y atentos. Me incorporé, aún debía volver a casa y hablar con mi hermano quien de seguro estaría ansioso por que le explicara lo sucedido durante la mañana.

―Oh, y por favor, tenga cuidado de que no llegue a manos equivocadas.―Sonreí, recostando la cabeza en mi hombro derecho.

Matilde, quien achicó apenas sus ojos, no parecía fiarse por completo de mi o de mis palabras, pero lució como si comprendiera bien las advertencias que le había hecho.

―Es algo que puedo cumplir. No se preocupe le haré llegar su petición a Claude.―dijo sin mirar la tarjeta y guardándola en un bolsillo de su saco.

Sin embargo, su respuesta solo me preocupó más. No me dejó tranquila. Avancé, con la intención de salir.

―Gracias, Matilde. Que tengas un buen fin de semana. ―Me despedí, a punto de doblar hacia mi izquierda y tomar el pasillo de regreso a la entrada.

―Lo mismo para usted, señorita Pearce. ―dijo con tono firme.

Mi mano sobre el umbral se tensó, me detuve y contraje el rostro antes de voltear de nuevo expresando una sonrisa.

―¿Se percató? Lo siento por ocultarle mi identidad, pero es por cuestiones personales y de seguridad.

―¿Qué es lo que en realidad quiere de Claude McNaugh? No espera que crea que con la relación entre sus familias de repente usted quiere vivir una historia de amor a lo Romeo y Julieta. No debería subestimar a las personas.

Sus últimas palabras revolvieron mi estómago y dejaron un gusto desagradable en mi boca. No fue mi intención tomarla de menos, no era algo que me gustara hacer o pensar; más era cierto que había actuado así.

―Desconozco sobre la relación que puede haber entre nuestras familias, pero...―Me sinceré, no me sorprendería que hubiera una mala relación, puesto que era imposible que tuviéramos un trato perfecto con todos.

Matilde carcajeó con sarcasmo. Las comisuras de mis labios cayeron y la sonrisa que fingía desvaneció.

―¿Sigues subestimandome? ¿Cómo puede fingir ignorancia después de todo el daño que infligieron?―Su tono despectivo me recordó al policía de mis sueños.

―No sé a qué se refiere y no tengo porqué darle explicaciones a terceros sobre algo en lo que no está involucrada. Si no desea ayudarme, puede no hacerlo. No la he amenazado para que lo hiciera así que no inmiscuya en la vida ajena, no tiene derecho. ―Mi orgullo explotó y mi voz salió imponente e impostada.

Matilde apretó su mandíbula y sus ojos brillaron enfurecidos. La noté tensa, sabía que si habría una vez más la boca y soltaba algún otro comentario solo me ganaría más de su resentimiento, más no logré contenerme.

―Y sí el señor McNaugh no le ha comentado sobre nuestros asuntos, no creo que sean tan cercanos como usted se muestra, conozca su lugar.

Abandoné el lugar con un ardor en medio de mi abdomen e inspirando hondo, con pasos toscos y largos. Había perdido mi oportunidad, pero no podía hacer nada más aquí. Debía calmarme y encontrar otra solución. Bajé las escaleras con velocidad, no obstante, frené mi andar rotundamente frente al cartel que ya había leído antes: "Periódicos". Me incliné hacia el umbral al tercer piso, repiqueteé mis dedos en la barandilla para seguido volver a mi posición original. Apreté los labios. Desde el encuentro secreto con Claude, hubo algo que no me había dejado tranquila. Y el sentimiento se intensificó aún más después de la pesadilla de ayer y aquel mensaje. Cerré los ojos e inspirando, me adentré al tercer piso decidida. Revisaría lo que tanto me inquietaba y volvería a la villa.

El lugar seguía igual que como lo recordaba, silencioso y cubierto de polvo. Comencé mi comedido recorriendo los pasillos en busca de aquel estante. Hasta que se escuchó un ruido potente, como si algo hubiera caído al suelo. Me acerqué apresurada al lugar y me encontré con una mujer vestida de blanco poniéndose de pie. Estábamos cerca de las escaleras.

―Señora, ¿se encuentra bien?―Me agaché hacia ella y le ofrecí mi mano para ayudarla a incorporarse.

―Jovencita... gracias.―Su voz era amable, pero lo que atrapó por completo mi atención fueron sus ojos.

Era de un gris intenso, muy llamativo pero con un sentimiento de vacío profundo. Tenía el cabello recogido y era de un hermoso color chocolate, combinaba de manera extraordinaria con su rostro. A pesar de su edad, que podría rondar los cuarenta o cincuenta años, parecía una muñeca de porcelana. Luego de que ambas nos encontráramos de pie, ella se agachó y recogió su sombrero blanco. Cuando volvió a verme, sonrió y el sentimiento de haber visto aquella sonrisa con anterioridad creció casi imperceptible y confuso.

―Tenga cuidado señorita, los tablones de madera del suelo están sueltos. Sería peligroso si usted también se lastimara.―explicó mientras se acomodaba el sombrero, también blanco, sobre su cuidadoso peinado.

―Claro...―respondí inmersa en mis pensamientos.

―¿La conozco de algún lado? Su rostro me resulta familiar...quizás ¿es usted la hija de los Pearce?―preguntó.

¿Era ella alguien cercano a mis padres? ¿O era también alguien de nuestro entorno?

―¿Conoce a la familia Pearce?―indagué, no recordando haberla visto en ninguna ocasión.

―¿Yo?―Se rió, bajando la mirada, como melancólica―Casi nada, lo poco que puede saber alguien que los ve desde lejos y quizás algo más. Pero no me atrevería a decir que somos cercanos.

Su respuesta sonó sosa, y sentía que no era exactamente cierta por completo. Fruncí levemente el ceño, torciendo los labios en una mueca. ¿Qué hace esta mujer en el piso donde guardan todos los periódicos? Capaz me resultaba familiar porque se trataba de una periodista. De ser así, me convenía evitar mantenerme cara a cara. Podían surgir muchos rumores que arruinaran la reputación de mi familia si me exponía innecesariamente.

―Nos encontramos en la misma situación entonces, no soy la hija, pero conocerlos me encantaría. Mi nombre es Lenna Arthur―Sonreí corriendo la mirada a un lado.

―Qué lindo nombre, Lenna. Y oh no querida. No me confundas, ellos serían una familia de la que me gustaría mantenerme alejada.

Boquee como pez fuera del agua, finalmente quedando con los labios separados e incapaz de refutar. Creí que las personas nos respetaban, no que no querían involucrarse con nosotros. No era una buena imagen para nuestra empresa si lucíamos aterradores, solo conseguiríamos espantar a los posibles socios.

―Me sorprende, creí que sería diferente...―dije.

―Niña, escucha bien y abre tus oídos―La mujer tomó mis manos y las junto a la altura de nuestros pechos, acercándose a mí con los ojos bien abiertos y habló―, lo que mucho brilla por algo es―Entonces se apartó y bajó nuestras manos―. Existe un verso muy famoso de una escritor excepcional que dice "Muchas veces se preguntan por la ubicación de la verdad, y ahí es cuando deben saber, la verdad se oculta bajo una pila de oro y diamantes carmesí".

Mi estómago se revolvió, un cosquilleo suave llegó hasta la punta de mis dedos. Quise soltarme de su agarre y ella cedió, tenía en su rostro una expresión preocupada y una mirada que pedía a gritos que tomara sus palabras. Mis brazos se tensaron a cada lado de mi cuerpo. Tragué la saliva que se había acumulado e intenté formar una sonrisa, que podía asegurar lució forzada.

―Gracias, pero debo irme.―Incliné, unos milímetros, hacia delante la cabeza―Fue un gusto conocerla...

―Elina Britz, llamame Elina. ―Se presentó.

―Un gusto conocerla Elina. Debo irme.

―Lo mismo digo señorita Arthur. ―su sonrisa de despedida me llenó de ansiedad.

Me alejé, sin embargo, volteé una vez más y pude ver su silueta perderse en las escaleras. Al parecer, ella también tenía prisa. No era la primera vez que escuchaba algo similar. Mis padres, mi hermano y el resto de mi familia sugería siempre estar atentos a las mentiras ocultas entre las vanidosas verdades que oía.

Regresé a mi búsqueda, y recorrí con premura los pasillos limitados por estanterías. Leyendo las fechas de publicación de los compilados de diarios de Andémida. Hasta que lo encontré, el 24 de junio de 2006. Mi quinto cumpleaños, el día de mi secuestro y la noche en la que una empleada del castillo de Owlwood se suicidó. El lugar en aquel estante que la última se encontraba vacío, ésta vez contenía una caja repleta de periódicos. Destapé la caja con la intención de revisar la información que había allí sobre lo sucedido hace catorce años. La mujer de cabello cobrizo que estaba muerta en mi sueño, creo que era la misma persona que me había usado de cebo para atrapar la atención de mis padres. No lo recuerdo bien, su rostro está difuso en mi memoria, como todo lo que había sucedido antes de ese incidente.

Mi teléfono sonó en mi bolsillo, interrumpiendo con mi investigación. Lo saqué y supe entonces que quien llamaba era nada más y nada menos que mi hermano. Descolgando, contesté.

―Jackson...―saludé.

―¿Dónde estás? Tuviste una pesadilla y saliste como si nada hubiera sucedido. ―Su voz presentaba un tono demandante y preocupado.

―Estoy en la biblioteca de Forst, vuelvo en unos minutos.―expliqué.

―Espero que así sea...―Suspiró―, tenemos que hablar.

―Sobre las pesadillas yo...―Intenté excusarme por haber mentido diciendo que ya no tenía más sueños de esa clase.

―Winter, no es solo sobre eso. Es sobre el caso―me interrumpió y pausó su justificación―, hemos encontrado una pista.

Por más que fueran buenas noticias, su voz se escuchaba exhausta. Sentí que pronto me diría que alguien había muerto. Jackson había creado un ambiente desesperanzador, probablemente, sin saberlo.

―¿No es eso algo bueno?―pregunté.

―No lo sé. Vuelve pronto, no es seguro que estés afuera con estas condiciones. Tus pesadillas y la pista, no es un buen momento.

Se escuchó como mi hermano se tumbaba sobre alguna superficie mullida, la cual supusé se trataba del sillón en su estudio.

―Está bien, eso haré.

Colgué la llamada. Sin apartar la mirada del teléfono. Mordí mi labio inferior y me dirigí a la casilla de mensajes. Entré al chat donde el emisor era un código alfanumérico desconocido. Y volví a leer el mensaje cifrado.

6002.42.F-60.B-

-S

Al leer el mensaje por la mañana, las primeras cinco veces no logré comprender que podía significar. No obstante, mientras almorzaba sola en mi habitación, creí que podía estar relacionado con un hecho que hasta ahora había considerado insignificante. La fecha del suceso de hace catorce años atrás, coincidía con la numeración inversa en el mensaje. Y luego de mucho pensarlo, deduje que las letras podían deberse a la "Biblioteca de Forst". Antes de venir en vano a este lugar y pensar que Claude McNaugh podía estar involucrado con algo de esto. Revisé todos los sitios de información y blogs que hablaran de aquella fecha. No obstante, en internet existía tal cosa como el "24 de junio de 2006".

La verdad es que consideré desagradable el sentimiento que surgió cuando me sentí una marioneta actuando según lo indicaba un titiritero. Todo parecía muy ficticio y fantasioso. El hecho que al venir a este lugar con Claude, haber notado la ausencia de los compilados de ese día exacto. Que Cameron Courtney mencionara nuestra infancia, las recientes pesadillas y que ese día tan importante para la prensa de Andémida fuera solo un recuerdo que permanecía dentro de las memorias de mi familia. Era como si alguien me estuviera espiando o controlando. No me gustaba. Para nada.

Guardé el teléfono en el bolsillo de mi tapado y miré con decisión la caja frente a mí. La tomé, y alzándola, decidí llevar a mi casa para inquirir más en los hechos. Fue sorprendente cuando al correr la caja hacia mí, algo cayó al suelo. Miré de reojo a un costado de mis pies y vi un sobre. Agachándome, dejé la caja sobre el piso, volteando hacia el envoltorio, lo tomé en mis manos y sentí el tiempo detenerse junto con mi corazón. En letra cursiva y grande, tenía escrito mi nombre. Volteé el sobre, el sello era extraño, solo logré identificar la "S" en él. Con una extraña mezcla de curiosidad, premura y temor, abrí el paquete, rompiendo el papel y saqué de allí el contenido. Se trataba de una hoja doblada en dos.

Tras desdoblarlo, me encontré con una impresión a color de una de las obras más conocidas de Salvador Dalí.

La persistencia de la memoria.



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