|15| Inocentes
―Sky, ven. ―La llamé extendiendo mis brazos. La pequeña criatura se movió por los asientos del coche hasta que llegó a mí. Sus cortos brazos se prendieron de mi cuello luego de saltar; la sujeté y cerré la puerta del auto. Abrí el paraguas para cubrirla de la nevada.
Mis abuelos bajaron a la vez, y caminaron rodeando el vehículo deteniéndose a un costado. Con la mano que tenía libre, acomodé el gorro de lana en la cabeza de mi hermana, que estaba a punto de caerse. Sucesivamente peiné su dorado cabello y me aseguré de que su abrigo estuviera puesto adecuadamente para que no se enfriara. Sus ojos mieles, seguían mis movimientos con tranquilidad, pero curiosos. Su rostro mostraba una expresión algo apagada, quizás triste. Le sonreí y con mis dedos índice y medio apreté su nariz jugando. Sky se sacudió en mis brazos mientras chillaba que la soltara.
―Sh...―La callé con suavidad―. No es lugar para que grites, zarigüeya. Sonríe, a ellos les gustaba tu sonrisa.
Skyler miró hacia sus manos y asintió, noté que sus labios se curvaron un poco hacia arriba. La abracé fuerte, deseando borrar cualquier sensación o sentimiento que la perturbara; ella quedó recostada sobre mi pecho. Nos dirigimos donde mis abuelos, quienes nos miraban con acongojo y pequeñas sonrisas mermando.
―¿Vamos?―sugerí a mi familia una vez nos encontramos a su lado.
―Sí― afirmó Sylvester―, parece que los Aimsworth ya llegaron, creo que ese es su auto.
Observé donde señalaba el viejo con su mentón y noté un coche blanco que me resultó familiar, estacionado no muy lejos del nuestro. Más no recordaba que cualquiera de sus autos fueran de aquel color, los de ellos solían ser grises. Decidí no darle demasiada importancia al error de mi abuelo, no había razón para hacerlo puesto que sería extraño que fuéramos los únicos que visitaran el cementerio. Alyssa dijo que vendría con Markson unos minutos antes de la cinco, de ser así deberían encontrarse cruzando el muro de la entrada. Seguí a mis abuelos que se dirigieron al arco; y sucedió justo como lo había pensado. La familia Aimsworth se encontraba allí, esperándonos debajo de un paraguas.
―Buenas tardes, Alyssa, Markson y Bryce. ―saludé después de ellos.
A pesar de ser un día gris, ellos no dejaban de lucir, desagradablemente brillantes, o más bien: elegantes y pulcros. Al igual que lo hacía Winter Pearce cada vez que nos cruzabamos ¿Será así, por qué ellos no sufrieron tanto? ¿Por qué sus preocupaciones parecen más ordinarias y mundanas que las mías? Superficiales, quizás sería una mejor forma de describir sus vidas. De todas formas, era hipócrita de mi parte pensar así y lo sabía, más cuando alguna vez yo también lo fui.
―Han pasado tres años ya, es increíble como vuela el tiempo. ―La voz de la mujer de cabello platinado detonaba un aire desalentador y triste.
Mis abuelos continuaron la conversación, a lo que yo bajé a Skyler para que fuera junto a Bryce por su parte. Ambos tenían la misma edad y se llevaban bastante bien; además tenía mis suposiciones. Skyler todavía no me lo había dicho, pero creo que le gusta ese niño. Para ser sincero, no me fascinaba la idea de que mi pequeña hermana pudiera enamorarse de alguien, valga la redundancia, pero para mí seguía siendo un polluelo que aún ni había abierto sus ojos.
―¿Cómo vas con la universidad, Claude? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos, sería lindo ponernos al día.
Penosamente, para Alyssa y sus ojos brillantes, no tenía ganas de hablar, sin embargo, respondí.
―He abandonado la carrera momentáneamente, debido a ciertos temas, pero planeo continuarla cuando considere correcto. ―respondí intentando no sonar tan apático como me sentía.
Su mirada perdió la emoción que solía tener y en cambio lució como si no se animara a decir lo que quería. Me regaló una sonrisa forzada y dudosa aún cuando su ceño seguía algo fruncido.
―Entiendo―se limitó a decir―. Oh, Nichole, me enteré que comenzaste a indagar por el rubro de la jardinería.―redirigió la conversación, acercándose a mi abuela.
―Así es, luego de ver incontables programas en la televisión sobre plantas y sus cuidados, decidí adherirme a un grupo de agricultores y jardineros que abrió hace poco en el centro de jubilados.
―Eso es maravilloso, no sabía que contábamos con esa clase de clubes en Forst, y más teniendo en cuenta que el clima aquí no es el apropiado para la mayoría de las plantas...
Al notar que cada quien hablaba complacidamente por su parte y que el único fuera de lugar era yo, decidí avanzar.
―Sí me disculpan, me adelantaré. ―expresé, para luego alejarme poco a poco, en silencio.
―Oh, si, si, está bien.―respondió la abuela.
Cuando sus barullos se volvieron murmullos lejanos, pude prestar mayor atención a mi estado físico. Me permití reconocer el malestar que escalaba por mi esófago y seguido, las náuseas. No debería haber comido el revuelto de Nichole, mi estómago seguía sin estar en condiciones de recibir alimentos. Intenté controlar la disgustante sensación, respirando pausadamente mientras llevaba la mente a otro lado. Y como si fuera masoquista y me gustara inquietar mi mente, pensé en Winter Pearce y el lío en el que me había metido.
Ella iba a ser simplemente pasajera, como el indigente al que le das limosna cuando vas de viaje. Haces un acto de caridad con una persona que no piensas volver a ver nunca más. Pearce debería haber sido así, más parecía demasiado interesada en husmear en mi vida. Hubiera sido mejor si fuera como el estereotipo de niña de papá, consentida e ignorante. Una persona que le importa poco y nada lo que no girara en torno a ella; preocupándose solo por que clase de ropa se pondría o de qué color serían sus uñas mañana. Mandando a sus sirvientes de un lado a otro para que cumplieran con sus caprichos. Similar a lo que yo lo había sido hace algún tiempo.
Encontrarla en la cafetería fue inesperado, en mi buena mente nunca hubiera sucedido. Puesto que la imaginaba saliendo de su lujosa casa para caminar por las calles del pequeño pueblucho. Mis amigos solían decir que Winter era una mujer fuera de lo ordinario, de una clase que era imposible alcanzar o entender. Razón por la cual, comportamientos como los que había visto en nuestros encuentros tergiversaron la idea que tenía de ella, no obstante, era más agradable de ese modo. Claro, eso si no indagaba en las consecuencias de ser un cercano a ella en estos momentos. Y los problemas familiares de los cuales no quería ni pensar, que eso traería.
A mi espalda, se escuchó más potente el murmullo de la conversación de mis conocidos y sus pisadas. Quizás se debía a que había disminuido la velocidad de mis pasos, por el malestar en mi panza que aún era perceptible. Un poco más anterior a mí, Bryce y Skyler iban caminando a pasos lentos y hablando de quién sabe qué. Pero mi hermana lucía mejor que cuando llegamos. Sonreí a duras penas. El camposanto estaba vacío a simple vista, no parecía haber nadie más que nosotros.
―Sky, Bryce, tienen que doblar allí― les avisé cuando noté que seguirían de largo.
Los dos niños voltearon a mirarme y asintiendo, giraron en la dirección que les dije. Los seguí y luego de hacer unos metros, noté a una mujer vestida completamente de blanco caminar en dirección opuesta y cruzarme de lado. No pude ver su rostro debido al gran sombrero que lo cubría, pero noté que su cabello era casi tan oscuro como el mio. Era extraño que hubiera alguien más que nosotros por este camino, ya que el sendero solo llevaba a un lugar. Más asumí que se trataría de alguien que los conocía.
Tras caminar recto por unos minutos más, subiendo la ladera. Se alzaba allí, un mausoleo de mármol blanco desgastado y semiesférico, luciendo como un iglú o una cúpula. Se encontraba escondido detrás de dos estatuas de ángeles orando, que daban paso a la entrada. Un perímetro rodeaba el lugar con rejas blancas. Me gustaba que todo allí luciera pacífico y vívido, no soportaría que sus cuerpos se hallaran enterrados en un lugar lúgubre. Abrí la reja, con la llave que colgaba de mi llavero y dejé pasar a los niños. En el patio que lo circundaba había muchas plantas florales que contrastaba con el resto del cementerio por más de estar bañadas en nieve, agradecí que fuera así, de lo contrario Skyler tendría muy malos recuerdos de estas visitas.
Las aberturas estaban talladas completamente, con un estilo de arte gótico y algunas ventanas cercanas al techo eran de vitral. En realidad, era un lugar muy lindo para sepultar cuerpos. Reí ante la idea. Escuché como mis abuelos y los Aimsworth se acercaban, pero no me detuve y entré al mausoleo cerrando el paraguas y apoyándolo sobre el umbral de la puerta. Dejé a los niños jugando afuera, en busca de privacidad momentánea.
Dentro, como era de esperarse, no había ningún ruido o iluminación. Prendiendo la luz, me acerqué a sus tumbas. Ambas estaban juntas, una al lado de la otra. La descompostura hizo su entrada triunfal cuando los recuerdos llegaron a mí como baldazo de agua fría. Sujeté mi abdomen con un brazo. Me acerqué temeroso y con pasos incierto; y leí la frase como lo hacía en cada visita.
"Qué en Paz descansen Jefferson McNaugh y Ambar Jobs. Estas tumbas guardan sus cuerpos, Dios sus almas y nosotros sus recuerdos. Los amaremos siempre, Claude, Skyler y seres queridos."
Encendí las velas frente al epitafio que compartían.
―Hola, Pa. Hola, Ma. Ya han pasado unos cuantos años, todavía los extraño―Mis ojos ardían y la garganta me picaba, pero aclarándola, seguí―. La zarigüeya no deja de crecer, me temo que un día de estos me contara que le gusta alguien y no sabré qué hacer para evitarlo.
Sonreí de costado ante la obvia falta de respuesta.
―Los abuelos andan bien, pronto saldrán en algo así como una luna de miel... Tengo entendido que cumplirán cerca de cincuenta años juntos, es increíble que puedan soportar tanto tiempo. No lo veo posible en mi caso...―murmuré lo último―. Me preocupa haberlos puesto en peligro, no tuve la intención de hacerlo y sé que no es lo que ustedes me pidieron―la culpa me sobrecogió, tragué en seco―. Últimamente, siento que les estoy fallando más de lo que se esperaba... Dejar la facultad, ponerlos en riesgo, entre tantas otras cosas que me dan vergüenza decir... ―el silencio se esparció por el lugar y un sentimiento asfixiante revolvió mis entrañas.
―Tal vez lo sepan o no, pero a veces... No, constantemente me pregunto, ¿qué los llevó a quererme? ¿por qué yo? Reconozco que nunca fui un buen hijo; vivía de malgastar su dinero, despreocupado y desinteresado. ¿Lo sabían, no? Era una escoria. Creí que (porque los tenía en ese tiempo), los tendría siempre. Me dejé llevar por la hipotética ilusión de que era invencible porque la gente a mi alrededor me respetaba y apreciaba. Fui tan estúpido de creer que todo podía solucionarse con dinero, que no importaba lo que hiciera o si lastimaba a alguien por mis caprichos, mientras que tuviera como compensarlo monetariamente.
«Mierda, sí qué fui patético», maldije en mi mente bajando la cabeza. Me daba vergüenza admitirlo mirando sus restos, cuando ellos vivieron de buena manera. Pero después de tantos años, era hora de enfrentar mis bajezas.
―Lamento haber sido egoísta, no haber pensado en ustedes y en la forma en la que mis acciones pudieron dañarlos. Vivo pensando, qué si yo hubiera sido un mejor hijo o un poco más agradecido con lo que me dieron o hicieron por mí, cuidadoso de que él no descubriera mi origen, ahora seguirían con vida. Tal vez ni hubiéramos entrado en quiebra ... ―llevé mis manos a mi cabello y lo estiré hacia arriba, como desquiciado al sentirme impotente.
Decirlo en voz alta, era como admitir un pecado irremediable. O también, como sentenciar mi propia muerte. Confesar mis errores y arrepentimientos, mis miedos y mis culpas. Dejar que las sombras del pasado se volvieran el leviatán del presente. Conocía, de hecho, que hacerlo y pensar de aquella forma: cavar mi propia tumba por remordimientos, no me llevaría a ningún lado. Más me resultaba inevitable no llegar a esas conclusiones. Sentía que mi mera existencia sólo había sido una enorme y astillada piedra en el camino de la familia McNaugh. Solo había traído daño y catástrofe. Y cuando intentaban hacerla a un lado o picar sus puntas, siempre salían heridos. Por esa razón, no podía creer cómo es que me atesoraban tanto a pesar de todo lo que les había causado.
Hace algún tiempo, cuando era más joven había llegado a la conclusión de que eran personas demasiado amables para su propio bien, sus enormes corazones y brazos abiertos solo hicieron que fueran embargados y lo perdieran todo. Pensaba que vivir como ellos, solo me traería las mismas desgracias. No obstante, había errado cual adolescente en crecimiento que se considera capaz de conquistar el mundo. Dos años después de sus muertes comprendí, ellos siempre supieron lo que hicieron, fueron conscientes y tomaron las mejores decisiones. Decisiones que aún no me considero del todo capaz de tomar.
Si tuviera que ser sincero con ellos ahora les diría que me siento perdido. Estoy en un punto en el que no sé si lo que hago me beneficiará o no a futuro. No sé si estoy siendo bueno o malo. Ayudó a alguien porque prioricé sus principios, pero recibo a cambio que mi familia esté en la mira de personas que no se fían de nosotros. Sin embargo, tampoco puedo hacer la vista gorda a como me sentí al socorrerla. Si tuviera que describirlo en poéticas palabras, diría que mi corazón se siente ameno ayudando a quien lo necesita, pero mi cerebro reconoce los contras y se niega volver a hacerlo. Concluyendo en que mi brújula de la razón y conciencia estaba hecha añicos.
¿A qué conclusión debería llegar?
No puedo hablar de esto con los abuelos, solo los consternaré y hasta podría influir negativamente en la salud de ellos. No podía permitirme eso.
―Sería bueno que estuvieran ahora conmigo...―musité una última vez, antes de salir del mausoleo y dejar que los demás entraran.
En silencio, tomé el paraguas y abriéndolo me dirigí a la parte posterior de la estructura. En mi estómago había un remolino incesante que había conseguido su propósito. Ni bien alcancé a esconderme tras las paredes y los arbustos, mi torso se dobló hacia adelante y tras la primera arcada, expulsé lo que había almorzado.
Varias arcadas después y ya sobre mis rodillas con una mano sujetándome de las decoraciones salientes de la pared y la otra a un lado de lo que había vomitado, sentí que ya no quedaba nada más en mí por salir. Mi cuerpo entero temblaba, por lo que me senté a un lado mientras fingía ignorar el olor putrefacto. Con la espalda apoyada sobre la pared, incliné la cabeza hacia esta. Percibí mi debilidad y deseé que desapareciera. Tomé un pañuelo descartable del bolsillo de mi campera y limpié mis labios y rostro. Luego de que pasaran cerca de cinco minutos, comencé a sentir como volvía mi fuerza y vitalidad. Entonces, sin apuro me puse en pie.
Saqué el teléfono para corroborar la hora y cuando estaba por guardarlo nuevamente en el bolsillo de la campera, comenzó a sonar. Un nombre conocido apareció en la pantalla, era irónico que apareciera justo ahora, pero no dude en atender la llamada.
―Claude McNaugh, ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos. Creo que es hora de que charlemos, te espero en mi casa dentro de dos días a las diecinueve horas. Sabes la dirección y tienes mi número... y viceversa. Por lo tanto, no acepto un no como respuesta. Adiós.
La llamada finalizó junto con el monólogo. Mis labios quedaron separados, en un vago e inútil intento por decirle algo. Suspiré. No esperaba menos de la situación, siempre había sido así. Reí con incredúlidad ante los recuerdos. Ferriz Murphis, viejo zorro loco, pierdes el pelo pero no las mañas.
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