|08| Identidad ✔️
No era extraño. Desde hace un par de día que venía sintiéndolo, me alteraba los nervios y me ponía incómodo. Alcé la vista y observé a mi alrededor, las calles aún en penumbra ya que todavía no había amanecido; no había nadie. Tomé las cartas del buzón y lo cerré con la intención de volver dentro de mi casa. No podía evitar sentir la mirada de alguien puesta sobre mí, siguiendo cada paso que daba. Podría ser algún empleado de la familia Pearce, no me sorprendería después de lo sucedido aquella noche.
―¡Claude! ―La voz aguda e infantil de mi hermana me volvió a la inconsciencia―Lobo feroz, ¿qué desayunaremos hoy? ―Sky se colgó de mi pierna, dificultándome el andar.
―¿De qué tienes ganas? ―curioseé, deteniéndome.
―Quiero...―dudó―. ¡Quiero comer galletas y leche oscura! ―festejó la pequeña zarigüeya.
Sonreí. Skyler, quien apenas tenía cuatro años, era inconsciente de todo lo que sufría en diciembre. No podía corregirla, no había razón para que su inocencia se viera perturbada por una cuestión que ella no comprendía. Siendo tan pequeña, prefería mantenerla en ese diminuto mundo idílico y fantasioso en el que ella era feliz.
Así era más sencillo, y menos contraproducente, me gustaría creer.
―Galletas de la abuela con leche chocolatada para la zarigüeya y tostada McNaugh con leche chocolatada para lobo feroz, ¿correcto? ―pregunté.
Skyler asintió enérgicamente, sonreí a medias; seguido me doblé, agachándome hacia ella para poder alzarla por debajo de sus brazos. Mi hermana cedió y la cargué, mientras entraba a nuestro hogar y hasta que llegamos a la cocina. Donde, luego de bajarla, ella echó a correr tras el gato que había huido hacia el living. Escuché con tranquilidad el barullo alejarse.
Mi celular vibró sobre la mesada, me acerqué a este al mismo tiempo que descubría el plato con galletas que nos había dado ayer la abuela. Al ver el nombre del emisor en el mensaje, suspiré y lo ignoré. Era el segundo mensaje que enviaba, todavía no comprendía qué conseguía contactándome luego de dos años en esta fecha. Apoyé el plato sobre el mármol, y mis manos en el borde, recostando la cabeza en mi hombro izquierdo, llevé la vista al calendario imantado en la heladera a mi derecha. Faltaban cinco días para esa fecha.
―¡Claude! ¡Espera! Estás yendo con la camisa abierta. ―Lucas me frenó alzando la voz antes de que saliera del camerino.
Frené de repente, mirando desconcertado mi pecho al descubierto. Ni se me ocurrió dudar en cómo había sucedido, pues la respuesta era demasiado obvia. Chisté y cerré la puerta, segundos después comencé a abotonarme la camisa.
―¿En dónde tienes la cabeza estos días? Hace unos días rompiste los cubiertos de la nada, anteayer dejaste el casco sobre el pastel de Terry, ayer volcaste té en el pantalón de un cliente y hoy ¿quieres ser stripper? ―indagó con seriedad mi compañero.
―Dices demasiadas idioteces, ¿no te cansas? ―interrumpió Terry―. Pero esta vez concuerdo con Lucas, ¿qué mierda te pasa Claude?
―Nada... ―respondí monótono e instantáneo.
―No te creo. ―Saltó el rubio, sonando como un crío.
―Yo tampoco te creo, pero si no quieres hablarlo no voy a insistir. ―comentó Terry.
Detuve mis manos cuando faltaba solo un botón, resoplé y volteé para enfrentar a mis amigos.
―He estado pensando mucho últimamente... Quizás tenga un problema y aún no sé cómo resolverlo. ―expliqué, sin entrar en demasiados detalles.
―¿Quizás? ―preguntó Lucas―¿Por qué te adelantas a los hechos? ¿Qué sucede si no hay problema? Solo conseguirás que te sigan descontando la paga si continuas así.
―Claude, creo que estás sobre-pensando. Hermano, seguro no sucede nada―replicó el pelirrojo, mientras revoleaba su corbata sobre su hombro derecho―. A menos que le debas plata a un traficante, hayas matado a alguien, robado algo o metido con alguna familia que no debías, cosa que no creo, todo saldrá bien ¿no?
Sonreí con desaliento, por poco Terry decía exactamente lo que había sucedido.
―Si... tienen razón. Seguro no es nada. ―validé, sin intenciones de discutir, antes de abandonar la habitación para dirigirme al área de atención.
―Su respuesta solo me preocupa más, ¿acaso no sonó como si se hubiera metido con un traficante? ―Ese fue Lucas, lo escuché susurrar cuando salía.
Más era cierto que desde esa noche, nadie en esa familia me había contactado directamente. Debería exceptuar a aquella persona que me estuvo siguiendo, quien prefería que fuese alguien enviado por Winter o Jackson. Otra cuestión que seguía atormentándome como astilla incrustada en la planta del pie, era y no voy a mentir, Winter Pearce. El hecho de que ella no supiera siquiera quien soy había dañado mi poco orgullo. No era la primera vez que nos habíamos visto, y aun así no pudo reconocer cuando le mentí.
Un factor que quizás debía tener en cuenta era que nuestro encuentro fue durante la noche, estaba oscuro y mi rostro cubierto. Sin embargo, no comprendía porque me alteraba si, después de todo, era mejor así. Sí ella no me reconocía y con ello a mi familia, entonces no tendría que preocuparme por cargos vanos. Dejé escapar un suspiro. No había sucedido nada extraño esa noche además del apagón, por lo que no habría razón para buscarme. De ser así, pasaría desapercibido como un guardia más entre el gran número de hombres a su disposición. Algo que valía la pena remarcar es que me siguía sorprendiendo cuán fácil había sido infiltrarme en la mansión, todo había salido bien, inesperadamente.
Desaceleré frente a la mesa que me había indicado Terry que atendiera, me dijo que el tipo había salido afuera y que la dama que lo acompañaba permanecía en la mesa. A la mujer cuando la vi de lejos, noté que llevaba puesto unos lentes de sol y un sombrero, que al acercarme descubrí era, de gamuza a juego con su atuendo caramelo.
La mesa estaba a poca distancia del ventanal, del otro lado del cristal había un sujeto en una llamada y un suave atardecer de invierno. Supuse que sería él quien la acompañaba. Estaba por bajar la vista a la dama, no obstante, el hombre volteó hacia nosotros, él parecía tener mi edad. Su primera expresión fue de sorpresa, con sus ojos abiertos algo más de lo que sería normal y sus cejas levantadas; más no demoró en mirarme apático. Entrecerró sus ojos y me sonrió con ¿cinismo?, antes de restarme importancia y volver a su asunto.
«Lo que me faltaba. Un idiota», resoplé intentando que no se notara.
―Buenas tardes, ¿ya ha decidido su pedido? ―Saqué mi anotador del bolsillo del mandil y la lapicera que estaba en los espirales de este, listo para anotar la orden.
―Sí, me gustaría pedir un té de canela y miel junto con un Lemon pie, y para mi acompañante un café irlandés con una porción de Cheesecake de frutos del bosque. Gracias...
Terminé de anotar, desprolijo más aun así entendible, lo que la joven había dicho. Su voz revolvía me memoria, más no lograba conectarla con algún rostro. Hasta que, una cartilla cayó junto a mis pies, haciendo bastante ruido.
―¿Mychael? ―interrogó la voz inoportunamente familiar.
«Mierda, mierda, mierda», maldije, «Solo hay una persona a la que me he presentado así».
―Se le ha caído. ―solté al instante, ignorándola, era claro que no quería responder esa pregunta.
Pronto me agaché para juntar el menú, mientras apretaba la lapicera y el anotador, sentía mis músculos tensos en cada movimiento torpe que daba, separé los labios como para decir algo, pero no salió nada. Me incorporé y sin mirarla me excusé:
―Iré a buscar otro en buen estado, para que pueda hacer su pedido.
―No hace falta―refutó―. Ya ha anotado mi pedido.
Me detuve en seco, a medio girar y maldiciendo en mi mente. Volteé de nuevo hacia ella. Sonreí, rogando que alguien llegara en mi rescate. Sus ojos bajaron de mi cara a mi pecho, sin comprender la imité y reconocí la chapa con mi nombre sobre el bolsillo de mi camisa. Cerré los ojos y deseé que no indagara más.
―¿Claude? ―dijo―. ¿Ese es tu verdadero nombre?
¿Qué debería hacer en una situación como esta? ¿Mentir? ¿Decir quién soy? Me quise reír a carcajadas por la ridícula situación.
―Es una pregunta complicada, señorita. ―respondí, con una falsa sonrisa afable.
―¿Qué la hace complicada? ―No lucía como sí pensase dejarme ir tan fácil.
―Es una larga historia. ―Revolví el polvo.
―Me gustaría escucharla, pero también me interesa la otra historia. ―Sonaba tan digna y noble; hacía honor a su casa.
―Me gustaría contársela―mentí―, pero como verá, estoy ocupado.
Desvié la mirada a sus manos, pues llamó mi atención cuando las relajó para luego volver a cerrarlas en puños, antes de juntarlas, cruzando sus dedos.
―No me gustaría dejar pasar una oportunidad de oro como esta―Su cabeza se inclinó a la derecha, a la vez que me miraba de abajo―, verá, no sería conveniente que vuelva a huir.
Era increíble que incluso con el pequeño temblor en su voz, no luciera atemorizada. En ese preciso instante no percibí cuando mis labios se curvaron hacia la izquierda.
―¿Huir? ―Fingí inconsciencia―. Yo nunca he huido, me atrevo a decir.
―Puedes llamarla como quieras, a tú actitud. A mi gusto, ese término se aplica bien.
Era irrefutable, mis mentiras eran malas.
―Me gustaría que programáramos un encuentro...―explicó en el instante sucesivo al aclarar su garganta.
―No veo el problema en eso. ―interrumpí, deseando acabar con este ambiente incómodo.
―Para después de su jornada laboral de hoy. ―inclinó su torso sobre la mesa y con ojos imperativos.
―¿Para después de mi jornada de hoy?
«¡Loca! Estaba loca si pensaba que accedería», resoplé en negación.
―Así es, señor Claude. Le sugiero aceptar mi amable propuesta. ―recostó su espalda una vez más sobre la silla.
«¿Amable propuesta? ¡No me hagas reír!», cuando la conocí olvidé por completo el hecho tan perceptible y obvio, ella también era una Pearce. Creí por la inconstancia en su voz que quizás estaba nerviosa, pero no fue así. No lo había dicho directamente, pero había una inmensurable amenaza bajo sus suaves palabras.
―Já. Creo que no me queda otra que aceptar amablemente tu generosa propuesta. ―acepté sin más.
―Me alegro que así sea―Extendió sus dedos uniéndolos mediante sus yemas―. Ahora que está aclarada la cita, lo dejaré seguir con su trabajo, no me gustaría continuar siendo un impedimento.
―Qué amable. ―saqué a relucir mi sarcasmo a juego con una sonrisa.
Giré sobre mis talones y me dirigí hacia la cocina. Días atrás cuando visualicé nuestro próximo encuentro, había supuesto ilusamente que lograría mantener cierta imagen inocente frente a ella. Sin embargo, una vez más fui consciente de cuán sensitivo e impulsivo podía llegar a ser.
Al llegar a la puerta de la cocina, tuve que detenerme para no golpear a Lucas con esta, quien se hallaba escondido del otro lado siguiendo mis movimientos con su mirada a través del cristal circular en la madera.
―¿Qué sucedió con esa clienta? Tenías cara de querer lanzarle la libreta por la cabeza. ―indagó mi amigo ni bien crucé.
Suspiré.
Extendí la mano con la llave hasta la cerradura superior de la puerta de servicio de la tienda. Una vez me aseguré de dejar todo seguro y en condiciones, me dirigí a mi moto. Quitándole el candado y tomándola del manubrio, comencé a caminar con esta de lado hasta el estacionamiento de los clientes. Winter Pearce me había dicho que esperaría allí; y así fue. Pude reconocerla por su tapado marrón que le llegaba hasta las pantorrillas, a pesar de la distancia. Estaba recostada de manera muy femenina sobre un auto gris, con su rostro alineado hacia su teléfono en sus manos.
Una sensación rara y agobiante crecía en mi estómago, mis manos algo sudorosas se resbalaban en las manoplas de las manijas. Quería huir, más había un sinfín de razones por las cuales no tendría sentido hacerlo. La más precisa, en este caso, sería qué ella tenía a su disposición todos los medios para encontrarme y yo no contaba con ninguno que me permitiera desaparecer junto con mi familia.
Al encontrarme cerca de dos metros de ella, frené, ocasionando que Winter alzara la vista a mí.
―Entonces...―comencé―, vayamos a un lugar tranquilo, las alimañas en esta zona se han vuelto muy perceptivas y curiosas últimamente. ―parafraseé.
―¿Tienes algún lugar en mente?
Asentí, lo había pensado desde que me atrapó horas atrás, conocía el lugar perfecto.
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