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|07| La sinceridad se hunde y la mentira flota ✔️

Ante la sorpresa volteé a ver al señor Courtney, tenía pintada una sonrisa ladina y sus ojos se mostraban relajados. Volví la mirada a Cleivan y de su expresión de incertidumbre, pasé a la del Señor Rodríguez.

―Buenos días señorita Pearce, es un placer poder presentarme ante usted. Lamento que mi apariencia sea tan andrajosa, me gustaría haber tomado siquiera un baño antes de verla. ―dijo el hombre que rondaba los treinta años, haciendo una pequeña reverencia.

―El placer es mío, señor Rodríguez. ―extendí mi mano, él pareció vacilar y antes de aceptarla, limpió su palma sobre la toalla que colgaba de su cuello.

Tras soltar su mano, observé su rostro con cuidado. Bajo su nariz ancha se hallaba un bigote voluminoso. La piel del señor Rodríguez me recordaba a las masitas de canela y chocolate que solía cocinarme mi nana. Sus ojos eran de un marrón intenso similar al café, y debía agachar mi cabeza levemente para poder hablarle.

― ¿Su nombre es Mychael? ¿No es así? ―pregunté ocultando mi inquietud en una sonrisa afable.

Él se rio negando.

―Los chicos del equipo suelen llamarme Michael, sí. Pero, en verdad señorita, mi nombre es Miguel.

―Miguel. ―repetí, con la voz algo quebrada sopesando― ¿Por si acaso no conoce a ningún otro guardia a quién también se llame Mychael? ―de manera autónoma, me incliné hacia él.

―Lo siento señorita, pero hasta donde sé soy el único en la mansión con ese nombre.

Por unos segundos la máscara que solía usar de niña despreocupada y alegre, cayó. Al no demorar en reconocer mi falla, pude sonreír justo a tiempo cuando noté el semblante de Miguel Rodríguez contraerse. Sonreí, inclinando apenas mi cabeza a un lado.

―Gracias por su colaboración, perdón por quitarles tiempo de su entrenamiento. ―me despedí.

―No, señorita, fue un placer para mí poder ser de ayuda. ―sonreí, ahogando el resoplido burlón que quise soltar.

No considero que el señor Rodríguez se sintiera útil, cuando ni siquiera le había explicado por qué lo buscaba o cómo es que no se parecía ni en lo más mínimo al hombre que quería encontrar. Más no me atrevía a indagar más sobre el tema, no con Cameron Courtney inmiscuyendo su nariz en mis asuntos. Desconocía a cuanta información tenía acceso el amigo de mi hermano, más prefería dejarlo fuera de donde yo cabía.

―Señorita...―oí a Cleivan llamarme.

―Descuida Cleivan, repórtate más tarde en mi habitación, hablaremos allí sobre esto. ―le dije casi en un susurro tras voltear y aproximármele.

―Como usted desee señorita. ―expresó él, inclinando la cabeza.

Al girar de nuevo hacia la puerta por la que había salido, me encontré con los ojos cafés del morocho tras elevar la mirada. Su expresión era mesurada, y se relajó luego de que avanzara hacia donde él se hallaba con la intención de regresar a mi habitación.

―Nos vemos luego, señor Courtney. ―saludé con una diminuta reverencia con una mueca jovial y fresca.

―Que descanse, señorita Pearce. ―noté que esta fue la primera vez, desde que nos conocimos algunos días atrás, en la que no sugería que lo llamase por su nombre.

Fue una sensación agridulce, más no me detuvo y caminé acompañada de la joven mucama de regreso a mi pieza.



Sentía un líquido entrar por mi boca, a gran velocidad, impidiéndome respirar con naturalidad. Algo empujaba mis hombros hacia abajo, movía mi cuerpo, sin embargo, mis brazos y piernas estaban estáticos, como adormecidos. Con cada segundo que pasaba, la sensación de ahogo aumentaba. Al reaccionar, separé mis parpados y fue entonces cuando descubrí que me encontraba bajo el agua. Me sacudí asustada, más extremidades no respondían. Un par de manos apretaban mis clavículas y omoplatos impulsándolos dentro del estanque de cristal.

Grité, no obstante, solo conseguí que más agua ingresara en mis pulmones. Las lágrimas salieron espantadas de mis ojos y nublaron mi visión. El movimiento que causaba llenaba de burbujas la superficie de la pileta, por lo que no pude ver de quien se trataba. El tiempo parecía no acabar nunca, contrario a mi cordura, que se iba en segundos como huyendo de mí. Cuando acepté que moriría, algo me recordó que esta situación ya la había vivido antes. Este horror de sentir que el agua se apoderaba de mi existencia, de proclamar que la muerte estaba cerca.

Entonces escuché una voz familiar decir: "Creo que ya la pueden sacar". Siendo así, las manos que hace unos momentos me hundían en el fondo del líquido, ahora me sujetaban por debajo de mis brazos, sacándome de allí sin delicadeza alguna. Estaba poco consciente, no obstante, me dolió el hemisferio derecho cuando me tiraron al piso frio y sucio. En seguida, comencé a toser, aterrorizada y con arcadas. Intenté incorporarme, más terminé sobre mis rodillas y manos, cual gato asustado tosiendo y con mis extremidades temblando.

Alguien se me apoyó por detrás y rodeó sus brazos en mi abdomen, creí que intentaría propasarse por lo que me inquieté. Sin embargo, al instante, la persona a mi espalda habló con suavidad y por lo bajo.

"Te ayudaré. Tranquilízate." Después de eso me acostó en el suelo, colocando mi cabeza de lado. Eso ayudó a que saliera el agua mientras tosía, cuando pude respirar mejor subí la mirada a los demás hombres en la habitación. Uno de los rostros, un hombre adulto quien lucía como el líder detrás de todo esto, se me antojó conocido. Tenía ojos azules, la luz en lugar parecía hacerlos brillar. Un lobo blanco se restregó entre sus piernas, para luego clavar una mirad feroz y amenazante sobre mí. Sus orbes eran carmesíes. Me fue imposible evitar trepidar. Perdí la fuerza en mis brazos y caí al suelo, la visión se me volvió borrosa y pronto dejé de ver.



Cerré el libro en mis manos y miré a través del techo vidriado. Habían pasado unas cuantas horas desde que había amanecido, sin embargo, el sol no brillaba en lo alto. Las nubes cubrían el cielo y todo a mi alrededor se observaba en tonos fríos y un tanto descoloridos. Incluso dentro del invernadero las flores parecían menos vívidas y opacas.

Elevé la taza de porcelana frente a mí, el movimiento superficial del agua delataba el temblor en mis manos. Quería decirle a alguien, más no podía. Quería comentar cuán aterradora había sido la pesadilla de la noche anterior, anhelaba gritarlo; y que al hacerlo alguien me consolara diciendo que solo fue – lo que obviamente era – una pesadilla y nada más. Apreté los dientes, buscando conforte en mis propias fuerzas e implorando no mostrar en mi actitud que algo andaba mal. Repitiendo incontables veces en mi mente que «Nada pasaba», llevé la tasa de té a mis labios y sorbí sin siquiera hacer ruido. Al primer contacto del líquido con mi lengua, quise devolver la cena de ayer, forzándome a que semejante cosa no sucediera, tragué rápidamente el contenido. Pronto el líquido caliente quemó mi boca y segundos después sentí mi cuerpo templarse un poco.

«Lo logré. Ahora solo debo continuar.» me alenté, sintiendo mi estómago revolverse.

― ¿Se encuentra todo bien, señorita? ¿Desea que cambié el té? ―preguntó Rose, quien se hallaba sentada frente a mí bajo mi petición.

Levanté la vista de mi taza y la observé regalándole una sonrisa.

―Está todo bien, no te preocupes Rose. ―iba a dejarlo allí, pero sus ojos se achinaron dudando de mis palabras―Tengo mucho en mente. ―solté el primer indicio mientras bajaba la taza al pequeño plato blanco― Me preocupa que no podamos atrapar al intruso, ya ha pasado cerca de una semana desde que todo sucedió y aún no hay pruebas ni pistas. Es estresante.

―Oh... Mi dulce y joven señorita, no se angustie por ese tema. ¡Usted sabe cuan capaz es su hermano! ¡Además también tenemos al joven Courtney!

Sonreí con cierta amargura cuando posé los ojos sobre la taza. Conocía de primera mano las capacidades de mi hermano, y mucho se decía del amigo de él, no obstante, el barullo en mi pecho no deseaba irse con facilidad.

―Tienes razón, Rose. Debería confiar en ellos. ―alegué, sin ganas de continuar con el tema.

Estaba agotada, no solo mentalmente, mi cuerpo se percibía pesado incluso en los pequeños desplazamientos. Me encontraba en un estado habitual tras los últimos tres años: fantaseando con poder dormir una vez más, aunque sea unos segundos, y abrumada ante la idea de una pesadilla. Suspiré en silencio, y decidida tomé otro sorbo del té.

Rose retomó la lectura de la revista, que había dejado sobre la mesa redonda y de cristal cuando me interrogó. Me encontraba sentada en medio del invernadero, donde se hallaba el pequeño comedor; detrás de mi acompañante podía verse el living donde me había quedado dormida.

«Mychael.» su nombre apareció en mi mente de manera instintiva tras recordar lo sucedido aquella noche. Volví a dejar la bebida sobre el plato, soltándola con lentitud al mismo tiempo que razonaba. «Debería mencionarle lo sucedido a mi hermano.» pensé una vez más, como lo venía haciendo los últimos dos días tras enterarme que Mychael no era el señor Rodríguez. Fijé la vista en el agua teñida cubriendo un poco menos de la mitad del interior del cuenco. No es que no haya intentado decírselo, de hecho, sí había probado. No obstante, las cuatro veces que me dirigí al estudio de mi hermano habían sido interrumpidas por cuestiones ajenas a mi disposición. Él había salido, estaba en una llama urgente, reunido con alguien importante o (como la última vez que lo intenté) estaba regañando a los empleados, por lo que preferí no interrumpir.

Aun así, solo tenía incertidumbre respecto a lo que había pasado cuando me encontré con el sujeto falso, es decir, el hombre del conejo, el de la venda, el de los ojos azules u otros cuantos apodos más que le había puesto mientras consideraba su posición en este tablero. En parte, su perfil coincidía con el del intruso puesto que había aparecido de la nada y tras irse también se volvió un don nadie. Había actuado como un conocido, incluso como un subordinado, pero mis presunciones se vieron revueltas tras descubrir que no era así.

«¿Por qué tratarme con tanta amabilidad si eras el intruso? ¿Acaso fue, para no levantar sospechas?» No lo sé. Después de todo, no conocía su modus operandi ni su lema a la hora de obrar. Pero eso no era lo único que me preocupaba «¿Cómo es posible que los investigadores no hayan dicho nada con respecto a los rastros que él pudo haber dejado en el jardín?» se supone que ellos no deberían pasar por alto tales evidencias, sus pisadas deberían de haber permanecido en la nieve. O tal vez algún rastro de sus objetos cuando los apoyó en el suelo. Más los encargados del caso no habían siquiera mencionado algo aparte de lo obvio.

Fruncí los labios al darme cuenta, algo no cuadraba en la investigación hasta ahora. Balanceé la taza, sujetándola por el asa, con una sensación amarga en la boca. Detuve mi jugueteo cuando mis oídos percibieron las pisadas acercándose a mi espalda. No supe reconocer a quien pertenecían, más contuve la curiosidad y me quedé quieta en mi lugar tras dejar la mano, que movía la taza, sobre el libro a un lado. Los pasos se detuvieron a un costado de la mesa, atisbé una figura masculina vestido en tonos oscuros. Moví el rostro en aquel sentido y me encontré con el señor Courtney, portaba una mirada relajada y los labios muy finamente curvados hacia arriba.

―Tienen un jardín maravilloso, me veo obligado a admitirlo. ―alagó, aún de pie y sin apartar sus ojos de los míos.

Bajé la vista a mi té, una sonrisa orgullosa se escapó de mis labios; el jardín tanto como el invernadero estaban bajo mi cuidado.

―Gracias. ―respondí devolviéndole la mirada― Por favor, tomé asiento señor Courtney. ―sonreí en su dirección.

Rose se incorporó y ayudó a Cameron a acomodarse para luego juntar sus pertenencias y alejarse al carrito donde se hallaba el resto de mi merienda de media mañana. Luego de sentarse, él se cruzó de piernas y alzó su mirada posándola de nuevo en mí. Sus labios se curvaron, de manera a penas visible, hacia arriba.

― ¿Ya ha comido? ―indagué, a la vez que hacia un ademán a Liv, quien estaba de pie junto al gueridón.

―Sí, ya lo he hecho. ―respondió.

Bajé la mano y negué con suavidad a Liv, quien asintió en respuesta al haber entendido.

― ¿Qué lo trae por aquí? Creí que usted no era amante de las flores. ―curioseé.

―Amante de las flores... Supongo que no se equivoca. ¿Lo ha oído de Jekyll? ―cuestionó, apoyándose sobre su mano derecha.

Sus manos estaban cubiertas por un par de guantes de cuero negro. No era la primera vez que lo notaba, incluso el día en que nos conocimos había prestado atención a ese detalle. En un comienzo asumí que se debía al frío, más tras haber pasado cerca de una semana de verlo usarlos sin discriminación a momento y lugar, concluí que se debía a alguna herida que podía haber en estas o quizás a un hábito extraño.

―Sí, lo he oído de mi hermano. ―mentí, en realidad, Liv había escuchado eso de las sirvientas.

―Veo que Jekyll no es tan reservado como parece. ―respondió, sonreí y desvié la mirada a mi bebida con algo de culpa―Tenía ganas de verte.

Levanté la mirada a él, sentí mis mejillas arder ante su declaración. Tragué saliva e inspiré. Alcé la taza frente a mis labios e inspeccioné.

―Seguro desea hacerme más preguntas, ha de ser por eso que deseaba verme. ¿No es así?

Él se rio―Es cierto que aún guardo preguntas para hacerle, no lo voy a negar. Pero si me permite, me gustaría conocerla aún más. ―sus ojos cayeron al centro de la mesa― Y no me refiero a las respuestas superficiales que puedo encontrar si busco en internet.

La taza en mis manos tembló mientras la apoyaba sobre mis labios. Sorbí el contenido intentando humedecer mi boca que, de repente, se sentía desértica. Luego de hacerlo, bajé la porcelana a su lugar.

―El señor Courtney resultó ser muy bueno con las palabras.

― ¿No me cree? ―refutó.

―No lo sé. ¿Debería? ―estaba fuera de terreno, no estaba acostumbrada a este tipo de conversaciones. ―Ahora, ¿por qué no me dice el verdadero motivo de su visita?

Él sonrió negando, apreté mis labios, debía reconocer que su encanto superaba por mucho el de otros hombres que habían intentado relacionarse conmigo.

―Primero, tal vez no sería bueno creerme, pero para eso están las aventuras. Segundo, viendo que aún duda de mis intenciones, podría mostrarle mis cartas o seguir jugando. Esta vez, prefiero finalizar el juego.

― ¿Entonces?

―Venía invitarla a que comiéramos juntos hoy, Jekyll no se encontrará con nosotros debido al trabajo. Tuve el atrevimiento de suponer que la señorita huiría de mi si no la invitaba.

―Quizás no te equivocas. ―respondí evitando dar una afirmación completa y su mirada― ¿Qué lo llevó a pensar así?

―Podría deberse a que cada vez que me encuentro con la señorita, comienzo un interrogatorio, y me he dado cuenta que usted no toma muy bien el dominó de preguntas.

―Vaya, con que lo ha notado y aun así continúa.

―Bueno, podría excusarme diciendo que es mi innata naturaleza de investigador. No obstante, sería una excusa demasiado barata. ¿No lo cree?

―Así es, no sería plausible.

―Es por eso que, como ya le he dicho, volveré a responder que se debe a que siento mucho interés en la señorita.

―Me preocupa cómo se pueda sentir el joven señor Courtney.

― ¿No debería ser yo quien se preocupe por mis sentimientos? ―nuestros ojos se cruzaron.

―Tiene razón, más ¿qué pasaría si sale lastimado?

― ¿Acaso está rechazándome incluso sin que me confiese aún?

―Podría ser el caso. ―respondí jugando.

Cameron Courtney rio a carcajadas.

―Veo que la señorita se tiene una estima muy alta.

― ¿Y? ―pregunté, levemente ofendida.

―No es una queja, es bueno que sea así, aumenta mi interés.

― ¿Todo ronda entorno a usted? ―cuestioné, reprimiendo una sonrisa.

―Me temo que no. ―guardó silencio por un instante, para luego continuar― Entonces, ¿almorzamos juntos?

―Sería irrespetuoso de mi parte rechazarlo.

―Vaya, la señorita sabe muy bien como marcar los límites.

―Podría retribuirlo a años de experiencia.

―No puedo decir que esperaba otra respuesta. Siendo que la apariencia de la señorita deja sin palabras.

―Vuelvo a confirmar el hecho de que es un muy buen hablador.

Él carcajeó―No intentó convencerla con habladuría barata, prefiero ser lo más sincero posible.

― ¿Sinceridad?

―Me gusta creer que es en lo que soy bueno.

― ¿No mientes?

―No he dicho que no lo hiciera, solo que veo más efectos en decir lo que pienso.

―Oh, resultó ser que usted era experimentado.

―Nunca lo he negado.

Dejé la taza sobre el platillo y me incorporé. Sentí su mirada en mí, como si se cuestionara qué me traía de por manos.

― ¿Qué lugar tienes en mente? ―pregunté.

El hombre delante de mí, imitó mis movimientos y al ponerse en pie me sonrió.

―Hay un restaurant que he querido visitar desde que llegué.



Luego del almuerzo, Cameron había ofrecido que visitáramos el pequeño museo de Forst. Hace algunos siglos, Forst había sido en pueblo que se encontraba entre otros dos poblados que estaban en guerra. Pero no fue solo eso, al pasar la guerra, el pequeño pueblo fue invadido en 1745 por arquitectos inmigrantes que convirtieron el lugar en un centro recreativo. Me refiero con esto, a que cada edificio en la aldea era una obra maestra arquitectónica con un fuerte acento mixto entre el estilo barroco y romántico. Era el encanto de Forst y lo que lo había convertido en un centro turístico. Al finalizar con el recorrido histórico, Cameron recomendó que tomáramos algo caliente en una cafetería algo alejada del centro, pero bien concurrida.

Fue así, que llegamos a Pines & Groove. Sin embargo, minutos después de que llegáramos Courtney salió a fuera para atender una llamada de su jefe. Me llamó la atención de que él tuviera un superior, cuando tenía entendido que él era dueño de Empresas AT International, tras la muerte de sus padres. Más no inmiscuí más en el asunto y tomé la cartilla para decidir mi pedido.

Estaba por levantar mi mano para llamar a un mozo, pero para entonces, ya había alguien al lado de la mesa. No me había dado cuenta, por lo inmersa que estaba al leer el menú.

―Buenas tardes, ¿ya ha decidido su pedido? ― era una voz masculina, que me resultó un tanto familiar.

―Sí, me gustaría pedir un té de canela y miel junto con un lemon pie, y para mi acompañante un café irlandés con una porción de cheesecake de frutos del bosque―cerré la cartilla y alcé la mirada mientras decía―Gracias...

El menú se deslizó de mis manos, cayendo de la mesa al suelo, haciendo un pequeño alboroto. La preocupación se extendió hasta mis manos y estás comenzaron a temblar. Apreté los puños sobre la mesa y juntando coraje, separé mis labios.

―¿Mychael? ―llamé sin certeza al mozo a mi lado.

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