|01| Premonición ✔️
El viento corría junto con la nieve, congelando todo a su paso. No obstante, por alguna razón no sentía el frío. Si me preguntarán como había hecho para llegar a la cima de esta helada montaña, no sabría cómo responder. En un pestañeo me encontré aquí, el vértice de la montaña era plano y casi por completo desolado, a excepción del par de tipos rondando la zona. Me circundaban cajas de madera, y otras cosas que no lucían para nada como las de un campamento de alpinistas.
"Clark, ¿ya acomodaste los explosivos?" preguntó un hombre acercándoseme. Me miró a los ojos, pero no comprendí porque me llamaba por un nombre que no era el mío. "¿Y?" volvió a cuestionar, cabeceando.
"Ah, sí. Ya está todo en orden. Esparcí la pólvora como planeamos, solo tenemos que encenderlo cuando nos den la señal y listo." Percibí mis labios moverse, pero no era mi voz la que salía de mi boca, inesperadamente se trataba de un hombre.
"Sé que no te gusta cuando te pregunto esto, pero ¿te sientes bien? Te ves raro" indagó una persona cuyo rostro no había visto jamás, pero él parecía conocerme.
"No sé, siento como si algo se hubiera metido dentro de mí. No me siento yo mismo." informé, o quizás fue a quien el hombre llamaba Clark. Él me miró como extrañado, pero no agregó nada. Entonces, se escuchó un pitido agudo. "Llegó la hora." pronuncié de nuevo a la vez que el resto de los hombres aquí se comenzaron a mover con premura.
«¿Llegó la hora de qué?» No comprendía bien la situación, mi cuerpo se movía sin mi permiso y lo que decía me era desconocido, más la conversación se sentía tan natural y automatizada. Si bien no conocía al sujeto a mi lado, quien me estaba ayudando a instalar una bomba en el ápice de una montaña, tenía la sensación que era alguien tan familiar como un hermano.
Poco después, nos alejamos de las cajas, descendiendo por una de las laderas. Una vez nos encontramos bastante lejos de la punta, proseguí a agacharme frente al sendero de polvo grisáceo que escalaba hasta la cima.
"Es la primera vez que hago algo a esta escala, me emociona." mencionó mi compañero mientras temblaba como si tuviera escalofríos.
"Será una catástrofe." respondí por última vez antes de encender el hilo de pólvora zigzagueante por el suelo nevado.
"Harold, ¿crees qué los chicos estarán bien? No lucían muy bien antes de que subamos, ¿estará bien dejarlos?" De nuevo, tras un pestañeo, me trasladé. Esta vez, me encontré frente a una pareja, un hombre y una mujer que me resultaron familiares. Algo hizo que mi pecho se aglutinara, causando lágrimas en mis ojos. «¿Qué es esto? ¿Por qué me siento así tan triste de repente?» Era una angustia indescriptible y repentina.
"Gen, no te preocupes ellos son fuerte y tienen personas que los quieren cuidándolos. Estarán bien sin nosotros por una semana." habló mi padre, tomando de la mano a mi madre, acariciándola y mostrando en su rostro una sonrisa compasiva.
Mis padres estaban en un tren, y yo me encontraba frente a ellos. Más ellos no parecían notarme, intenté ver mi reflejo en el vidrio de la ventana, pero no había nada. Miré mis manos, sintiendo ansiedad, estaban allí, eran visibles. «¿Entonces por qué no...»
Un retumbar como el de una explosión hizo un sonido desastroso.
"¿Qué fue eso?" preguntó mi madre, poniéndose de pie y acercándose a la ventana donde me hallaba. Seguí la dirección de su mirada y me paralicé por unos segundos. "¡Harry! ¡Tenemos que salir! ¡Harry!" los gritos desesperados de mi madre hincaron mi corazón y revolvieron mi estómago.
Noté a mi padre posicionarse a mi lado y mirar al mismo lugar, mis manos comenzaron a temblar con frenetismo. "Papá..." musité, esperando que surgiera de él alguna idea que pudiera salvarnos, pero lo único que salió de sus labios fue una maldición.
Papá tomó la mano de mamá y comenzó a correr por los vagones, hacia el lado contrario de dónde venía la avalancha. Observé estática y horrorizada como la ola de nieve descendía con niebla y espesor a una velocidad aterrorizante la ladera, acercándose bestial al tren. «Lo cubrirá por completo, la nieve nos cubrirá por completo, pero podríamos sobrevivir si...»
Giré hacia el ventanal a mi espalda y me dieron ganas de vomitar, cuando lo supe. Había un risco, del otro lado a la ladera de la montaña, esta se cortaba en forma casi vertical y caía en un abismo nublado. Mis ojos siguieron al gran alud, que se avecinaba con violencia, destruyendo la flora nevada mientras avanzaba. «Mamá y papá...» Sin más, corrí hacia donde se habían dirigido, la cola del tren.
Creí que no podría alcanzarlos.
"Mamá... Papá..." Sonreí al ver que aún estaban bien, papá rodeaba con sus brazos a mi madre, mientras apoyaba su barbilla en la cabeza de mi madre, mi pecho pareció alivianarse, corrí hacia ellos para abrazarlos. Más no pude llegar, la nieve alcanzó el vagón y lo empujó. Nuestros cuerpos impactaron contra la pared de la estructura, solté un grito ahogado al mismo tiempo que mis padres.
Recordé la vez que me subí a una tagadá en el parque de diversiones, fue una sensación similar, pero diferente. De repente nos encontrábamos girando, chocando y gritando. Me dolían los brazos, el abdomen y la cabeza me daba vueltas. «No quiero morir, no quiero que ellos mueran.» Los asientos, muebles y decoración dentro del tren se sacudían con brutalidad, y por un momento llegué a creer que se desprenderían de sus posiciones. Cuando visé a mis padres, mi mundo se vino abajo, ambos se encontraban inconscientes.
Mamá ni siquiera intentaba proteger su cabeza, su cuerpo se agitaba exánime de un lado a otro y había rastros de sangre en su ropa. El cuerpo de papá se disparó cual bala hacía la ventana, su cabeza impactó con fuerza el cristal, lo supe por cómo se tiñó de rojo el vidrio y su canoso cabello. Y todo siguió virando.
La falta repentina de aire produjo que despertara de repente, cayendo del sofá al suelo. «Fue un sueño, solo fue un sueño...» me repetí mentalmente, mientras intentaba consolidar la paz mental y regular mi respiración agitada. Cerré las manos en puños, a la vez que inspiraba y expiraba de manera pulsátil. Poco a poco, comencé a sentirme mejor. Incliné mi cabeza hasta que alcanzo el suelo, apoyando mi coronilla sobre el piso frío, mis brazos rodearon mi cabeza como aureola. Fue entonces que noté que había perdido casi por completo mis fuerzas. Expiré, y usando la voluntad que aún me quedaba, me incorporé sentándome y recostando mi espalda sobre el sillón detrás de mí.
Mi cuerpo se estremeció, y pronto mis ojos picaron, señalándome lo que ya sabía. La primera lágrima, como siempre, se sintió más cruda y amarga que las que le seguían. Quizás se debía a que era entonces cuando reconocía mis sentimientos. Apreté los labios, intentando con eso, evitar el sollozo que quería salir de estos a toda costa. Un sonido gutural retumbó dentro de mi boca, me sentía devastada.
«Una vez más, no pude salvarlos.» suspiré, escondiendo el rostro entre los brazos. Era solo un sueño, pero no podía dejar de frustrarme cuando lo pensaba. El disco estaba rayado y la historia se repetía, no podía evitar sus muertes. No era la primera vez que soñaba la muerte de mis padres, más esta vez, se debía a una avalancha. Una muerte catastrófica, inevitable y trágica. Las lágrimas aún caían por mi mejilla, más poco a poco iban perdiendo intensidad y volumen.
Comprendía que se trataba de una pesadilla, de algo irreal y causado por mi imaginación. Entenderlo era tan sencillo, sin embargo, aceptarlo se volvía cada vez más complicado. Quedé allí, en esa posición que me resultaba incómoda, por varios minutos más. No conseguía juntar las suficientes ganas para moverme, además no sentía que fuera necesario buscar comodidad, me costaba verle un propósito cuando eso no evitaría que mi mente estuviera un caos. Para distraerme, aproveché el momento y recorrí con la vista mis alrededores; era la primera vez que me había quedado dormida en el invernadero. Así también, era la primera vez que lo visitaba en este horario, cuando aún faltaban algunas horas para que saliera el sol y todo lucía en extremo oscuro.
Las plantas apenas se iluminaban con la luz de la luna, pues la lámpara que se encontraba a un lado del sofá, había permanecido apagada desde que me escondí aquí. No obstante, el invernáculo tenía su encanto de noche. En realidad, era un paisaje inesperado pero grato, incluso me atrevería a decir que, idílico.
―Al final, nada ha cambiado... ―musité, mi pecho oprimido por un revoltijo de emociones negativas―Que va. Ya conocía el final del cuento de todas formas.
Apoyé mis manos nuevamente sobre el piso; ahora con la calma sobreviniendo pude notar lo fría que se hallaba la superficie, e impulsándome, me puse de pie. Sería mejor volver dentro de la casa e intentar dormir un poco en un lugar más cálido. No había sucedido hasta ahora, tener dos pesadillas seguidas. Sin embargo, no por eso debía descuidarme.
Antes de salir del refugio de cristal, miré una última vez el paisaje y sonreí con amargura.
―Como si con cambiar de aires en realidad fuera a solucionar mis problemas... ―una risa sarcástica se me escapó y pareció dispersarse por el amplio lugar― Patética.
Cerré la puerta y emprendí mi camino de regreso a la mansión.
Hacía frío, demasiado frío. Abracé mi torso con mis brazos. No había ninguna luz encendida, era extraño, pero no me tomaría mucho llegar a la casa, por lo que no me preocupé. Se oía bastante el ruido del viento golpeando las hojas y estas entre sí. Lejano se escuchaba un búho cantar. El sendero de baldosas por el que caminaba era casi tan viejo como las estructuras en sí, más aún se mantenía en un buen estado, por lo que era sencillo caminar sobre él. Los alrededores estaban cubiertos de una estable nieve, que parecía se había acumulado de forma casi simétrica. Era una noche agradable, la luna se escondía detrás de las nubes.
Al ser un terreno tan basto y conservador, aún vivían aquí algunos animales silvestres que no eran capaces de producirnos daños. Sin embargo, la mayoría de ellos se hallaban del otro lado del muro, en el bosque municipal. Ciervos, liebres, lobos, zorros y otros animales pequeños recorrían la arboleda congelada y se escondían en cuevas y pozos que allí se hallaban.
Alcé la vista a la casa de nuevo, faltaban al menos doscientos metros para alcanzar la puerta trasera de esta. A mi izquierda se alzaba el denso bosque de los Pearce, a mi derecha a unos quinientos metros se observaba el jardín invernal que se encontraba en la esquina anterior derecha. En cambio, el pequeño bosque se extendía bordeando desde la esquina posterior a la anterior izquierda. El laberinto al fondo a la izquierda y en la mitad lateral izquierda el invernadero; centralmente la mansión.
Poco a poco se hizo perceptible un golpeteó ligero e inconstante, como el de un animal pequeño saltando por la nieve. No era sonido desconocido, al contrario, era uno que había escuchado un par de veces antes. Parecía acercarse, pero con la poca luz que había, no lograba identificar con mucha exactitud por dónde. No frené y seguí avanzando, ya que, de ser un roedor ni se atrevería a acercárseme y huiría del miedo. No demoré mucho en arrepentirme y en descubrir de que se trataba.
Un menudo conejo golpeó mi tobillo izquierdo, el dolor fue repentino y punzante. El animal parecía atolondrado, y se detuvo tras el golpe. Por mi parte, caí desvergonzada a un lado del sendero mientras ahogaba un grito agudo. Sentí el frío humedecer la tela de mis pantalones. Miré confundida al animal sin comprender como es que no me había esquivado. Las nubes despejaron la luna y esta apenas iluminó. Descubrí que el conejo estaba herido, bastante grave; su pelaje estaba cubierto de una brillante sangre carmesí y ahora también lo estaba la nieve bajo el cuerpo. Me sobresalté, más no sucumbí al horror.
Si bien era una imagen lo suficiente grotesca para que cualquiera en mi posición pegara un grito, durante mi infancia mi padre me había llevado a sus cacerías, por lo que no llegaba a sorprenderme del todo. Mi estómago se revolvió al notar que el animalito se retorcía con la poca vida que aún conservaba. Llevaba algo enrollado en su cuello, cubriendo gran parte de su cabeza, era un pañuelo de tela. ¿Cómo había terminado así?
Levanté la mirada y observé a una figura acercándose, lucía como uno de los guardias de seguridad. Por lo que alcé una mano y lo llamé.
― ¡Oye! ¡Hola! ¿Podrías ayudarme con esto? Un conejo lastimado invadió la propiedad...―la silueta se me acercó, más pronto logré ver que su rostro estaba casi por completo cubierto.
El equipo de seguridad de la mansión no debía mantener su rostro cubierto al encontrarse con alguien, era una cuestión de reglamentación y prevención. Me resultó extraño, que él mantuviera cubierto su cara, por más que me había visto. Cerré mis puños, no sabría cómo explicarlo, pero algo en su figura lucía peligroso y atemorizante, quizás por lo alto que era.
Por eso decidí exigirle:
―Identifícate. ―mi voz salió quebrada y chillona, deseé golpearme por eso, pero quedaría aún más en evidencia cuan nerviosa estaba.
El sujeto se detuvo de repente, como si mi petición lo hubiera tomado desprovisto. Millones de suposiciones y escenarios se formaron sangrientos y terroríficos en mi cabeza en aquellos segundos que él tardó en reaccionar. Retrocedí algo asustada, cuando lo noté levantar sus brazos como si los llevara hacia su espalda, donde se veía la figura de un arma similar a una escopeta. Él la tomó, descolgándola y con movimientos lentos la depositó a un lado de sus pies, sobre la nieve. Seguido, enderezó su torso devuelta y descubrió su rostro.
Mis hombros se relajaron a la vez que apretaba los labios, pestañeando un par de veces algo desconcertada y tragué saliva. Era atractivo. Su mirada me recorrió el rostro para terminar desviándose a la cercanía a mis pies.
―Te encontré. ―su voz era grave, algo ronca pero el tono era suave y divertido, como si contuviera una sonrisa― Casi lo olvido...―musitó; inclinándose en reverencia más sin disculparse, dijo―Buenas noches, puedes llamarme Mychael.
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