Capítulo 8 🚗
Nos separamos rápido y sacamos la mano al mismo tiempo al notar que no es un auto como los que no siguen, sino un escarabajo. Estoy por creer que no va a detenerse porque nos pasa de largo, pero como a tres metros, se detiene. Veo a Connor cuando toma mi mano y tira para comenzar a caminar hacia allá. Trato de no cojear tanto.
—Buen día, ¿le importaría darnos un aventón a mi novia y a mí? Tuvimos un accidente —dice Connor, mintiendo en todo, lo sé, pero nunca he tenido novio ni un chico que me llame novia, obviamente, así que, el escucharlo decir eso, me ha hecho vibrar todo en mi interior.
El señor que va al volante debe tener unos cincuenta años, no deja de vernos uno al otro.
—Por favor, solo necesitamos llegar a la ciudad —suplico. El hombre suspira y luego se inclina para quitar el seguro de la puerta y abrirla, haciendo que demos un paso hacia atrás. Sonrío de oreja a oreja.
Connor me suelta y echa el asiento del conductor hacia adelante para invitarme a pasar. Entra conmigo en la parte de atrás, volviendo a colocar el asiento como iba. Es el mismo hombre quien cierra la puerta del auto.
—Entonces, ¿hasta dónde van? —pregunta el hombre sin que hayan pasado cinco minutos desde que subimos.
Veo a Connor porque, la verdad, ni siquiera sé dónde estamos justo ahora.
—Solo hasta la entrada de la ciudad. Ya ahí podemos coger un taxi —responde Connor. El hombre nos mira por el retrovisor.
—Bien, estamos cerca. En unos cuarenta minutos ya estaremos entrando —asegura. Casi suspiro de alivio al escuchar eso. Muero de hambre, necesito ver la civilización para no volverme loca porque estoy cansada de solo ver árboles a los lados. Necesito sentir el bullicio de una ciudad para sentir que vamos en buen camino.
Cuando lleguemos, podré saber en qué ciudad nos encontramos y calcular cuánto nos falta para llegar a Malibú.
—¿Te sabes algún número al que podamos contactar cuando lleguemos? —le pregunto a Connor en un susurro. Parpadea y luego asiente. Asiento de regreso, cerrando los ojos para poder relajarme estos cuarenta minutos que faltan de viaje.
—Vamos, acuéstate —propone, palmeando su pierna. Mi mirada viaja de sus ojos a sus piernas y viceversa. Ríe bajo—. Descansa que ya luego no podremos parar más —me recuerda. Cojo aire con fuerza, viendo al señor que nos mira de forma indiscreta por el retrovisor. Entonces, obedezco.
Dejo de lado mi negatividad, creyendo de verdad que no van a volver a intentar nada en nuestra contra hasta, no lo sé, ya no más, por favor.
Cada atentado me paraliza por el miedo que me embarga de que Connor muera por mi culpa. No me puedo seguir adjudicando muertes encima. No puedo.
Cierro los ojos, dejando mi cabeza apoyada sobre las piernas de Connor, mentalizándome en que todo saldrá bien.
Vamos a conseguir un nuevo auto al llegar a esa ciudad. Conseguiré comida y agua de alguna forma. Seguiremos luego nuestro viaje sin imprevistos. Llegaremos a Malibú al amanecer mañana y luego...
¿Luego qué?
Luego me alejaré de él para volver a prisión y terminar de cumplir mi condena.
Dejaré de ser su colibrí para volver a ser llamada K.
Dejaré de escapar de esos hombres para recibir de frente los golpes de las hermanas sangre.
Dejaré de ser libre, entre lo que cabe, y volveré a una jaula.
¿Se puede odiar tanto la idea de dejar de ser algo? Porque yo estoy odiando dejar de tenerlo en mi vida para encontrarme sola, de nuevo.
No sé en qué momento me quedo dormida, pero despierto por la constante repetición de Connor de que lo haga. Parpadeo, acostumbrándome a la claridad. Me enderezo, sentándome bien, frotando mi rostro con pereza y veo la hora en mi reloj.
07:12 hrs.
—Bien, ahí tienen una estación de metro y ahí otra de buses —dice el señor, señalando para explicarnos. Sonrío.
—Muchas gracias por el aventón y las indicaciones —le agradezco al bajar. Connor tiene sujeta mi cintura. El señor asiente, continuando su camino. Tomo aire y veo a Connor—. Debemos conseguir un auto —declaro. Asiente y suelta mi cintura para tomar de nuevo mi mano como hace un rato.
Paso saliva, evitando verlo a la cara.
Muchas miradas se posan en nosotros, pero intento ignorarlas porque no debemos llamar la atención de nadie, por más que estamos llenos de fango y que debo estar toda desaliñada por la revolcada al chocar, sin contar mi cojera, obvio, pero no podemos detenernos.
Me detengo de pronto, viendo un puesto de comida.
El hombre le está entregando un plato con un pan y un jugo a un niño. Veo a Connor cuando tira de mi mano.
—Ni se te ocurra. Es un niño —advierte. Giro los ojos.
—Debe tener más dinero para comprar otro —me defiendo. Connor me mira mal y yo sonrío de forma inocente.
—No vamos a robarle la comida a un niño —zanja. Bufo.
—Pues, tengo mucha hambre —admito, viéndolo con pesar. Suspira hondo.
—Yo también, pero no vamos a robarle a un niño —insiste. Cojo aire.
—Bien, si me desmayo a mitad de camino no será mi culpa. Andando —espeto, soltando su mano y caminando de prisa para acercarme a una familia en la estación de buses.
No evitan ocultar su desprecio al verme toda desaliñada, pero no dejo que eso me afecte porque he recibido miradas así toda la vida. Y ya con veinte años, eso es lo de menos.
—Disculpe la molestia, ¿sabe dónde puedo encontrar un estacionamiento? —pregunto directa. La pareja frunce el ceño al mismo tiempo.
—Es que, sabemos que dejamos el auto por aquí cerca, pero no recordamos donde. Somos turistas —miente Connor, llegando hasta mí.
No sé qué lo diferencia de mí, venga, sé que él no está tan desastroso como yo porque, bueno, él no rodó por el asfalto, pero no es justo que a él no lo vean como me vieron a mí. Sigue teniendo los zapatos sucios.
Lo cierto es que, no entiendo por qué a él no lo miran mal, al contrario, el hombre es quién le señala la dirección de uno mientras la mujer no deja de sonreír. Evito bufar en todo momento.
—Muchas gracias —dice Connor, tomando mi mano para guiarnos. Gruño cuando ya avanzamos un poco y me suelto de su agarre—. ¿Qué? —cuestiona. Lo veo mal.
—No debemos ir ahí —zanjo, deteniéndome por completo. Connor me mira como si hubiese enloquecido.
—¿Por qué?
—Porque, fue muy sospechoso que cuando te vieron a ti sí quisieron ayudarnos. ¿Quién nos asegura que los hombres esos que te siguen, no han puesto ya por ahí tu rostro para que cualquiera se gane unos miles de dólares por entregarte? —replico, usando una estrategia absurda para ocultar que lo que realmente me molestó fue no haber sido tratada de la misma forma.
Connor mira a los lados.
—Tienes razón. Busquemos otro —propone sin discutir y vuelve a coger mi mano. Caminamos con la cabeza gacha para no llamar más la atención, hasta que llegamos de frente con un estacionamiento subterráneo. Suspiro de alivio mientras entramos.
Ay, mis niños lindos.
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