Capítulo 43 🚗
Narra Connor.
Veo la hora en el reloj, desesperado porque avance rápido y ya todo esto acabe. No entiendo por qué pude pensar que ella me seguía eligiendo a mí. Es obvio que no.
¿Cómo pude creer lo contrario?
¿Cómo pude pensar que ella no iba a enamorarse de alguien más?
¿Cómo pude ser tan iluso de creer que ella seguiría pensando en mí?
Si hubiese un récord por ser el hombre más idiota del mundo, yo tuviese ese récord.
—¿Cómo me veo? —pregunta Mariah, saliendo del baño. Me enfoco en ella, lleva puesto un vestido lila, largo y con tirantes gruesos. Su cabello está suelto, pero con ondas y va maquillada como siempre.
—Hermosa —confieso y me levanto para ofrecerle mi mano y salir. Sonríe de forma tímida y salimos justo a tiempo para encontrarnos a Megan saliendo de su habitación. Ella lleva un vestido negro, más sencillo que el de Mariah, pero muy lindo.
—Qué elegancia —alaga, mirando a su hermana. Sonrío y comenzamos a caminar los tres hacia la salida. No vemos a más nadie en el camino, cosa que agradezco.
Otro espectáculo como el de ayer, con K mojada y ese imbécil asegurando que le dejó la polla igual de mojada, y me suicido, lo juro.
Ni para qué hablar sobre ese momento. Teníamos ahí como dos minutos, pudimos escuchar claramente su grito cuando, deduzco que llegó al orgasmo. Pero claro, como eso no bastaba, mi familia y la de Mariah necesitaban que yo sufriera más y no se movieron, siguieron ahí solo para comprobar que eran ellos. Y claro que eran ellos.
Pero, definitivamente, yo no estaba listo para escucharla a ella preguntarle por el fetiche de romper su ropa. Mucho menos para esas palabras finales de él. Todavía las repito en mi mente como una tortura:
Me encantas desnuda y, empapada me la dejaste, pequeña.
Maldito bastardo, pero con suerte.
Es un bastardo con suerte porque lo que yo deseo, él lo tiene.
Subimos al auto los tres juntos y así mismo arranca el hombre que esté conduciendo. Ayer no quise seguir viendo nada de la casa, me senté en la mesa para compartir la comida por respeto, no porque tuviese hambre. De hecho, prácticamente ni comí.
Después de eso, subí a la habitación que nos dieron a Mariah y a mí y de ahí no salí hasta ahora, porque ni siquiera salí a cenar o desayunar esta mañana. No puedo, no puedo ver a K sonreírle, tontearle...
No puedo verla enamorada de otro que no soy yo.
Suspiro con fuerza y recibo un apretón en mi mano.
—Falta poco —musita Mariah. Vuelvo a suspirar y la veo.
—Lo siento. Lo intento, de verdad lo intento, pero no es fácil —explico, suplicando por su perdón por no poder ser lo que ella espera. Sonríe triste.
—Volveremos mañana y podemos empezar de cero, Connor. Pero tú tienes que querer eso tanto como yo. Sola no puedo —se defiende. Asiento, respirando hondo.
—Lo sé, lo sé —digo, pero no confirmo nada de lo que ella dijo. Asiente y vuelve su vista a la ventana. Me mantengo viendo hacia adelante.
Después de haber visto lo que vi en la casa de ese hombre, no me sorprende en lo absoluto ver el frente del lugar donde será la celebración, iluminado por completo con un montón de luces, muchos autos y personas entrando.
No sé quién es ese hombre, pero mi detective me lo dirá pronto.
El chofer le ofrece la mano a Megan para salir y yo le ofrezco la mía a Mariah al salir antes que ella. Por cortesía le ofrezco mi brazo a ambas hermanas y así entramos. La decoración está muy bien, el exceso de persona no tanto, pero no puedo quejarme. Seguimos las indicaciones del hombre en la puerta y encontramos que nuestra mesa es justo la de K con el idiota ese y otro puesto vacío.
Para mi buena o mala suerte, ya ni sé, K no está, solo el hombre ese. Ya sé su nombre, pero no me interesa pronunciarlo.
—Hola. ¿Y K? —pregunta Megan, saludando al idiota y tomando asiento.
—Le arruiné el maquillaje en el auto, así que fue a retocarse —explica, mirándome directamente a mí. Sé que sabe que ya me ha quedado claro que es suya, pero no me importa.
—Oh, bueno, debe estar que regresa. Muy bonita la decoración, por cierto —comenta Mariah, sentándose y tirando ligeramente de mi mano para que haga lo mismo. Él asiente.
—No te vi más ayer y hoy, ¿todo bien? —pregunta en mi dirección. Me mantengo en mi sitio sin sentarme todavía.
—Tenía más ocupaciones dentro de la habitación que fuera de ella —respondo, encogiéndome de hombros.
—Claro, es entendible. Con todo respeto, tu esposa es una mujer preciosa, eres afortunado —dice y mira a Mariah un segundo para volver a verme a mí.
—Lo soy. Tú también eres un hombre con suerte por K —respondo para demostrarle que no me importa. Aunque sabemos que sí lo hace.
—Lo soy, tengo la mejor suerte del mundo, lo sé —reconoce cuando K llega a la mesa y él se levanta, recibiéndola.
Contengo el aliento al verla en ese vestido rojo que se pega a su cuerpo y resalta de forma espectacular su color de piel. Lleva el cabello recogido de un solo lado con una trenza y un maquillaje sutil, pero con un fuerte rojo en los labios.
—Buenas noches —saluda, viendo a las chicas y, de último, a mí. Me place darme cuenta de cómo me detalla al sentarse junto al idiota. La imito.
El silencio en la mesa es incómodo, pero el resto del lugar tiene ruido suficiente, así que basta con que cada uno se meta en su celular, excepto K y el hombre ese, que ha movido su silla para pegarse aún más a ella y la tiene, prácticamente, recostada sobre su pecho mientras que lo que sea que le dice, la tiene con las mejillas sonrosadas.
Esto es demasiado, créanme.
—Disculpen, vuelvo en un momento —digo y me levanto, tomo la mano de Mariah y dejo un beso en el dorso porque yo creía que hacía un buen papel, pero no, este tipo toca mucho a K, así que, supongo que debo hacer lo mismo con Mariah si es que quiero demostrar que la he superado.
Sigue siendo falso, claro está.
Doy con la parte trasera, agradeciendo que haya mucha menos gente que en el interior. No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando me giro para irme, K sale por la misma puerta que yo lo hice, viendo a los lados, al verme, suspira.
—¿Me buscabas a mí? —pregunto. Saborea sus labios.
—No tengo mucho tiempo, solo unos tres minutos a lo máximo, pero necesitamos hablar —dice. Asiento porque tiene mucha razón.
Toma mi mano y nos mueve, alejándonos aún más de las pocas personas que hay.
—¿Qué crees que haces, Connor? —cuestiona, soltando mi mano para verme mal. La veo igual.
—¿Yo? ¿Qué crees que estoy haciendo, K? —replico, molesto. Bufa.
—¿Por qué has vuelto? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no me buscaste? —cuestiona, sonando cansada y decepcionada. No mido mi acto, solo tomo su rostro con ambas manos y pego mis labios a los suyos, pero no los tomo.
El anillo en mi dedo no pesa, pero mi juramento de serle fiel a Mariah, sí.
—Por ti, joder. Todas las respuestas se resumen a ti, colibrí. Pero me equivoqué —confieso, volviendo a alejarme y restregando mi rostro.
—¿Con qué? —pregunta, viéndome confundida.
—Con esto. Es obvio que no estamos en la misma línea, colibrí. Es obvio que el que ha seguido aferrado al recuerdo soy yo. Es lógico que quien me olvidó fuiste tú —espeto. Suelta un jadeo doloroso.
—¿Olvidarte? ¿Soy yo la que le ha prometido un hijo a otro? ¿Soy yo la que está en busca de ese hijo, Connor? ¿Soy yo la que se casó y se fue de luna de miel mientras que el otro se hundía en la miseria? No, Connor.
»A ti solo te ha tocado la parte fácil, pero ¿qué hay de mí? ¿Qué hay de mi parte? ¿Qué hay de haberme enamorado de un hombre en dos días y ver a ese mismo hombre casarse con otra mujer? ¿Qué hay de pasar una noche entera llorando, imaginando que la esposa del hombre que ama está haciéndolo suyo en ese momento? ¿Qué hay de renunciar a él porque él renunció a mí al aceptar unir su vida a la de otra? ¿Qué hay de lo que siento, Connor? —pregunta y suena destruida.
—No me tocó la parte fácil, colibrí. ¿No ves que no hay parte fácil en esto? ¿No ves que no eres la única que se enamoró? ¿No ves que no eres la única que sigue enamorada? ¿No ves, colibrí, que te amo? —cuestiono, abriendo mis brazos con desespero. Parpadea.
—¿Qué? —musita. Cojo aire y vuelvo a tomar su rostro.
—Te amo. Dios, te amo tanto, colibrí. Pero tanto que me duele —confieso, viéndola a los ojos. Enseguida se humedecen.
—¿Por qué has venido justo ahora? ¿Por qué esta celebración? ¿Por qué te lastimas de esta forma? —pregunta, negando con la cabeza, pero sujetando mis manos con las suyas para que no la suelte.
—Porque uno enamorado comete locuras. Dime la verdad, colibrí —suplico. Me mira.
—¿Sobre qué?
—Sobre esto. ¿Realmente vas a casarte con él? ¿No me amas? —cuestiono, temblando ligeramente por temor de que su respuesta sea positiva para la primera y negativa para la segunda.
—¿Qué? ¿Boda? ¿Quién te dijo eso? ¿Quién te invitó y qué fue lo que dijo esa persona? —pregunta, temblando ella también, pero luciendo repentinamente nerviosa. Arrugo el rostro y la suelto cuando ella me suelta.
—¿Qué? ¿Yo qué sé? El padre de Mariah dijo que nos había invitado el hermano del idiota ese con el que andas de la mano —confieso. K cubre su boca.
—Alek. Connor, escúchame: te amo, sí te amo, claro que te amo, pero tengo que buscar a Oleg —explica y luego se levanta mucho para dejar un beso en mi mejilla y salir corriendo al interior del salón.
¿Qué mierda acaba de pasar?
Pero, me ama, ¿cierto?
Sonrío como idiota por eso.
Bueno, no fue la mejor forma de confesarlo, pero veremos si tienen oportunidad luego, jajajaja. Sigo siendo telible, lo sé, jajajajaja
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