Capítulo 34 🚗
Narra K.
Me despierto porque siento unas caricias en mi rostro. Me muevo de forma violenta al encontrar al último hombre, a centímetros de mí.
—Apártate —siseo, huyendo de su tacto. Ríe e introduce su rostro en mi cuello para mordisquear. Encojo mis hombros y cierro los ojos por el asco.
—Tú a mí no me das ordenes —declara y muerde más fuerte donde mi carne se eleva por el pulso.
—Pero yo sí, y te ordeno que la sueltes —dice una nueva voz. Abro los ojos y veo al primero. Parece que él siempre será quien me salve de las garras del segundo.
Odio no saber sus nombres. Vamos a decirle ruso uno y ruso dos.
El ruso dos se levanta de mala gana, apartando su cuerpo por completo del mío y gruñe, girando para darle frente al ruso uno.
—Tienes que dejar de darme órdenes como si fuese un peón tuyo. No soy tu peón, soy tu hermano y tu socio en esto, así que aprende a compartirla —ordena. Evito girar los ojos.
Es un maldito que ni sabe nada. ¿Compartirme? Ninguno me tiene.
—No me tiene —siseo, no pudiendo quedarme callada. Ambos hombres me miran mal.
—Ignórala —ordena el ruso uno. El ruso dos vuelve a verlo duramente.
—¿Seguirás dándome órdenes? —replica el ruso dos, dando pasos más cerca del ruso uno. Este no se intimida y endereza su cuerpo, cuadrándose, creo.
—Mientras que actúes como un maldito imbécil, sí. Te seguiré dando órdenes con respecto a ella porque no te quiero aquí. Yo me estoy haciendo cargo, no tú —declara el ruso uno.
—La veo muy completa para estarte haciendo cargo, hermanito —replica el ruso dos. El primero sonríe, una sonrisa de lado que, si no la hubiese visto muchas veces antes, creería que es coqueta, pero no, es una sonrisa cínica.
—Это мое (Es mía. Ojo aquí, yo quiero ser suya, jajajaja) —zanja el ruso uno, pero en ruso. Arrugo el rostro porque no tengo idea de lo que ha dicho. Me siento en desventaja y odio sentirme así—. Así que, sal de aquí. Ya hablaremos luego —agrega, hablando en inglés, ahora sí.
—Hablaremos luego —acepta el ruso dos y sale con los hombros tensos, supongo que controlando la rabia. Suspiro cuando lo veo salir.
—Hay que trabajar en tu boca —dice de pronto el ruso uno. Lo veo y arrugo el rostro.
—¿Qué tiene mi boca? —replico, viéndolo mal.
—No sabes mantenerla cerrada —asegura. Bufo.
—Hay que trabajar es en mantener sus manos atadas y no las mías. Es un maldito bastardo asqueroso —zanjo, importándome una mierda que sean familia.
El ruso uno no luce molesto, al contrario, sonríe y coge la silla que dejaron cerca para volver a posarla frente a mí y sentarse.
—¿Quieres que te quiten las esposas? —pregunta y antes de que terminara de formularla, ya yo estaba asintiendo. Vuelve a sonreír—. Háganlo —ordena, sin despegar sus ojos de los míos.
Me sobresalto cuando siento que toman mis manos, pero me relajo al sentir cómo liberan mi muñeca izquierda primero y luego la derecha. Enseguida las muevo hacia adelante para masajearlas. Están rojas y lastimadas.
—¿Sabes qué fue lo último que dijo tu Connor? —pregunta.
—No es mi Connor —zanjo, cortándolo enseguida. Sonríe.
Creo que ni siquiera ha dejado de sonreír.
—Mejor, entonces. Así no va a dolerte lo que ha llegado a mis oídos —dice y calla. Supongo que espera que yo le pregunte, pero no lo hago. Bajo la mirada para ver mis manos y seguir masajeándolas con cuidado—. Conrad dice que Connor le hará un hijo a Mariah en su luna de miel. Así que, ya me ha quedado claro que no vendrá por ti porque se fue ayer a Europa de luna de miel —me cuenta.
La respiración se me atasca. El corazón disminuye considerablemente el ritmo de sus latidos y una presión dolorosa se instala en mi pecho.
—Entonces, ya no hay ningún motivo para mantenerme aquí —declaro, sorprendiéndome internamente de la firmeza y seguridad en mis palabras. Ni siquiera he titubeado.
—En realidad, vengo a proponerte algo. La deuda sigue, peque... —destaca. Cojo aire, endureciendo mi mirada para demostrarme fuerte.
—¿Qué? Yo no puedo ni debo pagar por una deuda que no es mía, rusito. Eso es algo que debes arreglar con el señor Conrad, no conmigo —zanjo, interrumpiéndolo. Alza una ceja, sonriendo de lado. De nuevo es esa sonrisa cínica.
—La cosa es esta, la deuda sigue y ya que Conrad se niega a pagarla y su hijo ha salido de nuestro radar porque en Europa no nos sirve, mi hermano anda desesperado —dice y eso me pone en alerta—. La verdad, no me interesa. Lo que nos ha robado no es ni siquiera una gota de agua en todo el océano que suponen nuestras cuentas bancarias. Pero mi hermano no es una persona tranquila, por si no lo has notado —destaca, moviendo sus cejas.
Paso saliva, temerosa de lo que venga a continuación. Se toma su tiempo para que yo procese sus palabras.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto. Sonríe.
—Quiero que dejes de estar en la mira de mi hermano —zanja. Bueno, tenemos en eso en común—. Así que, tienes dos opciones, pequeño ángel, o eres el premio de consolación de mi hermano o...
El muy bastardo se calla, jugando con mi desespero, queriendo que sea yo quien pregunte, pero, así como mantengo mi nerviosismo a raya para que no lo note y no ponerme a temblar por conocer lo que significa ser el premio de consolación de su hermano.
Ser eso es, básicamente, ser su muñeca inflable. Dejar que me viole las veces que le plazca hasta que se aburra y me deseche como trapo viejo. Y eso no lo hará dejándome viva, claro que no.
Si acepto esa opción suya, moriré en estas cuatro paredes. Pero antes, sufriré mucho.
Me harán pagar a mí por una deuda que no poseo, solo porque Connor está gozando su matrimonio con Mariah y para su padre no valgo nada...
—¿No vas a preguntar por la opción número dos? ¿Ya te convenció la primera? —cuestiona, luego de llevar en silencio como cinco minutos.
—No tendré elección, ruso. Sé bien que la segunda opción será igual o más mala que la primera, así que, para qué...
—La segunda es que seas mi mujer —suelta, interrumpiendo mis palabras.
Al igual que cuando me contó de la luna de miel de Connor, la respiración vuelve a faltarme.
—¿Qué? —replico en un susurro.
—Siendo mi mujer, ni mi hermano ni nuestros hombres tendrán poder alguno sobre ti.
—Solo tú, claro —lo corto. Sonríe de forma coqueta, creo.
—Hasta ahora, he sido el único que te ha respetado. ¿O me equivoco? —cuestiona. Suspiro.
—Secuestrarme no habla bien de ese respeto —zanjo. Ríe suave.
—Eres difícil de convencer, eh. Pero bueno, si prefieres entonces ser de mi hermano, adelante. Yo solo te estaba ofreciendo la opción de ser libre.
—No es libertad atarme a la vida de alguien con la que no quiero compartir la mía, joder. ¿Quieres que sea libre? Déjame ir. Déjame elegir qué hacer con mi vida. Eso es libertad, no vivir bajo las órdenes de otros. Esa clase de prisión la conozco, ruso. Y no me interesa morir estando en una, solo que mejor adornada —zanjo.
Su mirada se encuentra fija contra la mía. Mis dientes castañean dentro de mi boca, queriendo sonar con fuerza mientras lloro sin control, pero me estoy controlando.
—No voy a tocarte sin tu consentimiento. No voy a decirte qué hacer ni cómo vestir. Voy a respetarte como mi igual, mientras que tú no me desvalores, claro está. Si tú me respetas y te muestras como mi mujer, recibirás lo mismo de mi parte —promete. Saco la lengua y saboreo mis labios, desviando la cabeza a otro lado.
—¿Por qué me querrías como tu mujer? —replico aún sin verlo, pero lo hago con su respuesta.
—Me gusta lo que veo en ti. Y me gusta lo suficiente como para querer protegerte de todos, incluso de mi hermano o yo —reconoce—. Si te dejo ir ahora, no llegarás a cumplir 24 horas fuera sin que mi hermano te encuentre y cumpla todo lo que dijo que te haría —promete. Paso saliva—. Sé mía y serás libre, lo prometo.
¿Qué opciones tengo para sobrevivir? Supongo que esta es la mejor, ¿no?
Ser la mujer de un hombre que ni siquiera quiero conocer para sobrevivir.
Al menos, Mariah es linda y su familia también, Connor no va a pasarla tan mal con ella. En cambio, a mí este hombre no me gusta de nada.
La vida nunca ha sido mi mejor amiga, lo sé, pero esto ya es pasarse de perra.
Ay Dios, es que yo amo demasiado a Oleg y todo lo que es en realidad, jajajaja.
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