Capítulo 19 🚗
—Estás hermosa —susurra en mi oído al acercarme a ellos. Sonrío y salimos, siguiendo al señor hasta su auto.
Connor se sienta en el puesto de copiloto y yo en la parte de atrás. Nos despedimos de la señora, agradeciéndole toda la ayuda y después, el señor se pone en marcha.
Son las siete y veintinueve, todavía nos queda media hora para llegar a dónde sea la ubicación en la que esperan a Connor.
El camino se hace corto porque no es tanto el tráfico. Estoy pegada a la ventana, ignorando la conversación que Connor mantiene con el hombre cuando una hermosa playa se extiende a lo largo.
—¿Cómo se llama? —pregunto, interrumpiendo lo que decían. El señor me mira un momento—. La playa —explico.
—Ah, esa es Zuma —dice, viendo también la playa por su ventana. Sonrío de oreja a oreja.
—La última vez que fui a una playa tenía siete años —confieso.
—¿Quieres ir? —suelta Connor. Dejo de ver la playa para verlo a él, parpadeando.
—¿Qué, ahora? —replico. Asiente—. No. Tenemos que llegar a las ocho —le recuerdo. Chasquea la lengua.
—Señor Rudolf, ¿podría regalarme una llamada para contactar a mi padre, por favor? —pide, sin responderme. El señor enseguida le ofrece su celular y veo a Connor marcar un número.
Mis nervios aumentan por segundo cuando veo que no le cogen a la primera y marca de nuevo.
—Madre —dice y desde aquí puedo escuchar el grito del otro lado de la línea. Connor retira el aparato un poco de su oído. Sonrío—. Todo está bien, madre, ya luego te contaré lo que pasó. Estaba llamando a mi padre y no contesta —dice y calla un buen rato, en el que solo asiente, pero no escucho lo que dice su madre del otro lado.
El señor Rudolf detiene el auto, esperando a que Connor hable.
—Bien, ¿sabes la dirección? —pregunta—. Sí, la tengo. No tenemos dinero, ¿se vería muy mal que ellos paguen el Uber? —pregunta ahora y puedo ver desde aquí cómo se tiñen sus mejillas de rojo.
—Deja eso, muchacho, yo les doy para eso —dice el señor, tocando su pierna. Connor lo mira.
—Un amigo. Te contaré luego, madre. Sí, lo sé, yo también te amo. Nos vemos —dice y cuelga, entregándole el celular al señor Rudolf—. Muchas gracias por todo, de verdad —le dice Connor.
—No es nada. Aprovechen que no hay gente, ya en una hora se empieza a llenar y no se disfruta igual —declara el señor, señalando la playa. Paso saliva.
—¿Estás seguro? —le pregunto a Connor. Sonríe en mi dirección y acepta el dinero que el señor le ofrece.
—Vamos —dice, abriendo mi puerta, luego de volver a agradecerle al señor Rudolf. Lo veo.
—Gracias, de verdad gracias —le digo al señor. Sonríe, haciéndonos la señal de la cruz mientras nos bendice.
Connor tira de mi mano para guiarnos a la playa al mismo tiempo que el señor Rudolf arranca el auto. Me suelto un momento de su mano al estar cerca de la orilla para quitarme los tenis, pero abro los ojos de par en par al ver a Connor quitarse la camisa y desabrochar su pantalón.
—¡Pero ¿qué haces?! —chillo en su dirección. Ríe.
—No pensarás que vinimos a la playa para no meternos en ella. ¿O sí? —revira. Cojo aire.
—Pues, claro que sí. ¡No tenemos más ropa que esta, Connor! —chillo, señalándonos. Ríe con más ganas y se acerca a mí, en bóxer.
¡En bóxer!
Mi cara está ardiendo. Lucho con mantener mi mirada en su rostro.
—Me encanta cómo te ves ahora, colibrí, pero sin ropa me encantas más —declara. Abro los ojos.
—Creí que la fase de cretino había quedado en el pasado, Connor —replico. Ríe con ganas, lanzando su cabeza hacia atrás. Después, sin mediar palabras, suelta el nudo de mi cintura y tira del vestido hacia arriba.
Presiono mis brazos para que no lo saque, viéndolo como si hubiese enloquecido.
—Vamos, pequeña, un chapuzón y ya —pide. Cojo aire.
—Connor, vamos a mojar la ropa interior y eso va a marcarse por encima de la ropa normal —le recuerdo. Se encoge de hombros.
—Valdrá la pena —zanja. Suspiro, viendo a los lados antes de levantar mis brazos, dándole permiso de que lo saque.
Ya no tengo vergüenza porque estoy cien por ciento rasurada, sin embargo, él mantiene su vista en mis ojos.
Lanza el vestido junto a su ropa y me toma de la mano. Tocamos el agua con los pies y está helada, pero el agua fría es normal para mí, así que me sumerjo un poco más hasta que me llega a la rodilla. La mano de Connor tiembla entre la mía. Río.
—Mamita —lo acuso. Me mira mal y luego me gira, alzándome por completo para caminar hasta el fondo, empapándonos por completo.
Abro la boca en busca de aire.
No está fría, está helada, joder.
—¿Mamita? ¿Qué tanto te duele, colibrí? —pregunta. Arrugo el rostro porque no sé a lo que se refiere hasta que suelta mi espalda, haciendo que me ahogue un poco, pero me toma por las piernas, obligándome a rodearlo por su cintura.
Me apoyo de sus hombros y vuelvo a coger aire al sentir su sexo junto al mío.
—Un poco —confieso, sabiendo a lo que se refiere, ahora sí. Sonríe.
—¿Puedo demostrarte que no soy ninguna mamita? —pregunta. Abro los ojos como loca al entender el significado de esa pregunta.
—¿Aquí? —reviro. Ríe un poco, inclinándose para besar mi cuello.
—Tenemos esta playa para nosotros solos, ¿por qué no? Quiero volver a hacértelo aquí, en el Uber y en cualquier lugar posible, colibrí —confiesa. Suspiro, pero me siento arder.
Es increíble que lo esté pensando.
Es decir, ni siquiera lo estoy pensando. Como en la madrugada, el deseo me está dominando y no soy yo.
No soy yo al inundarse mi sistema con la idea de tenerlo de nuevo en mi interior.
No soy yo al obsesionarme con la idea de sentirlo todo lo que me quede de vida.
No soy yo al admitirme en mi interior que deseo lo mismo que él... Hacerlo aquí y hacerlo en todas las partes, pero con él.
No quiero a otro tomándome porque solo lo quiero a él.
Listo, ya sé qué hacer.
Me encanta lo que están viviendo ahora.
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