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Capítulo 18 🚗

Despierto por el toque constante de la puerta. Abro los ojos de golpe al reaccionar. Veo a mi lado donde Connor todavía duerme. Tiene sus brazos arropando mi cuerpo y su cabeza reposa por encima de la mía. Mis piernas están enrolladas con las suyas.

En resumen: parecemos un bollo.

—Ahí vamos —respondo para que ya dejen de tocar la puerta. No responde nadie, pero dejan de insistir—. Connor —lo llamo, intentando liberarme de su presión corporal.

—Solo un poco más, colibrí. Disfruta un poco más —suplica. Sonrío como idiota.

—No podemos. Tenemos que irnos. Son las seis y tres —le digo, viendo el reloj de mi muñeca. Suspira.

—Bien, voy —declara y me suelta, quedando boca arriba para estrujar su rostro. No me quedo acostada, sino que me coloco el short, atándolo de nuevo con la correa. La camisa ya la tenía puesta, así que no debo ponerla.

Calzo los tenis y me levanto, sonriéndole a Connor mientras se coloca también los tenis. Salgo y lo que encuentro me hace detener a mitad de camino. Connor llega a mi lado.

—¿Qué pasa? —cuestiona, posando su mano en mi espalda. Suspiro y niego, obligándome a caminar hasta la mesa que los señores están sirviendo con alimento para todos.

¿Cuándo fue la última vez que compartí la mesa con alguien?

Mejor aún, ¿cuándo fue la última vez que comí sin gritos, peleas e insultos de fondo?

La respuesta es obvia...

Nunca.

—Siéntense. ¿Cómo durmieron? —pregunta la señora, sonriente.

—Mejor que nunca, gracias —responde Connor, acariciando mi espalda.

Creo que entendí eso. Bajo la mirada para que no se note mi estúpida rojez.

—Qué bueno. Comeremos y mi Rudolf los llevará —dice la señora. Elevo la vista para verla acariciar los hombros del hombre y recibir en sus labios el beso que él deposita. Sonrío y veo a Connor.

Cierro los ojos cuando deja un beso en mi frente.

Tomamos asiento al ellos hacerlo delante de nosotros. El hecho de que han podido hacernos daño muchas veces y no lo hicieron, me da la seguridad de poder devorar la comida en mi plato.

Me detengo de pronto cuando siento muchas miradas sobre mí. Dejo quieta las manos y me enderezo para verlos.

—Mi niña, hay más en la estufa. ¿Quieres otro poco? —pregunta la señora con el mismo tono de voz que usan las madres, pero con el que la mía no vino programada.

Paso saliva, entendiendo que estaba comiendo como una muerta de hambre.

En mi defensa, es la primera vez en más de año y medio que no tengo que comer con temor de que quiten mi comida. Aquí no hay ningunas hermanas sangre para pedir mi comida y luego golpearme con la misma bandeja en la que se sirve.

—Así está bien, muchas gracias —musito.

—Nos robaron al principio de viaje. Está es la primera comida completa que nos permitimos comer —explica Connor. Los señores nos miran con pesar.

—¿Y cómo regresarán luego? —pregunta el señor. Siento a Connor suspirar a mi lado.

—Mi padre está en Malibú. Él lo resolverá —asegura. Los señores asienten.

—Bien, ya enseguida saldremos para que puedan estar con sus familiares —dice el hombre y se levanta, cogiendo su plato.

—Yo los lavo —suelto, levantándome también.

—No, tranquila, está bien. Ya los lavaré luego, me gustaría que te probases algo. No pueden llegar allá vistiendo eso —dice la señora. Veo mi ropa—. Tengo ropa de mi hijo que te debe quedar bien, y para ti, debe haber algo, también —dice la señora.

Juro que no soy tan llorona, pero estas personas me están haciendo sentir muchas ganas de llorar por lo lindas que están siendo con nosotros.

Ni Connor ni yo respondemos, pero ayudamos a llevar los platos al lavaplatos para seguir a la señora con su insistencia y entramos en la habitación en la que dormimos.

Jadeo de vergüenza al ver la cama acomodada, pero una pequeña mancha roja.

Nadie dice nada, pero todos nos quedamos parados uno al lado del otro... Casi que ni respiramos, creo.

—Lo siento —digo, porque no sé qué más decir. La señora se gira y me mira.

—Tranquila, todas pasamos por eso. ¿Necesitas alguna compresa? ¿Te duele? —pregunta. Estoy por replicar para saber a qué se refiere hasta que entiendo que piensa que es mi periodo.

—Oh, pues, solo un poco —confieso porque, aunque no me duele el vientre, sí tengo una molestia en mi sexo. La señora sonríe.

—Ahora te doy un analgésico —declara.

—Gracias —digo y ella hace un ademán con la mano, restando importancia. Camina hasta el closet para abrirlo y sacar un pantalón de jean con una remera polo para mostrársela a Connor.

—¿Te gusta? Creo que es tu talla —dice la señora. Veo a Connor sonreírle y tomar las prendas de ropa.

—Muchas gracias.

—No es nada. Vamos a ver qué conseguimos en mi closet para ti, querida —dice ahora en mi dirección la señora, tomando mi brazo para sacarnos de ahí.

Veo a Connor por encima de mi hombro. Sonrío como idiota al guiñarme un ojo que me deja frita.

A lo que la señora comienza a sacar toda clase de ropa vieja, voy abriendo más y más los ojos. No es que yo sea exquisita, pero esa ropa es muy fea. Estoy resignándome a llegar a esa casa vistiendo como señora de cincuenta cuando saca un vestido suelto que debe llegarme por las rodillas. Es azul cielo y tiene un montón de flores blancas.

Venga, estamos en noviembre. Empieza a sentirse el frío y ese es un vestido veraniego, pero es mejor a llegar con esta ropa de chico.

—Muchas gracias —digo, tomando el vestido.

—No es nada. Puedes tomar una ducha. Coge una de las rasuradoras, no hay problema —asegura.

De nuevo me avergüenzo porque sé que mis piernas no son las más femeninas, pero al menos mis vellos son rubios.

Yo qué sé, según yo, no se notan tanto.

Ay, muero de vergüenza.

Como ve que no digo nada, me señala la puerta que supongo da con el baño. Asiento y camino hasta ahí.

Dejo la ropa sobre el retrete y entro en la ducha luego de desnudarme. Veo la rasuradora como si fuese un arma letal que, pues, me hará ver por completa diferente. Con un suspiro profundo, me pongo a lo mío, sintiendo que duro horas dejándome decente.

Le digo adiós a las piernas de oso.

Le digo adiós a las axilas de hombre.

Pero, sobre todo, le digo adiós a la selva amazónica en mi feminidad.

Río bajito como si hubiese hecho una travesura al lavar mis partes íntimas y sentir la molestia por lo sucedido en la madrugada.

Me coloco el vestido de la señora, ajustando la tira que tiene para amarrar en la cintura. Aprovecho eso para que me quede lo más ajustado posible y que no me quede tan grande. Me veo al espejo después de peinarme y ponerme los tenis.

Hasta parezco una chica diferente, eh.

Me gusta y espero que le guste a Connor.

Cuando llego a la sala, dejando en la cesta de ropa sucia mi antiguo uniforme de jugador de fútbol, Connor se levanta del sofá y me mira de pies a cabeza.

Sí, creo que sí le gusta.

Colibrí es demasiado inocente, la amo, jajajaja

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