Capítulo 14 🚗
Los autos en la carretera van a una velocidad en la que es imposible que podamos detener alguno, así que ambos nos vemos a la cara.
—Bien, lo intentaremos más adelante, pero debemos detener un auto sí o sí —declaro. Connor arruga el rostro—. Tenemos que saber dónde estamos —le recuerdo. Asiente y se coloca a mi lado para hacer lo mismo.
Sacamos la mano, pidiendo un aventón, pero las personas siguen de largo.
Pierdo la cuenta de cuánto tiempo pasamos haciendo lo mismo, siendo ignorados por todos.
Qué feo esto, eh.
Nunca sentí que pedir algo fuese tan malo como esto.
Me dejo caer, quedando sentada en la tierra junto a la carretera y veo el reloj. Supongo que es a prueba de agua porque sigue funcionando y, según la hora que marca, nos quedan ya solo trece horas para llegar a Malibú.
Cierro los ojos, pero los abro cuando escucho a un auto detenerse. Me coloco de pie, aceptando la mano que Connor me ofrece.
La ventana del lado del piloto se baja, dejándonos ver a una pareja mayor, viéndonos con curiosidad.
—Buenas noches, ¿serían tan amables de indicarnos por dónde nos queda Malibú? —pregunta Connor con un tono de voz amable, pero firme.
De seguro hasta ha visto clases de oratoria. Eso explicaría por qué es tan bueno usando las palabras.
—Nosotros vamos hasta Westlake Village —dice el hombre y, supongo que la cara confundida de Connor y yo le dice que no sabemos eso, porque tanto él como su señora ríen bajo—. Eso queda a unos treinta minutos de Malibú —explica la señora. Connor y yo nos vemos a la cara.
—¿Y cuántas horas serían de aquí hasta ahí? Es que, debemos estar en la mañana —explico. El hombre mira un momento su reloj y luego mira a su señora.
—Siete horas sin detenernos —dice el hombre.
—Vale, muchas gracias —decimos Connor y yo al mismo tiempo.
—Pero muchachos, suban —dice la señora cuando Connor y yo damos un paso hacia atrás para que puedan seguir avanzando. Parpadeo a lo loco y es el mismo señor quien abre la puerta trasera del vehículo.
Recuerdo la última vez que subimos a un auto con otra persona... Murió.
—Vamos, colibrí, sube —me insta Connor en un susurro contra mi cabello. Cojo aire y hago caso, subiendo, ajustando de inmediato mi cinturón.
Connor hace lo mismo a mi lado.
—¿Quieren un poco? —pregunta la señora, girando su cuerpo para ofrecernos una bolsa de papas.
—Muchas gracias, acabamos de comer —dice Connor, mintiendo, por supuesto, pero es lo mejor. La señora regresa a su puesto.
—¿Qué harán en Malibú? —pregunta ahora el señor. Veo a Connor.
—Vamos a una boda —responde por mí. El señor sonríe de oreja a oreja.
—Ah, ¿sí? ¿Amigos vuestros? —insiste la señora.
—Sí, exacto —respondo yo ahora, viendo divertida a Connor.
—¿Para cuándo se casan?
—Mañana en la tarde —suelta Connor. No suena divertido o contento.
—Llegarán a tiempo, entonces —dice la señora, sonriéndonos a ambos, viéndonos por encima de su hombro.
—Sí, justo a tiempo —declara Connor y no suena para nada contento. Cojo su mano en el medio de ambos. Sonríe en mi dirección.
Me quedo dormida con su mano entre la mía, pero despierto asustada, como últimamente he despertado, hasta que noto que seguimos juntos y a salvo.
—Tranquilos, haremos una parada para comer algo y recargar combustible —dice el señor, sonriendo. Ambos asentimos—. Pueden ir al baño si gustan. Ya solo faltan unas cuatro horas de viaje —añade.
—Estamos bien, gracias —dice Connor y el señor asiente, saliendo del auto. La señora abre su puerta.
—¿Gustan algo para comer? ¿Café? —pregunta. Sé que debemos seguir negándonos, así que niego con la cabeza. La señora sonríe y sale, cerrando. Suspiro hondo.
—Ven aquí —pide Connor, soltando mi mano para después soltar el cinturón. Me muevo por inercia, pegándome a su costado—. Vamos a lograrlo —musita con sus labios pegados a mi cabeza. Me abrazo a su cuerpo.
—Lo sé —admito, pero sueno igual de derrotada que él.
—Me encantó conocerte, colibrí —dice. Sonrío.
—Lo sé —digo de nuevo.
—¿A todo dirás lo sé? —replica. Río bajo.
—¿Todo lo que vas a decir, lo sabré? —contraataco. Ríe conmigo, separándome un poco para vernos a la cara.
—Posiblemente, sí —reconoce.
—Entonces sí, a todo lo que sepa, responderé lo mismo —zanjo.
—Quiero seguir besándote —suelta, haciendo que deje de sonreír para sonrojarme—. Es más, no quisiera dejar de hacerlo —añade. Paso saliva.
—Vas a casarte en unas horas, Connor —le recuerdo. Coge aire.
—Sí, perfecta en romper momentos —suelta. Río suave.
—Mira el lado bueno, solo han sido dos días. Seré fácil de olvidar —declaro.
Me mira mal, muy mal.
—¿Eso crees? Entonces, por solo llevar dos días juntos, ¿vas a olvidarme en una semana? —cuestiono. Sonrío.
—Una semana es demasiado, ¿no crees? —bromeo, pero él no lo ve cómo broma porque abre la puerta, soltando su cinturón para salir del auto. Me quedo parpadeando como idiota.
No sé si deba salir y acercarme a él, confesarle que no, que no voy a olvidarlo en una semana porque con solo dos días me ha hecho sentir cosas que nadie en veinte años, logró que sintiera.
Quisiera ser honesta y admitir que sí deseo que haga lo que dijo en el vestidor. Que, a pesar de que es una locura y que, probablemente, sea muy mal visto por otros, me gustaría estar con él.
Que no me importa que sean solo dos días, deseo que sea él quien tome de primero mi cuerpo.
Quiero reconocerte, Connor, que superaste mis estándares, que lo que nunca quise con nadie, pues, lo quiero contigo, paquete.
Que tu sonrisita tonta y tus comentarios sin sentido, tu pésimo sentido del humor y la forma de defenderme, puede conmigo y quiero seguir viéndote, escuchándote y teniéndote cada día que me falte.
Que, lo que me falte por pagar en la prisión, valdría la pena porque, por primera vez desde hace veinte meses, siento que sí tengo algo fuera de ella.
Quisiera rogarte que no te cases, que me esperes, que...
Que me elijas porque yo ya te elegí a ti y ni cuenta me di.
Pero ni yo puedo decir todo eso ni tú puedes hacer que se cumpla.
Una misión de cincuenta horas, eso es todo lo que somos.
Soy un conductor designado y tú el paquete...
Mis bebés me duelen... 😢
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