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↷ O6

Diamond odiaba con toda su alma las clases de Artes Oscuras, y agradecía mentalmente nunca haber tomado Estudios Muggles porque sabía que Alecto Carrow no les estaba enseñando nada bueno a los estudiantes. Amycus se encargaba de asustar cada vez más a sus alumnos y había hecho que los de séptimo se encargaran de los que eran castigados, y eran horribles los métodos que les hacían usar. No había pasado ni un mes y la pobre Madame Pomfrey ya tenía la enfermería repleta de niños, pero no podía hacer mucho porque los hermanos Carrow no se lo permitían.

Diamond bajó a la sala común la mañana del lunes veintinueve sin saber qué día era realmente, por lo que se sorprendió cuando Pansy y Theo la felicitaron por su cumpleaños número dieciocho. Ambos la abrazaron con alegría.

─Muchas gracias─ les dijo Diamond.

Theo sacó de su bolsillo una cajita de color azul pastel con un moño plateado. Diamond sonrió cuando la abrió. Había un collar de plata con un pequeño diamante brillante. Era un regalo delicado y hermoso.

─Un diamante para otro diamante─ dijo el chico, sacando el collar para ponérselo a su mejor amiga.

─Gracias, me encantó─ lo abrazó por unos segundos.

─Hey, yo también participé en la compra del regalo─ informó Pansy con una ceja alzada.

─Entonces gracias a ti también─ pasó su brazo sobre los hombros de su hermana.

En el Gran Comedor, Diamond vio a Draco ya sentado junto a Damien y Blaise. El rubio no dejaba de quejarse porque el ruso había decidido sentarse en la mesa de Slytherin. Diamond se sentó frente a los chicos seguida se Pansy y Theo.

─Buenos días─  saludó Damien─. Diamond, te deseo un muy feliz den' rozhdeniya... cumpleaños.

─Gracias, Damien─ sonrió la chica.

─Oh, cierto, hoy es tu cumpleaños─ Blaise se llevó las manos a la cabeza y se levantó para salir corriendo del comedor.

Todos miraron por donde se fue el chico. Luego Diamond miró al lugar en donde estaba Draco, pero él ya no se encontraba allí, sino que había rodeado la mesa para sentarse junto a ella. El rubio le sonrió al mismo tiempo que de su bolsillo sacaba un papel doblado. Se lo entregó dejándola con una mirada de confusión.

─Felices dieciocho, Dia─ dijo.

Draco se levantó y se fue, dejando a una Diamond extrañada. Bajó su vista al papel y lo desdobló, tratando de alejar a una curiosa Pansy con su mano libre.

"Sala de Menesteres
10:00 p.m."

─Uuh, el hurón te quiere ver a solas, ¿que irá a regalarte?─ habló Pansy con una sonrisa pícara. Sus cejas subían y bajaban.

Diamond la miró mal y le pegó un codazo en las costillas. Pansy soltó un quejido de dolor. Damien y Theo las miraban con diversión.

─Pansy, que Draco quiera verme a solas no tiene por qué significar que quiere tener relaciones sexuales. Deja de ser tan mente sucia, por favor─ dijo la mayor.

Diamond no solía hablar nunca de su vida íntima, por más que sus amigos ya supieran que había iniciado su vida sexual a los dieciséis. No era algo que le pareciera importante y para ella era privado. Respetaba y oía sin molestia a las personas que decidían contar sus experiencias y demás, eso sí. Ella era así, le gustaba mantener muchas cosas de su vida para sí misma y solo hablarlas cuando era realmente necesario.

Pansy iba a contestarle a Diamond, pero se vio interrumpida por Blaise, quien llegó con una pequeña caja color lila con un lazo dorado. Se la entregó a Diamond con una sonrisa.

─Para la cumpleañera─ dijo.

─Gracias─ sonrió Diamond, aceptando la cajita.

Dentro de ella había una pulsera de perlas y tenía un dije del planeta Venus. A Diamond le pareció muy bello aquello.

─Es preciosa. Gracias otra vez, Blaise.

Pansy observó bien la pulsera y luego soltó una exclamación de emoción.

─¡Se conecta con la suya y la mía!─ exclamó, subiendo la manga de su uniforme para mostrar la misma pulsera que tenía Diamond, solo que el dije era de Saturno.

Blaise asintió, subiendo su manga y mostrando también la suya, que tenía a Marte.

─No quiero sonar celoso, pero ¿y la mía?─ cuestionó Theo con el entrecejo fruncido.

─La tendrás en tu cumpleaños, sé paciente─ contestó Blaise, rodando sus ojos─. Draco también tendrá la suya el próximo año y... Damien, si consigues caerme bien, puede que también recibas una.

•••

Luego de unas largas dos horas de Pociones, Diamond disfrutó de la hora libre yendo a sentarse en el patio. El aire fresco golpeaba su rostro con suavidad. El cielo estaba nublado, casi por llover. Diamond aprovechó la tranquilidad para comenzar una de sus tantas tareas. Se decidió por darle más importancia a Transformaciones.

Estuvo media hora escribiendo en un pergamino. A McGonagall siempre le había gustado la forma de redactar de Diamond debido a que hacía una buena elección de palabras, tenía letra legible y su ortografía era excelente. Y no era la única profesora que lo decía, pues Flitwick, Sprout y Slughorn compartían el mismo pensamiento. Snape nunca dijo nada al respecto, pero Diamond sabía que las "E" en sus deberes hablaban por sí solas.

Diamond estaba muy bien académicamente. Notas excelentes, buena participación, se le era fácil aprender y muchas veces era la razón por la cual al final del día Slytherin tenía entre treinta y cuarenta puntos más. No estaba segura de si realmente disfrutaba ser buena en casi todas las materias, pues sentía que gracias a su autoexigencia se perdía de muchas cosas y, ahora que ya llevaba un año siendo una maga adulta, comenzaba a arrepentirse.

A sus trece años, Diamond descubrió que lo que dejaba más o menos alegre a sus padres eran las notas de la chica. Ellos creían que eso significaba que hacían un trabajo correcto, y Diamond también lo creyó por bastante tiempo. La joven había madurado demasiado pronto a causa de aquello. Había puesto sus estudios hasta por encima de su salud mental, lo que le ocasionó muchos problemas en el transcurso de los años. Problemas para dormir, ansiedad, ataques de nervios, miedo al fracaso, crisis existenciales. Diamond, hasta su sexto año, vivió lidiando con aquello sumado de un novio infiel, una mala mejor amiga y unos padres crueles.

Y no tenía nada más que hacer en realidad, lo aceptó en silencio, se encerró en su propia caparazón y esperó allí a que alguien la rescatara. Nada en su vida había sido fácil. Era conciente de que otros sufrían peores cosas, pero quería dejar de minimizar sus propios sentimientos. Ya había cumplido dieciocho, ya no era una niña de diez que se escondía debajo de su cama para que sus malhumorados padres no la encontraran. No, debía mejorar para sí misma y ponerle fin a todo su sufrimiento. Tenía que tirar todo su pasado para continuar caminando al futuro, sin mirar atrás, sin arrepentimientos.

Iba a ser el renacimiento de Diamond Parkinson. Iba a hacer lo que estuviera correcto en su mente y corazón. Porque estaba harta, realmente harta, de que todo el mundo la pisara con tanta facilidad, de que las personas la vieran débil, de quebrarse tan fácilmente. No podía seguir permitiendo eso, ya no. Nunca más.

Diamond guardó todas sus cosas en su mochila negra. Peinó con sus dedos su cabello violeta oscuro y comenzó a caminar hacia su próxima clase. Su semblante se mantenía inexpresivo, sus ojos al frente y su cabeza en alto. La confianza en sí misma fue hacia ella como una ola.

•••

Diamond entró a la Sala de Menesteres a la hora que Draco le pidió. Se le había hecho difícil, pues los hermanos Carrow andaban merodeando por los pasillos. La joven se sorprendió al ver que el lugar no era el mismo a cuando entraban en sexto. Se veía como el pasillo de un museo de arte, con esculturas, pinturas colgadas en las paredes y un hermoso mosaico en el techo. Era hermoso.

Diamond caminó por el lugar con sus ojos posados en las obras, admirando la belleza que le transmitían. Cuando volteó a la derecha, notó a Draco sentado en un banco de madera reluciente. Él se levantó y se acercó a ella.

─No puede llevarte a un museo de verdad, así que te lo traje─  sonrió con arrogancia y orgullo, como si supiera que su regalo era el mejor que le habían dado a Diamond jamás.

─Qué considerado de tu parte, te lo agradezco muchísimo. Es un hermoso lugar─ dijo ella.

Se sentía muy feliz, pero el rosa de su cabello era más fuerte que el amarillo. Cuando miró a Draco a los ojos, supo al instante que se había enamorado.

─Esto no es todo─ agregó Draco.

Se alejó un poco, en dirección a una escultura de una mujer que peinaba su cabello. Draco sacó de entre sus pies una caja negra. Diamond la observó antes de abrirla. Adentro habían varios anillos de plata con diferentes piedras preciosas de colores verde, rosa, rojo, negro, ámbar, violeta, azul y blanco.

─No tenía idea de cuál elegir─ admitió Draco, sin notar la emoción de Diamond─, así que dije "al diablo" y me las llevé a todas. Son reales. Cristales reales. Pansy dice que tienen magia y cosas así de energía, no entendí muy bien, pero sabía que te iba a gustar.

Diamond rió.

─Me encanta, gracias─ besó la mejilla del rubio y luego volvió a contemplar todo el lugar─. Todo esto es precioso, en serio.

─Por supuesto que si, cariño, lo ideé yo─ dijo Draco con superioridad antes de agarrarla por la cintura─. Todo para verte feliz.

La cara de Diamond se puso casi del mismo color que su cabello. No podía borrar su sonrisa ni aminorar los latidos nerviosos de su corazón. Se sentía completamente embobada por el chico que tenía enfrente y ya no sabía cómo mantenerlo oculto.

Draco la miró cerrar la caja, aun manteniendo las manos en su cintura y pegándola a su cuerpo. Diamond trató de no dejar que notara su nerviosismo cuando rodeó su cuello con sus brazos. Draco no aguantó más y la besó de una forma sorprendentemente dulce. Él no solía ser así, por eso Diamond decidió disfrutar del momento. Estaba segura de que jamás se aburriría de darle besos. Los labios del rubio siempre tenían un leve sabor a menta de los chicles, a veces a manzana, y ella amaba eso. Lo amaba a él.

Cuando se separaron, Draco plantó un beso en la frente de Diamond, como si fuera su manera de darle protección.

─Vamos a recorrer el lugar─ dijo él luego, entendiendo su mano.

Diamond la aceptó e hizo que sus dedos se entrelazaran. El pasillo no era muy extenso, debía tener el mismo largo que tenía cuando era solo una catedral con montañas de objetos. Ambos se detenían en algunas pinturas para mirarlas con detenimiento.

─Este tipo tiene el pene muy pequeño─ notó Draco, haciendo reír a Diamond.

─Pues sí, no está erecto. Se supone que lo sabes─ dijo ella con obviedad.

─Obvio que lo sé, pero sigue siendo pequeño─ rodó los ojos.

Diamond tiró de su mano para que siguiera caminando, pero ya no quedaban muchas cosas interesantes, por lo que decidieron sentarse en uno de los tantos bancos. Draco realmente se había tomado minutos de su preciada vida para pensar en el lugar perfecto y en el regalo perfecto para Diamond. Ella valoraba aquello y se lo hacía saber cada vez que volvía a escanear el pasillo con los ojos brillantes.

─Realmente no sé cómo agradecerte esto─ dijo Diamond.

─Bueno... siempre he querido ir a Grecia, ¿sabes?─ Draco la codeó de forma juguetona.

Ella soltó una pequeña risa.

─Lo tendré en cuenta─ aseguró.

Draco asintió satisfecho y la atrajo a su cuerpo, abrazándola por los hombros. Besó su mejilla, luego la comisura de sus labios y por último sus labios. Diamond se acomodó para besarlo mejor, pero Draco tenía otras ideas. Él agarró su mano sin ejercer fuerza y la hizo sentarse sobre su regazo. Volvieron a la guerra de besos sin tomarle importancia a lo intensa que se estaba volviendo. Draco la apretaba contra sí mismo, con una mano en la espalda baja de Diamond y otra en su muslo.

Se separaron unos segundos en los cuales él aprovechó para hablar.

─Feliz cumpleaños, preciosa.

Al día siguiente Diamond despertó en su habitación. Sonrió como idiota al recordar lo que había sucedido. Antes de estar juntos, ella y Draco hicieron aparecer una cama, en la que luego durmieron un poco y despertaron casi a las cinco de la madrugada. Se escabulleron por los pasillos en silencio y al llegar a la Sala Común se despidieron con un corto beso. Después cada uno se fue por su lado.

Pansy la estuvo bombardeando con sus preguntas mientras se preparaban para un nuevo día de clases. Daphne y Millicent Bulstrode ya se habían ido. Júpiter miraba a su dueña con cara de aburrimiento, o como si deseara que callara a Pansy de una patada.

─Por favor, Dia, sé que no fue solo un paseo por un museo falso─ suplicó la menor.

─Puedes llorar, gritar o patalear, pero no te daré detalles de nada más allá del paseo y los anillos─ sentenció Diamond, poniéndose su mochila.

Pansy bufó con molestia. Diamond le dedicó una sonrisa falsa antes de salir de la habitación. El anillo de la piedra blanca estaba puesto en su anular derecho, junto a un par más. Trató de ocultar sus ojos soñolientos mientras bajaba las escaleras que conducían a la Sala Común. Blaise ya estaba allí, sentando en uno de los sillones y leyendo un libro de encantamientos.

─Buenos días─ saludó Diamond.

Blaise levantó la vista hacia ella y la saludó con un movimiento energético de mano.

Pronto, Draco bajó dando un enorme bostezo que hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Le dio un golpe en la nuca a Zabini como saludo de buenos días y luego se acercó a Diamond para darle un beso en la frente. A ella le sorprendió aquello, pues pensaba que él iba a querer mantener lo que pasaba entre ellos en secreto.

─Okay, claramente me estoy prendiendo de algo─ dijo Blaise, mirándolos con una ceja alzada─. Necesito actualizaciones, por favor.

─¿No puedo darle un beso en la frente?─ inquirió Draco con malhumor.

─No... si... bueno, considerando el hecho de que los chicos solo damos besos en la frente a las personas que realmente nos importan, es sospechoso.

─Pues tu mismo lo dijiste, personas que les importan, y Draco y yo nos conocemos de hace mucho tiempo. Es obvio que voy a ser importante para él.

Blaise los miró con los ojos entrecerrados y cerró su libro. Sin dejar de mirarlos, se levantó y abandonó la Sala Común.

─Qué pesado─ masculló Draco.

─Déjalo. Vayamos a desayunar.










que para tu cumpleaños no convierta la sala de menesteres en un museo 🚩🚩🚩🚩🚩

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