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Tres días más tarde Draco ya había logrado entrar a la Sala de Menesteres, donde encontró al armario evanescente. Diamond lo estudiaba con la mirada, pasando sus yemas por la madera y dando vueltas. En su mochila traía varios libros sacados de la Sección Prohibida de la biblioteca. No había sido tarea fácil, pues la Señorita Norris, la gata de Filch, andaba deambulando por allí.

─Bien, esperemos que estos libros tengan algo que ayude─ dijo mientras se sentaba en un viejo sillón que estaba cerca. Su vista subió hacia Draco, quien se mantenía con la mirada en el armario─. No me vendría mal un poco de ayuda, ¿sabes?

Él rodó sus ojos antes de sentarse a su lado y quitarle el libro que tenía en su regazo. Hubo un pequeño roce entre los fríos dedos de ambos chicos, y solo eso bastó para que el cabello de Diamond se hiciera rosa. Draco alzó una ceja, recordando que luego debía informarse sobre metamorfomagia. Diamond decidió agarrar otro libro y sumirse en la lectura, tratando de tranquilizar su condición, pero esa tranquilidad se volvió miedo.

No quería sentir amor por alguien, no quería volver a exponerse así. Nada bueno resultaba cuando quería a alguien. Además Daphne la mataría porque Draco era el interés de Astoria Greengrass, su hermana. No necesitaba más problemas, ya estaba envuelta en uno gigante. Un desvío de su misión y alguien podría resultar muerto.

Leyó detenidamente página por página del libro Artefactos Oscuros que Tienen Arreglo. Pero nada hablaba sobre un armario evanescente. ¿Y si no tenía arreglo? Quizá debían utilizar otro método. De todas formas no se dio por vencida y no dejó de leer aunque sus ojos pidieran a gritos un descanso. Su cabello estaba naranja y mordía sus uñas con desesperación. Lo peor era que Draco tampoco había encontrado algo y ya llevaban una hora allí.

─¿Cuándo será nuestra patrulla nocturna?─ preguntó Diamond tras pasar otra página.

─La semana que viene─ contestó Draco, frotando sus ojos con los dedos pulgar e índice─. Podremos usar la noche para esto o para buscar más libros.

─Si quieres yo busco y tu te quedas leyendo─ propuso Diamond, tirando su cuello contra el respaldo del sillón y estirando sus piernas.

─Como quieras, Parkinson─ murmuró cansado.

Ella rodó sus ojos ante el repentino cambio de humor de Draco. De todas formas, no lo culpaba porque estaba igual de estresada. Muchas cosas estaban sucediendo en su vida últimamente, cosas que hacían que todo se le diera vueltas. A pesar de estar acostumbrada a tener problemas personales que de vez en cuando la llevaban a la desesperación, el acumulo estaba siendo demasiado para soportar. Tenía mucho peso sobre sus hombros y deseaba quitarlo de una vez por todas.

•••

Diamond y Draco llevaban una semana en la Sala de Menesteres. No habían logrado hacer nada. Trataban de mantener la calma, pues todavía tenían bastante tiempo. De todas formas, todos los libros que la chica se había encargado de robar de la biblioteca no decían nada de armarios evanescente, solo mencionaban unas pocas cosas que no servían para arreglar. Parecía algo imposible por el momento.

─Traje algo de comida─ dijo Diamond alzando una caja de galletas.

Draco la miró con ojos cansados. Ella rápidamente apartó la mirada para evitar que su cabello se volviera rosa. El rubio agarró la caja y la abrió para comenzar a comer una galleta en silencio. De eso trataban sus noches en las que iban a la Sala de Menesteres: silencio, comer un poco, intercambiar pocas palabras sobre el armario, más silencio, irse sin que nadie los vea. Ya era rutina. Diamond odiaba esa rutina, más cuando recordaba por qué la hacían.

─Tal vez deberíamos dejarlo por hoy─ murmuró él.

En el fondo los dos sabían que se comprendían, pero jamás dirían nada. No debían decir nada.

─Tienes razón─ dijo ella mirando al armario con cierto asco.

El pelo de Diamond estaba de un violeta opaco, significaba el cansancio mental que estaba creciendo en ella. Y no era algo novedoso, pues era algo que comenzó a sucederle el año anterior.

Al día siguiente Diamond bajó al Gran Comedor con la misma tranquilidad que siempre hacía, o al menos aparentaba. Sus ojos viajaron por toda la mesa de Slytherin. Su mirada se topó con Daphne y Theo, quienes compartían muy cariñosamente un pan tostado. Luego se fijó en Miles, quien ya tenía una nueva novia. El corazón de Diamond se hizo pequeño en ese momento. Su cabello se volvió azul. Se sentía perdida, como si no perteneciera allí. Toda su vida parecía estar acabando lenta y dolorosamente.

No podía hacer nada. Ella no era fuerte como los demás. Ella era frágil. Incluso su incapacidad de controlar su metamorfomagia era difícil. No podía. Jamás haría orgullosos a sus padres.

─¿Planeas quedarte ahí?─ oyó decir a su hermana, quien la miraba algo preocupada por su cabello.

─No─ contestó sin mirarla─. Necesito...─ las palabras se quedaron en el aire. De pronto todo se sentía irreal para ella.

Su alrededor se volvió borroso. Sus oidos se taparon. Sentía su corazón latir con fuerza, golpear su pecho como si quisiera escapar. Sus manos sudaban y sus piernas temblaban. Nada parecía ser real allí. Su respiración le fallaba.

─¡Diamond!─ exclamó Pansy sujetándola.

Todos las miraban. Todo era irreal.

─¡Diamond!─ esa era la voz de Theodore.

─Creo que tiene un ataque de pánico─ oyó una voz suave.

De pronto se vio sentada frente a la enfermera, Madame Pomfrey, quien la examinaba con cuidado. A su lado estaban Pansy, Theo y el director Dumbledore. Diamond no sabía qué le había pasado, era la primera vez.

─Creo que tengo un diagnóstico─ dijo Madame Pomfrey mirando a Albus─. La chica tiene mucho estrés encima, Dumbledore. Demasiado para lo que una joven de su edad puede soportar, y peor todavía porque es metamorfomaga. Puede afectarla más de lo normal.

El hombre asintió comprendiendo en su totalidad. Miraba a Diamond como si tratara de leer su mente, pero ella sabía como bloquear e impedir que pasara.

─La señorita Parkinson debe descansar─ aseguró la enfermera. Luego miró a Diamond─. Lo que sea que te preocupe, déjalo ir. Los jóvenes de ahora se preocupan demasiado por cosas sin sentido. Niña, tienes toda una vida por delante como para dejar que todo afecte a tu corazón.

Pero Madame Pomfrey no sabía. No entendía. Jamás lo iba a hacer.

─Muchas gracias─ murmuró Diamond levantándose─. Ya estoy mejor. Debo irme a clases.

─Creo que sería mejor que no vaya a clases hoy y descanse, señorita Parkinson─ habló Dumbledore por primera vez.

Pansy y Theo parecían estar muy de acuerdo con las palabras del director.

Diamond aceptó aquello. Era una oportunidad para ir a ver el armario. Se levantó con cuidado y despidió a todos con una sonrisa fingida. No podía descansar, ya no. Tenía un trabajo que hacer, no quería ver morir a su familia por haberse quedado a dormir. Se aseguró que nadie la viera y se dirigió a la Sala de Menesteres. Dejó atrás todo lo sucedido anteriormente y se concentró en los libros. Iba a releerlos para asegurarse de no haberse perdido nada.

Perdió el conocimiento del tiempo allá adentro. No había ninguna ventana en la sala y tampoco tenía un reloj para confirmar. Sus ojos ya estaban cansados de forzar la vista bajo la tenue luz. Iba a terminar con su vista si era necesario, pero debía acabar con su trabajo.

Su estómago pedía a gritos comer. No había almorzado ni desayunado, y probablemente tampoco cenado. No había hecho nada más que leer libros prohibidos. Todo eso junto le daba un sueño terrible. Diamond no podía más y Draco no llegaba jamás.

─Así que aquí andabas─ la voz del chico la hizo sobresaltar.

Al verlo, el cabello de Diamond se volvió rosa. Él quiso sonreír ante aquello, pues a pesar de no saber el significado, le daba algo de ternura. Pero cuando ella notó a dónde miraba, el rosa cambió a negro, confundiendo a Draco.

─No tenía otra cosa que hacer─ le dijo frotándose los ojos.

Cuando sacó sus manos de su cara, vio que él le extendía un sándwich y un vaso de jugo de calabaza. Ni siquiera preguntó cómo logró traer eso hasta allí, solo agarró la comida con rapidez y la devoró. No había notado la sed que tenía hasta beber el jugo de un trago. Draco la miraba atento, y con algo de preocupación en el fondo. Diamond estaba peor que él, se veía incluso peor que él.

─Gracias─ dijo ella sin mirarlo.

El solo asintió.

•••

Diamond se dormía en clase. Blaise, quien se estaba encargando de sentarse a su lado y darle un codazo cada vez que la chica cerraba los ojos, trató de dejarla descansar solamente en Encantamientos. Se habían sentado al final de todo y ella aprovechó que el profesor estaba más enfocado en los de Hufflepuff.

─Está muy cansada─ susurró Pansy, que se había sentado enfrente de Diamond y Pansy─. Solo mira su pelo. Está perdiendo el control de sus poderes.

Aquel día el cabello de Diamond había amanecido de un violeta amarronado. Unas enormes ojeras se hacían presentes debajo de sus ojos. Estaba tan débil que no las pudo esconder.

─El Señor Tenebroso los está matando a ella y a Draco─ susurró Theo luego de confirmar que nadie los veía hablar.

─Todo es culpa de sus padres─ habló por primera vez Daphne─. Si no hubieran sido tan idiotas como para fallar.

─Cierra la boca, Greengrass─ saltó Pansy─. Nadie pidió que te unieras a la conversación. Además, ¿qué sabes tu de la misión? Tu padre ni siquiera fue y dudo que hubiera sido capaz de salir con vida.

Diamond se movió suavemente entre sus brazos, funciendo el entrecejo. Le molestaba que hicieran ruido. Los oía a la lejanía, como si estuvieran a metros de distancia, pero aun así era molesto. Los chicos notaron aquello y trataron de guardar silencio.

Aquella noche ni ella ni Draco fueron a la Sala de Menesteres. Ambos necesitaban dormir urgentemente. Si continuaban así, morirían antes de terminar el armario. Diamond tenía miedo de no cumplir su misión, así que comenzó a idear un segundo plan en caso de que no lo lograran. Estaba desesperada con acabar con todo de una vez.

Diamond se sentó en un sillón de la Sala Común con una libreta y una pluma de tinta propia en sus manos. Sus ojos viajaron por todo el lugar hasta terminar en el fuego verde de la estufa, que serpenteaba con furia y largaba una que otra chispa. Sus ojos celestes brillaban ante la luz caliente al mismo tiempo que su cabeza volvía a trabajar sin parar. Luego recordó el collar maldito que había en Borgin & Burkes. Podía comprarlo sin problemas, le enviaría una carta codificada a su madre para que lo hiciera por ella y lo mandara a Hogsmeade en la primera salida. Si, eso haría.

─¿Qué haces despierta a estas horas?─ la voz de Draco la hizo sobresaltar.

Rápidamente se puso la gorra de su capa y lo miró. Él alzó sus cejas sin dejar de estar serio.

─Tengo una idea─ le dijo en voz baja─. Es que tengo miedo que no podamos arreglar el armario, así que planee algo por las dudas.

Draco reaccionó rápido y fue a sentarse a su lado. Diamond comenzó a explicarle lo que quería hacer. Él parecía conforme con aquello.

─Entraré a las Tres Escobas e iré al baño de chicas sin ser vista y le haré una maldición Imperius a la primera que entre. Ella le entregará el collar a Dumbledore. Luego, por las dudas, volveré a Hogwarts por el pasadizo que hay en la parte trasera del bar, donde guardan cosas.

─Es un buen plan─ asintió Draco─. También estaba pensando en que podríamos usar a Madame Rosmerta en caso de que no funcione. La hacemos envenenar una botella de hidromiel y que se la entregue al profesor Slughorn. Él se la dará a Dumbledore.

Diamond asintió de acuerdo. Nada de eso podía salir mal, de lo contrario se verían obligados a trabajar sin parar en el armario.

Para suerte de ambos chicos, quienes no habían logrado ningún avance, la primera salida a Hogsmeade llegó rápido. Lo único que ponía en riesgo todo era que Draco no podría estar por si algo salía mal, pues había sido castigado por McGonagall por no entregar los deberes de Transformaciones.

─Idiota, ¿por qué no hiciste la tarea?─ regañó Diamond con el cabello levemente teñido de rojo. No podía controlar casi su metamorfomagia, así que las veces que su pelo cambiaba de color apenas se notaba.

─Lo lamento, mamá─ Draco rodó sus ojos, pero algo de aquello le divertía─. Me sorprende que tu los hagas.

Diamond soltó un bufido. Le estresaba que él no tomara algunas cosas en serio, pero lo dejó pasar por el momento. Draco, por su parte, sabía cómo la hacía sentir y no quería aquello. Si, Draco Malfoy había leído un libro de metamorfomagia y sabía exactamente lo que significaban los colores.

─Bueno, no importa, me las arreglaré yo sola─ dijo ella tratando de calmarse. Su cabeza comenzaba a doler.

─Vas a estar bien─ aseguró él al verla ponerse nerviosa.

Diamond evitó su mirada, pero asintió. Se despidieron sin emitir ninguna palabra y cada uno se fue por su lado. Ella llegó rápidamente a la fila que los estudiantes hacían cada vez que se iba a Hogsmeade. Pansy y Blaise la esperaban allí.

El viaje fue silencioso. Ellos sabían que Diamond tenía cosas que hacer en el pueblo. Al llegar, ella salió sin decir nada y comenzó a recorrer el lugar. Tenía que salir disimuladamente a las afueras de Hogsmeade donde estaría su madre con el collar.

El viento golpeaba su rostro con brusquedad. Estaba muy tormentoso el clima. Diamond había asegurado de que su bufanda verde escarlata no se saliera por nada del mundo, y se había puesto unas botas que le llegaban por las rodillas. Su saco negro mantenía su temperatura regulada.

─Ahí estas─ dijo su madre cuando la vio. Traía el cabello violeta atado en una cola y tenía la mirada fría de siempre. Entre sus manos había un paquete donde estaba el collar maldito.

─No tengo mucho tiempo para saludar─ dijo Diamond agarrando el paquete─. Solo te aseguro que todo va bien.

─Es lo que quería oír─ dijo la mujer.

Ambas se despidieron con un asentimiento y Diamond escondió el paquete debajo de su abrigo. Oyó a lo lejos el sonido de desaparición característico.

Ya en las Tres Escobas, se dirigió al baño. Había visto a Blaise apoyado en una columna mientras hablaba con Pansy. Más allá estaban Harry Potter y sus amigos, Hermione Granger y Ron Weasley. Entró a un cubículo y esperó con algo de paciencia. La primera persona que entró fue Katie Bell, una chica de Gryffindor que jugaba en el equipo de Quidditch. Sin que la viera, Diamond la apuntó con su varita.

Imperio─ susurró con firmeza.

Los ojos de Katie parecieron abandonar su brillo y se dejó controlar. Eso facilitó las cosas. Diamond dejó el paquete con el collar frente a la chica y le ordenó llevárselo a Dumbledore, pero que no saliera hasta que hubieran pasado tres minutos. Eso era suficiente para lograr irse de allí.

Una vez afuera, Diamond cruzó junto a Blaise y Pansy para hacerles saber que estaba bien y se escabulló como pudo al fondo del bar. No había rastro de Madame Rosmerta, por lo que se apresuró a buscar el pasadizo que la llevaría a Hogwarts. Estuvo un rato caminando por un túnel hasta que desembocó debajo de una estatua.

─Diamond, ¿eres tu?─ oyó hablar a Draco.

Ella rodó sus ojos. Él no tenía nada de conocimiento sobre el significado de discreción.

─Si. Abre esto, por favor─ pidió la chica.

Rápidamente fue sacada de allí y ambos corrieron por los pasillos hasta hallar un aula vacía.

─Lo logré─ dijo Diamond algo cansada por la corrida─. Le hice la maldición a Katie Bell. Si tenemos suerte, hoy mismo Dumbledore la tendrá en sus manos.










a partir de ahora los capítulos serán más largos :)

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