Capitulo 10
Ignacio G.
—Bien, con esa última exposición terminamos. Los dos grupos que no pasaron hoy, les daré una oportunidad de pasar después de vacaciones, con una nota máxima de... cinco—el profesor dejó los fólderes encima del escritorio. Las quejas de ellos no se hicieron esperar—es eso o quedarse con un cero—el timbre de salida sonó—disfruten sus vacaciones.
Guardé mis cosas del escritorio y esperé a que los chicos estuvieran listos. Tenemos de vacaciones hasta el siete de agosto, siete días medio libres, ya que venimos a ensayos en la mañana o en la tarde, dependiendo lo que diga el instructor. Bajamos las escaleras prácticamente corriendo. Cuando llegué al portón, Alison me estaba esperando con otras chicas.
—¿Qué harás en estos días? —preguntó Benjamín, parado a la par mía.
—Aparte de ensayar, me quedaré en casa. ¿Tú?
—Vendré a las ruedas con los demás. ¿Vienes?
—Me dan miedo las alturas—comentario equivocado; comenzó a reír—si ríete lo que quieras, cuando me subo, por más pequeña que sea, siento que me falta la respiración y se me aprieta el estómago.
—Eres igual que mi hermana pequeña.
—Puedo venir a observar nada más—seguía hablando con sus amigas. Siempre nos agarra la tarde por esto—no olvides mandarme lo de matemáticas.
—¿Cómo es posible que seas tan malo para las matemáticas, pero salgas bien en los exámenes? ¿Trampa?
—No... solo necesito memorizar los ejercicios bien. Mientras sepa exactamente cómo va uno de ellos, no me cuesta realizar el examen. Puedo tardarme dos horas en cada examen sin problema, solo ocupo un papelillo con una fórmula base.
—Lo sabía—hablé golpeándome en el hombro.
—¿Cuándo conseguirás un teléfono? —preguntó Juan, dándome un cuaderno—siempre que uno necesita hablar contigo, primero debemos llamarle o escribirle a ella.
—Veré si en estas vacaciones consigo uno usado, porque comprado tengo que vender un riñón.
—Un primo va a vender su teléfono; le puedo decir que te lo deje un poco barato.
—Me ayudarías mucho—mencioné, alejándome de ellos—debo irme, veré si vengo a las fiestas.
Caminamos en silencio hasta la parada de buses. Salimos cabal a las doce, y la parada estaba a morir. Todos habían salido a la misma hora; subir al bus sería una guerra. Caminamos hasta el otro lado y esperamos. Los microbuses venían llenos también; tardaremos en irnos de aquí.
—Tendremos que esperar a que venga uno más o menos vacío—mencioné.
—Sí, ¿ya te dijo Isaac? —negué con la cabeza—te tiene un regalo hoy.
—¿Regalo? No será una orden para que me vaya.
—¿Qué? —habló en medio de risas—tan malo lo crees—asentí con la cabeza, haciéndola reír más—estoy segura de que te gustará lo que te dará.
—Eso me da más miedo que alegría.
—¿Qué te pareció Nayeli? —preguntó después de un rato en silencio; se fue muy temprano que no la vi, al final me quedé dormido.
—Es agradable y buena escuchando.
—Cuando llegó a casa por primera vez no le puse importancia, pero sus llegadas se volvieron constantes. La cercanía y el cuidado que él le daba me recordó a Antonio. Volví a acercarme un poco más a ella; siempre que puedo hablamos por mensaje o llamada.
—Isaac tiene mucha suerte; es una chica muy agradable... hablé un poco con ella y se ganó mi confianza.
—Sí, solo necesitas hablar un poco con ella. Cuando hablas, es como si ella hubiera vivido más que nosotros y es casi de nuestra misma edad.
—¿Qué edad tiene?
—Diecisiete, creo que ya casi se acerca su cumpleaños, no recuerdo bien cuándo.
—Pensé que er...
Un bus venía vacío de milagro, paró cabal delante de nosotros, dándonos chance de subirnos antes que los demás, que comenzaron a empujarse entre todos. El transcurso fue rápido; cuando nos bajamos, vi a Isaac en el punto con otros. Alexis siempre está cerca, no tiene nada mejor que hacer o molestar a alguien.
Cuando llegamos a casa, cada uno fue a su habitación. Me cambié el uniforme y me tiré a la cama. Llevamos pocos días de que comenzamos el ensayo, pero me siento cansado. Al fin comenzaron las vacaciones; mañana mismo la señorita Aurora cumple la mayoría de edad, dándole más poder sobre los negocios de su familia. Ya que salimos de vacaciones en esos días, se hizo una pequeña celebración en su nombre.
Las pláticas con él han cambiado mucho; a veces pasamos la noche completa hablando en tranquilidad, de cosas sin sentido por momentos. Me recuerdan a las pláticas que teníamos por teléfono, pero la diferencia es que él no sabía quién era. Nayeli no ha vuelto, pero sí la escuché hablando con él dos veces. Alison dice que él tiene un regalo para mí, pero no sé cuál será. No sé si sentir felicidad, miedo o simplemente no pensar en eso.
—¿Estás cómodo? —me volteé rápidamente y él estaba parado cerca de la puerta.
—Estoy cansado; llevo menos de seis días en ensayo y siento que podría morir pronto.
—Alison se ponía igual al principio; con los años se acostumbró por completo—se adentró en el cuarto y se sentó en la cama. Me giré un poco para darle espacio—toma—me extendió una caja.
—¿Es? —pregunté, pero no respondió. Me senté en la cama y crucé las piernas, agarré la caja y revisé lo que había. Era un teléfono; no era de los mejores, pero era bueno. Vi muy buenas reseñas de él—gracias—me acerqué a él y le di un abrazo que él correspondió.
—Que todas las cuentas sean nuevas y también el número—me recordó abrazándome.
—Está bien.
—¿Piensas alejarte o te aviento? Tú decides.
—Perdón.
Me pegué a la pared y comencé a arreglarlo a mi modo. Descargué las aplicaciones e inicié sesión en las cuentas que abrí en la computadora de Alison. Se quedó en silencio, solo observándome. Después de tanto, me acostumbré a oír ese maldito pitido; hasta cuando estamos dormidos tengo que estarlo escuchando.
—Toma—levanté la vista y me estaba extendiendo dinero.
—Ya estamos de vacaciones—expliqué, no es necesario que me dé lo de la semana si voy a estar aquí en la casa.
—Es para que vayas a comprar. La ropa que te di ya era algo vieja y no son tus medidas; vayan mañana a comprar algo.
—¿Con es...?
—Te cuesta tanto seguir órdenes.
—Gracias—lo agarré y me lo guardé en el pantalón.
Noté cómo se quedó pensando en algo. Hay momentos en que se va de aquí; es como si su cuerpo estuviera aquí, pero su mente en otra parte. Su mirada conmigo a veces se suaviza. Desde hace tiempo no tenemos una conversación incómoda o comentarios.
—¿Has hablado con tus amigos?
—Sí, un par de veces. Quería preguntarte si puedo invitarlos a venir.
—Hazlo, solo que no se pueden quedar a dormir o podría pensarlo.
—Está bien, aprovecharé que están las fiestas agostinas para que vengan, si es que los dejan.
—¿Has hablado con Norma?
—No, tampoco me he puesto en contacto con ella—me quedé en silencio sin saber si debería decirlo o se enojaría; esa conversación salió mal.
—¿Quisieras saber cómo está tu hermana? —era como una pregunta, pero los dos sabíamos que era una afirmación, no una pregunta—llama a tu casa cuando sepas que ella o él no están.
—Por veces llega mi abuela a cuidarla, pero no creo que le hayan dicho nada.
—Aprovecha esos momentos entonces.
—Sí, ¿puedo preguntar algo?
—Ya me acostumbré a que seas curioso; pregunta—aceptó.
—¿Cuándo comenzaste en esto?
—Fue cuando tenía como once o diez, no recuerdo bien—se acostó en la cama. Al mismo tiempo, la camisa se le levantó un poco; el pantalón a veces lo usaba un poco debajo de la cintura. Verlo en esa posición dejaba poco a la imaginación—¿tienes más preguntas?
—Tengo muchas desde que llegué aquí.
—Bien—suspiró—solo por hoy puedes hacer esas preguntas, pero—odio que hable y se quede callado de repente—si pasas los límites, te dejo hablando solo.
—Bien, ¿comienzo?
—Sí—puso sus manos detrás de la cabeza y cerró los ojos. Tengo muchas dudas, pero también sé que la curiosidad mató al gato.
—¿Te costó la primera vez? Quiero decir, ¿cuándo entraste?
—Normal; cuando llegamos estaba Óscar. Al principio solo me pedía que llevara o trajera cosas de aquí allá. La policía no llegaba a desconfiar de un niño de casi diez años.
—¿Hay algo de lo que te arrepientas hasta el momento? —me moví y me acosté en la cama a la par de él.
—Dos veces me arrepentí de una decisión, pero hubo una persona que me dijo que el "hubiera" no existe. Si tomaste la decisión, vive con ella hasta el final, aunque eso te consuma poco a poco.
—¿Si pudieras cambiar esa decisión, lo harías?
—No.
—¿No quieres vivir diferente? Quiero decir, tener amigos, poder salir sin miedo, fiestas, novias, una vida más normal.
—Antes de darle el sí a Óscar, lo pensé. Pasé toda la noche pensando en lo mismo. Si le decía que no, él dijo que estaba bien; seguiría viviendo de la lástima de su madre. No encontraría a nadie que le diera trabajo a un niño y sin estudios. Ellos dos se hubieran quedado igual que yo, sin poder estudiar y viviendo en una miseria, solo porque Norma construyó su vida sin nosotros.
—No lo había pensado...
—No tenías por qué. Tuviste suerte de crecer con un padre que está dispuesto a todo por ti, pero nosotros no.
—¿Qué pasó con su tía?
—Esa mujer siempre tuvo envidia de Norma; era la favorita de los abuelos. Cuando nos dejó con ella, era como vivir en la calle. Nos sacó de la escuela, nos gritaba por todo, siempre nos ofendía por cosas que no tenían sentido. Teníamos que ganarnos un plato de comida que era una miseria, peor que lo que comían sus dos perros.
—Por eso vinieron aquí y conocieron a Óscar.
—Sí, él fue el primero que vimos y acepté a los condenados. Poco a poco, la gente dejó de vernos con lástima. Logré que los dos pudieran estudiar y ser todo lo contrario a lo que decidí transformar mi vida. Alison quiere estudiar medicina.
—La carrera es una de las más largas, pero estoy segura de que será de las mejores que ha visto este país.
—¿Tú qué quieres estudiar?
—Tengo dos en mente, pero aún no me decido. Quiero ser abogado, pero también me llama la atención la psicología. ¡Hey!—reclamé, estamos hablando de él, no de mí. No sé cuándo pueda tener una oportunidad así de nuevo—esto es sobre ti, no sobre mí.
—Claro—se rió un poco; casi nunca lo he escuchado reír, y menos conmigo.
—¿Has tenido miedo?
—Sí.
—¡Dios! Extiende más la respuesta—lo moví bruscamente; detesto las respuestas cortas, eso me deja con más preguntas.
—Tengo miedo de dejarla sola. Un día cualquiera puede que no regrese; pueden venir a avisarle que estoy muerto o en la cárcel. En un par de segundos, su vida podría venirse abajo—abrió los ojos y se tocó un collar que andaba. Eran dos anillos, quizás de plata, tenían algo grabado en ellos—ya perdimos a papá, después a Norma y éramos solo unos niños. Después perdimos a nuestro hermano. Si yo muero, ella quedará sola.
—¡YO ESTARÉ AQUÍ!—grité, levantándome rápidamente—no importa lo que suceda, nunca la dejaré sola; me tendrá para siempre con ella.
Su risa se escuchó más fuerte que la última vez; se levantó y me abrazó.
—Lo sé, sé que estarás aquí con ella cuando yo muera—me susurró en el oído; su voz era como de alivio, de tranquilidad.
—No morirás.
—Sé los pecados que cargo; tarde o temprano alguien intentará vengarse de mí—la fuerza con la que me abrazaba se volvió mayor; buscaba consuelo—algún hermano, padre, hijo, amigo, primo, tío.
—Yo estaré a tu lado.
—¿Estás confesándote? —comenzó a reír más fuerte, alejándose de mí.
—N-n-no—tartamudeé, viendo hacia el suelo.
—Porque siempre que menciono algo así, miras al suelo y tus mejillas se ponen rojas.
—Quedé de ver...
Isaac me jaló del brazo, haciendo que me acostara en la cama. Se acercó y me besó. Es la segunda vez que me besa; fue tranquilo y con suavidad. La manera en que mueve su boca encima de la mía me da calma. Coloqué mi mano en su mejilla y él en mi cintura, haciendo que nuestros cuerpos estén más cerca que antes. Comenzó a besar con un poco más de rapidez, un beso que buscaba llegar más lejos.
Los recuerdos comenzaron a llegar a mi cabeza de golpe: los gritos, las suplicadas, los golpes, las risas, las burlas. Mi cuerpo comenzó a temblar de nuevo; quiero evitar pensar en eso, pero no puedo detenerlo. Quiero pensar solo en él en este momento; quiero que él borre los recuerdos horribles que me amenazan cada que duermo, cada que intento ser feliz.
—¿Qué sucede? —susurró a milímetros de mis labios—estás temblando y llorando.
—N-nada, l-lo siento.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó, aún cerca de mí.
—Por esto—lo empujé y salí caminando rápido del cuarto. Empujé la puerta del cuarto de Alison y entré, cerrando detrás de mí.
—¿Qué sucedió? —preguntó ella, acostada en su cama con la computadora.
—Creo que acabo de arruinar la cercanía que comenzamos a tener—me deslicé por la puerta hasta sentarme en el suelo.
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