♦️ Aguardiente ♦️
Evito lo más posible de no pensar en nada mientras desaparece a mis espaldas el camino de regreso; pero el intento se evapora como agua. Comienzan a dominarme dos recuerdos salidos de una película de terror, reproduciéndose el mismo susurro en mi oído, y la cálida sensación de una mano sosteniendo la mía para guiarme hacia el exterior del autobús y al interior de la cafetería.
Ahora, las preguntas son:
¿Qué fue?, o mejor dicho, ¿quién fue?. ¿Cuál era su propósito?.
¿Te imaginas a alguien?
Bueno, no pretendo agobiarte, porque entre más les busco una respuesta lógica creo que menos la tienen. Tal vez, sólo ha sido producto del sueño que me envolvía en aquel entonces. Intento convencerme de que es así. ¿Para qué darle tantas vueltas?. Sin embargo, está presente un miedo que ensordece mis sentidos y cala mis huesos, que, en parte, también se debe a este húmedo invierno; no lo voy a negar.
Como te voy contando. Corro la cortina negra que estorba ante mi vista y aprecio el paisaje de edificaciones que se muestra a través de la ventanilla de cristal. Claramente ha cambiado. Es muy diferente al que disfruté en la primavera pasada cuando la cuadra resplandecía de colores vivos y transeúntes y, que también, fue perfecto para regalarle mi vida a la Catrina contaminando mi cuerpo con alcohol. Quizás también lo haz hecho, pero no te lo recomiendo, y mucho menos, venir aquí. Ahora, esas mismas edificaciones lucen como una pared rugosa, llena de grises ventanas, volátiles puertas y balcones mezclados con la nieve de la melancolía. Todo, expuesto al prominente rugido del oleaje que surge del fondo del acantilado. Te puedes asustar.
Pero sigo. En este momento voy conteniendo una risa de ironía. El chofer me deja exactamente en el lugar que busco sin yo pedírselo. Ya son tantos años que lo visto, que conoce mi rostro, y, quién sabe, hasta mis intenciones que son obvias. Lo primero que me golpea abruptamente es el ventarrón de aire frío proveniente del mar; por lo que pienso, que aunque nunca he estado en el Polo Norte no le haría diferencia este sitio. Te lo aseguro. Entonces, seguidamente, los rayos del Sol sobrecoge mi cuerpo helado pero no logra calentarme, así que sólo queda una manera.
Entro por fin a ese bar llamado Acantilado. Me siento en la mesa del fondo ya que pienso pasarme todo el día aquí, aunque, también es para evitar contacto con los hombres ebrios y las parejas que se besan con voracidad. No te voy a mentir. Pero, no es que tenga algo en específico contra las parejas, no los conozco, simplemente me hace recordar a mi soledad, esta hiriente soledad sin amor, que me carcome y hace que las envidie, y odie de una forma descomunal a Cupido.
En fin. La misma camarera de siempre, esa que anda como quien no quiere ropa, acude a mi encuentro para tomar mi orden, y yo, sin perder tiempo, pido la botella más cara de aguardiente, llamada Mil demonios.
Después de tomar unos sorbos largos la cabeza me da vueltas y se relajan mis extremidades; y a la vez, un fervientemente calor activa mis sentidos, avisándome que la ropa me queda de más, pero todavía no estoy lo suficientemente ebria como para despojarme de ella.
—¿La acompaño, señorita? —pregunta un anciano a mi espalda.
—No —le respondo sin voltear a verle; el señor no insiste. Ya me lo había pedido en encuentros anteriores, y sí había insistido, pero yo ni caso, algún día dejará de preguntarme. ¿No lo crees?
—Espero que a mí no me niegues igual, Elizabeth —escucho hablarme otra voz masculina. De repente la lucidez vuelve a mí. Aquella voz es idéntica a aquel susurro del autobús.
Miro hacia todos lados y no veo a nadie relevante que me indique más desconfianza de lo habitual.
¿Acaso me estoy volviendo loca? ¿O tengo que echarle la culpa también al aguardiente?. Porque ahora no tengo sueño.
Tomo la botella y la balanceo en el aire, hasta que su oscilación es interrumpida por alguien que me la arrebata. Lleno mi vista con el cuerpo del ladrón, y quedo retenida ante su atractivo físico fornido.
Lo repaso de arriba hacia abajo, y viceversa. Una melena de rizos rubios le caen sobre sus ojos insondables, estriados de gris y celeste; pero no me detengo muchos segundos en ellos. Lo que en realidad me llama la atención son unos labios entreabiertos y cincelados, donde mi nombre se escucha hermoso por aquel toque dulce de su voz varonil. Y por lo que aún puedo percibir, veste completamente de negro, haciendo uso de una chaqueta de cuero y de jeans rasgados en las rodillas.
Siento que su mano libre toma mi barbilla y cierra mi boca, luego de eso, todo se sumerge en oscuridad alrededor mío.
******
—¿Dónde está? —escucho una voz muy lejana.
Intento levantarme de lo que al parecer es una cama, pero caigo de nuevo. Los recuerdos en el bar Acantilado son borrosos en mi mente. Abro los ojos y la sorpresa que me llevo me paraliza. Estoy en medio de una biblioteca y recostada sobre un diván tapizado con terciopelo color esmeralda. En frente de mí, está el mismo chico del bar, que ésta vez luce como una obra de arte de desnudos; aunque está con ropa, en mi imaginación tiene el torso desnudo.
—Me alegra que hayas despertado. ¿Cómo te sientes? —me pregunta, mostrando cierto brillo de picardía en sus ojos.
—¿Quién eres? —pregunto atemorizada y sentándome de golpe.
—No temas, no te voy a lastimar. —dice él, introduciendo el libro que leía al espacio vacío de un estante para luego dirigirse hacia mí. ¿Tú le creerías? He sido secuestrada por lo que me doy cuenta.
Inmediatamente me pongo de pie y camino hacia atrás buscando un arma para protegerme. Pierdo el equilibrio al tropezar con mis propios pasos por el intento de búsqueda inútil, porque aquí sólo hay libros y más libros. No sé en qué momento mis manos terminaron en sus pectorales y sus brazos rodeando mi cintura, evitando una caída garantizada. Tampoco me atrevo a levantar la visita sobre su rígida mandíbula, ya que los nervios en circunstancias como éstas suelen ser traicioneros. Esta suculenta cercanía ahora tiene los latidos de mi corazón acelerados de una manera exagerada, y que burla mi voluntad de querer separarme de su cálido cuerpo. Porque si aquel hombre se lo propusiera, pondría en duda la heterosexualidad de los hombres.
—Discúlpeme, Elizabeth, por no presentarme primero, —dice, retirando su agarre de mi cintura y tomando distancia prudente —Me llamo Hakimsahar Amirtarik de Erosanuar, más conocido, por Cupido.
La primera parte no la escuché porque aún andaba observando sus protuberancias del pecho. Quise mirar más hacia abajo pero traía puesto los jeans, que me resultó perturbador encontrarlos por mi libre imaginación. Cuando dijo «Cupido» creí escuchar romperse una burbuja de jabón en la que me imaginé estar adentro.
—No beberé más aguardiente —es lo único que logro pronunciar después de unos minutos procesando lo que acababa de oír.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro