Capítulo 23
Marcos avanzaba entre los caminos de cemento, era un material de antaño que ya no se utilizaba, pero en este caso era perfecto para recrear de manera más "retro" el ambiente.
El cielo se iluminaba tenuemente de carmesí, una estrella irradiaba un intenso color rojo, brindando la iluminación necesaria para el escenario. El aroma a podredumbre y alimentos descompuestos se impregnaba en cada rincón y rajadura. Bolsas y recipientes de basura estaban esparcidos en el suelo, dejando escurrir un líquido verde amorronado.
Los pequeños roedores salían a deleitarse con toda la porquería desparramada, provocando uno que otro sobresalto a quien no estuviera lo suficientemente atento para percatarse de sus repentinas apariciones.
Las jaulas alrededor estaban diseñadas con barrotes o mayas de acero, en su mayoría se encontraban rotas y oxidadas, luciendo una triste imagen de lo que alguna vez fue una prisión para los desafortunados animales. Por dentro se podía apreciar un mísero intento de recrear sus hábitats de la forma más sencilla y económica posible, era una muestra clara de crueldad y que se priorizaba el dinero en vez de su bienestar.
Cada cierto tiempo se podía escuchar el aleteó y ruido de algunos pájaros, pero jamás se podía encontrar a los responsables de causarlos. Algunas devastadas farolas se esforzaban por dar pequeños y titilantes brillos, como si se tratarán de un viejo y cansado corazón a punto de rendirse.
El rugoso suelo era inestable y pegajoso, obligando a que se tuviera cuidado al pisar para no ensuciarse con los asquerosos charcos que se formaban.
Marcos marchaba encorvado, con inseguridad, escudriñando con sus ojos cada dirección posible. Iba junto a cuatro condenados con los que había formado un grupo. El muchacho no se atrevería a andar solo por el tétrico escenario, decidió arriesgarse a ir con cuatro hombres. Aunque los "compañeros" con los que contaba esta vez tenían aspectos de matones. Lo único que hacían al hablar era maldecir y amenazar, dejando en claro en cada oportunidad que harían lo necesario para sobrevivir.
—Ahí, miren —señaló el más fornido de los condenados del grupo.
Una de las jaulas tenía un enorme agujero y adentro había dos cobertizos cerrados por unas corroídas puertas. El grupo de condenados se dirigieron hacia allí, en la búsqueda de algún objeto que pudiese ser útil. Sin preocuparse, cruzaron el lodoso terreno, sin perder su característico ánimo, rebozaban de confianza, creyendo que entre los cinco podrían defenderse de cualquier animal o persona.
«Esta ambientación me pone muy nervioso», pensó Marcos mientras iba en la retaguardia, poniendo todo su empeñó en ser invisible, no quería que los demás lo molestarán. Varias veces habían bromeado diciendo que solo le permitieron unirse para usarlo de carnada. Sonaba demasiado convincente para tomárselo como chiste.
Marcos observaba en silencio a los otros turnarse para golpear la puerta. «Las jaulas rotas, basura tirada por todos lados, las farolas destruidas y cada tanto se escucha el aleteo de alguna especie de pájaro. ¿Habrá animales en este zoológico antiguo? No nos dijeron nada de eso... solo nos advirtieron del asesino y los traidores», se volteó para mirar a su alrededor por si encontraba algo, las sombras parecían transformarse en amorfas siluetas que se movían en cuanto le quitaba los ojos de encima, los nervios no le permitían quedarse quieto. El húmedo lodo en sus piernas no le molestaba, en las minas donde trabajaba estaba acostumbrado a ensuciarse.
Una de las puertas cayó, levantando una gran cantidad de polvo y provocando un retumbante sonido metálico. Rápido, todos ingresaron de manera desorganizada, compitiendo para ver quien se hacía con los mejores objetos. Buscaron en cada mueble y casillero que encontraban, hasta que consiguieron diferentes herramientas: un martillo, una pala, un machete, un pequeño cuchillo y una escoba de madera. Se repartieron entre ellos los objetos, dejándole la escoba a Marcos. Además, dos consiguieron una batería cada uno, la cual usaron al instante, sin preguntar o hablar con los demás del grupo.
Una vez terminaron la búsqueda en la primera habitación, fueron a la siguiente puerta. No les costó nada derribarla con el equipamiento que portaban, pero fue en vano, no había nada más que tierra y papeles tirados.
Sin perder tiempo, salieron de la jaula y siguieron caminando hasta detenerse en un gran cartel de madera podrida, sus letras e imágenes apenas se apreciaban, portaba la información del animal que debería de haber delante. Nadie a excepción de Marcos le prestó atención. Los demás se acercaron para observar el interior del lugar: no había barrotes o mallas de metal, solo un barandal oxidado, que llegaba a la altura de la cintura, rodeando la zona. Era una especie de pozo, con el suelo hecho de tierra y con unas piedras gigantes en el centro dándole el aspecto de una pequeña montaña donde podría lucirse la majestuosa bestia que una vez fue aprisionada en ese lugar.
—Parece una arena de combate, como la que utilizan en el coliseo de basura —comentó sonriendo uno de los condenados al recordar las frenéticas peleas que había visto en aquel excéntrico lugar.
Todos los condenados se percataron al mismo tiempo de la llave dorada que se encontraba frente a las piedras. No solo eso, sino que también había dos baterías al lado de esta.
—¿Cómo bajamos? —preguntó el más fornido del grupo, quien estaba armado con la pala—. Es bastante alta la pared, deben ser unos cuatro metros.
—Con uno que baje es suficiente —respondió el condenado que portaba el cuchillo, mientras miraba al resto de forma maliciosa.
Observaron su alrededor, sin embargo, no encontraron nada de lo que agarrarse. Era una caída bastante profunda para saltar, era imposible que bajaran sin ayuda. Además, si descendían quedarían encerrados, el grisáceo y alto muro funcionaba como una jaula.
—¡Ya sé! —exclamó el condenado de cabello naranja fantasía, soltando el machete que llevaba antes de empezar a sacarse la remera—. Hagamos una cuerda atando nuestras prendas y que el pequeño baje.
Marcos dejó de leer el cartel al escuchar que lo nombraron y se acercó a donde estaban todos.
—¿Eh? ¿Por qué yo? —preguntó temeroso, evitando en todo momento mantener el contacto visual.
—Eres el menos pesado —contestó de inmediato el hombre del machete.
—Si, él tiene razón, eres tú el que debe ir —agregó otro del grupo.
Los demás asintieron, apoyando la decisión. No se lo estaban preguntando, era una orden. Los ojos de los cuatro hombres se clavaban expectantes a la reacción del muchacho, no aceptarían ningún acto de rebeldía, estaban a punto de actuar como jueces y, de ser necesario, como verdugos.
Marcos sintió la horrible presión que ejercían sus maliciosas miradas, tenía la impresión de que, en realidad querían que se negará, así tendrían una excusa para lastimarlo. No tenía escapatoria. Se estaba reconsiderando la decisión de ir en grupo, quizás solo tendría más probabilidades de sobrevivir.
Miró hacia la profunda fosa, tratando de prepararse para lo que tendría que enfrentar, pero no se sentía seguro con esa decisión. Parecía una trampa.
—No lo sé... ¿No podemos hacer ot...?
—Lo haces por las buenas o por las malas —lo amenazó el hombre con cuchillo, apuntándole con su arma.
El muchacho de pelo marrón apretó con fuerza su escoba, tratando de controlar su impotencia. Al percatarse de que no tenía de otra, aceptó de mala gana. Los demás no tardaron en hacer los nudos a las prendas, en un intento por formar una soga.
Una vez que los cincos ofrecieron sus remeras y completaron la improvisada cuerda, la arrojaron para probar el resultado de su idea. Aunque no llegaba hasta el suelo, no era mucha la distancia que le faltaba, Marcos iba a tener que soltarse e intentar aterrizar lo mejor posible.
Mientras se preparaba, Marcos maldecía en su cabeza y le dedicaba insultos a sus "compañeros". Era tan injusto que lo trataran de esa forma, se suponía que el objetivo del grupo era trabajar en equipo.
Por un momento recordó a Flicker, lo que le dio un pequeño incentivo para no darse por vencido. Sin embargo, no podía evitar preguntarse "¿cómo él resolvería este problema? ¿Lo haría solo? ¿Hubiese buscado equipo?". Marcos se perdió en sus pensamientos, provocando la molestia de los demás.
—Deja de rezar, señorita, toma la soga y salta —dijo el condenado del machete, dándole un fuerte empujón en el pecho para despertarlo.
El muchacho resistió lo suficiente para no caer al suelo, sin embargo, no levantaba la mirada. No podía llevarles la contra, podía ver que eran hombres peligrosos, que lo atacarían sin dudar en el momento que los confrontara. El muchacho nunca había peleado con nadie, salvo los oficiales con los que se enfrentó, pero no los contaba, ni siquiera recordaba con claridad lo que había sucedido, se había cegado por la ira y actuó sin pensar.
«Vamos, Marcos, sobreviviste al primer desafío, esto no es nada... Solo... hay que ser cuidadoso y pensar antes de hablar, no tengo que enojar a los demás», se dijo así mismo, tratando de darse ánimos y buscar un poco de determinación.
La figura de Flicker seguía grabada en el muchacho, quería actuar como él. Era alguien amable, pero firme. Mostraba seriedad, pero sabía cuándo relajarse. Analizaba la situación de manera rápida y actuaba con cuidado. Todos signos que Marcos reconoció como "madurez y hombría". Algo que siempre quiso demostrar, pero nunca pudo.
Ahora estaba decidido a hacerlo, era la única forma de conseguir, aunque sea una probabilidad de sobrevivir. Debía dejar de ser un niño y actuar como un hombre y un soñador.
Su único consuelo mientras descendía por la suave soga hecha de remeras blancas con rayas negras, era que estaba lejos de los otros condenados de su grupo, podía estar un poco más tranquilo, sabiendo que no podrían golpearlo o matarlo. Pero si abandonarlo aquí abajo... Algo que preocupó al instante al muchacho.
La fría brisa le acariciaba la nuca, como si fuese una lúgubre advertencia. Sus ojos se concentraban en sus temblorosas manos, no quería distraerse y darle lugar a sus pensamientos pesimistas.
—¿Cómo me van a subir después? —preguntó preocupado mientras bajaba con cuidado, tomándose el tiempo necesario, no confiaba en la soga, ni en quienes lo sostenían.
—Algo se nos ocurrirá.
—¡Oye! No van a dejarme aquí, ¿verdad? —Miró hacia arriba, empezando a considerar subir antes de que fuera tarde.
—No, tonto. No te preocupes —respondieron al unisonó, intentando aguantar su inevitable risa.
A Marcos no le convenció su respuesta, pero ya no había nada que hacer. Sí no bajaba lo más seguro era que lo matarían. Ya no podía volver atrás, por lo que dejo escapar un largo suspiró.
Cuando llegó hasta el final de la soga, se soltó y al caer se dio un pequeño golpe, no había calculado bien la distancia, todo era bastante oscuro, como si descendiera a las profundidades del mismísimo averno.
«Ah, maldita sea... eso dolió», se sobaba el trasero mientras se levantaba.
En ese instante, desde arriba, sus "compañeros" le arrojaron la escoba a Marcos, mientras se reían de manera traviesa y se burlaban de él. Con cuidado, Marcos agarró el "arma" y empezó a avanzar en dirección a la llave, mirando hacia todos lados. El suelo era de tierra y no había nada que llamara la atención, salvo por la gran puerta de metal al otro extremo, la cual, el muchacho no perdía de vista.
Le tenue luz carmesí que los iluminaba le ponía los pelos de punta, era sofocante. Ver las expresiones de sus "compañeros" con un tono rojizo le resultaba muy espeluznante. Se sentía atrapado en un film de terror, de los que tanto le gustaba a una de sus hermanas.
Solo podía escuchar el incesante murmulló de los demás y el continuó golpeteo de su corazón. Todo parecía demasiado calmado, algo que le resultaba extraño, siempre que Condena Virtual les daba un momento de paz, era para prepáralo para algún nuevo e inesperado peligro.
«De verdad... espero que no haya animales... no quisiera enfrentarme a un leonoide», pensó mientras un frio escalofrío recorrió su espalda. El cartel que leyó antes de entrar mencionaba que esta era el hábitat de aquel noble felino.
Marcos volteó los ojos por lo que acababa de pensar, le parecía una estupidez. «Claro, "enfrentar..." Como si tuviese alguna oportunidad y mucho menos con esta escoba... ¿Por qué llevó esto conmigo? ¿Qué voy a hacer?, ¿barrer el piso con el asesino?», sonrió un poco al imaginar ese comentario, sin duda era una locura. «Sería gracioso decirle: "voy a barrer el piso contigo" o al ver a alguien tirado en el piso, voy a pararme encima y decir "esperen a que barra con este tipo"».
Pensar en aquellas estupideces lo ayudaba a relajarse, aunque sea un poco. Estaba bastante tenso, pero esa no era razón para no buscar consuelo en chistes malos. Las divertidas muecas que realizaba como si hablara solo lo distraían del mortal evento del que era víctima. Por un momento se perdió en su mundo imaginario, consiguiendo un pequeño respiro de aire fresco.
No tardó en llegar al frente de la llave dorada, era del tamaño de su palma y levitaba a unos pocos centímetros del suelo. El muchacho estiró su mano para agarrarla y antes de hacerlo escuchó un fuerte e inesperado estruendo metálico, viniendo de la gigantesca puerta.
Asustado abrió bien grande los ojos y miró hacia allí, se quedó congelado por el pánico, mientras abrazaba con fuerza su "arma" y la apoyaba en su pecho. Sentía una gélida punzada en el corazón, similar a cuando había cruzado miradas con Crashy.
«Se va a abrir... estoy acabado... se terminó...», pensaba Marcos una y otra vez. Su cara se tornó de un color pálido y su estómago empezó a retorcerse. Estaba totalmente en blanco, a merced de lo que sea que fuera a salir para atacarlo.
Los segundos pasaban y no ocurría nada. Poco a poco comenzó a recuperar el control de su cuerpo, logrando mirar a su alrededor. Su sangre volvía a circular con naturalidad, se había llevado un gran susto. Al relajarse un poco, se percató de la risa de los otros condenados y al prestar atención vio un pedazo de basura que habían arrojado para golpear la puerta.
«¡Malditos, idiotas!», pensó llenó de ira y vergüenza.
En un brusco movimiento, agarró la llave con una notable molestia en su rostro. Al instante, el brillante objeto fue absorbida por su pulsera. Los leves destellos blanquecinos y eléctricos capturaron su atención, todo a su alrededor se ilumino por un fugaz momento.
"Una llave ha sido encontrada y
está en posesión de uno de ustedes".
Después de leer el mensaje en la pantalla de su pulsera, tomó las dos baterías y se fue hacia donde estaban los otros condenados. Su rabia lo privaba de las demás emociones, no podía creer la estupidez que acababan de hacer. Por su mente circulaban cientos de insultos diferentes, deseando tener el valor para decirlos en voz alta.
—Sáquenme de aquí —exigió Marcos frunciendo el ceño, aprovechando la distancia para mostrarse valiente, trataba de no levantar mucho la voz para no hacer ruido.
—Tiranos la llave y las baterías, luego te sacamos —dijo el fornido hombre levantando su pala para distinguirse en el grupo.
Esto hizo que el muchacho no pudiera contener la risa, no le parecía divertido, pero la frustración era tanta que su cuerpo se expresaba de manera confusa. Luego se empezó a frotarse la cara con sus manos, lo sacaban de quicio. Suficiente tenía con aguantar que se aprovecharan de su debilidad, no se dejaría engañar tan fácil.
—Como si fuese a ser tan tonto, anda... ayúdenme a salir —respondió de mala gana, mirando a su grupo.
Mientras esperaba que los otros hicieran algo, vio en el cronómetro de su pulsera que faltaban cuatro minutos antes de que se activara la alarma. Dudó por un momento en hacerlo, pero envalentonado por el enojo de la situación, usó una de las baterías, agregándole ocho minutos a su cronómetro. Unos segundos después, tiraron la soga, que ahora era más larga, le habían agregado los pantalones de ellos.
Marcos dio un par de saltos hasta que logró agarrarla, luego empezaron a subirlo. Uno de los hombres se acercó a él en el instante que salió de la fosa, sin tener ni el más mínimo cuidado por el espacio personal del muchacho.
—Dame las baterías —exigió el grandote que tenía la pala, estirando su mano.
—Solo me queda una, la otra la usé —respondió Marcos apartando la mirada y dando un paso hacia atrás, su frágil valor había desaparecido.
—¿¡Qué!? —se acercó molesto el condenado de cabello naranja, poniendo en alto su machete para amenazarlo —¿Por qué hiciste eso, mocoso? —Su mano temblaba, se estaba aguantando las ganas de darle un golpe, se quedaba sin tiempo en su pulsera.
—Fui yo el que se arriesgó bajando, no veo porque no lo haría —exclamó con suavidad Marcos, apretando los puños para tratar de controlarse.
El condenado de pelo naranja hizo un chasquido con su lengua y luego trató de cambiar su actitud, relajando sus alterados gestos.
—Bueno no importa, dame la batería que queda —pidió en un tono más suave, disimulando tranquilidad.
—¡No! —interrumpió el hombre de la pala y se puso frente de Marcos—. Dámela a mí. —Extendió su brazo delante de él.
—¡Quítate, es mía! —Empujó al fornido condenado hacia un lado, quedando de nuevo delante de Marcos—. ¡Entrégamela ahora! —amenazó de nuevo con el machete, dejando en claro que no dudaría en usarlo, ya no negociaría y no actuaria amable.
El ambiente se cargaba de hostilidad, Marcos se sentía como una apetecible e indefensa presa a punto de ser atacada. Lentamente comenzó a retroceder, mientras ellos se acercaban de forma perversa, sin dejar de escupir insultos. Sin pensarlo más, el muchacho se dio la vuelta y emprendió su veloz huida.
—¡Ven aquí, basura! —gritó uno de los condenados intentando sujetarlo, sin éxito—. ¡Que no se vaya!
Todos fueron detrás de él, no permitirían que escapara con la valiosa batería. Los condenados con el machete y la pala, eran los que iban primero, lo perseguían ansiosos de cobrar su premio. Ahora tenían una excusa para matarlo y desahogarse. Los otros dos condenados que quedaban, les seguían el paso, adoptando más una postura de espectadores, querían observar cómo terminaba la persecución y la pelea entre los dos desesperados que se quedaban sin tiempo. Les parecía divertido el rumbo que estaba tomando el evento.
Marcos no podía alejarse, sin importar que tan rápido corriese, no lograba sacarles distancia. Incluso sentía que uno estaba demasiado cerca de alcanzarlo, sus amenazas parecían estar al lado de su oreja, casi como si ya estuviera encima suyo.
El hombre que portaba la pala ya casi lo agarraba, estiró su mano y justo antes de hacerlo, lo teclearon de atrás, haciendo que soltará su arma.
—¡Esa batería es mía! —dijo el condenado del machete y cabello naranja, subiéndose encima de su rival, aprovechando para intentar golpearlo con su afilada arma.
El condenado que estaba abajo lo tomó de los brazos para que no pudiera atacarlo, terminando en un furioso forcejeó, donde no solo se decidiría quien se quedaba con la batería, sino también con la vida del otro.
En medio de la acalorada pelea, vieron a Marcos pasar por su lado, retrocediendo sin dejar de mirar hacia adelante, sus ojos parecían dos platos, actuaba como si acabara de encontrarse con un fantasma. El desconcertante comportamiento del muchacho llamó la atención de ambos hombres, deteniendo el conflicto por un momento para levantar la cabeza y observar en la misma dirección.
—¿Una mujer? —preguntó confundido el condenado de cabello naranja, alzando una ceja.
—Ella... no estaba con nosotros al comienzo del evento... —comentó uno del grupo, mostrándose inseguro, su voz temblaba—. Eso quiere decir que... es la asesina —agregó sujetando con fuerza su pequeño martillo, preparándose para defenderse.
La joven, de cabello desarreglado y largo, estaba parada sin moverse, observándolos. Su pelo tapaba casi todo su rostro, lo que no dejaba presenciar con claridad sus expresiones. Vestía con una remera negra y escotada, junto a unos shorts de tela, rojo oscuro. Su figura no destacaba para nada, todo su cuerpo era eclipsado por el descuidado aspecto de su cabello.
Ella actuaba de manera extraña, parecía congelada. Se esforzaba por aparentar tranquilidad, sin embargo, su respiración agitada saltaba a la vista.
Los dos condenados que se encontraban en el suelo se levantaron, mientras ninguno le quitaba los ojos de encima, el silencio era inquietante y tenso. El ambiente había cambiado, todos estaban expectantes al siguiente movimiento de la mujer.
—¿Ella... está asustada? —preguntó confundido el condenado de cabello naranja.
La mujer, de nombre Ariel, dio un pequeño paso hacia atrás, sin darles la espalda, podía observar la malicia en los ojos de los condenados delante suyo. Quería huir antes de que la atacaran, los hombres se veían bastante intimidantes y estaban armados.
Una de las ventajas de llevar el cabello cubriéndole el rostro era que no podían ver sus expresiones, de esa forma creía que no se darían cuenta de su temor. Solo debía contener sus lágrimas y evitar que su respiración se acelerase. Si se controlaba, todo saldría bien.
—¡Sí! —confirmó con emoción el condenado con el machete—. ¡Nos tiene miedo!
La preocupación de todos los prisioneros desapareció y empezaron a sonreír. Dejaron de estar a la defensiva y dieron los primeros pasos hacía ella para comprobar su teoría.
Ariel retrocedió una vez más para mantener la distancia, confirmando lo que pensaban los hombres, les temía. Se olvidaron al instante del conflicto en el que estaban y del poco tiempo en sus pulseras, acabar con el asesino era la prioridad.
—Es porque estamos armados y somos cinco, sabe que no tiene oportunidad. ¡Vamos tras ella!
—Esperen... esperen, por favor —pidió Ariel temerosamente, levantando los brazos y mostrando las palmas de sus manos—. Mejor... mejor... hagamos de cuenta que no nos encontramos —dijo con su delicada y temblorosa voz.
Los cuatro condenados se miraron entre ellos y tras un pequeño gesto de estar de acuerdos, fueron por ella. Arial se vio presa del pánico y comenzó a huir desesperada, mientras suplicaba por piedad y que se alejaran.
—¡Por favor, váyanse, váyanse! —gritó Ariel entre lágrimas.
Marcos dudaba si seguirlos, pero al observar que se estaba quedando solo, decidió hacerlo, yendo detrás de todos. Delante suyo veía una imagen detestable, cuatro hombres persiguiendo a una joven bajo una tenue luz carmesí.
Ariel corría de manera torpe y poco agraciada, tropezando con la basura que se interponía en su camino. Sus piernas y manos temblaban, no podía controlarse, respirando de manera muy exacerbada, hasta el punto que parecía preocupante. Su enmarañado cabello le molestaba, no la dejaba ver por dónde ir y no era muy veloz, ya estaban por alcanzarla.
«Qué extraño... ¿No se supone que debamos escapar?», pensó Marcos confundido, no podía quitarse esa idea de la cabeza. En ese momento recordó lo que le había dicho el chico con pecas, de ojeras pronunciadas, con el username de Creeper01, cuando veían el entretiempo de los cazadores. «No fue una regla, pero el objetivo principal aquí es escapar... ¿Qué deberíamos as...?».
Un fuerte gritó se escuchó, por lo que dejó de distraerse. Vio como uno de los condenados alcanzó a la mujer, agarrándola del cabello y tirándola al suelo.
—¡No, por favor, no! —suplicó entre lágrimas la mujer, levantando ambas manos y agachando la cabeza—. Tienen que alejarse, tienen que alejarse...
—Nada personal, lindura, pero de esta forma será más fácil escapar de aquí —dijo de manera amenazante el condenado con el machete, abriéndose paso entre el grupo para ser el primero en atacar.
Ariel empezó a arrastrarse por el mugroso suelo, yendo hacia atrás, hasta chocar contra una pared. Se encontraba muy exaltada y temblaba demasiado. Sentía que la cabeza le iba a explotar, no soportaba más el dolor que la agobiaba.
Los cuatro condenados la rodearon y de manera lenta empezaron a acercarse con una mirada sanguinaria, mostrando en alto las armas que cada uno tenía. No iban a perder esta oportunidad, no solo estaban por lastimar a alguien, se estaban quitando de encima al asesino. Además de divertirse, sabían que esto le daría muchos votos por parte del público que los observaba, era su momento de lucirse.
—No lo entiende... no lo entiende... ella... ella va a salir —repetía de manera desconsolada Ariel, mientras se pasaba una y otra vez, de manera frenética, los dedos por su cara, como si quisiese arrancarse la piel.
Los hombres se sorprendieron y quedaron desconcertados ante la actitud de la mujer, era espeluznante. Por unos segundos se paralizaron, buscando en las miradas de los demás alguna respuesta ante la situación.
—No... no... no... ella va a salir... va a salir... —seguía repitiendo la mujer.
—¿Es... es una falla? —preguntó uno de los hombres, dudando en acercarse, el gobierno había adoctrinado al mundo para mantenerse lejos de ese tipo de personas.
—Sí es una falla creo que es mejor irse... —respondió otro, deteniéndose por completo.
—Somos cinco, no hay que dudar —dijo el condenado del machete—. ¿Les asusta esa patética mujer? —los confrontó confundido, señalando a Ariel que seguía llorisqueando y repitiendo las mismas palabras.
—No lo sé, se ve que está mal de la cabeza, no creo que sea una falla —agregó el condenado del cuchillo—. Las fallas suelen ser agresivas, buscan excusas para demostrar sus modificaciones físicas.
Todos concordaron, las fallas sufrían problemas en su psiquis a causa de los químicos o sustancias que se inyectaban para mejorar sus capacidades físicas, lo que los volvía inestable dentro de la sociedad y muy violentos. En caso de deberse a prótesis biónicas, era mucho más fácil de detectar, pero de igual forma sufrían de los mismos efectos secundarios.
La ley era estricta, no permitía ningún tipo de modificaciones al cuerpo. De esa forma el gobierno se ahorraba el tener que lidiar con las personas afectadas y sus problemas. También servía para evitar la creación de superhumanos que pudieran ser usados en contra del régimen.
—Que importa, está en el suelo —respondió otro sin perder su sonrisa maliciosa.
—¿Qué esperamos? ¡Matémosla, está loca! —indicó el del cuchillo.
Marcos los alcanzó, llegando justo en el momento que el fornido condenado de la pala se abalanzaba contra la mujer. El hombre atacó con su arma, usando toda su fuerza. La mujer giró ágilmente hacia un costado para esquivar el ataque, su rápida respuesta sorprendió a todos.
Mientras ella se levantaba del suelo, mantenía su mirada en el suelo. De manera lenta, levantó la cabeza revelando un cambio total en sus temerosas expresiones, ahora sus ojos irradiaban odio y lucía una sádica sonrisa.
Los lloriqueó y lamentos de a poco se transformaron en una desconcertante risa, la postura sumisa que llevaba la asesina desapareció, haciendo que todos los condenados se pusieran en guardia de inmediato.
La atmosfera dio un rotundo cambio, el aire se sentía pesado, lo suficiente para que costará respirar. El instinto de supervivencia de los cinco condenados gritaba que salieran de ahí, un reflejo innato ante una sensación de peligro inminente. No entendían que sucedía, sin embargo, su cuerpo expresaba el terror de manera física, comenzando a sudar en frío y a temblar.
—Tantos hombres... casi sin ropa... ¡Que delicia! —dijo entusiasmada Leira, disfrutando de su libertad y analizando con cuidado todos los manjares que estaban delante suyo.
Ariel había sucumbido a la extrema situación de la que era víctima, perdiendo el control de su cuerpo y siendo remplazada por su alter ego Leira.
El tono de su voz era distinto, cargaba una mezcla de enojo y entusiasmo. Todos los crueles condenados parecían gatitos asustados, como si entendieran a la perfección la compleja situación en la que habían caído. Era como si una salvaje bestia hubiese rotos sus cadenas y escapado, estaba lista para despedazar a todos los que se encontrase.
Marcos logró verla directo a los ojos y en ese instante sintió una gélida punzada en el pecho, era un ardor palpable e inconfundible. Aquellos ojos de color negro que habían estado cubiertos de lágrimas y dudas, ahora mostraban un intensa y penetrante mirada, mucha más macabra que cualquiera que hubiese atestiguado antes.
Leira empezó a babear, se imaginaba el orden y la forma en que los iba a devorar. Estaba hambrienta, su estómago rugía, hacía dos días que no la alimentaban para forzarla a salir a su segunda personalidad. Sorbió el claro líquido que se escurría de sus dientes, provocando en los demás un notable repudio por su morboso comportamiento.
—Se ven deliciosos... —murmuró Leira, dando un paso al frente, preparándose para atacar.
Ninguno de los presentes habría sido capaz de imaginar la masacre que estaba a punto de empezar...
Fin del capítulo 23
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