Capítulo 16
Marcos había salido temprano de las minas donde trabajaba, por primera vez la suerte le sonreía y consiguió dar con un gran yacimiento de Estrectita, un mineral muy utilizado para aumentar la durabilidad de los diferentes tipos de baterías.
Todo a su alrededor no era más que tierra y polvo, el pueblo Pico-Alto sufría las consecuencias de las abusivas explotaciones mineras, secando y matando todo a su alrededor. Sumado a las extremas condiciones del planeta, que dificultaban el crecimiento de fauna y flora, la sociedad no veía buen futuro en aquel lugar, más que el de utilizarla por sus recursos.
La empresa "Minerales-Paratodos" compró al gobierno los derechos del suelo, haciéndose con ello de todo lo que había en el. Las pocas personas que vivían ahí debían irse o comenzar a pagar cuotas altísimas, presionando de esa forma a la gente para que trabajará para ellos, después de todo, no muchos tenían el crédito necesario para irse a otro lugar.
«Solo un año más, cuando cumpla dieciocho años podre dejar de ser solo un excavador y me dejarán usar las máquinas para recolectar», pensó Marcos mientras caminaba por el árido suelo de color anaranjado. Sultán y Saradá, las dos estrellas encargadas de dar luz, azotaban sin piedad con sus ardientes rayos, tiñendo el cielo de un particular ocre y eliminando a cualquier débil planta y animal que no se protegiera de su calor. «Ya casi siento que me estoy convirtiendo en un adulto», se dijo a si mismo el muchacho, sonriendo con entusiasmo, se sentía afortunado de haber conseguido dar con ese extenso yacimiento de Estrectita, seguro se ganaría un jugoso bono. No podía esperar a llegar a casa y sorprender a sus hermanas.
Debía caminar cinco kilómetros para ir y volver de las minas, era un recorrido al que ya estaba acostumbrado, por eso ignoraba las pocas y rústicas plantas llenas de espinas de color blanco tiza, y las solitarias casas de tierra, barro y algunos metales oxidados para darle firmeza.
El olor a polvo y el aire caliente era algo con lo que se había criado, gracias a ello su cuerpo y el de todos los que vivían aquí, se habían adaptado a la baja cantidad de oxigeno en el aire, dotándolos de una capacidad pulmonar extraordinaria. La gravedad del planeta, llamado Rocoso, era de tipo III, lo que significaba que cargaban con veinte kilogramos extras, lo que hacía que sus músculos y huesos se desarrollaran de manera más densa y su estatura fuese más baja que el del humano común. No desarrollaban cuerpos musculosos o atléticos, debido a que estaban acostumbrados a vivir con hambre, trabajaban por algunos créditos, pero lo más importante eran las cuotas de alimento y la tan valiosa agua.
La esperanza de vida rondaba alrededor de los cincuenta años, las incontables horas dentro de las minas era la causante de provocar la enfermedad de "Pulmón Negro", y como la empresa Minerales-Paratodos no gastaba en atención médica, los que contraían la enfermedad estaban destinados a morir en cuestión de semanas.
Marcos acomodó su pequeño sombrero grisáceo, que contaba con una larga visera para cubrir sus ojos del sol, era casi una extensión de su cuerpo, no podía salir sin ella, al igual que todos. Debido al continuo uso, sus cabellos quedaban comprimidos, dándoles un aspecto de "taza" a sus peinados. A Marcos le faltaba poco para llegar a su hogar, por lo que aceleró el paso.
Sin embargo, a pesar del caluroso clima, sintió como si se le congelará la sangre y se paralizó por completo al encontrarse un vehiculó del gobierno estacionado delante de su choza, el auto con los colores rojos y negros, junto al emblema de un rayo abriéndose paso entre dos nubes, era una señal de terror para los habitantes de Pico-Alto. Odiaban al régimen y la forma en que los trataban.
Apartó la mirada, como siempre lo hacía, y con un terrible pesar que lo hostigaba hasta el punto de hacerlo creerse una basura, se preparó para irse. Debía actuar ignorando lo que acababa de encontrar y fingir que este momento no sucedió. Como siempre lo hacía. Como siempre le dijeron que hiciera.
Cerró sus puños con frustración, sintiendo como se le reventaban las ampollas que se habían formado por el arduo trabajo, creía que el intenso dolor físico lo distraería de los sentimientos de amargura e impotencia que lo agobiaban.
Y, justo antes de irse, un inconfundible y escalofriante gritó se escuchó salir de su hogar. La voz de una de sus hermanas, cargada de dolor y desesperación, pidiendo ayuda, detuvo a Marcos. A pesar de los temblores, de las dudas y la inseguridad, corrió a toda velocidad para salvar a su familia. Sin pensar en la forma, o lo que haría, era impulsado por su instinto de proteger a los que amaba.
Con un empujón tiró la frágil puerta hecha con ramas, y al entrar a la sala de su hogar encontró a su hermana en el suelo, sin remera, sollozando delante de un oficial con los pantalones abajo, riéndose de manera siniestra. Al lado, en un pequeño sofá, cubierto de prendas de vestir rotas y entretejidas, había un segundo oficial de largo bigote fumando. Parecía que esperaba... esperaba su turno.
—Mar-Marcos... —murmuró con asombró su hermana Fátima.
Marcos jamás en su vida había sentido tanta rabia, era como si la sangre le hirviera y le quemara por dentro. Se mordió el labio con fuerza, tratando de quitarse aquella desagradable sensación. Su mirada de niño inocente se transformó en la de alguien que deseaba matar, pues eso es lo que pensaba al ver a los dos hombres dentro de su humilde hogar, lastimando a lo único bueno que tenía en su vida.
El olor a cigarro le causaba nauseas, pero lo peor era que ambos hombres seguían con sus expresiones burlonas y arrogantes, como si fuese un chiste para ellos verlo furioso.
Fátima evitó los ojos de su hermano, cubriéndose su desnudez y ocultando su expresión de angustia, no quería que la viese en ese estado. Su pequeña espalda parecía tan frágil que podía derrumbarse con apenas un leve toque.
Todo su cuerpo estaba llenó de varios moretones y quemaduras de cigarro, su piel delataba los castigos por los que había sido atormentada, razón por la que ella siempre se preocupaba por cubrirse. Al igual que todas las mujeres del pueblo, llevaba el pelo corto, y maquillarse era un lujo que no se podían dar, debía ocultar su dolor de maneras ingeniosas.
—¿Te escapaste de las minas, muchacho? Será mejor que te vayas... —dijo el oficial de ojos amarronados y largo bigote, exhalando el humo de su cigarro al ponerse de pie con total tranquilidad—. Tú sigue, Gordillo, yo me encargo del chico —agregó con un gesto a su compañero para no interrumpir el momento.
El corazón de Marcos latía con tanta fuerza que parecía una bomba apunto de explotar, sabía del trató de los oficiales hacía las mujeres jóvenes del pueblo, pero siempre hizo la vista gorda, creyendo que no podría hacer nada. Sin embargo, ahora que había presenciado tal acto, se cuestionaba si de verdad podría olvidar e ignorar la situación.
Los segundos pasaban tan lentos para Marcos, tenía tantas dudas y sentimientos encontrados, una mezcla de emociones que lo confundían. Lo único que tenía en claro era que, estaba cansado de actuar como un cobarde.
—Vete de aquí, no hay nada que ver —indicó el oficial al acercarse, estirando su mano para empujarlo.
Cuando el hombre lo tocó, de manera tosca y con el notable asco con el que los trataban, Marcos no contuvo más su rabia y apartó de un manotazo al hombre. Sin darle tiempo a que reaccionará el oficial, Marcos agarró una pequeña maseta que estaba en la entrada, con una de las típicas flores con espinas del pueblo, y se la arrojó en la cara, tirando al oficial al suelo. El hombre lloraba y se retorcía en el piso, asustado por la sangre que le caía y el intenso ardor que le a travesaba la piel.
—¡Pedro, ¿estas bien?! —gritó el otro oficial que estaba con Fátima, dejando a la chica y levantándose los pantalones.
Marcos arremetió hacía él, con la mirada llena de odio y los puños en alto, listo para molerlo a lo golpes. El oficial se vio presa del pánico y los nervios, no lograba ajustarse el cinturón del pantalón. Viendo que era inútil, escogió desenfundar su pistola y apuntar al muchacho.
Antes de disparar, Marcos llegó a al hombre y comenzaron a forcejear. En medio de los intensos empujones, al oficial se le cayeron los pantalones y se enredó con ellos, haciendo que fuese fácil tirarlo al piso.
—¡Basta, Marcos! ¡Detentes! —gritó Fátima entre lágrimas—. ¿¡No entiendes qu...!?
El ruido del disparó aturdió la pequeña sala, dejando un desagradable eco y olor a carne quemada en el aire. Marcos temblaba encima del oficial, mientras sostenía el arma con la que había disparado. No recordaba como era que todo había acabado así, se sentía desorientado.
—¡Maldita, basura! ¿¡Qué hiciste!? —exclamó el oficial del bigote, viendo a su compañero muerto en el suelo, con una herida en el pecho—. ¡Ya verás! —amenazó, preparándose para sacar su arma.
Marcos no podía pensar, todo pasaba tan rápido, veía sus manos manchadas de un cálido liquido carmesí y el rostro de furia del otro oficial. A su vez, escuchaba a su hermana llorar y balbucear unas palabras que no lograba distinguir.
Le picaba todo el cuerpo, era una incesante comezón que se esparcía por todas partes. Quería silencio, detener el tiempo para poder calmarse. Pero el gritó del oficial trajo de vuelta a la realidad a Marcos, dándole los segundos suficientes para que pudiese observar que le apuntaban con un arma. Él reaccionó por reflejos esquivando el disparó y devolviendo otro en el cuello del oficial, matándolo al instante.
Fátima fue de inmediato a abrazar a su hermano, pensaba que lo habían lastimado.
—¡Marcos! ¿¡Estas bien, Marcos!? —preguntó aterrada—. ¡Responde, por favor!
Cuando vio que estaba bien, respiró aliviada, como si el alma le volviera al cuerpo. Lo abrazó con todas sus fuerzas, a sabiendas que, a partir de ahora todo iba a empeorar.
Una vez que Marcos volvió en sí, se levantó de golpe y empezó a caminar de lado a lado desesperado, sujetándose la cabeza. Se rascaba por todas partes y se limpiaba el incesante sudor de la frente que no paraba de caer.
—De-debemos irnos, salir de aquí —Fue lo primero que dijo al entender la situación—. No tenemos tiempo, hay que ir lejos... —dijo corriendo directo al cuarto que compartía con el resto de sus hermanos a buscar ropa, acomodó todo en una pequeña bolsa de cuero y se acercó a Fátima para darle una remera nueva—. ¡Andando, no hay tiempo que perder! —gritó al ver ella no se movía.
—No hay donde correr, Marcos —respondió con la mirada puesta en el suelo, resignada—. Se acabo...
Marcos cayó de rodilla, sus piernas sucumbieron a la presión, era verdad, sabía que no había forma de escapar. Era victima de su exacerbada respiración y desconcierto. Su mundo se desmoronaba, en tan solo cuestión de segundos, se dio cuenta que todo había acabado para él. Las incesantes luchas, las interminables horas de trabajo, los días que soportaron el hambre y la sed, todo había sido para nada.
—Lo arruine... —vociferó cerrando los ojos con fuerza para contener sus lágrimas—. Hubiese sido mejor qu...
Fátima lo abrazó una vez más, tratando de calmarlo.
—Lo hecho, hecho está. No importa, Marcos. Lo hiciste para protegerme —susurró, acariciando con suavidad, tratando de transmitirle todo el cariño posible en cada uno de sus gestos y palabras—. Estamos juntos en esto, como siempre, hermanito.
—¡Eso es! —exclamó Marcos apartándose con cuidado—. ¡Tienes que delatarme, Fátima! —pidió sin soltar sus manos—. Sí solo me condenan a mí podrás salvart....
—¡Eres consciente de lo que me pides! —interrumpió cambiando su tono y sutiles expresiones, frunció el entrecejo con molestia—. ¿¡Como puedes pedirme eso!?
—¡Por favor! —suplicó con sus ojos marrones brillosos por las lágrimas—. Por favor... es la única forma que hay para salvarte. No es justo que te condenen por mi culpa, déjame... cargar con la consecuencia de mis actos —Ella permaneció en silencio, no quería ceder—. ¡No es justo que los dos paguemos! Aunque sea tú, estarás libre... no dejes solo a José, Mariana, Shaila, Trébol, mamá y papá —nombró uno a uno a sus otros hermanos, sin quitarle la mirada de encima, intentando que al pensar en el resto entendiera su punto.
»Y hazlo por mí también, Fátima —agregó con una cálida sonrisa, limpiando con sus temblorosas manos los ojos de ella.
Marcos no esperó a la respuesta y se levantó dispuesto a huir.
—Diles que me fui al norte, que planeo ocúltame en la zona Rocosa de los Andes, luego iré hacía el pueblo Tupánda. Como es el único lugar al que viaje, es lo más seguro que me mueva por ahí —comenzó a explicar Marcos sin perder su tono nervioso y sus frenéticos movimientos de mano.
Cuando estaba por irse, Fátima lo sujetó de la muñeca, abrazándolo por ultima vez. Ella rogaba y pedía que no olvidara jamás su tacto y el cariño que le tenía. Deseaba que ese momento quedara grabado en la memoria de su hermano para siempre, pues sabía que sería la ultima vez que lo vería. Ambos atesoraron cada segundo en un momento fraternal, que por instante los hacía pensar que todo estaría bien.
Marcos se vistió con el cariño y la calidez que lo cubrían, una pequeña armadura que le daría el suficiente valor para afrontar la tormenta que se venía. O por lo menos, lo haría aguantar un poco más...
—Esos policías corruptos hacen lo que quieren. La justicia y como se manejan es una mierda —dijo Marcos con su voz cargada de enojo al recordar lo que había pasado, incluso sentía como aquella desagradable picazón se esparcía por su cuerpo de nuevo—. Si naces en el lugar equivocado toda tu vida depende de ellos... Es tan frustrante —Apretó sus puños con fuerza, todo se veía tan claro en su mente, todavía no podía olvidar lo que pasó hacía más de cuatro meses.
—De verdad lo siento, no debí leer tu antecedente en voz alta —se disculpó Sabrina mirándolo apenada, sabía que acababa de meter la pata al tocar un tema sensible.
Marcos levantó la cabeza y se conmovió por la dulce mirada de la chica, sus ojos esmeraldas parecían dos hermosas joyas, reflejaban con transparencia las verdaderas emociones de ella. Él sabía que se arrepentía. Además, al prestar atención al entorno, se percató que se estaba dejando llevar por sus emociones negativas y de seguir así, terminaría como el resto de presidiarios que lloraban apoyados en las paredes, en soledad.
El lobby y su inmaculado blanco ponía nervioso a todos los condenados presentes, era demasiado molesto encontrarse encerrado en un lugar así, de verdad sentían que todavía no habían sido desconectado. Sin embargo, el aroma a cloro y artículos de limpieza era demasiado fuerte, muy diferente a la desagradable sangre, pólvora y agua salada con la que había sido impregnado al terminar el primer evento. Sin dudas estaban en el mundo real.
—No te preocupes, fue algo que paso hace mucho. Ahora debo pensar en lo importante y en como saldré de aquí —comentó Marcos, desviando su atención a Flicker, era su forma de demostrarle que no se daba por vencido y que buscaba su aprobación.
—Esa es la actitud, muchacho —asintió el joven líder rebelde, orgulloso de ver a Marcos bien encaminado.
—Además, no te lo dejaré pasar y voy a devolvértelo para estar a mano —agregó el muchacho, levantando su Pulsera Digital en dirección a Sabrina.
—Sabes que no es de buena educación stalkear a una chica frente suyo, ¿no? —respondió ella sonriendo de manera juguetona.
—Somos condenados a muerte, creo que ser educados no es tan necesario —argumentó Marcos imitando su ánimo—. Si quieres ser de la banda de los normales, tenemos que asegurarnos que no seas alguien muy peligrosa —bromeó dejando escapar una pequeña risa.
—Ya te lo dije, no quiero ser de esa extraña banda que formaste. —Sabrina entrecerró los ojos sin perder sus amigables expresiones.
—Yo tampoco me uniré a eso —intervino Flicker, sorprendiendo de agradable manera a los otros dos con su amigable participación.
—Tú no tienes opción, Flicker —dijo Marcos actuando como alguien molesto—. Dijiste que, si no fuera por mí, hubieses muerto en los desafíos. —Disfrutaba de tenerlo cerca, podía relajarse en medio de todo el caos, aunque sea por un momento, fingiría que todo estaba bien. Después de todo, Flicker lo había salvado y le debía la vida, lo admiraba demasiado y disfrutaba de charlar como si fuesen amigos, por instantes lograba olvidarse del macabro programa del que eran prisioneros.
—Creo que en ese momento me entro un virus —el joven líder rebelde apartó la mirada haciéndose el desentendido, dejando escapar una leve sonrisa—. No recuerdo bien lo que paso...
Marcos ignoró el comentario y sin perder su entusiasmo empezó a leer los datos de Sabrina que aparecían en la pantalla de su pulsera.
—Múltiples robos de dinero, documentos y tecnología de empresas gubernamentales del Sector Oeste, destrucción de varias fabricas y edificios asociados al régimen, sabotaje y venta de información clasificada, secuestro de esclavos y piratería —Se detuvo al ver que la lista seguía, enumerando y aclarando sucesos similares a los que acababa de mencionar—. No parecen cargos para ser condenada a muerte, ¿no tendrían que encerrarte en una prisión de por vida para hacer trabajos forzados? —preguntó extrañado, arqueando una ceja al verla.
Sabrina se mostraba orgullosa al escuchar sus antecedentes, como si cada uno de ellos fuera una medalla de honor. Su postura erguida y frente en alto dejaba en claro lo que pensaba, su rostro reflejaba un sinceró entusiasmo y no perdía la oportunidad para sacar a relucir su brillante sonrisa.
—Bueno, sí, ese debería ser el caso... pero ya sabes, te metes con la persona equivocada y se acabó... —contestó levantando los hombros como si fuese algo obvio—. Aunque me gustaría decir que no me arrepiento de nada, rebelarse contra el sistema es un honor y ayudar a los demás es lo mínimo que debemos hacer. ¿Verdad? —Su mirada se clavó en Flicker, esperando su reacción.
—Concuerdo —dijo Flicker al percatarse que ella esperaba que respondiera.
Una vez más, la chica lo miraba con intensidad, llenando al joven líder rebelde de una extraña sensación nostálgica. Mientras más tiempo pasaba a su lado, más sentía que la conocía. No lograba descubrir de donde, sin embargo, estaba seguro de ello, la actitud de Sabrina le agradaba demasiado y se comportaba como si fuesen cercanos.
Lo que más llamaba la atención de Flicker eran el lacio y dorado cabellado de ella, tenía un brillo muy particular que lo atraía, era como si tuviese la respuesta en la punta de la lengua. Quizás él solo estaba imaginando cosas y quería una excusa para seguir manteniendo el misterio y la intriga que le generaba. De esa manera su mente se distraería con la difícil situación de la que era prisionero.
En ese momento se dio cuenta que no se estaba comportando como debía, era agradable poder distraerse con Marcos y Sabrina, pero no debía pasar por alto la realidad, tenía que concentrarse para no morir en el siguiente evento, y permanecer con el objetivo de rescatar a sus compañeros que fueron atrapados por su culpa.
—Dos de tres... —comentó Marcos al ver a Flicker perdido en sus pensamientos—, solo faltas tú, tengo curiosidad en saber que te trajo aquí —agregó apuntando su pulsera hacía Flicker.
El sonido metálico de la puerta principal abriéndose atrajo la atención de todos los condenados en la sala, fue tan repentino que muchos dieron un sobresalto por el susto. Dos guardias con la típica vestimenta violeta y negra, arrojaron con despreció a un criminal adentro. Escupieron algunos insultos y se fueron tan rápido como llegaron.
Marcos reconoció enseguida al hombre, era el condenado calvo de mirada amenazante con un tatuaje de código de barra en la mejilla. El mismo con el que estuvo apuntó de enfrentarse en la playa, antes de que se alzaran las diabólicas torres.
El condenado calvo mantenía una expresión de pocos amigos, miraba a todos lados desconcertado. Todos los demás condenados que estaban cerca se apartaron de inmediato, esquivándolo, como si tuviese algún tipo de peste.
—¿Le tienen miedo a esto? —preguntó de manera altanera, alzando su brazo izquierdo para que todos vieran la prótesis biónica que portaba. Una mina le había arrebatado gran parte de su extremidad durante el final del desafío.
Él empezó a burlarse, mientras perseguía a algunos que huían con demasiado esmeró de su presencia.
—¡Aléjate! ¡No te me acerques con esa cosa! —gritaban con un notable pánico.
Varios años atrás, las prótesis biónicas consiguieron llegar a su auge, había de todo tipo y colores, para casi cualquier tipo de actividad. Desde las que facilitaban el movimiento compensando gente enferma o con algún problema motor, hasta las que solo servían para mejorar las capacidades y sentidos, como ojos robóticos, oídos más sensibles o armas de defensa personal.
Sin embargo, surgieron dos grandes problemas: el primero y más peligroso, los hackers. El segundo era un problema en la psiquis de las personas, creando adicción a las mejoras y luego alteraban su comportamiento. En la mayoría de los casos se volvían violentos y perdían la capacidad de relacionarse con otras personas. Las personas afectadas por el trastorno psicótico era llamadas "fallas".
El gobierno prohibió el uso y cualquier tipo de venta de prótesis biónicas, abriendo paso a un nuevo mercado de sustancias y químicos que creaban "superhumanos", similar al de las prótesis biónicas. Pero, de igual forma, tenían fuertes efectos secundarios similares a los anteriores, llegando de nuevo a la conclusión de que cualquier tipo de mejora física, mental o psíquica, sería castigada con la pena de muerte. Sin importar si la psicosis se debía a las prótesis biónicas, químicos o sustancias, los afectados con el trastorno eran llamado de igual forma como "fallas".
En el caso de los hackers y las prótesis biónicas, ellos lograban hackearlas, logrando utilizarlas a placer desde la distancia, robando información personal, realizando espionaje y controlando de manera remota los aparatos, llegando al punto de poder atacar con ellos y autolesionar al propietario.
Fue la excusa perfecta del gobierno para unificar las redes y registrar a todas las personas a través del chip Espino-Encefálico. Una vez más, el gobierno aprovechó una crisis para enterrar aún más sus raíces en la privacidad de la gente. Con una única red monitoreada por ellos, tenían el acceso total a todos los datos de las personas: donde estaban, que hacían, cuanto ganaban, en que gastaban, etc...
Y, aquellos humanos que no se registrarán, eran tachados de "parásitos", la peor escoria de la humanidad. No tenían derechos, ni eran considerados humanos, incluso era mucho peor que los criminales. Cualquiera que se encontrara con un parasito tenía permitido hacer lo que quisiese con él, sin consecuencias. Los premiaban por cazarlos y entregarlos, vivos o muertos. Como cualquier reconocimiento por parte del gobierno, era de lo más codiciado, las personas se alzaron eufóricos en búsqueda de aquellos que no sucumbieran al régimen.
Sin duda el actuar del gobierno siempre era rápido y lograba engañar a la gente para adoctrinarlos. De esa forma se deshicieron de la mayoría de las prótesis, mejoras, personas que no se registrarán con ellos y los hackers. O, en el caso de los últimos, la gran mayoría.
Los hackers eran el arma más peligrosa de la actualidad debido a la alta dependencia de tecnología de la gente, por eso eran buscados de manera incansable, aunque no era tan fácil de encontrar, los ciberdelincuentes se limitaban a actuar en pequeñas ciudades y bajo movimientos muy discretos que no levantaran sospechas, reservándose para uno que otro ciberataque en especial. Era una constante lucha de tira y afloja.
—¡Tontos! —gritó el hombre calvo con tatuaje de código de barra—. ¡Los del gobierno están asociados con el programa, ellos son los que en verdad hackean las prótesis! No deben tener miedo, si me la instalaron es porque no sucederá nada —dijo cansado de molestar al resto, sentándose en uno de los tablones al lado de la mesa—. Lastima que no me dejaran usarla en el siguiente evento... Solo la tengo para no perder la costumbre de tener dos brazos y verme en desventaja luego —comentó cabizbajo, observando con mucha atención su brazo robótico, le parecía increíble como reaccionaba a cada movimiento que realizaba y lo fiel que era al transmitir las sensaciones de tacto y temperatura.
De igual forma, todos los demás mantenían la distancia. Habían sido adoctrinados desde niño a alejarse de la gente con prótesis y mejoras, las fallas eran peligrosas y si el gobierno te encontraba cerca de una de ellas podían juzgarte por ser cómplice. A pesar de ser condenados a muertes, no podían evitar actuar tal como el mismo gobierno que los condeno, les inculcó que hicieran.
Mientras los gritos continuaban, Flicker se escabulló entre la multitud y fue a la habitación numeró diez, la que se había ganado por quedar entre los favoritos.
Era pequeña, solo contaba con una cama, una pantalla en la pared y una mesa redonda con una silla. Al igual que el Lobby, mantenía su estética minimalista y color blanco pulcro. Un agradable aroma a banana y naranja lo deleitaba, por fin podía disfrutar de una fragancia agradable. Sobre la mesa estaba un cuenco con frutas, preparado para él.
Lo ignoró, no tenía hambre, y fue directo a sentarse en la cama. El colchón era delgado, demasiado, podía sentir el frio y duro metal sobre el que estaba colocado. Lo mejor de la habitación era el silencio, era aprueba de ruido, lo que al fin logró darle un tiempo de paz. Necesitaba estar a solas.
Dejó escapar un pesado suspiró, quitándose de encima la enorme carga que llevaba. Ya no tenía que actuar, frente a Marcos debía verse como alguien firme y con determinación, de lo contrarío no podría ayudarlo. Flicker descubrió al instante, con solo verlo, que era un niño inocente y atormentado por el régimen. Era el tipo de personas por las que se unió a los rebeldes, para salvar a los que era victimas del gobierno. Por eso se esforzó en ayudarlo, sí lograba darle, aunque sea un poco de esperanza antes de su muerte, lo haría sin dudar.
Indirectamente, Marcos también lo había motivado, tenerlo cerca le servía como un constante recordatorio del porqué de su lucha. Sin embargo, era agotador. Necesitaba descansar su mente y meditar para relajarse. No podía quitarse de la cabeza la razón por la que lo trajeron al programa de Neil. Él era un líder rebelde, llenó de información y con un historial bastante grande, no por nada era la persona con la quinta recompensa más alta por parte del gobierno.
Como todo rebelde al ser capturado, creyó que sería enviado a los campos de tortura, donde lo matarían una vez le sacarán toda la información que tenía. "¿Por qué lo habían traído aquí?", era lo que no entendía.
De todas formas, algo tenía en claro, no desperdiciaría la oportunidad que le regalaron. Parecía un mensaje divido. Tenía una mínima probabilidad de salir con vida y darle un duró golpe al gobierno. No solo eso, que el estuviera vivo significaba que sus demás compañeros también.
«No voy a morir aquí, saldré como sea e iré a ayudarlos, solo esperen», se dijo así mismo para recobrar energías. No iba a fallarle a las personas que confiaban en él, de seguro lo estaban esperando. Además, billones de personas lo veían, era la cara de los rebeldes, cada gesto y decisión era un mensaje para el mundo. «No importa si la probabilidad de salir es mínima, haré cualquier cosa para lograrlo, por más tonto que sea, si, aunque sea me da una oportunidad, la tomaré y me aferraré a esta», repitió la frase que tanto le gustaba, la que le habían enseñado durante su entrenamiento y la que utilizaba cada vez que estaba en situaciones peligrosas. Era una especie de mantra para él, le recordaba sus inicios y la gente que quería. Le daba fuerzas y ánimos.
Con esa frase en su mente, se relajó lo suficiente para perder la noción del tiempo, hasta ser interrumpido por el molesto pitido de su Pulsera Digital, tenía un mensaje:
"¡El tiempo de descanso termino!
¡Diríjanse a la entrada, la película de terror está lista para comenzar!"
Sin duda era un mensaje desconcertante, pero no importaba lo que pensara, debía acatar las órdenes. Flicker se levantó, listo para enfrentar lo que sea que tuvieran preparado.
Pronto descubriría que: los monstruos y demonios de verdad existen...
Fin del capítulo 16
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