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Capítulo 11

En la pantalla gigante del estadio se apreciaba como el humo que había dejado la explosión se alzaba hasta el cielo, provocando que el público se levantara de sus asientos para celebrar la emocionante escena. Vitoreaban a todo pulmón, satisfechos por el despliegue de habilidad por parte del francotirador, nadie se esperaba que le disparase a la mina.

—Les faltaba poco para terminar... ¡No aguantaron la emoción y explotaron!comentó burlándose Fernando, sin detener sus elegantes movimientos, la plataforma voladora parecía una parte más de su cuerpo.

El color rojizo con el que se había teñido el agua impedía que se pudiera ver a través de ella. Sin embargo, haciendo uso de la avanzada tecnología, en un instante cambiaron el tipo de enfoque de la cámara, permitiendo apreciar con claridad lo que sucedía con los desafortunados condenados que se encontraban sumergidos.

Marcos y Flicker habían sido arrastrados a las profundidades por culpa de los torbellinos que se generaron por el estallido y el movimiento de las olas. Sus cuerpos giraban en distintas direcciones, desorientándolos de una manera aterradora. Ellos no podían ver nada y lo único que escuchaban era el desesperado latido de su corazón, junto al sonido de cientos de burbujas a su alrededor, provocados por sus ahogados gritos.

Estaban inmersos en una situación desconcertante, mientras luchaban con ímpetu para mantener la respiración. La presión en sus pechos por la falta de oxígeno aumentaba a cada segundo que transcurría, destrozándolos mentalmente. Sentían con certeza como se esfumaba el último aliento de sus vidas.

Marcos manoteaba en todas direcciones, víctima de sus más primitivos instintos, la razón lo había abandonado y todo su cuerpo clamaba por volver a respirar. La falta de dominio en el agua le jugaba en contra, ni siquiera entendía lo que pasaba, solo fue succionado por el agua, llevándoselo hasta la fría profundidad.

Por otra parte, Flicker había logrado enderezar su cuerpo, escapando de los torbellinos que lo habían arrastrado. Era como si estuviese en medio de la nada, no era capaz de percibir hacía que lado debía nadar. El miedo lo consumía, evitando que pensará con claridad. Aún no era víctima del pánico, todavía no cedía a la desesperación.

«¿¡Donde está el sol!?», se preguntó Flicker, abriendo los ojos en búsqueda de su tan ansiada salvación y guía. Pero todo estaba teñido de un intenso rojo, ni siquiera conseguía ver las palmas de su mano que se encontraban delante de él. Podía distinguir con claridad el afligido revoloteó de Marcos, los últimos movimientos de una persona ahogándose, luchando sin cesar contra su inevitable destino. «¡Debo sacar al muchacho... antes... de que sea tarde!», se reprochó Flicker, buscando alguna excusa para no rendirse. No podía dejar a su compañero morir de una forma tan horrorosa. Impulsado por el deseo de ayudar a los otros, logró superar el agobiante temor que lo consumía, consiguiendo unos míseros segundos de claridad.

«¡Lo tengo!», se dijo así mismo, agradeciendo la repentina revelación con la que había sido bendecido, no creía en ninguna deidad en particular, pero estaba seguro que la sensación que lo recubría era atribuible a algo divino.

Flicker dejó de luchar y abrió los brazos para así utilizar su entorno como guía, al dejar de moverse el agua se encargaría de indicarle el camino hacia la superficie. Con la información obtenida que le dio su cuerpo al flotar hacia atrás, ahora sabía la dirección en la debía nadar. O por lo menos era el lugar al que se arriesgaría a ir. Sin perder tiempo, con su corazón palpitando a mil y sus pulmones a punto de estallar, nadó de manera tosca y desesperada hacía donde anhelaba que se encontrará la salida de su horripilante final.

Su fuerza se iba agotando, no podía distinguir cuanto tiempo llevaba bajo el agua, los ojos le pesaban y casi no podía escuchar en su mente aquella voz que siempre le gritaba que "no se rindiera". Por un instante, pensó en dejar de jalar de la soga con la que estaba unido a Marcos, era algo que en cualquier otra situación habría descartado de inmediato, sin embargo, su cuerpo era consumido por el pánico y el miedo a la muerte ofuscaban sus fuertes valores.

«Quizás... si dejo al muchacho... pueda salvarme», pensó víctima del cansancio, su espíritu se ahogaba mucho antes que su cuerpo, podía sentir como era asfixiado por oscuros pensamientos egoístas. «Prefiero morir que abandonar a alguien», recalcó con lo último de voluntad que le quedaba, logrando esbozar una sonrisa. Le daba igual morir, siempre y cuando no dejará de lado lo que es importante para él.

Justo cuando estaba por darse por vencido, su implacable esfuerzo fue recompensado por los rayos de sol. El sonido de las burbujas era remplazado por los estallidos de las minas, los gritos de otros condenados y el retumbar de los disparos. Pero nada de eso era importante para él, solo lograba distinguir su exacerbada respiración, sus pulmones se expandían hasta el punto de causarle dolor, sentía que iban a explotar en cualquier momento. Su corazón volvía a latir con firmeza, cubriendo a Flicker de la satisfacción de su sangre corriendo por todo su cuerpo de manera normal.

Sin embargo, no tenía tiempo para disfrutar de la placentera euforia de estar vivo, debía sacar a Marcos a la superficie. Sin dejar de tirar de la soga, trajo consigo el cuerpo del muchacho hasta colocarlo en una posición que su cabeza quedara mirando hacia el cielo. Las olas y el cansancio de su cuerpo le dificultaban la tarea al joven líder rebelde. La posibilidad de ser el objetivo de los francotiradores no lo dejaba descansar, ni adoptar una postura cómoda para recuperarse.

—¿¡Muchacho, estás bien!? ¡Responde! —gritó Flicker mientras sacudía a su compañero.

La mirada de Marcos estaba vacía, se perdía en el cielo. La luz del sol lograba mostrar la palidez que iba tomando su rostro. No reaccionaba a ninguno de los gritos de Flicker, ni a las incesantes sacudidas.

—¡No te rindas, chico! ¡No dejes de luchar! —siguió insistiendo, observando con atención su alrededor para preparar una manera de escapar del agua—. ¡Si escuchas mi voz, no te vayas, quédate conmigo!

Cuatro enormes atalayas estaban a lo lejos, disparando sin cesar a los diferentes condenados que nadaban rumbo a la costa. El número de minas había descendido de manera estrepitosa, dejando pocas posibilidades de toparse con aquel obstáculo. Cientos de cuerpos y miembros cercenados yacían por toda el agua, siendo un camuflaje perfecto para tratar de pasar de manera inadvertida.

A causa de su intensa respiración, el olor a pólvora y sangre se impregnaba en los pulmones de Flicker, trayendo a su memoria cientos de combates que había librado. No era la primera vez que estaba al borde de la muerte y daba por hecho que tampoco sería la última.

Sin soltar a Marcos y evitando que siguiese tragando agua, Flicker comenzó su travesía para terminar con el desafío. Nadaba de espaldas, sacrificando la velocidad y cualquier posibilidad de defenderse, con tal de salvar a su compañero y recuperar un poco el aliento. Flicker era consciente del riesgo, estaba dejando todo a manos de la suerte, si alguno de los francotiradores lo apuntaban, era su final.

Cada segundo contaba, razón por la que, a pesar del incesante ardor de sus músculos, no se detendría. Avanzaría por el mar de cadáveres con todo lo que su desgastado cuerpo le permitía, debía de llegar a la playa lo antes posible para atender a Marcos.

La mirada perdida del muchacho y su poca reacción ante el entorno castigaban la conciencia de Flicker. Cada vez se le hacía más difícil en creer que lo lograrían. «El chico es un guerrero, lo vi en sus ojos, no va a rendirse», se decía el joven rebelde, acostumbrado a buscar refugio en cualquier excusa que alimentará la esperanza.

Ya casi llegaba a la costa, lo que incentivaba a Flicker a bracear con mayor intensidad. La arena los esperaba con su impecable amarillo, como si se tratasen de las calles de oro que se encontraban en el paraíso del que tanto hablaba una de las más antiguas religiones.

—Ya casi lo logramos, muchacho, ¿lo ves? —dijo con dificultad, su tono animado se contrastaba con la falta de aire que lo agobiaba—. Solo... resiste un poco más... —agregó con suavidad, casi como si se tratará de un susurró.

Sus pies lograron tocar fondo, pero en vez de alegrarse, siguió su camino como si se tratase de un zombi, no le quedaban fuerzas ni tiempo para disfrutar de su victoria. Arrastró a Marcos hasta la orilla, lo más lejos del agua, pues los francotiradores solo disparaban a aquellos que se encontraban nadando.

Toda la playa estaba llena de gente recostada recuperando el aliento, sus rostros se enterraban en la arena, agradeciendo con todo su ser el hecho de haber salido con vida.

—Voy a... salvarte... —continuó Flicker, aferrándose a la idea de que Marcos todavía lo escuchaba.

De manera pausada pero firme, Flicker comenzó con el RCP. Su cuerpo exigía un descanso, lo reflejaba en su angustiado rostro, necesitaba de una leve pausa para recuperarse, pero su espíritu no se lo permitía. Cada segundo valía oro en estas situaciones, era el momento donde las personas se tambaleaban entre la delgada línea de la vida y la muerte, debía de hacer todo lo posible por inclinar la balanza a su favor.

Intercalaba la maniobra de resucitación con respiración boca a boca, llevaba treinta segundos sin parar, pero para Flicker parecían una eternidad. Sabía que la intensidad con la que lo realizaba no era la correcta, pero se encontraba en su límite, era todo lo que podía hacer.

El cuerpo de Marcos cada vez se volvía más frio, no parecía reaccionar a ninguno de los esfuerzos de Flicker. La atmosfera se volvía lúgubre, cargada de un sentimiento de injusticia e impotencia.

—Vamos... ¡reacciona, muchacho! —gritó dándole un fuerte golpe en el pecho, la frustración lo había superado.

Marcos tosió con fuerza, expulsando una gran cantidad de agua. Y, de inmediato, Flicker lo recostó de lado, dejando que vomitará todo lo que tragó. El joven rebelde suspiró aliviado, no pudo contener su enorme sonrisa de incredulidad. Se dejo caer en la arena, mientras disfrutaba de los agonizantes quejidos de su compañero. Estaba vivo.

—¡Lo lograste! —dijo emocionado Flicker, sentándose en su lugar, listo para recibir al muchacho de nuevo—. Por un mo...

—¡No quiero morir! —exclamó Marcos entre lágrimas, siendo víctima de la desesperación. No podía parar de vomitar, el incesante ardor que le provocaba a su garganta y nariz lo superaban—. No quiero morir... —remarcó de manera más suave, sin detener su tortura. Sus rodillas se incrustaban en la arena, al igual que las palmas de sus manos.

Cada vez que Marcos respiraba, sentía aquella horrible sensación que había experimentado al ahogarse, sus pulmones continuaban con agua, por lo que no estaba equivocado al comparar las situaciones. No quería seguir respirando, lo hacía de manera entrecortada, luchando contra su propio cuerpo. Buscaba escapar de la traumatizante situación. Todo su cuerpo seguía entumecido y frio, incluso llorar era un sufrimiento. 

Los segundos pasaban y su sollozar no cesaba, al igual que sus nauseas. Todo el caos a su alrededor lo desconcertaba, se había desmayado entre suplicas de auxilio que, sin importar que tan fuertes gritará, solo podía escuchar el sonido de las burbujas salir de su boca. Había aceptado su final, con tal de que la tortura acabase de una vez.

Aún no podía creer que estuviera en la playa, ni siquiera sabía por qué seguía con vida. Pero algo quedaba muy claro dentro de él, no quería volver a sufrir de aquella forma. Aún revivía en su mente y en cada uno de sus sentidos la forma en que el agua se introducía dentro de él. Jamás iba a olvidar aquel horripilante y desagradable momento en que sus pulmones se llenaban de liquido y se ahogaba en medio de toda la rojiza agua sin poder hacer absolutamente nada.

—No quiero morir... —repetía una y otra vez Marcos, con la voz cargada de pena y dolor.

Flicker sintió como se le estrujaba el corazón con la escena delante de sus ojos. Se había olvidado que delante suyo estaba un niño, sin ningún tipo de experiencia. La fuerte determinación y gran progreso que el muchacho demostró a medida que avanzaban por los desafíos, habían hechó que Flicker olvidara este detalle. Por un instante creyó que estaba frente a uno de sus compañeros, pensaba que se levantaría y con una sonrisa agradecería que aún estuvieran vivos para seguir peleando.

—Me alegras de que estés vivo, muchacho —comentó Flicker con sutileza, inclinándose hacía su compañero y apoyando una de sus manos en su hombro—. Eres todo un guerrero.

Marcos alzó la mirada, encontrándose con un suave y cálida sonrisa. Una mirada compasiva, casi enternecedora era dirigida hacía él. Flicker actuaba de nuevo como su refugio, no necesitaba hacerlo, aun así se esforzaba por demostrar su apoyó.

El muchacho apartó su rostro, no quería que lo viesen de una manera tan lamentable. Tenía los ojos rojos por las lágrimas y aún le colgaba un poco de baba y moco a causa de los reiterados vómitos. Todo dentro de él gritaba que era una carga. Incluso se incrustaba dentro de él la idea de que todo sería mejor si estuviera muerto. De esa forma ya no sería para nadie más un peso con el que debía lidiar. Aunque era tan cobarde que no podría sacrificarse, el falso coraje con el que se había armado durante las diferentes pruebas se destrozó en pedazos.

—Yo también lloré de rodillas y supliqué porque todo acabase de una vez por todas —agregó Flicker, persistiendo en su intento de empatizar—. No solo yo, mis compañeros también, incluso pedíamos que otro nos matará de una vez para acabar con los incesantes entrenamientos. Nos pusieron al límite una y otra vez con tal de que aprendiéramos a la fuerza lo que realmente significa estar preparado para dar la vida.

Se quedó en silencio por un pequeño tiempo, una breve pausa para poder pensar con cuidado en sus palabras, no podía evitar dejarse ganar por la nostalgia de sus años como novato. Fueron una tortura, pero indispensable para formar su carácter y que pudiese llegar a donde estaba hoy. También gracias a ello se había hecho de grandes compañeros que, unidos por un mismo sufrimiento, forjaron lazos muchos más firmes que la sangre. Serx era uno de ellos. Flicker deseaba que su amigo se encontrará bien sin importar en donde estuviese.

Al cabo de unos segundos, su palpable convicción volvió, mostrando la pasión que había en sus ojos. Flicker ya estaba listo para enfrentar todos los desafíos que seguían, lucharía con uñas y dientes hasta el final, tal como le enseñaron.

—Sí tienes que llorar, hazlo —continuó con un tono más ameno—. Grita, patalea, has berrinche o lo que se te ocurra... Saca todo lo que tengas adentro, para luego poder levantarte y no cargar con nada. Así es como se sigue adelante. Acabas de superar a la muerte, ya no hay nada peor a lo que te puedas enfrentar, ¿qué harás ahora, muchacho? ¿Dejarás que aquella horrible sensación te agobie y te arrastre de nuevo a ella? ¿O lucharas dándolo todo a sabiendas de que ya no hay nada peor, ni nada que perder?

Marcos no encontraba palabras, estaba perplejo. De por si la bélica situación que se desarrollaba a su alrededor lo desconcertaba, sumado a la mezcla de emociones y pánico que lo cubría, no podía pensar con claridad. Sin embargo, en medio de todo el caos, Flicker era la única ancla que tenía para mantenerse firme. Quizás era a causa de la delicada situación en la que se encontraba Marcos, dejándolo más susceptible a cualquier palabra que alentara su apagado espíritu. Quizás se debía a que por fin había encontrado alguien que no lo tratará como un simple niño y demostrara a cada momento que creía en él. Por más que buscaba la explicación, nada lo convencía.

Cerró uno de sus puños dejando una marca en el suelo, no encontraba otra manera de desahogar su frustración. Levantó con suavidad su mano, desviando toda su atención a la delicada arena que se escabullía entre sus dedos, los finos granos se mantenían caliente por la intensidad del sol y su color dorado era tan puro que se volvía digno de admirar.

El recuerdo de su hogar era doloroso, todo en su pueblo era de colores opacos y grises, la tierra era dura, tan seca y vacía como la vida de cada uno de los habitantes del lugar. Marcos jamás se había imaginado que podría ver paisajes tan llamativos y bellos como los que había presenciado aquí. Visitar una playa era un antiguo sueño de su niñez, el cual había sido descartado y enterrado entre la cruel realidad en la que vivía.

Ya no podía apreciar el sonido de las olas, ni el olor a agua salada, todos sus sentidos eran saturados por el sabor y olor a sangre. Aún escuchaba los incesantes disparos que provenía de las atalayas, a lo lejos, distantes, pero igual de imponentes.

Al mismo tiempo, nunca había experimentado situaciones tan terroríficas y grotescas. Como era posible que lo mejor y lo peor que presenció era atribuido al mismo sanguinario evento. Tanto lo que ocurría a su alrededor, como lo que sentía, cambia de manera rotunda e inesperada. Cuando por fin sentía que valía la pena luchar y vivir, los desafío se encargaban de mostrarle que en realidad era una ilusión y que debía morir de una buena vez.

«¿Por qué tarde tanto en experimentar una breve sensación de libertad? ¿Por qué no pude hacerlo antes?», pensó mientras sus ojos se llenaban de lagrima una vez más, aquel sentimiento que tuvo al descubrir que podía mandar todo al diablo y que no debía volver a agachar la cabeza persistía tenuemente.

—Esto es... tan injusto —exclamó Marcos con una notable rabia—. No quiero morir...

—Toda nuestra vida lo fue, esa es la razón por la que terminamos aquí —dijo Flicker con un tono firme, sin quitar su atención del muchacho—. Supongo que te cansaste de que se aprovechen de ti y de los que quieres.

—Sí, me canse de agachar la cabeza y me desquite... ¡Fui un tonto! —gritó levantando la frente y enfrentándose con la mirada a Flicker—. Solo compliqué todo y... de seguro metí en problemas a mi familia... Si tan solo no me hubiese dejado llevar por la ira y...

—¿Y? —preguntó para que continuará.

—No importa. Al final, es lo mismo si te enfrentas a tus miedos o no. Si luchas por lo que es correcto o no. Incluso sí... —Marcos evitó los ojos de su compañero, no quería ir en contra de todo lo bueno que le había estado inculcando en el corto tiempo que llevaban juntos. De verdad quería creer en cada una de las palabras que le dijo, pero su confundida mente y temeroso corazón lo cegaban—. Pensé que, si cambiaba, aunque sea en los últimos instantes de mi vida, en serio podría aceptar mi muerte.

»Pero mientras me ahogaba, solo sentí remordimiento y culpa. No quería morir. Todo el valor que me esforcé por mantener en las pruebas, todo lo que luche y lo mucho que me aferre a seguir adelante, no sirvió de nada —afirmó con la voz quebrada y las lágrimas deslizándose por su mejilla—. Todo lo que hice fue en vano. Solo fui una carga para ti y lo único que gane fue un poco más de tiempo.

—En realidad, gracias a ti estoy vivo, muchacho —confesó Flicker sorprendiendo a Marcos, quien reaccionó mirándolo con incredulidad—. Si no hubieses luchado hasta el final, me habría dado por vencido y ahora estaría ahogado.

—¿Eh? No... mientas, no hice nada —respondió Marcos, no era tan tonto para creerse algo tan descabellado.

—Quizás, si me hubiese tocado otro compañero no habría llegado tan lejos —reafirmó el joven rebelde, con una sutil sonrisa—. Pudiste desenvolverte bien en cada desafío, no te quedaste atrás, continuaste a pesar de tener miedo, continuaste —enfatizó de manera contundente, buscando que entendiera su punto. Sus ojos reflejaban convicción, sin una pizca de duda o engaño—. Y, cuando todo parecía que iba a acabarse, lo mucho que te esforzaste me impulsó a seguir adelante, no podía rendirme y dejarte ahí.

»Así es como luchamos nosotros, muchacho, sin importar la situación, lo damos todo hasta el final. Somos guerreros —agregó poniéndose de pie, recobrando una actitud más animada y llena de vida.

Marcos levantó la mirada, siendo enceguecido por el brillante sol, parecía ser Flicker quien irradiaba aquellos radiantes rayos luz. El muchacho podía sentir la calidez de sus palabras y la sinceridad con la que se expresaba. Delante suyo estaba una persona autentica, cargada de una determinación demasiado grande, que se rebalsaba y se rociaba sobre los que estaban a su alrededor.

La frisa acaricio su cuerpo, como si quisiera llamar su atención, su cuerpo empezaba a recuperar su calor natural, dando a entender que se estaba recuperando. Solo faltaba que la llama de su espíritu ardiera una vez más, para traer de nuevo a la vida a aquel joven que vislumbró una leve posibilidad de salir con vida de la odisea en la que se encontraba.

—Hay problemas que nunca podremos solucionar —continuó Flicker, dando un paso hacia adelante para acercarse a su compañero—, pero mientras no dejemos de luchar, significa que aún hay algo que podemos hacer. No podemos cambiar al mundo, pero si nos esforzamos podemos cambiar el mundo de otra persona.

»Estoy seguro que tu percepción del mundo cambio, vi como tus ojos centellaban llenos de vida a pesar de estar en este infierno. Eso es lo que te mantendrá vivo de aquí en adelante, muchacho. Por eso, lo último que pensaste y lo primero que dijiste al despertar fue "no quiero morir". Eres un guerrero —Flicker extendió su mano para ayudar a Marcos a levantarse, desafiándolo a ponerse de pie y seguir, lo mirada anhelando que el muchacho no se diera por vencido.

Marcos dudó por unos instantes, pero confiaba tanto en su compañero que decidió creer en él. Estaba dispuesto a lanzarse a los mortíferos desafíos que siguieran, con tal de no decepcionar a alguien tan bondadoso y esperanzador. No quería que todo lo que hizo por él quedase en la nada, lucharía hasta el final.

—No sé si voy a lograr salir de aquí —dijo Marcos, aceptando la ayuda para levantarse.

—Ya no tenemos nada más que perder. Es mejor darlo todo, de esa forma lo descubriremos —respondió Flicker motivado por ver a su compañero de pie.

Aunque la actitud de Marcos demostraba lo frágil que estaba, Flicker sabía que era algo normal, solo debía de darle un empujón para que retomará aquel coraje con el que se había armado durante las pruebas. Una vez que una persona probaba el sabor de la "libertad", no la dejaría de lado tan fácilmente, ni siquiera si debía perder la vida acosta de ello.

Ambos intercambiaron una sonrisa de victoria, por fin sentían que se acababa. Un festejó silencioso y reflexivo era el premio con el cargaban. Marcos se encontraba en un momento crucial, dependiendo de cómo afrontara esta resolución, marcaría el rumbo que tomaría su vida en el siguiente desafío.

Por otra parte, Flicker atesoraba el momento, lo necesitaría para sacar valor y fuerza cuando todo se volviera oscuro. Veía en el muchacho el reflejo de sus compañeros, algo que se lo atribuía al asfixiante entorno en el que se encontraba. Su mente buscaba cualquier incentivo para darle ánimos.

—Una vez... mi mejor amigo me enseño un truco para no rendirse —murmuró Flicker, sonriendo con calidez—. Todo es más fácil si logramos visualizarlo —continuó, llevándose una de sus manos al centro del pecho—. Dentro nuestro, cerca del corazón, hay una llama que representa nuestro espíritu. Mientras la mantengamos prendida, podremos seguir luchando.

Marcos lo miraba con incredulidad e inocencia, parecía un niño escuchando un cuento, una dulce historia para darle valor antes de ir dormir.

—Y lo bueno de las llamas es que pueden compartirse —agregó Flicker, sin quitarle los ojos de encima a su compañero—. Espero que no dejes que se apague mi llama, muchacho, te la encargo—. Flicker quitó la mano de su pecho, como si se arrancara algo y lo apoyó con delicadeza en el pecho de Marcos—. Cuando sientas que todo esta perdido, recuerda que tienes todo mi valor, esfuerzo y voluntad, contigo. 

Absortó en el momento, Marcos pudo sentir a lo que se refería. Lograba apreciar aquella calidez latiendo en su interior, un pequeño fuego que se abría paso y lo animada a sonreír de nuevo. Era un cariño palpable, similar al que le demostraba su familia. Dulce. Sincero. Necesario. 

—Gracias por todo, Flicker —respondió a duras penas, era todo lo que podía decir.

—Gracias a ti, muchacho... Solo recuerda que por nada del mundo debes dejar que la llama se apague, tienes que devolvérmela —dijo Flicker en un tono que mezclaba el regaño y el cariño, algo que solo se podía distinguir en aquellas personas que de verdad se preocupaban por el otro.

Los dos marcharon sirviendo de apoyó para el otro, aún no se recuperaban. Cada paso los alejaba del sonido de los disparos y el agua. La arena progresivamente iba disminuyendo, hasta transformarse en un rustico camino de piedra.

El cansado sonido de su respiración los acompañaba, junto con el correr de uno que otro par de condenados que pasaba por su lado, desesperados por terminar de una buena vez el primer evento. Además, sus ropas se habían teñido de rojo, por lo que el hedor a sangre los seguía, como si buscase impregnarse dentro suyo, recordándoles de manera macabra que no escaparían tan fácil de la muerte.

Marcos y Flicker avanzaban de manera lenta pero decidida, con la vista al frente, deseando llegar al final. Todo a su alrededor estaba lleno de carteles luminosos, que buscaban llamar su atención con sonidos eléctricos y frases coloridas, tales como: "Felicidades, ganaste unas pocas horas más de vida". "Si estas leyendo esto, es porque no moriste, felicidades". "Esperamos con ansias verte morir en el siguiente evento, ¡sigue así"... Y muchas otras más.

El infierno en el que se encontraban estaba lejos de terminar, en el siguiente evento descubrirán que los monstruos y demonios de verdad existen, y pronto irán a reclamar sus desdichadas almas...


Fin del capítulo 11

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