Capítulo 10
Flicker y Marcos avanzaron por la playa, analizando con sumo cuidado la forma en que atravesarían el ultimo desafío. Sin embargo, Flicker no tardó en percatarse de que, no había forma de hacerlo. Era una condena de muerte intentar nadar por medio de todas aquellas minas desplegadas en el agua.
Empezó a mirar a su alrededor y ningún condenado se atrevía a intentarlo. Todos tenían en claro de que se necesitaba del sacrificio de algunos para lograr abrir un camino. Nadie sería tan tonto como para ser el primero.
—Mira, Flicker, allá. —Señaló con su dedo Marcos, sin tener el menor cuidado por llamar la atención—. Son los dos que consiguieron pasar todos los desafíos en primer lugar.
El joven Alejandro Rowlingstons se encontraba sentado en una piedra, aguardando con serenidad el momento indicado para actuar. A diferencia de las demás pruebas que pudo afrontarlas sin problema, aquí estaba construido para depender del resto de los condenados.
Sus ojos se perdían en los incontables granos de arena, mientras su mente recreaba distintas maneras de superar el obstáculo que los detenía. El olor a agua salada y el relajante sonido de la marea le ayudaban a su concentración.
Ante la clara respuesta, dejo escapar un letárgico suspiró. No tenía más opción que esperar a que los demás tomaran la iniciativa. Llevó sus manos por su lacio cabello marrón, asegurándose de que el nudo con el que se ataba estuviera firme, le gustaba que le quedara como un moño.
A pesar de sus cortos veinte cinco años, Alejandro era un hombre muy culto, no por nada se conocía a la familia Rowlingstons por su gran nivel social y amplio conocimiento. Habían creado su propio imperio de asesores económicos, llegando a codearse con los más altos empresarios. Se caracterizaban por su inamovible sentido de la honestidad y verdadero deseó de ayudar a la gente.
Incluso mantenían una fuerte postura en contra del gobierno. Sus acciones y declaraciones, aunque sutiles, dejaban en claro su oposición. Pero jamás promulgaron el combatir contra ellos, sino que, buscaban que todos actuaran acorde a la ley, por eso el gobierno nunca tomó represalias, debido a que los Rowlingstons aportaban enormes cantidades de créditos a la sociedad y generaban muchos puestos de trabajo. Mientras fuesen funcional al sistema, se les otorgaba mayor flexibilidad a la hora de juzgarlos.
—Más gente está llegando, ¿ya es hora de intentarlo? —preguntó el compañero de Alejandro, un hombre de pelo naranja con algunas estrellas amarillas.
El condenado de cabello naranja se percató desde un comienzo de la increíble habilidad y discernimiento a la hora de tomar decisiones críticas de su compañero. Sabía que, si quería seguir con vida, debía escucharlo sin dudar. Gracias a Alejandro habían conseguido hacerse con el primer puesto en cada desafío.
—Este escenario está hecho para masacrar a la mayor cantidad de criminales —respondió Alejandro manteniendo su inexpresivo rostro, ni siquiera el caluroso clima lograba derretir su fría mirada—. Se desharán de todos los débiles o gente incompetente —agregó sin mostrar que le importase.
Su compañero se sentó a su lado, viendo que no había nada que hacer. Llevaban demasiado tiempo esperando, pero sin duda prefería seguir así, que ir a una muerte segura.
Alejandro a simple vista parecía alguien inofensivo: era de pequeña estatura, con una figura esbelta y definida, que no se lograba apreciar a través de la ropa. Era poco expresivo, pareciendo alguien distante y apático. Sin embargo, eso se debía a que sabía controlar sus emociones. Durante toda su vida fue preparado para ser alguien disciplinado, no solo se podría considerar un erudito por su amplio conocimiento, sino que también se dedico a la practica de cientos de artes marciales, a fin de preparar su cuerpo de manera equilibrada, sabía que la mente y el cuerpo debían avanzar en conjunto para sacar su máximo potencial.
Gracias a su amplia fortuna y reputación, le fue fácil hacerse con los mejores maestros. Su actitud deseosa de aprendizaje era una bendición para todo aquel que quisiera enseñarle. No había una sola persona que no le tuviera apreció a Alejandro. Salvo por, claramente, los más de veinte políticos de elite que asesino de manera brutal.
Alejandro se entregó pacíficamente luego de completar su venganza, no quería dañar la reputación de su padre y buscó apartarse de él para que no lo asociaran con su crimen. El joven sabía que le esperaba una cruel sentencia de muerte, había cometido uno de los peores crimines para la sociedad: dañar a un político representante del gobierno.
Para su sorpresa, el famoso Neil Arath fue a entrevistarlo de manera personal. Le dio a elegir entre: esperar a ser ejecutado, tal como estaba pactado, o participar en Condena virtual. Algo que en primeras instancias fue rechazado de inmediato por Alejandro, no veía el programa, pero si estaba al tanto de su reputación y de los resultados del mismo. Sabía que, si el porcentaje de supervivencia hasta ahora era de cero por ciento, era porque escondía algún truco.
Neil le confesó la verdad: "No hay truco. Condena virtual puede ser superado. Solo se necesita tener en cuenta tres características: Habilidad, suerte y evitar el factor muerte".
Con esta revelación, Neil le dio unos días para que pensará, además de otorgarle la posibilidad de que analizara los programas de años anteriores y así presenciar con sus propios ojos que no había trampa.
«La suerte depende del compañero con el que te enlazaron», reflexionaba en su mente Alejandro. «La habilidad que se requiere para estos desafíos es muy poca, al ser el primer evento buscan algo vistoso y que descarte a todos los incompetentes. Y... el factor muerte se refiere a la presencia de los demás condenados durante los desafíos», confirmo con seguridad, descubriendo un desalentador dilema, ya que el último desafío dependía del resto de condenados.
El evento no era una carrera como tal, Alejandro sabía que no debía apresurarse. De todas formas, logró completar todos los desafíos en primer lugar para así evitar el contacto con los otros condenados y evitar el factor muerte del evento. El mantenerse cerca de un desconocido que estaba siendo obligado a competir por su vida, lo volvía una pieza imposible de leer, harían cualquier cosa con tal de mantenerse con vida.
El joven Alejandro previó todo a medida que avanzaba: En el primer desafío se empujarían entre ellos y caerían al vacío. En el segundo, si la bola de metal impactaba en alguien que se encontraba cerca, podía cambiar su dirección y dañar a los que estaban a su alrededor. En el tercero, presenciar la muerte de los demás al fallar los saltos produciría un golpe psicológico fuerte y la tensión que se generaba mientras esperabas, en el pequeño sendero al lado de la pendiente, pondría bajo mucho estrés los músculos, complicando aún más los movimientos rápidos y precisos que se necesitaba para afrontar los obstáculos.
—¡Al fin te alcanzo! —gritó con un notable entusiasmo un hombre de pelo azul y reflejos celestes, interrumpiendo el análisis de Alejandro. La musculosa figura del hombre provocaba que los demás condenados a su paso se hicieran a un lado para evitar provocarlo—. ¿Acaso te asusta el agua, señorita? —preguntó de manera burlona Rai, sacando su intimidante pecho y deteniéndose delante de ellos.
Alejandro seguía con su mirada en la dorada arena, ignorando por completo al energético y pendenciero hombre que había llegado. La mejor opción era evitar sus ojos o responderle, de lo contrario entraría en una pelea innecesaria. Conocía bastante bien como actuaban los brutos como él.
—Pensé que sería difícil alcanzarte, pero ahora que estas aquí, tal vez deba matarte para divertirme y mostrar que solo terminaste en primer lugar en los demás desafíos por suerte —amenazó Rai, ansioso por pelear con alguien que parecía ser diestro en combate.
—Si quieres demostrar que eres mejor, ¿no crees qué deberías tratar de terminar primero este evento? —preguntó Alejandro, manteniendo su actitud apática y la mirada distante.
A pesar de su comportamiento sereno, se mantenía atentó a cada leve movimiento de Rai. No podía bajar la guardia, sabía que el grandulón podría intentar golpearlo de un momento a otro sin siquiera avisar.
Por un instante le dio un vistazo rápido al flacucho, de ojos saltones, que acompañaba a Rai, pero lo descartó como amenaza de inmediato, se veía demasiado asustado e incómodo. Era bastante obvio que estaba siendo obligado a moverse. Se ocultaba detrás de la prominente figura de Rai.
—Hmmmm, quizás... tengas razón —expresó Rai con cierta duda, no le gustaba golpear a debiluchos o gente que no se defendía, le era aburrido.
Además, ahora que tenía a Alejandro delante, se sorprendió por lo pequeño que se veía. Lo que hizo que perdiera el interés por golpearlo.
—Sería aburrido matarte aquí —continuó diciendo Rai, decepcionado por la situación—, pero te mostrare a ti y a todo el público que soy el mejor aquí —declaró retomando su sonrisa, rebosando de confianza—. La próxima vez que nos veamos, le daremos a la audiencia lo que quiere... —agregó mientras se alejaba.
Sin dejar de lado su actitud prepotente, se acercó a la orilla de la playa. El dorado de la arena brillaba a causa de la luz del sol, como si se tratasen de joyas relucientes detrás de un cristal. El agua cristalina permitía ver a través de ella sin problema, transmitiendo una escena agradable y pacífica. Incluso un hombre violento y malhumorado como Rai se tranquilizaba con el sonido del agua y los pies enterrándose en la arena a cada paso.
Un par de metros más adelante yacían flotando cientos de esferas de color negruzco. Eran unos extravagantes obstáculos a la espera de cualquier rose descuidado, para así recompensar al desafortunado con una letal explosión.
Rai al ver con atención el escenario, chasqueó la lengua y frunció el ceño. No se consideraba alguien inteligente, sin embargo, sabía que no era necesario serlo para darse cuenta que ser el primero en abalanzarse era una sentencia de muerte.
Intento aguantar, cruzándose de brazos a la espera de que otros lo intentaran, pero no quería seguir perdiendo el tiempo. A su alrededor solo veía gente flacucha y cobarde, lloriqueando y murmurando con unas notables expresiones de miedo en sus rostros. Varios se encontraban exhaustos, a duras penas habían sido capaz de a travesar los demás desafíos.
—De está forma nunca avanzaremos... —se quejó entre dientes Rai—. Será mejor darles un incentivo. Sígueme si no quieres cobrar tu parte —amenazó a su compañero, mientras se dirigía hacía un par de condenados indecisos y que solo estaban parados cerca.
Sin avisar, los embistió con brutalidad y los sometido en el suelo con total facilidad. Rai no tardó en ponerse de pie, obligando a los dos desafortunados a que se quedaran en el suelo, mientras los fulminaba con la mirada.
—¡Tienen dos opciones! —advirtió con fuerza, aplastando con su pie el pecho de uno de los condenados—: se lanzan al agua e intentan cruzar por su cuenta, o mueren aquí en mis manos —sentenció golpeando su puño contra la palma de su otra mano, en una clara demostración de lo ansioso que estaba por comenzar.
Los demás condenados que estaban alrededor empezaron a alejarse de él, viendo que era cuestión de tiempo para que buscase otras víctimas. Nadie quería enfrentar al musculoso grandulón.
—¡Pelea, pelea! —gritó un hombre de cabellera color rojo vino, con las orejas llenas de aros negros y una gran sonrisa traviesa—. ¡Tengan cuidado que van a atacarlos! —siguió anunciando Dexter mientras se movía entre la gente—. Ey, tú, el peli verde con su compañero narizón —dijo al acercarse a un par de criminales que veían desde lejos como Rai cargaba a los condenados que había golpeado para arrojarlos al agua.
—¿Yo? —preguntó la peli verde arqueando una ceja, desconcertado por los gritos y toda la situación.
—Sí, tú —afirmó Dexter deteniéndose frente de él—. Esto se convertirá en un caos, debes tener cuidado.
—¿De verdad lo dices? —Intercambio miradas con su compañero sin entender por qué le estaban hablando.
—Claro, deberías estar atento... en cualquier momento podrían golpearte. Es más, creo que ahora está por suceder.
Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Dexter le dio un ágil puñetazo en la nariz y, antes de que este cayera al suelo, golpeó al otro condenado que seguía de pie.
—¡Arrojen a los débiles al mar! —indicó Dexter mientras arrastraba a los dos sujetos que había desmayado—. Si se quedan de brazos cruzados el público los matará en la siguiente fase.
Sus palabras fueron contundentes, trayendo a todos de nuevo a la cruel realidad. Recordaron de que, si no daban un espectáculo, la gente los condenaría en la fase de votaciones. Todos los que habían estado perdiendo el tiempo fueron víctimas de la terrible revelación, despertando dentro suyo un desesperado intento de cambiar su situación. Sin pensarlo, presas del pánico, se lanzaron a pelear con aquellos que veían más débiles.
El caos estalló, dando lugar a una batalla campal entre los condenados que buscaban ganarse el favor de los espectadores y los que se defendían de manera insegura, tambaleándose entre la delgada línea de no saber como debían actuar frente a la inesperada situación que los invadía.
En medio del conflicto, Marcos y Flicker se mantenían alejados, con la guardia en alto para no ser emboscados.
—Atento, muchacho, que no te tomen por sorpresa —dijo Flicker, poniéndose de lado y apoyando su espalda con la de su compañero—. De esta forma podremos reaccionar a tiempo.
—Y-yo no creo que sea bueno peleando —comentó Marcos, mientras sus ojos se movían en todas direcciones, sin saber a donde enfocarse. Sin importar la dirección en la que viese, se encontraba con un sanguinario combate.
—Entonces concéntrate en esquivar y sujetar a tu rival —lo aconsejó al instante, tratando que su voz no se perdiera entre todos los gritos y amenazas que se escuchaban—. Mientras no te golpeen, yo me haré cargo del resto —agregó, buscando apoyarlo y que no se sintiera desprotegido.
—Eso... int... haré —afirmó tratando de mostrarse seguro. No quería seguir siendo una carga, debía poner de su parte y ayudar a Flicker en lo que pudiese.
A diferencia de los condenados que se encontraban abrumados por la inesperada batalla en la que se vieron envuelto, el público del estadio vitoreaba a todo pulmón. Para ellos era un deleite ver una guerra impulsada por el miedo y pánico colectivo de no ser eliminados. Podían apreciar con detalle la esencia de cada uno de los condenados, logrando encontrar todo tipo de reacciones: desde aquellos que suplicaban por no ser golpeados, hasta otros que asesinaban con una brutal saña a sus víctimas.
La enorme pantalla principal mostraba con claridad las diferentes escenas de los combates que se libraban dentro del mundo virtual. Fernando se movía con gracia por encima de las tribunas, realizando sutiles y precisos comentarios para potenciar el interés de la gente. Su camisa naranja y corbata amarilla resaltaban entre toda la iluminación, recompensando a los afortunados de la audiencia que se topaban con sus ojos, lanzándoles una que otra carismática sonrisa y guiño furtivo.
Por otra parte, la crueldad y violencia deleitaba las pantallas de todos, recubriendo a los espectadores de un entusiasmo macabro y amor por el morbo que tanto los caracterizaba. Poder presenciar de manera tan directa la naturaleza humana era un goce que solo Condena Virtual podía otorgarles. La forma en que los criminales eran denigrados y obligados a participar de eventos tan salvajes, saciaba su falso sentido de la justicia. Una moralidad tan adoctrinada que se arraigaba en lo más profundo de su ser, nublando su propio juicio. Eran victimas de la falta empatía con la que se habían criado, encontrando un mísero consuelo en participar en el programa más importante y aclamado de la actualidad. De esa forma sus vacías vidas parecían tener un significado, se creían parte de una comunidad al compartir una misma pasión.
Aunque lo que más les importaba a los espectadores era no perder sus apuestas. Mientras los condenados daban todo de si para sobrevivir, ellos ofrecían dinero por la vida de sus favoritos, como si se tratará de un simple juego.
—Un fuerte aplauso para los condenados Raikami y GameOver, ellos son los responsables de darnos esté inesperado regalo —comentó Fernando mientras se deslizaba de manera ágil por el cielo—, no estaba en nuestros planes una guerra campal, pero no nos quejamos, ¿o sí?
El público respondió al instante para demostrar su apoyó, clamando con júbilo. Estaban presenciando todo un espectáculo.
—Sin embargo, hay algo que no puedo dejar pasar... —anunció con un tono juguetón, fingiendo un poco de molestia—. Ellos podrán ser los protagonistas, las estrellas fugaces, pero no por eso los vamos a dejar hacer lo que quieren. ¿Qué opinan?, ¿les damos una pequeña ayuda para que no se distraigan y completen el desafío?
Todos rugieron al unisonó un indistinguible "sí", para luego estallar en estruendosas risas cargadas de malicia. El estadio vibraba ante los incesantes festejos de la gente, la pasión por el evento los cubría de un sentimiento de unidad y camarería, logrando coincidir con cientos de miles de personas que jamás habían visto, creando un momento inolvidable para ellos. Durante toda su vida se grabaría la eufórica atmosfera, acompañada del característico olor de la comida chatarra y los dulces aromatizantes de humos de colores que eran lanzados para ambientar de manera única el lugar.
—Denle al pueblo lo que es del pueblo, y a las escorias lo que es de las escorias —respondió Fernando, acompañado al público con una vil sonrisa, dirigiendo su mirada a la transmisión, generando que los espectadores estuvieran intrigados por la sorpresa que se venía.
En el bélico escenario de la playa, las batallas entre condenados estaban en su auge. Varios habían probado la amargura de la muerte, siendo arrojados como basura al agua, en un vulgar intento de empujar los cadáveres hasta las minas. El color cristalino era consumido por el carmesí y la apacible escena que transmitía antes era transformada en una lúgubre y horripilante ambientación a causa de los cuerpos flotando.
La masacre continuaba sin descanso, muchos de los condenados ni siquiera sabían la razón de su pelea, solo aprovechaban el momento para dañar a otros y eliminar la competencia. El dorado de la arena era mancillado con el sudor y sangre que caía sobre ella. Los incesantes gritos de insultos y amenazas se apoderaban del escenario, pocos eran los que intentaban huir entre lamentos y suplicas de piedad.
—Flicker... —dijo preocupado Marcos, sin despegar la espalda de su compañero—. Creo que vienen por nosotros... —indicó mientras se preparaba para defenderse, actuando como alguien listo para pelear.
Un condenado, con un tatuaje de código de barra en la mejilla, y otro calvo, con una larga barba, se acercaban con los ojos puestos en Marcos. Su inocente rostro y constantes expresiones de sorpresa, lo volvían la presa perfecta.
—Escucha, muchacho, estamos rodeados por diferentes peleas —Flicker se puso a su lado, demostrando que estaba listo para defenderse—, si intentamos correr y le damos la espalda, nos veremos involucrados en otros conflictos. Si queremos salir con vida de aquí, primero tenemos que encargarnos de ellos, mostrarles que no seremos presa fácil.
—Entendido —asintió Marcos, sin quitar la mirada del par de condenados que se acercaban.
Por un leve momento, se preguntó que tipo de tatuaje tendría aquel malicioso hombre, pero para descubrirlo necesitaría de unos lentes modernos para proyectar los códigos de barra. Su mente buscaba excusas para distraerse y no pensar en la complicada situación de enfrentarse a alguien.
A cada paso que daban los hombres, el corazón de Marcos se aceleraba. Tragó saliva por ultima vez y busco en su haber la expresión más intimidante que pudiera utilizar. Debía verse rudo, o por lo menos intentarlo. Ante el inminente encuentro, apretó con fuerza sus puños para prepararse, el áspero tacto de sus manos era un buen recordatorio de los cientos de tortuosos trabajos que realizo y logró sobrevivir. «Este no es mi final», se dijo así mismo, antes de armarse de valor.
—Recuerda, haz tiempo, yo me encargo del resto —susurró Flicker al dar un paso al frente, sin una pizca de dudas en su mirada. Se veía confiado.
La pelea estaba a punto de empezar, cuando un estruendoso ruido detuvo el bélico conflicto. Todos alzaron la vista, buscando en todas direcciones aquel peculiar y grave sonido. Unos pequeños segundos de tranquilidad invadieron la playa, logrando crear un silencio total, lo que muchos conocían como "la calma previa a la tormenta".
El suelo tembló con furia y sacudió a todos los condenados, jamás habían presenciado un sismo de tales magnitudes, parecía que les había llegado el fin del mundo, era un aviso digno del apocalipsis.
Desesperados y sin nada que hacer, se aferraron al suelo a la espera que el atemorizante momento culminara. Las olas golpeaban con fuerza la costa, trayendo consigo a los cadáveres que habían arrojado, decorando la arena con cuerpos destrozados a golpes, rostros llenos de lágrimas y expresiones de pánico, y un inconfundible olor a sangre, mezclado con el agua salada.
Cuatros gigantes atalayas emergieron de la tierra, como si vinieran del mismo infierno, eclipsando el sol y cubriendo a los condenados con su sombra. Su imponente imagen traía incertidumbre y desconcierto, nadie podía imaginarse lo que estaba apunto de suceder. Eran simples animales enjaulados, a la espera de los designios de sus dueños.
—¡Todo aquel que permanezca en la playa será eliminado! —anunció una robótica voz—. Les recomendamos amablemente que se alejen lo más rápido posible. Tienen diez segundos para hacerlo.
De la cima de las atalayas salieron cuatro laceres de color rojo, apuntando con precisión en la frente de algunos condenados. No tardaron en descubrir lo que significaba, por lo que varios se pusieron de pie y corrieron con desesperación hasta la orilla, ignorando todos los cadáveres que yacían muertos. Su andar era tosco, aún temblaban por culpa de la sensación que les provocó el temblor.
Sin embargo, no tuvieron el valor para entrar al agua, observar el vallado de minas a la distancia los aterrorizaba. No eran capaces de superar sus miedos e intentarlo. Además, a lo lejos, cerca del final del desafío, donde se terminaba el evento y una enorme meta de llegada los esperaba, también se alzaban cuatro atalayas apuntando en dirección al agua.
Estaban acorralados. El brillo de sus ojos se apagaba con la desalentadora realidad. Algunas rodillas se postraron entre suplicas y murmullos de resignación. El tormentoso silencio fue destruido por el sonido de los disparos y los gritos no se hicieron esperar. Una vez más, la muerte se esparcía por la playa, las letales balas se deshacían de los indecisos y cobardes, reduciendo su numero de manera alarmante. El eco que producían las armas servía como anunció de cada vida que reclamaban.
Ante la frustrante situación en la que se veían atrapados, varios condenados dejaron de lado la poca cordura que les quedaba y se lanzaron en estampida hacía el agua. Habían aceptado su destino. Lo único que podían hacer era intentar escapar, de lo contrario solo les quedaba esperar a ser eliminados por los disparos.
—¡Ahora, no tenemos otra oportunidad! —gritó Flicker, tomando de la mano a Marcos y corriendo detrás de un gran grupo—. Nos mantendremos a un par de metros de distancia, aprovechando de que ellos nos abrirá.
La primera explosión no tardó en llegar, desencadenando decenas de la misma. Varias nubes de humo negro se alzaban en los cielos, como si se tratará de la ascensión de las almas que acababan de arrebatar. El olor a pólvora se incrustaba en los pulmones de los que se encontraban cerca.
—¡No te detengas! —indicó Flicker, guiando al muchacho que se había quedado absortó ante los diferentes sonidos de los estallidos y los disparos.
Las olas revoloteaban a causa de las explosiones, dificultando más el nadar a través de ellas. El desesperó de los condenados creaba situaciones peligrosas, algunos víctimas del terror y nerviosismo, empezaban ahogarse, sujetándose a cualquiera que tuvieran cerca y arrastrándolo a las profundidad consigo.
Flicker avanzaba entre medio del caos sin perder su concentración. Ya había estado en innumerables combates, la experiencia sería su salvavidas y guía. Lograba distinguir con precisión a quienes seguir y la manera de desenvolverse ante las inesperadas situaciones. Solo debía evitar a toda costa los disparos y las minas, estaba dispuesto a usar a los demás condenados como escudo, aceptando el riesgo de que ellos fueran a intentar ahogarlos.
—Sígueme el paso, muchacho —dijo Flicker en el instante que entraban a la rojiza agua—. No despegues los ojos de mí, lo demás está solo para asustarte —agregó, al ver que algunos cadáveres flotaban, algo inusual, había sido programado de esa forma para ambientar de manera tétrica el escenario.
Mientras Flicker nadaba, no perdía de vista los grupos que lo rodeaban. Su plan era sencillo, mantener una formación que lo permitiera estar en el centro. Era la única manera de sobrevivir a los inesperados movimientos del agua y las minas que acarreaba.
El ambiente era pesado, cargado de ruido por todas partes y desconcierto. No cualquiera podía sobrellevar la situación y era algo que se apreciaba con facilidad. Flicker no perdía de vista ningún detalle, cada movimiento era indispensable para salir con vida. A pesar de las múltiples tareas que debía realizar, aún podía bracear con agilidad y mantener el ritmo.
A lo lejos, vislumbró una ola venir en su dirección, junto a un par de aquellas mortíferas esferas, sin dudarlo, se preparó para cubrirse, disminuyendo la velocidad y poniéndose en perpendicular con un par de condenados que iban al frente.
El par de condenados delante suyo se vio sorprendido, y ambos intentaron esquivar el obstáculo tomando diferentes direcciones: uno nadó hacía la izquierda y otro en el sentido contrario, forzando a que el cable luminoso que los unía se tensara y tocara el explosivo.
Un corto y desgarrador grito fue consumido por el sonido del estallido. Sus cuerpos fueron despedazados en instante, creando una suave lluvia roja, con algún que otra extremidad volando en la lejanía.
—¡Agárrate! —advirtió Flicker, acercándose a Marcos para sujetarse.
En vez de luchar contra la marea generada por la onda expansiva, se dejo llevar, aún si significaba perder algo del recorrido que habían hecho. En el momento que otro par de condenados lo rebasó, volvió a tomar el ritmo detrás de ellos. Debía disimular su actuar y que no fuese obvio que quería a otros delante de él.
—¿Vas bien, muchacho? —preguntó sin ver a su compañero, no podía descuidar el frente.
—S-sí, voy... bien —respondió Marcos, tratando de nadar, hablar y seguir avanzando.
No quería admitirlo, pero Marcos empezaba a cansarse y no era alguien con mucha experiencia en el agua. Solo había nadado por diversión en un pequeño estanque por una corta temporada, en su planeta no había lugares donde se encontrará mucha agua acumulada. Sus brazos y piernas comenzaban a sentirse pesados, era la advertencia previa al ardor por sobreexigirse. Sin embargo, no se detendría por nada, daría hasta la ultima gota de su energía por tratar de sobrevivir. El cansancio físico era el menor de sus temores, sabía cómo enfrentarse a el.
—Atento, se viene la parte más difícil —dijo Flicker, al observar como les faltaba poco para terminar y se acercaban al rango de las atalayas que custodiaban la recta final.
Los láseres iban y venían de lado a lado, disparando a cualquiera de manera aleatoria. Pocos lograban reaccionar a tiempo y conseguir unos cuantos segundos más de vida en lo que cargaban la siguiente bala.
—En-tendido... —asintió Marcos, mientras se esforzaba por respirar y luchar contra la fatiga.
—¿Estas bien? —Flicker se detuvo para obsevar a su compañero, se había pasado por alto que era solo un muchacho sin entrenamiento. Su buen desempeño en los demás desafíos lo cegaron de la realidad.
—Puedo seguir, no te preocupes —contestó aprovechando cada instante para descansar.
Su pequeño descanso fue interrumpido, el descuido de Flicker fue aprovechado por uno de los francotiradores que no dudó en apuntar a un par presas sin moverse. Antes de concretar el disparo, Flicker reaccionó a tiempo, logró ver el láser en su dirección.
—¡Sumérgete! —gritó al mismo tiempo que lo hacía.
Ambos descendieron con un fuerte deseo de sobrevivir, aguantando la respiración el mayor tiempo posible. Los tortuosos momentos bajo del agua los inundaba la agonía de no ser lo suficiente para evitar la bala. Sus pulmones soportaban la interminable espera, mientras sus corazones palpitaban con tanta fuerza que era lo único que escuchaban.
El color rojizo del agua no dejaba ver a su alrededor, además de que, las olas se intensificaban de manera intermitente, haciendo difícil el mantenerse debajo. Cansados de aguantar, decidieron subir por aire, manteniendo la esperanza de que no sería lo último que hicieran.
Los radiantes rayos de sol le dieron la bienvenida, encegueciendo por unos instantes su vista. El oleaje los sacudía de arriaba abajo y un haz de luz de color rojizo los buscaba con esmeró entre todo el movimiento, insistiendo en dar con ellos. Además, ellos se habían alejado del resto de condenados que los rodeaba. Sus pulmones se expandía en un desesperado y rápido intento de llenarse de aire, sin que siquiera pudieran disfrutar del revitalizante momento.
Para su desgracia, una mina era traída con la marea y sin nadie más que los interceptara por ellos, se encontraban envueltos en una desfavorable situación. Ambos intercambiaron miradas y un gesto fue más que suficiente para buscar refugio una vez más, en aquella sencilla estrategia de sumergirse.
El francotirador quiso lucirse, en vez de apuntar a Marcos y Flicker, cambió su objetivo a la esfera explosiva que flotaba en su dirección. Un disparó certero fue recompensado con una explosión, dejando una oscura nube de humo en su lugar...
Fin del capítulo 10
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