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Capítulo 1



Una estruendosa explosión hizo que se encorvara y cubriera su cabeza, el edificio iba a colapsar en cualquier momento. Las llamas consumían todo a su alrededor, como un monstruo insaciable que devoraba lo que se interpusiera en su camino.

Jack tosía con fuerzas, el humo se impregnaba en sus pulmones dejándolo casi sin aire, además que, cada vez que intentaba respirar, sentía un intenso ardor a causa de las quemaduras, no solo su piel había sido dañada por el fuego, también gran parte de su interior.

Avanzó por la habitación moviendo de lado a lado una de sus manos para despejar un poco su campo de visión, hasta que por fin logró conseguir una estética y elaborada mochila de color negro que se encontraba pegada en la pared esperándolo. Una vez se la colocó, sin perder tiempo se dirigió hasta la ventana y la rompió con una fuerte patada, siendo encandilado por el brillante sol y un apacible cielo celeste, tan hermoso que, a pesar de la extrema situación, se detuvo a contemplarlo por unos segundos.

Se encontraba en el penúltimo piso, el numero ciento noventa y nueve, su travesía casi acababa. Era el único que consiguió llegar hasta el final sin ser engullido por las infernales llamas que ascendían a un ritmo alarmante, todo para dificultar su objetivo de escapar.

—No se desharán de mi tan fácil, hijos de perra —dijo Jack luciendo una gran sonrisa, desprendiendo seguridad y mostrando su tan característica actitud arrogante.

Saltó sin dudarlo y al instante levantó ambos dedos medios para burlarse. La agradable brisa acariciaba su maltratada piel, refrescándolo de manera placentera. Atravesó una que otra nube, sorprendiéndolo al acabar un poco mojado por ello, jamás se había imaginado que haría algo tan único y divertido.

Toda su ropa estaba maltratada, casi en harapos, ya ni se distinguía la vestimenta que llevaba, lo que lo cubría de satisfacción, detestaba el tener que llevar aquel ropaje blanco con rayas negras que le otorgaban a los criminales. El sonido del viento lo distraía, lo único que podía escuchar en su cabeza era la palabra "libertad", que se repetía una y otra vez, se sentía como un ave escapando de su jaula.

El sol era su cómplice y testigo, sus brillantes rayos de luz eran la única compañía que no le desagradaba. Lamentablemente para Jack, era hora de seguir su camino y finalizar con todas las alucinantes sensaciones que experimentaba. Apretó un botón en la mochila y esta se abrió en un elegante parapente, de color violáceo y negro, con el nombre del programa Condena Virtual grabado encima.

Un gigantesco y rimbombante circulo rojo con la frase "Si caes aquí quizás no te mataremos, o no lo haremos en el momento", le indicaba donde debía aterrizar. Era la terraza de un edificio, no había nada más a su alrededor.

—¡Vamos, aquí los esperó entonces! —gritó Jack entusiasmado—. ¿¡Qué sigue!? No me asustan.

Al ser alguien atlético y con un cuerpo entrenado, destacaba demasiado en cualquier desafío físico. Además, se adaptaba rápido a cualquier situación, demostrando un gran talento para desenvolverse ante el peligro, sin duda era todo un guerrero.

Mientras descendía, observaba atentamente todo su alrededor, la calles y edificios bajo sus pies estaban completamente vacíos, parecía una ciudad fantasma. Aún contaban con sus ostentosas decoraciones, carteles y pantallas publicitarias, que saturaban la vista a donde sea que mirase.

Una vez llegó al circulo rojo, una parte del suelo se abrió, provocando que Jack se pusiera en guardia, listo para atacar.

—¡No me jodas! ¿¡En serio!? —exclamó con una palpable emoción, llevándose ambas manos a su cabeza, sus ojos de color miel irradiaban entusiasmo—. De verdad se la jugaron, eh... —dijo en voz baja, siendo interrumpido por una incontrolable tos, todavía sufría por todo el humo que aspiró.

Delante de una pequeña plataforma acababa de subir una estética y aerodinámica motocicleta, con un acabado brillante de color azul marino y lo último en tecnología, luciendo sus dos esféricas ruedas que utilizaban la antigravedad para implementar un sistema de amortiguación y control único, permitiendo todo tipo de maniobras sin perder el control.

—¡La Nimbus! Y es la que salió este año, la Nimbus 3823 —repitió fascinado—. Nunca pensé que podría disfrutar de está bestia... —dijo acariciando el frio metal recubierto de nanotecnología para brindarle mayor resistencia y permitir flexibilidad a la hora de personalizarla—. Con esto no podrán detenerme... —susurró sin quitarle los ojos de encima, no podía dejar de apreciarla, le era casi nostálgico.

»¡Ruge para mí, preciosa! —gritó al subirse y acelerarla para escuchar su potente motor, el cual retumbaba por toda la vacía ciudad.

Un haz de luz se alzó a lo lejos, capturando la atención de Jack, sabía lo que significaba. Debía llegar hasta ahí, cruzando por toda la ciudad. Algo que le tomaría un poco más de cinco minutos, la Nimbus 3823 era capaz de alcanzar los setecientos kilómetros por hora.

Pero antes de partir, le ordeno a la IA de la máquina que se adaptará a sus gustos, cambiando el color a un intenso rojo carmesí y que dejará de lado los aspectos de seguridad para concentrarse en la velocidad.

Sin más, emprendió su ruidosa huida, dando fuertes gritos que buscaban imponerse ante los potentes sonidos que hacía la motocicleta. Saltaba de techo en techo, hasta que por fin logró llegar a las calles donde podía desplegar una mayor velocidad. Las ruedas dejaban un colorido rastro amarillo neón, gracias a su iluminación. Jack conducía con destreza, mostrando una vez más sus grandes capacidades al esquivar sin dificultad los edificios.

Gracias a un avanzado sistema que se encontraba al frente del vehículo para contrarrestar la resistencia del aire, el conductor podía permanecer casi acostado en su asiento sin ser interrumpido, y así también poder aprovechar de su diseño aerodinámico.

Sin previo aviso, decenas de pequeños y mortíferos drones comenzaron a perseguirlo, lanzándole una lluvia de disparos coloridos. Los láseres generaban fuertes explosiones, destrozando todo lo que tocarán. Sin embargo, ninguno lograba acertarle a Jack, quien zigzagueaba con gracia y utilizaba cualquier pequeño callejón para esquivarlos.

Poco a poco las calles comenzaron a temblar y a cambiar de forma, elevándose como una muralla, abriéndose de lado a lado creando grandes huecos o simplemente formando repetidas olas para dificultar el manejo sobre ellas.

Jack festejaba cada saltó o estallido detrás de él, disfrutaba de la adrenalina y del incesante golpeteo de su corazón contra su pecho, incluso sentía que podía escucharlo agradeciendo por el intenso momento. Estar tan cerca de la muerte lo hacía sentir más vivo que nunca.

Ver los coloridos disparos pasar por su lado o las fallidas redes de ácido que pulverizaban todo lo que tocaban en cuestión de segundos, servían para alimentar su gran ego, era otra hazaña que lograba sumar a su extenso repertorio.

Los minutos pasaban y Jack superaba cada obstáculo, era cuestión de tiempo para que concretase su huida, solo debía superar una tentadora bajada en línea recta, perfecta para poder lucir a la Nimbus en todo su esplendor. Y, al final del recorrido, un estrecho túnel por el que debía entrar.

Jack aceleró sucumbiendo a los encantos de la calle, queriendo experimentar la sensación de velocidad en todo su esplendor, deseaba terminar de una manera vistosa y que jamás olvidaría. En cuestión de segundos dejó atrás a los drones que no podían alcanzarlo, dotándolo de una orgullosa satisfacción. La forma en que el aire revoloteaba su anaranjado cabello lo reconfortaba, era uno de los detalles que más disfrutaba al conducir sus motocicletas.

Justo en ese instante, el olor a humo que tenía impregnado le arruinó el placido momento, provocando que una vez más tuviese que soportar la incontrolable y dolorosa tos que le quemaba la garganta. No podía detenerse y por reflejo quitó una de sus manos del manubrio para limpiarse las lagrimas de los ojos. Para su mala suerte, el suelo empezó a temblar y moverse, haciendo que perdiera el control y por cuestión de centímetros no lograse entrar al túnel, estrellándose de llenó contra la pared.

La Nimbus se comprimió como si fuese una lata, evitando explotar gracias a sus resistentes materiales, sin embargo, Jack literalmente estalló al estamparse con la pared, dejando un vistoso y extenso manchón rojo oscuro.

La escena duro unos segundos, hasta que la transmisión del programa cambió, sintonizando a un regordete presentador de piel morena, que vestía un traje de lentejuelas esmeralda y un moño rosa, luciendo un elegante y esponjoso afro. El pomposo hombre miraba con asombró lo que le había ocurrido a Jack.

—Siempre supimos que Jack iba a dejar una marca difícil de borrar, pero no creo que se refería a eso, ¿no creen? Dudo que vayamos a poder limpiar esa pared en mucho tiempo... —bromeó retomando una actitud burlona—. Con esto acaba nuestro vigesimotercer programa de Condena Virtual, estoy segurísimo que lo disfrutaron.

Las pantallas sintonizaron el enorme estadio lleno de billones de espectadores, gritando y aplaudiendo con fervor, se podía ver de manera clara la euforia del momento. Las luces de colores danzaban por todos lados, creando una escena cautivante que provocaba en las personas, que miraban la transmisión desde sus hogares, el querer estar ahí para compartir un poco de todo ese estruendoso festejo.

A pesar del acalorado momento, Neil apagó la pantalla holográfica, terminando con su extenso análisis. Él estaba viendo a través de su Pulsera Digital la escena final de su programa, para así repasar todo lo sucedido y poder mejorar cada detalle en el siguiente año.

—Los vehículos son emocionantes... sin embargo, necesitan de personas experimentadas en manejarlos, como Jack, podría ser muy anticlimático de lo contrario —susurró para sí mismo, entendiendo que había más desventajas y riesgos al organizar eventos de carrera.

Neil Arath, mejor conocido por todos como "el Líder", era la persona más importante e influyente de la actualidad. Se encontraba en su casa principal, específicamente en su oficina. A diferencia de lo que cualquiera creería, la habitación estaba prácticamente vacía, optando por una decoración de estilo minimalista. Él detestaba la actual dependencia a la tecnología y, por lo tanto, prefería vivir de una manera más saludable.

Todo el mundo lo describiría como la única persona justa y honesta en un puesto alto en el gobierno. La gente lo apoyaba por su humildad, a pesar de su gran fortuna y poder. Amaban la forma en que Neil siempre ayudaba a todos, sin importarle la posición política, social o valor capital.

Él era un hombre de unos cuarenta y cinco años. Ya tenía algunas marcas de su edad en su frente y debajo de los ojos. Su pelo era corto y bien arreglado, con sus muy característicos tres colores con los que se teñía: Azul arriba y amarillo a los lados, con una línea roja. Muchos de los fanáticos y admiradores que tenía se pintaban de igual forma para imitarlo.

A Neil le gustaba vestirse con traje de telas suaves, no había una ocasión en la que no estuviera con vestimenta formal. Nada de ropa colorida, él prefería un estilo más conservador: colores opacos y sencillos. Se encargaba de escoger y de diseñar su propia ropa, era algo que lo ayudaba a no olvidar sus raíces, después de todo, empezó siendo un don nadie, trabajando para una de los productores de ropa más grande. Tanto en el área de diseño, como de marketing. Solo fue durante los primeros años después de mudarse a la capital del universo, llamada Nuevo-Comienzo. Luego, cuando se hizo de su reputación y renombre, se dedicó exclusivamente al marketing.

Aquella sonrisa con la que Neil siempre se mostraba al público ya casi no aparecía cuando se encontraba solo. Este último tiempo, sentía que se encontraba estancado, ya no visualizaba su sueño cumplido. Al ver el final de Jack y la misma reacción del público en el estadio, creía que ya había llegado a su límite.

—Quizás... algo más retro, sin tanta tecnología de por medio ayude a la gente a volver a lo simple —analizaba sin descanso, no lograba encontrar una respuesta que lo dejará satisfecho—. También sería una buena forma indirecta de traer a la moda un estilo más conservador... —Rápido negó con la cabeza, la gente no dejaría de lado todos sus lujos y comodidades, ya eran indispensables para ellos.

Neil estaba sentado en una silla de madera, con un cojín y respaldo de la mejor calidad. Todo el suelo era cubierto por una alfombra felpuda y suave, perfecta para frotar los pies y relajarse. Al frente suyo había un pequeño escritorio, lleno de papeles y documentos, prefería que todo lo importante con respecto a su evento se manejara de esta forma, ya que él era quien se encargaba personalmente de verificar todo y evitar que hubiera filtraciones.

Hacía un mes había finalizado su vigesimotercer programa y ya estaba preparando el siguiente para el próximo año. O, por lo menos, lo intentaba, solo estaba divagando, no prestaba atención a lo que leía. Su mente se encontraba en otro sitio, buscando en sus recuerdos aquella energía y esperanza que tenía de joven.

En uno de los papeles frente de él, se veía en grande "Rating conseguido en Condena virtual".

«Otra vez, un éxito...», pensó sin darle importancia. Después de todo, era un resultado que ya esperaba. Se recostó en su asiento y cerró los ojos por un momento, para disfrutar del olor a jazmín que cubría su habitación. Le encantaban las fragancias florales, era su manera de no olvidarse de la belleza de la naturaleza.

Tenía el apoyo de casi todo el mundo y, aun así, no podía cambiar las leyes autoritarias del gobierno. Todos sus representantes eran como un barril sin fondo, codiciosos y egoístas, siempre buscaban más sin importar lo que le pasará al resto.

Culpa de ellos, la humanidad se enfrentó a uno de sus peores desastres, una enfermedad conocida como "Síndrome de Dependencia Tecnológica". Este se caracterizaba por un profundo rechazo por relacionarse con otros seres humanos, al igual que una notable carencia de empatía.

Actualmente, el Síndrome de Dependencia Tecnológica o S.D.T, se redujo a un treinta por ciento de la población. Un número considerablemente pequeño, a comparación del anterior setenta y cinco por ciento.

El gobierno estableció leyes muy estrictas en cuanto al consumo de tecnología y el tiempo que uno podía pasar en las redes, utilizando esta excusa para poder hacerse con el control a toda la información privada de las personas, monitoreándolos los veinticuatro horas a través de cada dispositivo electrónico.

Nadie podía oponerse al gobierno, o no sin poner en juego su vida.

Neil lo sabía y por eso, aprovechaba su posición para mostrarle al mundo que se podía vivir bien, sin ir en su contra. Él era la viva imagen de alguien que empezó desde cero y llegó hasta lo más alto. Su objetivo era inspirar a los demás y que lo usaran de ejemplo, para así evitar que miles murieran en vano, luchando una guerra que no podían ganar.

"Lo que se necesita para cambiar al mundo es: un corazón con una fuerte determinación. Un sentimiento y deseo tan fuerte que no se pueda evitar compartir con el resto, y que los demás al recibirlo hagan lo mismo, formando una cadena de determinación".

Fueron las palabras que su padre le repetía a Neil y algo que atesoró hasta el día de hoy.

Sin embargo, por más años que lo había intentado, parecía que nunca podría poner a la gente en contra del gobierno, sin romper las leyes. El mundo era injusto y estaba hecho para que los ricos ganaran y los pobres sirvieran como meras herramientas.

En medio de su reflexión, Neil fue interrumpido por el sonido de alguien llamando a la puerta de madera.

Un joven de diecinueve años entró al instante que le autorizaron. Él mantenía una gran sonrisa en su rostro y sus ojos puestos en Neil. Caminaba con el mentón en alto y una notable emoción. Su mirada brillaba, llena de vida y esperanza, ansiosa del porvenir y como no, deseando que llegará aquel futuro que acababa de vislumbrar en su mente.

El joven vestía una camisa negra, con varias franjas de colores flúor y llevaba un pantalón holgado de color blanco. Su pelo era de un turquesa intenso, rapado a un lado, dejándose el flequillo caer para un costado. Estaba descalzo, tenían prohibido entrar a las habitaciones especiales de Neil con calzado, así no ensuciarían sus amadas alfombras.

El joven se detuvo frente al escritorio, tomándose unos segundos para admirar a Neil, el único hombre que tenía todo su respeto.

—Te ves cansado —dijo el joven de manera animada.

—El tiempo ha sido cruel conmigo y a veces tengo que actuar como un humano normal —respondió Neil con una leve mueca.

—Va siendo hora de que descanses... —suspiró con cierto pesar. Luego, dejó unos papeles en el escritorio, sin quitarle los ojos de encima a Neil.

El cansado hombre dudó por un momento, no le hacía falta revisar aquellos documentos para saber de qué se trataba. Por la actitud tan animada del joven delante de él, ya tenía en claro a lo que venía.

—¿Acaso no confías en mí? —La voz de Sett vibraba con un fervor casi tangible, sus ojos verdes centelleantes de una pasión desbordante, desafiando al mundo y a su mentor—. ¡Déjame cumplir tu sueño! Es hora de que dejes de esconderte y... actúes —insistió, respirando para calmarse y no dejarse llevar por sus acaloradas emociones.

—Siempre has superado mis expectativas, Sett —respondió Neil con una sincera y cariñosa sonrisa—. Pero ya te dije, este no es el camino que debemos tomar.

El energético joven era muy diferente a Neil. Era el tipo de persona que prefería actuar primero y preguntar después. No era porque fuera alguien impulsivo, todo lo contrario, era un genio. Alguien nacido con una inteligencia especial, capaz de aprender de manera eficiente y rápida todo lo que se le enseñaba.

Sett se había acostumbrado a conseguir todo lo que quisiera. A su forma y con sus métodos. Bajo la tutela de Neil, tenía el mundo a sus pies y una infinidad de posibilidades. Pero todo lo que logró, lo hizo sin depender de Neil, siempre se propuso demostrar de lo que era capaz y, por desgracia, lo conseguía. Culpa de ello se volvió alguien arrogante, mirando a todos con cierto desprecio, o, mejor dicho, a todos exceptuando a Neil.

—Es hora de que el mundo vea tu sueño, de la misma forma en que yo lo veo —insistió Sett sin perder su entusiasmo, inclinando su cuerpo y apoyando ambas manos sobre el escritorio—. Podemos hacerlo realidad, pero solo... es posible si estás... dispuesto a escucharme. ¡Confía en mí, no puedo hacerlo sin ti!

Aquellas palabras retumbaron en el cansado y viejo corazón de Neil. Jamás había escuchado a Sett pedirle ayuda. La mirada con tanta determinación del joven lo conmovió, se veía reflejado en él, cuando se había alejado de sus padres y se dirigió rumbo a su nueva vida. Una determinación así de clara era difícil de ignorar, incluso para Neil.

Neil tomó los documentos que había dejado y leyó el título:

Condena Virtual, un año que nunca olvidarán.

—Solo tienes que conseguir a los "participantes especiales" que figuran en la lista y el resto... será historia —dijo el joven desbordando confianza, con una gran sonrisa al ver que estaban considerando su propuesta.

Neil se tomó unos segundos para leer los documentos, escudriñando cada palabra. Delante suyo tenía un manuscrito que podría considerarse sagrado en un futuro. Mantenía una mirada sería, evitando cualquier mueca que pudiera dar un indicio de lo que opinaba realmente del contenido, era algo indispensable a la hora de negociar.

Sett, por su parte, cada segundo sentía como la ansiedad lo cubría, carcomiendo su mente y provocando que sea una de las pocas veces en que dudara de sí mismo. No podía leer a su mentor cuando se ponía serio, además de que, nunca estuvo siquiera cerca de poder superarlo en cuanto a ingenio.

El sonido de las hojas cayendo sobre la mesa lo trajeron de vuelta a la realidad, al mismo tiempo que tragó saliva, esperando la respuesta. Sett intentó no perder su porte, ante la mirada de su ídolo. La firmeza de aquellos ojos de color rojizo penetraba hasta lo más profundo de una persona. Se creía que Neil era capaz de leer el alma de los demás, por eso siempre era tan certero con sus palabras.

—Hay demasiado en juego —dijo Neil en voz baja, negando con su cabeza—. Podríamos perder todo lo que hemos construido... el legado que hem...

—¡Yo soy tu legado, padre! —interrumpió con un fuerte gritó, uno que clamaba por atención y apoyó. Ya no podía guardar más aquel objetivo que tanto anhelaban los dos—. Yo soy tu legado... —repitió una vez más, con un amor filial incuestionable.

El silencio se adueñó del lugar, aquellas palabras resonaban con fuerza en la mente de Neil. Pocas veces Sett lo llamaba de esa forma y se atrevía a abrirse de manera emocional, su arrogancia y orgullo no se lo permitían, prefería mostrarse como alguien fuerte e independiente en todo momento. Que acudiera a él y se mostrará frágil, deseoso de apoyó, era algo que ningún padre podría pasar por alto.

¿No es lo que todo hombre desea? Un hijo con una ferviente convicción, listo para abrir las alas y emprender su propio viaje.

El dilema de Neil era claro: Hacerse a un lado, dejando que aquellos que amaba vieran una nueva era, sacrificando su posición y algunos de los valores que por tantos años se había esforzado por mantener. O frenar el crecimiento de su hijo adoptivo, quien era su mayor tesoro y legado, enseñándole a que una posición neutral y cómoda, era el estilo de vida que quería para él.

—Te abriste al mundo con acciones fuertes, dispuesto a darlo todo con tal de cambiar al mundo... —agregó Sett para rematar aquel momento de duda de Neil—. La historia nos enseñó que los tibios solo viven en mediocridad y están condenados a ser meros espectadores. ¡No dejes que este mundo te apague! —enfatizó levantando sus puños y apretándolos con fuerza, como si estuviera listo para luchar.

Aquella llama del joven se propagó en el espíritu de Neil, recordando su pasado y su gran lucha a favor de la gente honesta, la cual era prisionera del sistema.

Neil por su determinación logró hacerse de conexiones poderosas, ayudándoles con su ingenio a generar más ganancias, haciendo que con ello su nombre creciera de a poco. En cuestión de tiempo, se codeaba con los políticos de élite, y no había nadie que no supiera del hombre que poseía un talento innato para negociar y llegar a darle a la gente lo que deseaba.

La clase baja, quienes eran la mano de obra, y la clase media, los que empezaban con sus emprendimientos y empresas, rápido lo tomaron como un guía, nombrándolo como "El Líder". Un hombre con un puesto social alto, que ganaba mucho dinero pero que no se jactaba de ello. Con un estilo de vida humilde, como el de cualquier persona de estrato medio y bajo. Y que los escuchaba de verdad, logrando empatizar aún más con él. Por eso, seguían sus consejos con mucha pasión.

Esa era una de las razones por la que Neil tomó un puesto de elite en el gobierno, para poder llegar a más gente y convencerlos de que no lucharán contra el sistema, sino que aprovecharán todas las ventajas que este les daba. Una lucha contra un régimen tan autoritario era una batalla perdida, él lo sabía mejor que nadie. Su deseó era romper con esta diferencia de clases. Un sistema tan duro, que aquellas personas que no generaban ganancias, no valían nada. El mundo era adoctrinado para favorecer a todo aquel que fuese útil para este y, los que no, deberían hacerse a un lado y no estorbar.

Por eso, se permitían los esclavos. Por eso, se castigaba con mano dura a los delincuentes. Llegaban al punto de que, aquellos que eran tachados como terroristas o habían cometido un delito grave, se les quitaba todos los derechos, incluso el que hacía que fuesen considerados seres humanos. Incluso todos eran obligados a registrarse e instalarse un chip Espino-Encefálico en la nuca, de esa forma garantizaban su control y le otorgaban ventajas a la hora de utilizar los aparatos tecnológicos. Todo aquel que se negaba, era nombrado "Parasito", la peor escoria de la humanidad, seres humanos que no valían nada y eran condenados a las peores muertes. El gobierno recompensaba a todo aquel que los cazara y torturase, incentiva de esa forma el odio hacía ellos.  

—Confío en ti, Sett... —dijo Neil, sonriendo con sinceridad y admirando el brillo en los ojos del joven—. Muéstrame que mi sueño aún puede cumplirse —agregó, mientras sujetaba de nuevo los documentos. Casi, como si fuese una señal, el olor a jazmín que él sentía, era opacado por un aroma a frambuesas, proveniente del perfume de Sett.

El corazón del joven dio un saltó en ese momento. Quería gritar con todas sus fuerzas y correr por alrededor de toda la pequeña habitación, pero no podía hacerlo, Neil le había enseñado a ser discreto con sus emociones a la hora de negociar y ahora... estaba delante de la oportunidad más grande de su vida, acababa de llegar su momento de demostrar de lo que estaba hecho.

El vigesimocuarto programa de Condena virtual, iba a ser preparado como nunca antes, destinado a ser un evento que se grabara en la vida de todos los espectadores y marcara un antes y un después en la historia.

Iba a ser un año que nunca olvidarán...

Fin del capítulo 1

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