4
Se escucha el sonido de un móvil, sonar sin descanso en la entrada de una casa, lo que hace que una Idalia, inconsciente, se remueva por el incesante sonido y al final abra los ojos de golpe.
Es cierto, acabé perdiendo la cabeza por el dolor. Piensa cerrando unos segundos los ojos para abrirlos de nuevo medio minuto después.
Había huido tan de repente que no pensó que esa noche iba a ser luna llena. Intentó aguantar el dolor, todo lo que pudo de camino aquí, pero se desplomó en la entrada al no poder aguantar más.
Intenta incorporarse, pero tiene todo el cuerpo dolorido, además que le duele la cabeza horriblemente, por lo que decide alargar su mano hacia el sonido del móvil, dando con este y lo acerca a ella, mirando de quién se trata. No era una llamada, sino una alarma, programada para las ocho de la mañana. Aquello la hace tener un sentimiento de culpa, y decide detenerlo.
También ve varias llamadas perdidas, muchas en realidad, de sus padres, amigos y Adán, su prometido. ¿O debería decir ex prometido?
Antes que la culpa la consuma, decide apagar el móvil, e intentar una vez más incorporarse, tiene el cuerpo entumecido por dormir en el suelo, aunque esa no es la causa principal. Por no hablar también de un fuerte dolor de cabeza que persiste. Mira a su alrededor, intentando orientarse, todavía no había amanecido del todo y la poca luz se filtraba a duras penas en la casa.
Después de varios intentos, por fin logró levantarse del suelo de madera. Tomó su móvil y la maleta que descansaba a pocos metros y se adentró en la casa. Pasa el pasillo, encaminándose directamente hacia su dormitorio. Al llegar encendió la luz y esta iluminó la habitación, pequeña y un tanto infantil para la edad que tiene actualmente.
Paredes blancas, suelo de madera gris, un inmenso armario con estanterías empotrado contra la pared, de un color turquesa. La cama era simple de color negro, pegado a la parte izquierda de la pared, con un escritorio, de color blanco, que daba a la ventana, que estaba adornado con cortinas amarillas igual que la silla.
Una alfombra con patrones de diversos colores apagados, como el marón, gris o rojo vino, adornaban el suelo. Con pósteres en las paredes de cantantes, actrices o actores que en ese tiempo la gustaban.La estantería estaba repleta de libros, la mayoría eran de romance, suspense o ciencia ficción.
Todo está igual a la última vez que estuve aquí. Era como si el tiempo no hubiera pasado, o mejor dicho se hubiera detenido.
—Lo primero es lo primero, necesito una ducha—dijo para sí, soltando la maleta, la abrió y buscó su toalla.
Cuando dio con ella, dejó el móvil encima del escritorio y salió del cuarto hacia el baño, que está a fuera porque no tenía un baño propio. El baño era complétamente blanco, a excepción de la ducha, que estaba recubierta con algo de madera. Había un espejo en forma rectangular, con estantes a su derecha, un pequeño armario justo debajo del lavabo en forma de plato y el retrete se situaba justo entre la ducha y el lavabo.
Se miró al espejo y la asustó lo demacrada que se veía, el maquillaje se la había corrido por haber estado llorando, su cabello negro era un nido de pájaros y lo peor era el vestido.
Debía ser un hermoso vestido victoriano, de palabra de honor, con mangas caídas, blanco y patrones dorados. Era su vestido de novia, que había pasado meses buscando con su madre y mejor amiga, Everly. Pero ahora el vestido ya no era blanco, sino de un color gris ceniza, que había sido cortado de muy mala forma por la parte de abajo, dando al vestido un aspecto lúgubre.
Una sonrisa se dibujó en sus secos y rasgados labios, al imaginar la cara que pondría su madre y Everly al verla así. Estaba segura de que a su madre la daría un infarto al momento y su amiga solo gritaría de la sorpresa y seguro que se sentiría orgullosa de haber hecho una locura por una vez.
Suspiró y se alejó del espejo, quitándose el desgastado vestido y la ropa interior, para meterse en la ducha sin esperar a templarla previamente. El chorro de agua fría cayó sobre ella y aunque se estremeció del frío, dejó que el agua se filtrara por todos los rincones de su cuerpo, cerrando los ojos y dejando la mente en blanco por un momento.
Al cabo de veinte minutos decidió salir de la ducha y envolver su cuerpo en la toalla morada que trajo consigo, y usó las toallas que ya estaban allí como alfombra para no mojar el suelo, y evitar caerse. Al quedarse frente al espejo se miró una vez más, su cabello siempre hondulado, se veía casi liso por lo mojado que está. sus ojos antes verdes como la esmeralda, ahora portaban un color dorado casi oro, era así que las pupilas a duras penas se veían.
Adán siempre la decía que era como si dos gotas de luz pura hubieran caído a sus ojos. recuerda lo reconfortante y enternecedor que le pareció que lo dijera, a pesar de que era consciente de lo incómodo que se ponía cada vez que veía sus ojos como el resto de las personas. Nadie sabía por qué había pasado esto, a pesar de haber visitado tantos médicos como el dinero de sus padres lo permitiese, nadie entendía esta anomalía. Por lo que simplemente dijeron que sería uno de esos casos raros y extraños que tenían que ver con la heterocromía.
Al llevar su mano a uno de sus ojos, se percató que todavía portaba el anillo de compromiso, un sencillo anillo de un color dorado con forma de laurel que en los bordes lo adornaban pequeños circones. Una piedra preciosa y su favorita, con un pequeño diamante en el centro del anillo.
Hizo rodar el anillo en su dedo y la oleada de culpabilidad la invadió, pensando si él iba a odiarla por lo que había hecho. Ella sabía que era algo imperdonable, pero esperaba que con el tiempo al menos intentara comprenderla. A pesar de que lo quería, no podía casarse con él, lo malo es, que se dio cuenta en el último minuto, o mejor dicho, no quiso darse cuenta hasta el último minuto. Porque siempre tuvo la esperanza de que algo cambiaría, de que ella cambiaría.
Lo cierto es, que Idalia ya sentía que algo no estaba bien al momento de aceptar su propuesta de matrimonio, pero supuso, ingenua de ella, que quizás con el tiempo aquel sentimiento cambiaría, pero no fue así, solo se intensificó. Siempre tenía la sensación que al casarse estaría engañando o fallándole a alguien. «¿A quién?» Se preguntó infinidad de veces, pero no lo sabía, pero esa sensación nunca la abandonaba.
Incluso unos días antes de su despedida de soltera, compartió un poco de sus pensamientos con Everly, pero su amiga solo la dijo que estaba teniendo la típica crisis antes de casarse que muchos tienen y que era algo normal.
Intentó creer en Everly y se dijo a sí misma que quizás sería eso y continuó, pero en la tarde de ayer, se puso el vestido de novia, se miró al espejo y supo, que eso estaba mal, que estaba muy mal. La rabia y la impotencia de no entender el porqué se sentía así, del por qué no podía o no debía casarse, la superaron y con tijeras en mano comenzó a rasgar el vestido encolerizada. Para cuando volvió en sí, el vestido era irreconocible y deseó poder desaparecer, ser invisible para que nadie la molestara. Necesitaba escapar, huir por lo que de forma apresurada tomó una maleta y llegó hasta Brisa.
Idalia ni siquiera sabía donde iba ir pero no la importó, solo se dirigió a la estación de autobuses, y cuando la recepcionista preguntó por el destino ella solo dijo el nombre de aquella ciudad, donde antes iba de vacaciones con sus padres. Al momento de pronunciar el nombre, siquiera reconoció su propia voz, pero cada fibra de su ser la indicaba que debía ir allí, debía volver a donde todo inició. Quizás así, podría encontrar respuestas a todas las cosas que la han estado pasando desde que tenía diecisiete años.
Y ahora a sus veinticinco casi veintiséis, estaba arta de estas situaciones extrañas, no creía poder soportar más esto, que la trajo entre otras mucha soledad. Muchos se alejaron de ella desde que pasó aquel accidente y lo siguieron haciendo a lo largo de los años.
Incluso sus propios padres a veces la miraban como si estuvieran viendo a una completa desconocida y no a la hija que trajeron al mundo y criaron por años. También estaba el anhelo constante, como si buscara a alguien, como si necesitara hallar algo de forma desesperada, era un sentimiento tan intenso que podría rozar la obsesión, lo que a su vez traía la desgana, las pocas o nulas ganas de hacer cosas, era como si respirara y comiera por qué así debía ser.
Hacía las cosas de forma mecánica y no por qué lo deseara realmente, no tenía motivación, sueños, ambición de nada. Incluso el aceptar el matrimonio lo hizo pensando que quizás así podría encontrar un poco de felicidad o ganas de vivir, pero a medida que pasaba el tiempo, fue perdiendo la esperanza.
Salió del baño, y se dirigió hacia la habitación, rebuscó en su maleta algo cómodo que ponerse y se decantó por un chándal corto de color beige. Se secó el pelo, luego se quitó el anillo de compromiso y lo metió en uno de los cajones que tenía en su escritorio.
—Ya es hora que esta casa parezca habitable—dijo para darse ánimos, saliendo una vez más de su habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro