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6. Blanco

«Mi vida es aburrida».

No muchos vertían su tiempo libre en paseos largos por el bosque, y sin embargo yo sí. Necesitaba purgarme de la contaminación auditiva hacinada en la ciudad, pues mi aguante tenía un límite de máximo una semana. Transcurrido ese tiempo, aislarme de todo se volvía urgencia ineludible. Por eso, cada tanto iba a convivir con la naturaleza y el caos de mis ideas. ¿Por qué ahí específicamente? Simple: nadie nunca iba para allá.

Así fue hasta ese día.

Mientras caminaba por el bosque, sentí algo. Fue cosa de un segundo, pero bastó para alertarme. No era tarea difícil reconocer el escalofrío en la nuca propio de cuando estás siendo vigilado. 

Cuando me giré, por primera vez sentí miedo hacia alguien más pequeño que yo.

Era una chica, sentada a lo lejos bajo el refugio de una maraña de copas frondosas. Haces de luz irregulares pincelaban su rostro blanco como la porcelana, de facciones tan perfectas que parecían salidas de un mundo de juguete. De hecho, todo su estilo emulaba un aire fantástico; la ropa color pastel, su melena blanquecina que con gracia respondía a las provocaciones del viento, las manos pequeñas. Su postura, de rodillas en el piso, era tan equilibrada y grácil que conseguía provocarme cierto terror.

Pero nada de eso obtuvo el premio a lo más extravagante en ella. Aquel puesto se lo ganaron sus ojos, dos orbes alargados carentes de color más allá de un frío e impersonal tono de blanco. No había iris, no había pupila, no había nada más. Solo eso. Blanco, encajado en un rostro que, al poco tiempo de haber sentido mi mirada, sonrió.

No supe si fue por los nervios o por un trance inesperado, pero le devolví el gesto, retrocediendo a base de puros traspiés. Como era de esperarse, fui a dar contra el suelo, y solo así me di cuenta de que la chica ya no estaba. Vapor grisáceo y una risa que rebotó por la inmensidad del bosque fueron los únicos vestigios de su presencia.

Sentí en mi corazón que ese no sería nuestro último encuentro. El infierno no era rojo, sino blanco, y al parecer me quería a mí.

«Mi vida ya no es aburrida».

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