5. La bruja de ojos carmines
Palabras: 8894
«Resiste».
La orden contenida en aquella palabra tan simple palpitó en la mente de Nahera. No era la primera vez que tenía que huir cual desquiciada de los lobos del bosque, pero le era imposible acostumbrarse a sus gruñidos y al más que palpable riesgo de caer víctima de sus garras. Su diminuto cuerpo no aguantaría más de un zarpazo antes de desmoronarse sobre la hierba.
«Resiste, resiste, resiste».
¿Por qué una niña de once años tenía el deber de buscar leña? ¿Por qué no iba un adulto? ¿Por qué tenía que ser ella, cuando había otros niños con habilidades a todas luces superiores? Nahera pensaba en eso cada vez que la muerte le sonreía en las profundidades del bosque, pero nunca llegaba a materializar sus quejas frente a los líderes de la comunidad. Simplemente no podía. Una bruja onírica no ostentaba ningún derecho al voto.
«Resiste y obedece. ¡Resiste! ¡Resiste!»
Cuando su capa negra se convirtió en un obstáculo, la niña desató el nudo que la unía a su cuello. Oír el gruñido furibundo de los lobos le dibujó una sonrisa victoriosa en los labios, que se deshizo rápidamente cuando lo siguiente que oyó fue el sonido característico de la tela siendo rasgada y el posterior acercamiento de los lobos.
Nahera ya estaba considerando soltar la leña para perder peso cuando el campo de fuerza de su comunidad se asomó entre las hojas. ¡Faltaba poco! Unos cuantos metros más y podría...
—¡Hmp!
Se había tropezado.
Un grito se construyó en la garganta de Nahera, y hasta ahí llegó. La tierra que la niña acababa de tragarse impidió cualquier intento de sonido. Un escueto «ayuda» fue todo lo que pudo salir de sus labios antes de que una mandíbula cerrándose en su tobillo la hiciera gritar contra el suelo.
La humedad tibia en la zona afectada le confirmó que había empezado a sangrar.
Como último recurso, la joven tendió ambos brazos hacia arriba. Aunque fuera la bruja menos habilidosa de la comunidad, estaba segura de que en momentos de desesperación podría conjurar algo útil. Había leído muchos relatos en donde los brujos, estando en situaciones de vida o muerte, sacaban a relucir un poder más grande del que hubieran creído tener.
«¡Explosión! ¡Luz! ¡Muerte! ¡Lo que sea, pero que funcione! ¡Malditas plantas, ayuda!»
Como si una deidad hubiese atendido sus súplicas, los lobos salieron huyendo mientras aullaban de pavor. Poco después Nahera levantó el rostro de la mugre y fue encandilada por un halo de luz que la hizo chillar también. Y, claro que se hubiese sentido orgullosa de su hazaña, pero levantar la cabeza le mostró que aquel conjuro lumínico no había sido resultado de sus vagos esfuerzos.
Una de las líderes de la comunidad estaba de pie frente a ella, con el brazo extendido hacia adelante. De su mano salían ráfagas incandescentes que se alargaban hasta metros inimaginables del bosque.
Atavíos opulentos y una melena púrpura perfectamente cortada hasta los hombros constituían el sello personal de la recién llegada, fácil de reconocer como Daneris Solórzano. Era una de las autoridades más influyentes, y completa eminencia en las artes mágicas.
Los brujos, además de la magia básica, podían controlar algunos de los nueve elementos primordiales: el fuego, la luz, la sanación, el agua, la sangre, el viento, la tierra, la electricidad y el onirismo. Con mucho esfuerzo solo se podía aspirar a ser acreedor de máximo tres, y sin embargo Daneris se las había apañado para conseguir el rango experto en cinco de ellos. No sorprendía que fuese una completa sensación en la comunidad.
Pero lo que tenía de asombrosa le había sido restado en paciencia. Apenas vio que los lobos se alejaban, clavó sus ojos decepcionados en la niña que aún reposaba en el piso.
—Es la quinta vez esta semana —recriminó.
Nahera desoyó la frase. Pues claro que sabía que era la quinta vez, no era una idiota sin memoria. Y claro que tampoco le enorgullecía meter la pata frente a uno de los superiores. Pero, ¿qué podía hacer ella para cambiar la situación? Por mucho que entrenara, superar la rapidez de un lobo de esos no era algo físicamente posible. Con magia sí, pero ella tampoco destacaba en ese ámbito, como todos sus fracasos en dominar un elemento primordial que no fuera el onirismo demostraban.
Sí, sí, el onirismo era interesante hasta cierto punto. Le daba acceso a los sueños de las personas y la habilidad de transformarlos en pesadillas para fortalecerse, pero más allá de eso no servía para nada. Y como representaba un atentado contra la privacidad, era obligatorio para los brujos oníricos portar un bloqueo que inhibiera aquellos poderes. O al menos, donde Nahera vivía era así. Entonces mientras los demás alardeaban de sus aptitudes, aunque fuera haciendo nimiedades que estuvieran dentro del libro de normas, Nahera se debía resignar a ser prácticamente una humana.
Cuánto deseaba ser como Daneris... Así al menos podría granjearse un buen futuro cuando tuviera suficiente edad para salir de ese horrible sitio.
Mientras tanto debía conformarse con esa vida agotadora.
—Recoge la leña y ven. Ya curé tu tobillo.
Luego de secarse el sudor con una mano, Nahera obedeció, sin siquiera tomarse el tiempo de revisar la parte de su cuerpo que había recibido una mordida. Confiaba en las habilidades de Daneris lo suficiente como para echarse a correr por una pared de fuego si ella le decía que era seguro.
Durante el recorrido, los pensamientos de Nahera chocaron entre sí en un intento por coser algún tema de conversación. Pero como siempre, nada pudo decir. Daneris terminó saliendo de su alcance convertida en una ráfaga de viento cuando ingresaron a la comunidad.
Tal vez para la próxima podría hablarle.
Una vez protegida por el campo de fuerza, la joven llevó la leña a donde siempre y se fue a comer. Trató de ser lo más sigilosa posible para meterse en la cocina y reclamar como suyo algo que sí valiera la pena. Pero como siempre, los encargados de los niños frustraron su cometido y le dieron lo mismo de todos los días: sopa y jugo.
Sopa y jugo para el desayuno.
Sopa y jugo para el almuerzo.
Sopa y jugo para la cena.
Y también para la merienda, pero esa era la única comida de la que tenía permitido prescindir, así que se la saltaba muy a gusto.
Los demás niños, no obstante, sí tenían la dicha de degustar un menú de lo más variado. Mientras ellos disfrutaban manjares y dulces por montón, la pobre Nahera debía conformarse con el jugo, la sopa y su gran imaginación para tener aunque fuese una pizca de lo que, a varios metros, los demás niños gozaban. Porque esa era otra regla estúpida que debía cumplir: comer sola y no interactuar con nadie.
¿Por qué? Bueno, a su edad un brujo promedio debía presumir cierto control sobre dos elementos. No importaba qué tan burdas fueran sus habilidades, eso era lo normal.
Contrario a eso, Nahera solo manejaba el onirismo, una magia bastante inútil comparada con las otras; y desde su primera instrucción no había mostrado vínculo con otro elemento. Esa era la razón de que le sirvieran lo mismo todos los días. Supuestamente la sopa y el jugo contaban con pociones que contribuían al fortalecimiento de su magia. Daneris así se lo había dicho, junto con la advertencia de que no debía dejar de consumir aquello hasta que sus poderes hicieran aparición.
Pero aún nada...
De ahí nacía el porqué de su soledad. Nadie lo declaraba a viva voz, pero Nahera estaba segura de que había un prejuicio recalcitrante contra los denominados «brujos planos», esos que solo conseguían manejar un elemento. De seguro Daneris le había ordenado que no interactuara con nadie por temor a que en su perfecta estructura saliera a la luz que había discriminación.
O bueno, Nahera no estaba segura. Solo se sentía sola y por eso malgastaba su tiempo libre echando a volar la imaginación. Era tan miserable...
Pero no concebía la idea de reclamar, eso nunca. Durante sus primeros años, Nahera se sintió tan intimidada por la autoridad de los tutores, especialmente de Daneris, que no pensó ni un momento en pedir un desglose de información acerca de sus circunstancias. Se limitaba a tragarse las quejas junto con esa sopa horrible que con el paso del tiempo se volvía más y más asquerosa. No sabía si era porque sus papilas gustativas se estuvieran atrofiando, o que en efecto, aquel líquido pudiera echarse a perder y se lo estuvieran dando así. Pero eso definitivamente fue lo que acabó con su paciencia.
Cumplidos catorce años, Nahera se pronunció frente a los tutores con una lista de exigencias más que justas.
Primero, quería amigos, poder interactuar con otras personas que no fueran los tutores y Daneris. Segundo, quería, no, no: necesitaba comida diferente. No rechazaba las pócimas en su alimento, solo rogaba algo distinto. Tercero y último, quería cambiar su labor de buscar leña por algo acorde a su edad. A los catorce años los brujos debían seguir con los entrenamientos mágicos, y aunque Nahera supiese que cualquier elemento se le resistía a excepción del onirismo, era de su preferencia formarse a que seguir arriesgando la vida en el bosque.
Durante todo el monólogo, los tutores la miraron con indiferencia, casi como si la joven que despotricaba contra ellos fuera menos que un mosquito insistente. Fue solo al final, cuando Nahera se detuvo, que sus expresiones se contrajeron en una maraña de horror.
De una forma ilusa que a su edad podía ser sorprendente, la chica sonrió ufana y de sus ojos carmines brotó un destello de burla, pues se creía la causa del inusitado terror impreso en la cara de los tutores.
—Nahera Ackerman, a mi oficina.
Era la voz de Daneris.
Estaba detrás de ella.
Por eso los tutores tenían miedo...
Un escalofrío acarició su espalda, implantándole el atávico instinto de salir corriendo para salvar su vida. Era algo básico en cualquier animal: huir, ponerse a salvo. Pero las personas tenían más raciocinio que el animal promedio, podían analizar, y el cerebro de Nahera fácilmente llegó a la conclusión de que irse sería más contraproducente que obedecer, por no decir imposible.
Entonces la bruja acató la orden, con las uñas clavadas en las palmas y la cabeza hacia abajo para evitar encontrarse con los ojos molestos de Daneris. Ella, aunque no fuese líder oficial, al ser una de las autoridades más influyentes tenía el don de sembrar miedo en cualquier sitio, y el interior de Nahera no fue la excepción cuando tuvo que sentarse frente a ella únicamente con un escritorio rústico de por medio.
—Entonces quieres cambios.
No fue una pregunta, pero Nahera se sintió obligada a responder.
—Sí... —Creyendo que la situación no podía empeorar, se enderezó en el asiento para sostenerle la mirada—. C-con... todo respeto, creo que mi situación es un poco injusta. No veo a ninguno de mi edad haciendo lo mismo que yo, y aun así fuera, me parece bastante es...
La mirada de Daneris se afiló.
—... extremo. Me parece bastante extremo.
—Ya veo.
—Sí...
Nahera había mantenido su postura por terquedad, convencida de que no sería tan difícil llegar a un acuerdo. Pero los ojos fríos de Daneris acababan de ganarse el premio a lo más tenebroso que hubiera visto. De pronto no le molestaban tanto los lobos del bosque.
—¿Sabe? Olvídelo. Yo solo estaba...
—Acepto.
Nahera pestañeó una, dos, tres veces, y el aliento de la tarde silbó a través de sus oídos como queriendo despertarla de un sueño. Porque ella así lo sentía. ¿De verdad había sido tan fácil? Realmente no. Cuando pudo recuperarse de la sorpresa, Daneris le explicó que cumpliría con sus peticiones, pero solo de forma parcial.
¿Y qué significaba eso?
Bueno...
—Aquí tienes, Nahera. Te lo comes todo.
«—No te voy a cambiar la comida, ya sabes por qué. Como rectora de la comunidad, es mi deber asegurarme de que todos los brujos se desarrollen correctamente. Pero sí puedo pedir que la hagan un poco más... rica. ¿Te parece?»
—¡Que no se te olvide ir a la clase de hoy!
«—Por los momentos, no podemos anexarte a una clase, por tu pequeña condición. Ya sabes, aún no controlas algún elemento extra y todos los de tu edad sí. Pero puedo crear una clase especial para ti y un pequeño grupo seleccionado».
Y ahí entraba la última parte...
—¡No te lo comas todo, cerdo!
—¡Nair, ya basta!
—¡Nir, yi bisti!
—¡Pendejo!
—¡Soy espejo y me reflejo!
«—No sé si te has dado cuenta, pero... tu color de ojos no es muy común. Por eso he tratado de alejarte de los que te puedan hacer sentir incómoda por eso.
Nahera se encogió en sí misma. Nunca había catalogado su color de ojos como exótico. Era cierto que no conocía a alguien con iris carmines, pero era algo que había atribuido a su falta de interacción social y no a una característica rara. De pronto se sintió un fenómeno.
—Sin embargo —continuó la mujer, levantando el dedo índice—, puedo darte tiempo recreativo con tus compañeros de clase, también a la hora de comer. Solo tengo dos reglas.
La joven tragó saliva, nerviosa.
—¿C-cuáles?
—Siempre debes comerte toda tu comida.
—¿Y la otra?
Daneris sonrió.
—Solo varones».
El plato de Nahera sembró silencio pocos segundos después de haber aterrizado en la mesa, y cinco pares de ojos se le quedaron viendo mientras tomaba asiento como una más del grupo. Aunque la verdad, ella era como una pieza sobrante. Los cinco jóvenes con los que compartía mesa nunca amagaban con dirigirle la palabra; de hecho, parecían tenerle cierta inquina. Callarse cada vez que ella arribaba era prueba suficiente.
Pero Nahera ya lo había aceptado. Además, ver que se peleaban por estupideces le había quitado todas las ganas de establecer lazos con ellos. Los más inmaduros eran Jacob, Nair y Khel, que siempre se las arreglaban para decir algo que ponía en duda la existencia de su sentido común. Entre ellos, un chico llamado Jorge era el que se encargaba de apaciguar los desastres. Parecía el más maduro.
El miembro restante era Ilev, que casi no hablaba y prefería esconderse en un rincón de la mesa en profundo silencio. Su tez excesivamente pálida hacía un contraste llamativo con el negro del uniforme reglamentario.
Si Nahera tenía la piel blanca, a su lado Ilev era transparente.
Los días pasaron uno tras otro sin muchos avances. Nahera solo comía, iba a clases a hacer el ridículo y de nuevo volvía a comer esa cosa fea que a pesar de los supuestos cambios continuaba con el mismo sabor. Ah, pero de vez en cuando hablaba con Ilev de banalidades: que si Daneris daba miedo, que si algunas clases eran aburridas, ¡incluso llegó a hablarle de la comida! Que estaba harta de la asquerosidad de siempre y que moría por probar algo nuevo, aunque le costara sus futuros poderes.
Ilev palideció al oír eso último. Pero, o era bueno disimulando, o el susto se le pasó luego de la llegada de Nair. Porque una vez que el rubio se instaló a un lado, Ilev borró toda muestra de abatimiento.
—¿Dices que tu comida es fea? —habló Nair, apuntando hacia la bruja.
Nahera asintió sin muchas ganas. Su espíritu conversador moría frente a otros que no fueran Ilev.
—¿Y no te pueden dar otra cosa? ¿Por qué siempre comes lo mismo?
—Nair —regañó Ilev.
Jorge, Khel y Jacob aparecieron detrás y los rodearon en media luna.
—¿Qué hacen?
—La bruja dice que su comida es fea.
—Nahera —volvió a quejarse Ilev.
—Sí, sí, eso. —El rubio la volteó a ver con una sonrisita fastidiosa—. Nahera, ¿por qué no me das un poco? Y te doy de mi comida, mira. —Levantó una taza humeante que hizo agua la boca de la bruja—. ¿Me vas a decir que no huele rico?
—Nair... —El siseo de Ilev pasó desapercibido.
—¿Qué dices, eh? ¿Trato? —insistió el rubio—. Quiero ver qué tan horrible es esa sopa a ver si lo que dices es cierto.
La primera regla de Daneris rebotó en el cerebro de la bruja, pero ella ya no podía pensar claramente teniendo semejante manjar ante sus narices. Desconocía qué era, pero, ¡por todos los dioses! Olía exquisito, y la simple idea de imaginarse saboreándolo le derretía la boca. Antes de ser consciente, el «sí» ya había escapado de sus labios.
Nair no escatimó en intercambiar platos, ignorante del estallido temperamental de Ilev. La mesa había dado un brinco porque el joven paliducho se acababa de levantar con un ímpetu para nada afín a su carácter.
—Y ahí va de nuevo...
—¿Se ha puesto así antes? —quiso saber Nahera, ya con medio cuerpo fuera de la silla para ir a buscarlo.
Nair no pudo responder, ya que la sopa que con tanto fervor se había empinado estaba surtiendo efecto en su lengua. La escupió en el piso mientras Jorge respondía.
—No es que sea así, lo que pasa es que...
—Nos dieron órdenes estrictas de no comer tu comida —interrumpió Khel—. Dicen que tienes una... Una...
—Condición —lo ayudó Jorge.
—Sí, una condición. —Khel se tomó una pausa. Parecían tener prohibido hablar del tema—. Ya sabes, porque que no puedas controlar otro elemento, eres una bruja pla...
Jorge lo calló con un empujón rápido al ver que Nahera se encogía de hombros.
—Disculpa a Khel, no tiene tacto —trató de arreglar la situación—. No te sientas mal. Si quieres, nosotros te ayudamos a manejar un nuevo elemento.
Con el paso de las semanas, esa frase que Nahera primero consideró mera cortesía forjó los cimientos de una amistad. Ahora, en vez de comer aislada, Nahera se reía a todo pulmón de las ocurrencias de sus compañeros, que al final no eran tan insoportables; en vez de caminar a su cabaña sola, participaba en carreras para ver quién llegaba más rápido. Todos se divertían. Sí. Todos excepto Ilev, que siempre que algún tema relacionado a la vida de Nahera salía a la luz, montaba una expresión de lo más lúgubre y resabiada.
—¿Por qué se pone así? —preguntó Nahera un día que paseaban por el bosque. Solían hacerlo una vez por semana a la misma hora.
Jorge paró de caminar, y aprovechándose de que Ilev estaba lejos, habló:
—Realmente no lo conocemos bien. Su madre lo puso en nuestro grupo para supervisarnos. Supervisarte a ti, sobre todo.
—Sí, sí. —Khel se unió al diálogo—. Claro que yo me negué, no iba a dejar que un ratito invadiera nuestro grupo. Pero Daneris da mucho miedo.
¿Daneris? ¿Había dicho Daneris? Nahera no abstuvo sus ganas de preguntar y recibió un «sí» asustado como respuesta. Daneris era la madre de Ilev, algo que Nahera nunca se hubiese imaginado. No era común que los brujos crearan lazos con su descendencia; en cambio, era costumbre llevarlos al centro de formación para que fueran instruidos en las artes mágicas sin ninguna autoridad a excepción de los tutores. ¿Por qué se hacía eso? Nahera había escuchado que era para evitar favoritismo basado en la ascendencia y que las nuevas generaciones gozaran de una educación mágica sin trabas. Lo que otros seres mágicos llamaban «familia» era un concepto desconocido para las comunidades de brujos.
Entonces, ¿por qué Daneris mantenía cerca a su hijo? Tal vez porque quería verlo crecer. No sería la primera vez que una figura de autoridad usaba su influencia para asuntos ilegales, pero... ¿ella de verdad tenía sentimientos? Jorge se rio al oír esa última pregunta, sin saber qué decir. Daneris no era exactamente la imagen de una persona dedicada a su prole.
—No pienses en eso —la tranquilizó el chico—. Mejor enfócate en entrenar. Estoy seguro de que pronto encajarás con alguno de los elementos. —Le puso una mano en el hombro—. Si quieres, te puedo...
—¡No la vas a poner, Jorge!
El grito de Khel fue acompañado por una lluvia de chapoteos. A Nahera se le hizo gracioso, pero a su acompañante no tanto. Viendo que Khel y Nair estaban echándoles agua, casi descompuestos de la risa, Jorge usó sus poderes para dirigirles una horda de viento frío. Que salieran corriendo mientras gritaban lo hizo reír.
—¡Mándanos a volar si quieres, pero no la vas a poneeeeeer!
—¡No me tienten! —Jorge sonrió, negando con la cabeza en una postura que lo hacía parecer el padre del grupo. Luego vio a la chica, sonrojado—. Ignóralos, están bien pendejos. ¿Te molestó?
Nahera se apresuró a negar, y añadió también que estaba acostumbrada al comportamiento de ese par de locos. A lo lejos podían oírse los tumbos que daban, de seguro a mitad de una persecución infantil.
Nahera rio, Jorge también, y cuando se cansaron de caminar decidieron sentarse en una roca. A varios metros de distancia frente a ellos, Ilev yacía sumergido en un libro.
—Entonces él es nuevo con ustedes —habló Nahera, con la voz casi mimetizada con el murmullo del río cercano.
Jorge suspiró.
—Sí. Es nuevo. Y no digo que me caiga mal ni nada, pero... es un poco extraño.
—¿Extraño por qué?
—Es bastante débil comparado con su madre. —Jorge chasqueó la lengua, deteniéndose en seco. A Nahera le dio la impresión de que analizaba si era correcto continuar—. Sé... que no necesariamente que tus padres sean fuertes significa que tú también lo serás, pero es que hay demasiada diferencia entre Daneris e Ilev. Él ni siquiera puede correr por más de cinco minutos sin desplomarse. Lo he visto. Traté de preguntarle si estaba enfermo, pero siempre me evita. A todos, de hecho. Solo llegó a hablarte normalmente a ti.
Durante toda la explicación, Nahera mantuvo la mirada fija en Ilev, que en ningún momento despegó los ojos del libro. Ahora que se ponía a pensar, sí era bastante raro. Si Daneris era tan poderosa, de su hijo se podía esperar al menos la mitad de esos dotes. Pero no era así. Mientras la rectora de la comunidad manejaba la luz, la sanación, el viento, el onirismo y el fuego, Ilev solo tenía habilidades con el onirismo y el agua. Eso fue lo que respondió Jorge luego de que Nahera preguntase al respecto.
—¿Entonces es un brujo onírico como yo?
—Eso escuché por ahí. Pero como te dije, no sabemos mucho de él. —Jorge se recostó contra el árbol detrás. Su piel morena brillaba por la luz del sol—. Preferiría dejar el tema a un lado. ¿No quieres ver dónde están los demás?
Nahera asintió, convencida de que distraerse un poco le refrescaría la cabeza. No era muy honrado ponerse a juzgar las capacidades de otros cuando ella era una bruja plana.
Se arrimó a Jorge y juntos se adentraron más en la foresta.
Él era un brujo lumínico-eólico, es decir, bajo su poder estaban el viento y la luz. En todo ese tiempo había tratado de enseñarle lo más básico de ambas magias, como concentrar la brisa e iluminar zonas oscuras.
Nahera lo apreciaba bastante, pero ya tenía ganas de rendirse. Por eso rechazó la ayuda de los demás miembros del grupo cuando estos se ofrecieron a ayudarla como Jorge.
«Tal vez no estoy hecha para dos elementos» pensaba cada noche antes de irse a dormir. Juraba que, no ser por sus amigos, se volvería loca. La soledad de su cabaña era escalofriante y en las noches se tornaba peor.
—¿Una bruja onírica que le teme a la noche? —fue lo que dijo Khel al oír el testimonio de Nahera la mañana siguiente, masticando lo que le quedaba del desayuno—. Un poco patético, si me lo...
Jorge lo pisó para callarlo.
—Perdón, perdón. No dije nada.
—Así me gusta.
—Pero en parte es cierto. —Jacob tomó la palabra. Pasaba el dedo sobre el plato, con un par de ojos idos que luego enfocó en Nahera—. Los brujos oníricos son brujos de la noche. Deberías acostumbrarte a esas cosas.
—No es que me dé miedo la noche —aclaró la pelinegra, no le gustaba el rumbo de la conversación—. Es solo que estoy sola ahí y no me gusta. Se siente raro. Y de todas formas no me importa ejercer de bruja onírica en un futuro.
Khel casi se atragantó con la comida. Cuando fue el centro de atención, los presentes supusieron que lo había hecho adrede.
—¿Estás bromeando, verdad? —dijo, con la vista anclada a Nahera.
Ella frunció la boca.
—¿Bromear sobre qué?
—Lo de no querer ejercer de bruja onírica. —Con un subidón de ánimo peligroso, Khel se limpió la comida de la boca y sonrió. Fue una mueca con tintes perversos—. ¡Imagínate las posibilidades! Te puedes meter en los sueños de la gente y manipularlos. ¿Sabes todo lo que yo haría? Buscar una chica linda, esperar a que se duerma y...
Jorge lo pisó.
—¡Ah! ¡¿Y eso por qué?!
—Por cerdo.
—¡Ni siquiera terminé de hablar!
—Todo lo que sale de tu boca son cochinadas.
—O estupideces —secundó Nahera.
El recibidor de la afrenta compuso un gesto dramático con el que pretendía denotar disgusto, y al no percibir ni un mísero gramo de atención por parte de los demás, aplicó otro mecanismo para vengarse. Jorge resintió las consecuencias de aquello cuando un pan curtido de mermelada se le estampó contra la mejilla.
—¿Qué estás...?
—¡Guerra de comida!
Como era de esperar, Nair y Jacob no dudaron en sumarse al jolgorio y usar lo poco que les quedaba de comida como proyectil. Platos de ensalada y panes tostados volaban por los aires mientras el pobre Jorge trataba de hacerse oír por encima el bullicio. «¡Deténganse!», «¡son unos inmaduros!», «¡dije que paren!» eran algunos de los fragmentos que con trabajo llegaban a los oídos de Nahera, quien se había tenido que asir a la banca para no salir disparada hacia atrás por la fuerza de sus risas.
—¡Deténganse! —La desesperación de Jorge era chistosa—. ¡Nair! ¡Jacob! ¡Kh...!
Un vaso de agua cayendo sobre él lo cortó de tajo.
—¡Nair, sé que fuiste tú!
—¡Nir, si qi fisti ti!
—¡Ven acá, que te voy a matar!
Dispuesta a dejarse llevar, Nahera se impulsó hacia adelante con la taza de sopa en mano. Desgraciadamente, su intención de lanzársela a Khel fue frustrada por una sujeción fuerte en la muñeca. Ante aquello, la chica se sobresaltó, asustada por lo repentino que había sido todo. Pero luego de girar la cabeza y seguir el camino del brazo que aún la aprehendía, vio que era de Ilev y pudo respirar en paz.
O más o menos en paz.
El muchacho aplicaba bastante fuerza en el agarre, tanto que Nahera ponía en duda la posibilidad de poder irse sin que le doliera el brazo. No obstante, la expresión del chico contrastaba con ese irreal alarde de fuerza. Tenía las pupilas dilatadas, espejos de una necesidad imperiosa que sus labios trémulos no compartían. El contacto tan de cerca con esos ojos hizo a Nahera estremecer.
—Ilev...
—Comételo todo, por favor.
Su voz fue átona, pero muy en el fondo se le sentían tintes suplicantes, como un llamado de auxilio estratégicamente oculto en aquellas palabras tan comunes.
Nahera cayó plantada en su asiento por voluntad propia, y se apresuró a ingerir la comida bajo la mirada atenta de Ilev. No lo hacía solo por el recordatorio de las órdenes de Daneris, sino también por un poco de empatía con Ilev. Si su madre era estricta con ella, de seguro con él mucho más. Hasta podía ser que su ambiente familiar fuera muy abusivo de puertas para dentro.
Esa hipótesis alertó a Nahera, cuyo cerebro se puso a maquinar cuanta escena turbia pudiera ser posible entre Daneris e Ilev. Estaba tan paranoica al respecto que, cuando acabaron la comida y el grupo empezó a caminar a los salones de clase, Nahera se desvió y en el camino se llevó a Ilev asido del brazo, gritando la excusa de que quería tratar un asunto importante con respecto a su condición.
Ninguno de los chicos restantes de la pandilla manifestó el atrevimiento de acercarse luego de oírla, así que Nahera agarró a Ilev más fuerte para ingresar un poco al bosque. La sujeción era inútil, pues el joven no parecía interesado en ofrecer resistencia, pero la bruja prefería mantenerlo a que arriesgarse a que su objetivo huyera ante la menor oportunidad.
Se detuvieron en el lindero de la foresta, bajo el escondite que ofrecían las copas frondosas de los árboles y el cántico entretejido del viento. Estando frente a frente, Nahera empezó:
—¿Estás bien?
Él no dijo nada, y la chica se repudió por haber sido tan directa. Bien, obviamente no tenía muchas bases para afirmar que Ilev la estaba pasando mal en casa, así que el repertorio de vías con las que dirigirse a ese tema era pequeño. Pero había albergado la esperanza de que Ilev entendiese. ¿Tendría que probar otra técnica?
—Ilev...
—¿Sí?
El chico había apartado los ojos, encorvado en su sitio. Desde tan poca distancia las ojeras se volvían mucho más notables.
La bruja le puso ambas manos en los hombros.
—¿Cómo es Daneris contigo?
—¿Para eso me trajiste aquí?
—No, no... O sea... —Nahera tomó aire, una excusa para acomodar el desorden de palabras en su mente—. Me refiero a que, bueno, sí. Eres el más callado del grupo, así que por eso quería saber un poco de ti, y como Daneris da un poco de miedo... N-no sé. ¿T-todo bien con ella?
Por primera vez desde que estaban ahí, Ilev dio paso a verdadera expresividad en su rostro. Las facciones se le contrajeron, los ojos saltaron hacia el frente y vieron hacia todas las direcciones posibles. Después, todo fue desequilibrio. El muchacho se fue hacia el frente despojado de todo ápice de fuerza, y la bruja tuvo que recibirlo entre sus brazos para que no se diera contra el suelo.
—¡I-Ilev! ¡Ilev! —gritó al sentir que le costaba respirar—. ¡I-Ilev! ¿Estás...?
—Enfermo.
Nahera dio un respingo. Esa respuesta no había sido del joven entre sus brazos, sino de una mujer. Luego de mirar a todos lados con la misma paranoia de Ilev segundos antes, vio que una nebulosa de aire en movimiento aterrizaba a su lado. No fue muy difícil adivinar que era Daneris. Los contornos de su figura fueron delineándose hasta confirmarlo.
—Enfermo —repitió la mujer, extendiendo los brazos para tomar a su hijo—. Ilev está enfermo. No sé si hayas oído de la deficiencia mágica.
La chica se mordió la lengua. Sí sabía un poco de eso, pero la presencia imponente de aquella bruja era como recibir una patada en todas sus creencias. Ahora dudaba de todo cuanto conocía.
—La magia dentro de él lo lastima, es como si su cuerpo se resistiera a ser brujo. —Daneris le acarició la cara con dedos melosos—. Ni mi magia de sanación puede hacer algo... Pero no es a hablar de Ilev a lo que vine. —Afiló los ojos antes de dirigirlos a la bruja—. ¿Qué hacían aquí, si se puede saber?
—N-nosotros...
—E-era un reto —explicó Ilev entre toses, rendido en los brazos de su madre. Si ella llegaba a soltarlo, caería al suelo—. Los chicos... los chicos nos retaron a besarnos. P-por eso nos fuimos tan lejos. Le estaba diciendo a Nahera que no quería hacerlo. P-perdón, mamá.
—Ya veo. —La caricia mimosa volvió, pero lucía distante, indiferente—. Me gusta que se diviertan, pero no que incumplan las reglas. Recuerden no irse tan lejos ustedes dos solos.
—Sí, señora —fue todo lo que Nahera pudo decir. Estaba temblando, sobrecogida por el aura poderosa proveniente de Daneris y lo mucho que le aterraba desobedecerla y recibir un castigo. Solo pudo respirar tranquila cuando la vio irse volando con Ilev.
Se sentía frustrada por no haber podido conseguir información, pero el sentimiento fue reemplazado por la maravilla de ver a dos personas alzarse en vuelo así. Técnicamente, ella era la única que volaba, él iba agarrado, pero no por eso la escena perdía lo majestuoso. Si Daneris controlaba cinco elementos, de seguro era muy famosa fuera de esa comunidad. Era tan increíble...
—No creo.
Al día siguiente, en sus caminatas por la naturaleza, Jorge masacró los ideales que Nahera había construido en torno a Daneris.
—¿Por qué no crees que sea famosa? —porfió la bruja.
—Los brujos de nuestra comunidad, por muy poderosos que sean, no igualan a los de los clanes más grandes. Al menos eso he oído.
—¿Cómo así? —se unió Nair, que había soltado una bolsa con piedras solo para acercarse. Jacob y Khel lo imitaron.
Jorge se empequeñeció en su asiento, nervioso por ser el centro de atención. Nahera le sostuvo la mano al darse cuenta.
—No estoy muy seguro de esto, pero he oído de comunidades muuucho más viejas que la nuestra —prosiguió el moreno, rascándose la nuca—. Han existido desde hace tanto tiempo que las reservas mágicas de su gente son asombrosas. Para los brujos de afuera, alguien como Daneris sería considerada bruja mediocre. Se dice que ellos pueden controlar hasta los siete elementos, incluso la sangre, que es el más raro de todos.
—¿Por qué es raro? —preguntó Nair.
—No sé por qué, pero los brujos de sangre son muy, muy escasos. De hecho, no hay registro de uno en toda la historia de nuestra comunidad. Creo que es una magia muy complicada.
—¿Qué era lo que hacían los brujos de sangre? —siguió preguntando Nair.
—¡Controlan la sangre! —saltó Khel, a lo que Jorge lo empujó.
—Sí, sí, controlan la sangre, me parece que se ha visto que algunos pueden congelar toda la sangre de sus enemigos. Pero —dijo y alzó un dedo, llamando a todos para que se acercaran. El círculo se volvió más pequeño e íntimo— eso no es lo más impresionante. Los brujos de ese tipo pueden crear armas, las famosas armas de sangre, que solo se rompen con otra igual.
—Pero entonces... —Khel se quedó pensativo—. ¿Significa que los brujos de sangre son los más poderosos, no?
—Me atrevería a decir que sí. Pero no hay mucha información de ellos en la biblioteca. Creo que por eso mismo no nos enseñan de ellos en clase.
—Creo... Creo que leí algo de eso hace un tiempo —interrumpió Nair—. Hace unos años, como que hubo un periodo de reproducción masiva. Los líderes de esta comunidad esperaban el nacimiento de un brujo de sangre, porque al parecer habían ofendido a una comunidad muy poderosa que en venganza iba a arrasar con ellos. Y-y, bueno, querían tener un ejército de brujos de sangre para defenderse.
—¿Dónde leíste eso?
—Es la trama de un libro de terror famoso. De seguro se lo compró en una esquina —interrumpió Jacob.
—¡No! Claro que no. Lo leí en algo así como una cosa de rumores.
—«Cosa de rumores». Qué gran explicación.
—Jódete, Khel. —Nair lo pateó para callarlo—. Ahí decía que un brujo de sangre tenía más probabilidades de tener descendencia con los mismos poderes, especialmente las mujeres. Entonces tenía sentido que con el nacimiento de al menos uno pudieran tener varios. ¡Incluso...!
—Nair, ya estás delirando.
—Creo que en eso tiene razón —aclaró Jorge, meditabundo—. Pero lo de la guerra ya me parece salido de un periódico sensacionalista.
—«Sensacionalista». Vaya, vaya. —Khel se le acercó con una sonrisita odiosa—. Usando palabras complicadas para sorprender a Nahera.
—Solo es una palabra complicada para ti —se defendió el moreno—, porque yo voy a la biblioteca a leer y no a correr desnudo como tú.
Nahera abrió los ojos como aros.
—¿Que Khel hizo qué?
—Nada, nada. Esa es otra historia. —El aludido hizo ademanes con las manos para restarle importancia al asunto—. El punto es que el señor sabelotodo aquí presente, Jorge, no ha parado de coquetear contigo. Pero tú no te das cuenta y por eso a veces se irri...
—¡Ya basta! —Jorge lo empujó con una ráfaga de viento, y calló las risas de Jacob y Nair de una mirada amenazante—. Ya dejen de decir esas cosas, incomodan a Nahera.
—¡Di lo que quieras, pero estás rojo como un tomate! —se burló Khel a la distancia.
Las risas de Jacob y Nair resurgieron, atizando el tono carmín en las mejillas de Jorge, que se cubrió la mitad de la cara con la mano en un intento por disimular el color. De seguro lo avergonzaba, pero a Nahera se le hacía tierno. Aunque no hubiese desarrollado algo hacia a él excepción de la amistad, se tomó la tarea de darle un abrazo fuerte y un beso en la coronilla a modo de consuelo. Él se relajó en sus brazos.
Ilev los veía desde lejos, reacio a acercarse. Pero Nahera distinguió que estaba tranquilo y conforme con lo que observaba.
—¿Saben? —El toque pícaro en la voz de Nair interrumpió el momento—. Cuando se casen, si no me invitan, los jodo. Les va a caer tremenda llu...
Vómito. Eso fue lo que salió de la boca de Nair, que aunque al principio trató de calmar a sus compañeros con un ademán despreocupado, cuando cayó al piso hecho una bolita convulsa no hubo forma de atenuar el nacimiento de la desesperación. Sus compañeros lo cargaron, indiferentes a si se manchaban del líquido que salía del rubio, y corrieron hacia el centro de la comunidad. Ni cuando Jacob se había torcido el tobillo llegaron tan rápido a la cabaña de enfermería.
Los encargados del lugar atendieron a Nair, que luego de una espera agonizante, se pudo estabilizar. Quedó débil en una camilla, respirando con mucho esfuerzo, pero daba lo mejor de sí para construir sonrisas cada vez que sus amigos hacían algo gracioso. Le prometieron que no iban a irse hasta que se sintiera mejor.
Hasta el propio Ilev estaba ahí, no entreteniendo a Nair con morisquetas y bromas como hacían Khel y Jacob, pero que los acompañara ya era bastante. Pese a su comportamiento de inadaptado social, tenía sentimientos, y al parecer le importaba el estado del rubio.
Durante el teatro improvisado que habían hecho para arrancar algunas risas, la nariz del convaleciente empezó a sangrar. Él detuvo la hemorragia con un pañuelo, murmurando que estaba bien, que no era nada por lo que debieran preocuparse. Aun así, nadie estuvo tranquilo hasta que Jorge salió a buscar algún enfermero.
Nahera usó su capa para frenar el sangrado cuando el pañuelo dejó de ser suficiente, mientras hablaba de cualquier estupidez que se le ocurría. Preguntó por la vez que Khel había corrido desnudo en la biblioteca, y feliz de evocar aquel momento Nair respondió que había sido un reto dado por Jacob. El mencionado asintió para confirmar.
La bruja rio, y hubiese seguido hablando de no ser porque del otro lado de la puerta, fuera del cubículo, empezó a escucharse una amalgama de voces indistintas cuyo volumen iba en ascenso. Cada vez eran más fuertes, más desesperadas, más aturdidoras. Hasta el propio Nair, que desde la llegada a la enfermería había fingido calma para no alterar a nadie, se enervó.
Cuando Jorge entró con una caja de pañuelos al cubículo, ninguno de los presentes pudo evitar arrinconarlo con preguntas acerca de lo que pasaba afuera. Después de pasarle el paquete a Nair, el moreno contestó con los ojos bien abiertos, casi perturbados:
—D-Daneris está aquí.
Todos dieron un paso atrás, pero Ilev rebasó por mucho aquel reflejo de pánico. Su resollar hizo eco en las cuatro paredes del tugurio mientras palidecía a un nivel enfermizo. Nahera no tuvo éxito al intentar consolarlo, pues la puerta abriéndose se le adelantó. Antes de poder decir cualquier cosa, una mujer muy conocida por su cabello púrpura y ropa elegante penetró en el cubículo y cargó el aire de estática, de tensión, de un peso que dejó a todos pasmados.
Nadie se pudo mover a tiempo. La mano de Daneris agarró vuelo y bajó hacia donde estaban.
Temerosa por el golpe inminente, Nahera se hizo chiquita en su sitio con los ojos bien cerrados. El silbido de la mano de la rectora cortando el aire solo dejó de darle miedo cuando el estruendo de un golpe fuerte impactó en sus oídos, sin ella haber sentido el mínimo ápice de dolor. Fue ahí cuando abrió los ojos y pudo ver, con sorpresa mayúscula, que Daneris había golpeado a Ilev con tanta fuerza que lo había dejado en el suelo, con la mejilla derecha tan roja como la sangre acumulada en sus dientes.
Nahera se acuclilló para ayudarlo, mas no pudo, porque Daneris le ganó, sosteniéndolo por el cuello de la camisa con una brusquedad impropia de una madre preocupada. Estaba molesta, se le veía en el brillo inagotable de los ojos, que parpadeaban con luces de distintos colores.
Se llevó a Ilev a una esquina, murmuró cosas que ninguno de los espectadores alcanzó a escuchar, y luego, con un semblante inusualmente sosegado, se acercó a Nair. Estuvo observándolo por casi un minuto entero hasta que Jorge se atrevió a tomar palabra.
—S-señora.
—¿Sí? —Daneris fue fría, carente de emoción.
—¿Q-qué...? ¿Qué está...?
La mujer bufó.
—Su amigo estará bien, solo necesita descansar. Deberían ir a sus cabañas.
—Pero...
—Las clases que les quedan hoy se cancelan. Necesito ocuparme de este asunto. —Daneris empuñó las manos—. ¡Ilev! Llévalos a sus cabañas, asegúrate de que no se desvíen. No quiero más brujos importantes heridos.
Varios del grupo amagaron con objetar, pero una mirada de Daneris los hizo desistir. Cuando Ilev se les acercó con una reticencia obvia en los ojos, no les quedó de otra más que obedecer y salir de la cabaña de enfermería. Entre ellos se respiraba un aire turbio, imbuido de tensión y el más incómodo de los silencios. No extrañaron las palabras para decirse que estaban más que confundidos y tristes.
Sola en su cabaña, Nahera no hizo sino llorar. Se sentía horrible, desconocedora de la mayoría de eventos que desfilaban frente a ella. ¿Por qué Ilev era tan misterioso? ¿Por qué Nair había vomitado de esa forma? Esa misma mañana se había sentido en la cumbre de una colina de felicidad, y ahora estaba en lo más bajo, magullada emocionalmente por la caída.
El insomnio fue lo único que llegó a consolarla, secundado por la tempestad, que hacía gala de su presencia con el resonar de los truenos y el fulgor chispeante de los rayos. ¿El cielo quería compartir sus sentimientos? ¿Por eso lloraba también? Nahera abrazó una almohada, sin saber qué pensar. Sus fuerzas se habían escondido en un rincón de sí al que no tenía acceso.
Al cabo de unos minutos, el cansancio pateó al insomnio fuera de la cama y arrulló a Nahera. Primero hubo un pestañeo perezoso, luego un cabeceo débil, después un bostezo enmudecido por los gruñidos en las alturas. Nahera ya flotaba en la inmensidad del mundo de los sueños cuando un golpe impetuoso en el exterior la hizo despertar de un salto.
La puerta. La puerta había sido abierta, y ahora permitía que el agua declarase el interior de la cabaña como parte de sus dominios. De manera irreal, el líquido inundó todo y Nahera quedó flotando sobre la cama. Gritaba, pero no tenía voz. Quería huir, pero el cuerpo le era desobediente. Sus lágrimas causadas por el miedo se fusionaron con el agua entrante y dieron como resultado una inundación más violenta, copiosa.
Lo único bueno fue que alguien acudió a ayudarla. Su silueta enclenque y la dificultad para abrirse paso por el agua delataron que se trataba de Ilev. El rostro de Nahera se deformó de alivio, y solo así consiguió la voluntad de salir de la cama al encuentro con el muchacho. Quería un abrazo para hallar consuelo, una explicación. Y aunque sí obtuvo lo primero, no quedó complacida. Su segundo requisito fue de difícil comprensión salido de la boca de Ilev.
—Huye.
—¿C-cómo que huya?
—¡Vete de aquí!
—¡I-Ilev...!
—¡Que huyas, Nahera!
—N-no entiendo qué...
—Nahera. —Él se separó del abrazo, revelando un rostro que sangraba por todas partes. La bruja solo pudo contener un grito porque de nuevo había quedado sin voz—. Te estás quedando sin tiempo.
El agua se tornó roja.
Ilev fue arrastrado lejos.
Y Nahera abrió los ojos.
Despertó soltando un grito, ahogada en jadeos y sudor. Se sintió el pecho: el corazón le latía a todo dar, rápido como el zumbido de una abeja. «Todo fue una pesadilla» se dijo, pero eso no le bastaba para calmarse. Tuvo que pasear los ojos por cada rincón del cuarto para comprobar que no había rastros de agua ni de que la puerta hubiese sido abierta de un golpe. «Fue una pesadilla» se repitió una última vez, aún estremeciéndose en su camino al baño.
Al verse en el espejo, maldijo. Las manchas bajo sus ojos daban la impresión de que no había dormido nada en toda la noche, y eso, junto a su apariencia paranoica gracias a la pesadilla, la hacía parecer una lunática. Las manos, trémulas, ascendieron con la intención de acomodar su maraña de rizos negros enredados, pero no hubo mucho que hacer ahí. La extenuación que colgaba de Nahera la hizo incapaz de llevar a cabo su rutina diaria de acicalamiento.
Solía peinarse, lavarse la cara, los dientes y planchar el uniforme con magia antes de ponérselo e ir directo a comer con sus amigos. Esta vez no fue así. Se hizo moño más descuidado de lo normal, a duras penas se pasó un pañuelo por la cara y se embutió en el primer uniforme a su alcance, el mismo del día anterior. Solo se tomó la molestia de cambiarse la capa, que tenía sangre de Nair.
Nair...
Tenía que verlo. La necesidad de ingerir desayuno fue relegada a un segundo plano a la vez que Nahera corría en dirección a la cabaña de salud. Sin embargo, los tutores se interpusieron en su camino y la dirigieron por la fuerza hacia el comedor. Ningún estudiante podía iniciar el día sin haber comido, eran las normas.
Nahera ni siquiera intentó chantajear a los cocineros a cambio de comida diferente. Las ganas de ir a ver a su amigo le inyectaron un espíritu voraz con el que se empinó la sopa y el jugo en menos tiempo de lo que era común en ella. Revitalizada por la comida, se pasó la manga por la boca, dejó los platos tirados y se fue corriendo a su destino original.
No obstante, de nuevo hubo una interrupción.
—Así que ahí estás.
Daneris había hablado, justo a sus espaldas. En otro momento quizá Nahera le hubiese prestado atención, pero como su prioridad era Nair, hizo caso omiso; un gran error. La rectora de la comunidad la hizo retroceder con una ventisca, y sosteniéndole los hombros le dio una vuelta brusca para establecer contacto visual.
No estaba molesta, parecía más bien inconforme.
—¿Cómo dormiste, Nahera?
—B-bien, muy bien. —A Nahera no le importó que su mentira fuese poco creíble—. Iba a ver a Nair, ya sabe, m-me gustaría...
—Es hora de ir al bosque.
—¿Qué?
—Tus amigos te están esperando, me dijeron que te avisara.
—Pero Nair...
—Él está bien, te lo puedo asegurar. —Se llevó una mano al pecho, gesto simbólico para los brujos—. Aprovecha de ver a tus amigos mientras llega el horario de visitas para la cabaña de salud.
Nahera empuñó las manos, reteniendo las ganas de darle un golpe. De pronto la odiaba; esa voz estricta, esa arrogancia, esos ojos lila con los que miraba a todos por debajo, ¡todo en ella era irritante!
La lengua de la menor se preparó para lanzar alguna afrenta, pero Daneris, al parecer consciente de sus intenciones, aplicó presión en sus hombros. La pelinegra se encogió en sí misma, sin poder evitar sentir que aquello era una amenaza. Los ojos de Daneris resplandecían en rojo, alerta de peligro.
—Bien, iré al bosque —aceptó Nahera a regañadientes, y se fue a gran velocidad.
A primera instancia creyó posible poder desviarse un poco y no ir al bosque, pero la mirada avizora de Daneris la estaba siguiendo muy de cerca, y solo se esfumó cuando la joven ingresó al área boscosa que solía frecuentar con sus compañeros. Como aún estaba dentro de los límites, no había riesgo de que aparecieran criaturas peligrosas. El campo de fuerza los protegía, y aun así, Nahera juraba que el mayor peligro no estaba afuera, sino adentro.
Acongojada, la bruja de ojos carmines avanzó por el bosque. Se estaba dando el derecho de ser ingenua y pensar que, una vez reunida con sus amigos, no se sentiría tan destrozada. Mantuvo esa idea como luz dentro de su oscuridad hasta que pudo encontrarlos.
No fue una escena gratificante, a decir verdad; tampoco consoladora. Khel estaba sentado a la orilla del río, metiendo y sacando los pies del agua para distraerse. Jacob estaba a un lado de él, recostado en su hombro, mientras Jorge se paseaba de un lado a otro mascullando frases ininteligibles. Sentado a lo lejos estaba Ilev, como siempre aferrado a alguna novela de grosor inaudito.
Todos parecían... muertos en el interior.
Al ver a Nahera, Jorge relajó el cuerpo, pero inmediatamente después volvió a tensarse, preocupado.
—¿Te envió aquí también, verdad? —dijo él.
—¿Daneris?
—Sí, ella.
—Me dijo que ustedes me estaban esperando aquí...
—Sí, pero ninguno quería venir acá —rezongó Khel, crispado—. Queríamos ver a Nair, pero noooo. Ella nos interceptó y nos dijo que era hora del paseo por el bosque. ¿A quién le importa un puto paseo en el bosque ahora? —Apoyó la barbilla en su mano—. A nadie, a nadie le importa.
—¿Por qué no nos vamos? —propuso Nahera—. Si caminamos un poco más, deberíamos encontrar una entrada que...
—Lo intentamos, Daneris está vigilando todo. —Jorge se apoyó en la corteza de un árbol—. Dice que estos paseos son «importantes para nuestro desarrollo».
—Importante mi culo. Quiero ver a Nair —explotó Jacob, levantándose de golpe—. Todas las semanas caminamos por el bosque, ¡el mismo día! ¡a la misma hora! ¡Estoy harto!
—Jacob...
—¡Desde que ellos dos llegaron a nuestro grupo, nada ha sido normal! —Señaló a Nahera y a Ilev—. Desde que los conocemos todo es misterio, todo es caos, ¡y ni una sola explicación! ¡Me gustaría...!
—¡Jacob!
—No te gusta que le grite a tu enamorada, ¿verdad? —El joven empujó a Jorge, sonriendo amargo—. Pero está bien, no es con ella con quien me voy a desquitar.
Todo pasó demasiado rápido, nadie pudo reaccionar a tiempo. Presenciaron impotentes cómo Jacob alejaba el libro de Ilev de una patada furiosa. Vaticinando lo que venía, Jorge intentó usar sus poderes para separarlos, pero Jacob eludió tanto las vaharadas impetuosas como los haces de luz. Un brujo de fuego y tierra no era fácil de vencer con eso.
Entonces sucedió lo inevitable.
—¿Sabes qué le pasa a Nair, verdad? —gritó Jacob, asestándole un puñetazo a Ilev, que parecía un muñeco tendido en el suelo—. ¡Responde! ¡Tú sabes lo que pasó! ¡Tú y tu madre nos están utilizando para algo! —Lo volvió a golpear—. ¡Tú sabes qué le pasa! ¡Por eso siempre te quedas callado!
Jorge recurrió a la fuerza física en equipo con Khel para detener la disputa, pero no lograron mucho. Jacob era el más fuerte, así que hacer que dejara de golpear al magullado Ilev fue imposible. La repartición de golpes tuvo un nuevo inicio más potente.
«No...».
Khel cayó al piso.
«Deténganse, no».
Jorge fue derribado contra un árbol.
«¡Por favor!»
—¡Dime de una vez qué es lo que pasa, imbécil! —bramó Jacob, mostrando a Ilev sus nudillos impregnados en sangre—. ¡Dime la verdad si no quieres que...!
—¡Ya basta!
La garganta de Nahera casi se desgarró con aquel grito. Quedó ardiendo, casi tanto como las lágrimas que de a pequeños caminitos le cubrieron las mejillas. No podía más. No podía seguir viendo cómo se lastimaban. Por eso había cerrado los ojos, y ahora se estremecía, con las manos en los oídos para ni siquiera escuchar. Solo le llegaba silencio.
¿Silencio?
Sí...
Era muy extraño.
Con la poca presteza que le quedaba, abrió los ojos, aún temblando como hoja al viento. La imagen que vio no fue muy diferente a la de antes: Khel estaba en el piso, Jorge contra un árbol, Jacob junto a Ilev, pero ya no había puñetazos de por medio. La contienda entre ambos había sido detenida por un escudo rojo como la sangre, que flotaba frente a Ilev como si quisiera protegerlo de los golpes de su agresor.
Ese escudo rojo...
—¿Ustedes...? —Nahera tragó saliva, echándose para atrás. Sus ojos rebotaban por todas partes—. U-ustedes, ¿q-quién de ustedes...? Esa... Esa cosa...
Asustada de ser el foco de atención de todos, Nahera trastabilló y fue a dar en el suelo. El escudo se deshizo, derritiéndose en gruesas gotas de sangre.
—Muchachos, ¿u-ustedes...?
—No... No... No fuimos... nosotros. —Khel tragó saliva, pálido. También miraba a todas partes, pero al no encontrar lo que buscaba, se enfocó en la bruja—. F-fuiste tú.
Ella no tuvo voz para responder, así que Jorge lo hizo en su lugar, patidifuso.
—Nahera, creo que eres una bruja de sangre.
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