♡ Palabras: 1003

♡ Autor: danielaquiroz5036

Siempre he sido buena. Crecí rodeada de amor, felicidad y sonrisas, pero no siempre fue así. ¿Obvio, no? ¿Quién podría ser feliz siempre? He sido engañada. Por mis padres al criarme como una soñadora. Por las películas y cuentos al pintarme un felices para siempre. Por las propagandas y anuncios de personas y familias sonrientes y perfectas. Todos me permitieron creerlo e hicieron de mí esta persona dulce, angelical y perfecta que todos ven a simple vista y que está tan en mí que a veces lo creo, sin poder ver lo que de verdad soy y siento. Sin que otros puedan ver, obligándome a ser una impostora de mi piel.

De mí misma.

Ahora todos me dicen que era una ingenua, que es tonto cimentar toda tu vida en la felicidad porque es obvio que nadie lo es. Siempre hay un más que buscar, más que alcanzar, más por lo que luchar. Y me siento perdida, a veces agotada.

Había encontrado el amor de mi vida. Una persona que me daba esa felicidad de revista, ese amor de cuento y una grandeza económica. Y no hubo necesidad de enfrentarme a esos sentimientos. Ya lo tenía todo, ¿no? ¿Qué más podía tener una mujer como yo? Era un hombre guapo, con dinero, afectuoso, caballero, comprensivo y que me daba un sexo fantástico. Pedir más seria visto como pecado y soy una mujer religiosa. En mí no está pedir más, pero me faltó algo importante en la mezcla de la vida perfecta.

Se me olvidó pedirme a mí.

Y me costó muy caro.

Nunca tuve la necesidad de pensar en el dolor más de lo necesario. Enojarme. Aunque a los demás no les gustara, nunca maldije por rabia al mundo o me rebelé ante algo básico por mí misma. Así que cuando me enteré de mi primer embarazo, todo explotó como una erupción que no podía ser detenida. No podía luchar más contra todos esos sentimientos y angustias. Ya no era yo, la linda Pauline. Era este ser egoísta, miserable y desagradecido que crecía en mi poco a poco. Cada vez que veía la angustia en mis padres al ver a mi hermana, cada rabia contenida, todo ese dolor por ella, fingir que esta esperanzada en una vida mejor para mi hermana.

Todos esos pensamiento intrusos que me cuestionaban la existencia enferma de mi hermana. Pensar en que mejor hubiera sido que no naciera y así ella no mancharía nuestra hermosa y Feliz vida. Como dije, todo un monstruo. Alimentado silenciosamente dentro de mí. Como aquella rata que entra en tu casa sin saber y cuando se entrevé su presencia ya es muy tarde. Está hecho. Tienes toda una maldita colonia en tu techo, piso y paredes. Solo porque no eres capaz de ver más allá de lo que se supone es tu casa, a la que deberías conocer. Pero claro, estás ciego.

Por lo que aquí estoy, en una clínica de aborto, con mis piernas abiertas, a punto de comenzar lo que para mí es el único salvavidas que garantizaría la continuidad de mi vida perfecta y feliz. No tendré una vida como mis padres, fingiendo que mejorará, creyendo que un milagro se posará en mi hermana y la salvará de su existencia miserable.

No seré esa mujer que se sacrifica por la familia, cuidando de algo que no sanará, perdiendo poco a poco algo de sí cuando la esperanza de recuperación de uno de sus amores se va debilitándose. No puedo contra la estadística, la genética o el azar.

Estoy cansada.

Cansada de que ese mundo feliz que me vendieron fuera una basura de realidad. Que mi esposo diga que podemos con esto, que él estará ahí, cuando sé que no será así. El mundo también le exige cosas a él, cosas a las que no puede renunciar. Cansada de que me diga que nuestro amor nos hará fuertes ante cualquier escenario, cuando sé que no, cuando con un mes de embarazo siento que muero. Cansada de tener que fingir estar bien, de tener que cumplir el papel de buena y abnegada. Cansada de perderme a mí misma ante lo que se espera de mí.

Cansada de la carga de ser perfecta, pulcra.

De ser mujer.

Ya. Hasta aquí llegó esa Pauline, ahora soy ese monstruo que posee su alma buena. Ahora esta Pauline se permite este acto de egoísmo y se adueña de sí como nunca, decidiendo lo que cree es mejor para ella. Donde no hay ángel o demonio accionando mi vida. Donde no escucho otros deseos más que los míos y aunque sea la decisión más dolorosa en mi vida, es la que me permite ver mi casa. Mi vida. Con ratas por todos lados, sin paredes o techos. Sin el marido comprensivo que tenía, sin la vida perfecta, sin amigas, sin familia feliz.

Sin nada que me sostenga.

Pero queda ese terreno. Esa porción de tierra que pensé que no valía nada sin los adornos y la linda casa. Queda esa persona. No la conozco. Me parece vacía y a la vez tan llena de naturaleza y belleza que me asusta y emociona verla tan verde y desnuda ante mí.

Y la abrazo. Como abrazas lo más verdadero que pueda existir. Como aquel pensamiento en una noche de insomnio y cae sobre ti esa revelación del cielo. Como la única cosa cierta que siempre tendré y que nunca me podrá ser quitado.

A mí.

Me abrazo fuerte. Lloro. Rio.

También duele. Satisface. Da placer.

Es todo lo que necesito para comenzar. Es por lo que cometí cada error. Por lo que decidí entre tantos caminos. Por lo que no soy la mejor persona para mí y para los demás. Por la que me di cuenta que jugué un papel e hice que otros también lo jugaran. Y rompí mi vida, la de Tanner, la de Savannah.

Yo no me conocía, lo siento.

Este es mi primer paso. Aunque duela.

Tengo un nuevo comienzo para vivir.