33. Querida Pauline.
♡ Palabras: 1419
♡ Autor: MarieClaireBR
Tomo una inhalación.
Uno.
Dos.
Tres.
Y exhalo bruscamente sin poder aguantar mi propio aliento por más tiempo.
Recargo la frente contra el cristal de mi habitación en el hospital, en el cual estoy más que en mi propia casa, agotada. Hoy no fue un buen día.
Pauline vino a verme. Lloró más que cualquier otro día, la odié un poco por ello. Es mi hermana y a pesar de todo la amo tanto como ella me ama a mí, verla me hace daño.
Porque ella puede salir sin miedo, puede correr sin sentir que se desvanece, puede viajar y conocer cosas nuevas, personas nuevas.
Porque pudo ir a la universidad, enamorarse, embriagarse, divertirse y luego casarse, pudo vivir.
Y a pesar de todo ella decidió tener miedo, a cualquier cosa, a cualquier persona. Todos podían lastimarla, entonces todos en casa debían protegerla.
Es estúpido, ella es estúpida.
Su temor es más grande que su amor y no podré perdonarla por ello. Aún cuando todo lo que me han inculcado dicte que el perdón es bueno y sanador, no podré hacerlo. Yo quería una hermana que me ayudara a olvidar mi realidad, no una que me hundiera en la depresión con solo verme a los ojos. Yo necesitaba una hermana.
Pauline no se comporta como una.
Durante mucho tiempo me pregunté cuanto tardarían todos en darse cuenta lo que hay en su interior, las imperfecciones que no puede esconder, porque ni ella misma bajo su aura de perfección nota que están allí. El día de su boda tuve la respuesta a esa pregunta y a otra que no había formulado antes. La primera y la más frustrante fue saber que la única persona dentro de esa multitud de desconocidos que conoce a la verdadera Pauline, además de mí, era una de sus damas, Savannah, su amiga de la universidad.
Lo supe por la manera en la que la veía, desconcertada, molesta, también dolida, bajo una máscara de indiferencia tan buena que nadie excepto yo nota. Aun cuando no sé por qué se sentía así, pude entenderla porque ese momento y ahora son el reflejo de mi interior, porque yo sé y estoy segura de que ella también, de que Pauline tuvo más de lo que merecía.
La segunda pregunta, la que me azotó en cuanto la vi jurar amor eterno en el altar: ¿Se dará cuenta Pauline del daño que causa a los que ama? Y la respuesta, la más dolorosa, fue un simple no. ¿Cómo podría hacerlo? Si durante años estuvo fuera de casa solo para huir de mí, fingiendo que no me daba cuenta sin importarle el dolor que me causaba, y peor aún, el dolor que le causaba a mis padres, mientras que todos la alababan por ser dulce, educada y cordial. ¿Qué o quién podría importarle lo suficiente para no hacerlo y afrontar su vida? Si nos lastimó a nosotros, su familia, lo hará con su esposo, con sus amigos, incluso con su descendencia. La cruda verdad es que Pauline está llena de egoísmo. Bajo esa capa de buena samaritana, desinteresada y bondadosa existe egoísmo tan real y tangible...
Inhalo y exhalo una vez más, esta vez con lentitud, y me separo de la ventana. Me duelen las manos por ejercer tanta presión al cerrar mis puños, tanta que incluso me lastimé las palmas con las uñas, así que las abro y flexiono para estirar la bola de papel que sostenía en una de ellas. Leo de nuevo la carta que escribí para ella y luego tres veces antes de tomar la decisión de botarla a la basura.
Estoy muriendo, pero no tengo derecho.
Comprendo ahora que aunque su actitud me lastimó y probablemente lo seguirá haciendo, no soy la persona indicada para quitar la venda de sus ojos.
Pauline no es un monstruo, pero tampoco es el ángel que le han hecho creer.
Creo en la justicia divina, en el karma, el universo, pues sea cual sea su nombre, la premisa es la misma, lo que das se os será dado.
No lastimaré a mis padres enviando esa carta porque sé que Pauline no será la única con el corazón roto si lo hago, ellos no lo merecen.
No seré como ella. Porque no estoy sola en el mundo. Todos tienen algo por que sufrir.
No dejo de pensar en la carta durante todo el día, ni cuando la enfermera de turno viene a ayudarme, ni cuando mis padres vienen a compartir conmigo, ni cuando cierro los ojos para dormir. Las palabras solo se repiten en mi cabeza como si aun las escribiera.
Querida Pauline:
Te amé. Te amé tanto y por cuánto pude. Y te amaré por cuanto pueda.
Espero entonces que comprendas, o que intentes comprender, que amar duele, duele tanto y por tantas razones que es imposible evitarlo. El amor se transforma de acuerdo al momento y a las personas, pero a veces, cuando no puedes manejarlo, entonces este es sustituido por otros sentimientos de los que nadie quiere hablar, como el desprecio y el odio.
Y yo temo que finalmente uno de ellos sustituya mi amor por ti.
Huiste de mí por tanto tiempo, Pauline, que ahora soy yo quien no quiere verte, porque cuando te veo me avergüenzo de ti y esa es una emoción que no debo asociar con la familia. Pero me avergüenzo, porque no solo huyes de mí, huyes del mundo, pero eres tonta porque no te das cuenta que este gira y gira y siempre te alcanzara. Eres tan frágil y egoísta que preferiste alejarte antes que darme la cara.
Por eso entendí que me temes más de lo que me amas.
Lo más doloroso de todo fue la manera en la que lo entendí. Un día mientras caminaba por el hospital, terminé en el ala de oncología y vi como una madre le daba la mano a su pequeño hijo mientras recibía un tratamiento doloroso, con su hermano a un lado con una sonrisa alentadora y anécdotas divertidas que hacían reír al pequeño. En otra ocasión vi a un chico de no más de quince años abrazar a su padre derrotado por que su pequeña hija había sido diagnosticada con una enfermedad sin cura, y era aquel adolescente el que daba valor a su padre repitiéndole sin cesar que ella saldrá de eso aun después de la pésima noticia. .
Yo no saldré de esta, más temprano que tarde me iré de este mundo, y lo supe desde que vi a mamá llorar frente a mí por primera vez cuando era una niña que no entendía lo que pasaba. Entonces lo único que yo quería, lo que más anhelaba, era conseguir algo de normalidad dentro del caos que significa estar en mi cuerpo traicionero.
Mamá y papá lo entendieron, Pauline, ¿por qué tu no?
Yo solo quería noches de confidencias y películas. Me habría encantado escuchar tus anécdotas. Aunque no fueran divertidas, quería que sostuvieras mi mano, que me abrazaras sin miedo. Tengo fibrosis quística, no huesos de cristal. Incluso llegué a querer que me gritaras y te enojaras conmigo solo para no ver tu lástima. Pero no pudiste y yo ya no creo querer que puedas.
Y es que, ¿cómo arreglar algo que se rompió en fragmentos tan pequeños, que siquiera puedes tomarlos? ¿Cómo Pauline? Porque yo no tengo idea.
Siempre te has enfrascado en tús sentimientos al verme, en que tu hermanita está muriendo y eres desdichada por ello, y luego vuelves a tu gran y perfecta mansión con tu esposo perfecto y finges ser igual de perfecta.
No lo eres. Acéptalo. Porque nadie en este jodido mundo lo es.
Esperé mucho tiempo por ti, pero nunca llegaste. Por eso lo único que espero de ti ahora es que saques la cabeza de donde sea que la tengas y observes de una vez por todas que la realidad no es de color rosa, que ni siquiera puedes salvar especies en peligro porque fuiste lo suficientemente tonta como para escoger la carrera equivocada, que el mundo no gira en torno al hombre con el que te casaste y, sobre todo, que no te has ganado el cielo por alimentar a pobres cuando en el fondo sabes que lo hacías solo para dar una buena impresión.
La vida te dio algo que a mí se me fue negado y nunca te resentí por eso, pero moriré haciéndolo si no empiezas vivir en serio.
Con lo que queda de mi corazón, tu hermanita.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro