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26. Sin retorno.

Palabras: 1067

Autor: Andrea Espinoza


Han pasado ya seis meses desde la última vez que pisé este vestíbulo. De no haber sido por tener que finalizar los últimos detalles para el trámite de venta del ático, no tendría planeado volver.

Durante el trayecto de todos estos meses estuve muy renuente a hacerlo, dejarlo ir no estuvo en mis planes, siendo un puto masoquista creyendo que ella volvería a habitarlo, algo que claramente nunca ocurrió.

Ésta vez no dejaría ir la oportunidad de venderlo. Ya había arruinado intentos de compra anteriormente y ahora me ofrecían una buena cantidad, mucho mayor a lo que me costó adquirirla, así que llegué con media hora de antelación. Quería asegurarme de si no había quedado alguna pertenencia tras la mudanza que solicité a comienzo de años. No siempre eran del todo eficientes al realizar aquel trabajo aún con el costo elevado que solicitaban.

Primero tuve que dirigirme a dónde se encontraba el gerente, no tenía en mi poder las llaves; las dejé al prometer que no me acercaría por nada, que me mantendría lo más alejado posible para tratar de persuadirla de conservar el apartamento ya que el suyo lo había empezado a rentar y el terreno estaba muy lejos de poder ser habitado. Claramente no me creyó y no la culpo. Ya había hecho muchas cosas anteriormente que ponían en duda mi palabra, pero joder. Yo sí tenía planeado cumplirlo con tal de poder saber dónde podría encontrarla, de tener la certeza de que al menos no estaría tan lejos de mí como lo está ahora.

—Señor Reed. —Al oír esa voz despejo mis pensamientos para dirigir mi vista a la persona canosa que se encuentra ajustando sus anteojos—. Hace un buen tiempo que no lo veía por aquí.

Bufo. Aun no comprendo cómo ella congeniaba con ese viejo metiche. Aunque no puedo negar que mi mayor desagrado no era su curiosidad, sino el odioso de su nieto que buscaba las excusas más patéticas para dirigirle la palabra.

Necesito las llaves del ático digo directamente.

Nunca he sido de los que se pone a charlar amenamente con cualquier persona sobre los sucesos de su vida y lo último que quiero es ponerlo al día sobre lo que he hecho durante todos estos meses.

—Oh, sí claro. —Presiona los labios y se dirige al estante posterior del mostrador. Abre el primer cajón a la izquierda para luego sacar un juego de ahí—. Que tenga una buena tarde —menciona, tendiéndomelas.

Las sostengo y procedo a guardarlas en uno de los bolsillos de mi saco.

—Gracias, igualmente. —Finalizo alejándome para ir rumbo al ascensor.

En el trayecto al piso veinte mi cabeza da vueltas con todos los recuerdos que la azotaban una y otra vez. Hasta en esta caja de metal empezaba a imaginar su aroma, sintiéndome asfixiado. Apenas éste se detuvo, salí rápidamente. Avanzo por el piso inferior, captando todos los detalles como si fuera la primera vez que veo el sitio en el que ella supo plasmar claramente todo lo que deseaba en la que sería mi válvula de escape. Con el hecho de mi matrimonio desmoronándose en esos momentos, aunque ahora había ligeros cambios, como la falta de su esencia, siempre tuve en mente que por cada lugar que ella pisaba dejaba algo suyo, era inevitable.

Noto ese inconfundible llavero rojo en forma de lazo encima de la mesa redonda. Aprieto la mandíbula mientras lo sostengo entre los dedos. Tuve la pequeña esperanza de que lo había llevado consigo, pensando quizás en la posibilidad de volver. Acertó en su decisión de no conservarlo. Este lugar ya no será nuestro y ahora me pongo a pensar si en algún momento también lo consideró como suyo. Avanzo por el pasadizo y deslizo el pomo de su estudio. Sonrío al recordar su cara cuando le mencioné que podía usarlo a su antojo. Creo que inconscientemente me visualicé con ella al dejar ese espacio en blanco.

Es él único lugar al que negué la entrada cuando realizaban el aseo. Aún sentía que era un lugar que no podía ser profanado más que por ese demonio con ojos grisáceos. Adentrándome más veo uno de los tantos planos que siempre cargaba encima de una repisa. Los del terreno cerca al lago. Tantas veces la había visto quedarse horas modificándolo con el ceño fruncido.

Me ponía tan duro verla concentrada.

Al moverlo una nota resbaló. Mi nombre estaba escrito en la cara frontal. Sabía cuánto odiaba que plasmaran en una hoja palabras que podían decirse a la cara. Niego, una mueca en mis labios. Siempre encontrando cómo darme la contraria, Savannah.

Sin esperar más, la sujeté y abrí. Necesitaba encontrar una forma de cerrar este círculo destructivo y quizás esto ayudaría.


Tanner:

Algo me dice que esto terminará en el bote de basura. No tengo muchas esperanzas de que termine en tus manos. Digamos que tengo una suerte de mierda, pero de alguna forma u otra tengo que soltar esto.

No sé cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez que nos vimos. No sé si tendrás planeado regresar a este lugar. Supongo te habrás dado cuenta que yo no lo haré. No después de lo que pasó con Pauline.

Necesito despejarme por un buen tiempo de todo. No sé con certeza a dónde iré, pero sí dudo que nos volvamos ver, al menos en un futuro cercano. Te di dos oportunidades, Reed. Ninguna la supiste aprovechar, ¿pero sabes algo? Entendí que yo no soy la del problema, nunca lo fui y tardé mucho en darme cuenta.

No diré que te deseo lo mejor, aunque sí espero que encuentres tu camino, uno en el que seas capaz de hacer lo que te plazca sin importar qué. No me arrepiento de haberle dado la oportunidad a lo que sea que tuvimos y quiero que tengas en claro que sí te quise y nunca fuiste un capricho para mí, no sé si eso fui para ti .

S.C.


Yo también lo hice, Sav. Creo que aún lo hago y me duele que mis acciones te hayan hecho pensar lo contrario. Siempre encuentro una forma de joderlo todo, le respondo dentro de mi mente mientras arrugo el papel en mi mano. Sin esperar más, decido retirarme. Al carajo si dejaba algo olvidado. Ya no podía volver a mirar atrás. No ahora que al fin aceptaba que ya no habría retorno.

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