2. Las que se divierten.
♡ Palabras: 2140
♡ Autora: canddykiss
Debería escoger otro lugar para estudiar si no quiero empezar a reprobar.
Sin embargo, y no tengo reparo alguno en admitirlo, es muy difícil dejar de venir al campo de futbol en las tardes a fingir que repaso mis apuntes. Sobre todo porque eso implicaría dejar de ver a Ibor cada vez que levanto la mirada de mis libros. Y es el único momento en mis días del campus en que consigo analizar sus facciones sin miedo a ser descubierta.
Puedo pasar desapercibida la mayoría del tiempo, ayudada por el grupo de chicas que se sienta varias bancas más delante de mí y festejan cada vez que uno de los chicos del equipo hace un pase especialmente bueno. Esto no molesta a los jugadores, pero los días antes de un partido importante, el capitán del equipo debe venir y echarlas para que no ocasionen ninguna distracción. Solía ser mucho más brusco y poco sutil antes de conseguir esa novia rubia de aspecto angelical. Ahora ella también viene a algunos entrenamientos y él es un poco más amable. Aunque a ninguna de las chicas les molestaría si siguiera siendo grosero y maleducado, he de admitir.
Tanner Reed es guapo, pero no tanto como Ibor.
Ibor es tan alto que difícilmente yo podría llegarle al hombro. Es fornido y musculoso, y mentiría si dijera que cuando lo veo taclear a otro jugador, no imagino que en algún momento pueda ser yo a quien embista con tal brutalidad... joder. Sin embargo, por algún motivo las facciones de su rostro no son tan duras y afiladas como cabría esperar, sino que tiene una sonrisa dulce, unas mejillas redondeadas y un par de ojos castaños y amables que me hacen suspirar cuando lo veo reír en las fiestas de la fraternidad.
O... tal vez todo es cuestión de gustos.
Dándome por vencida con mi lista de apuntes, donde debía anotar los puntos principales de mi trabajo sobre la historia de la Arqueología, cierro la libreta con un suspiro y la empujo dentro de mi bolso. Recojo mi largo cabello en un grueso moño, y me cruzo de piernas al tiempo que clavo la mirada en el gran campo verde. Reconozco a Ibor casi en seguida y dejo que mis ojos lo persigan por el lugar aunque sé que nunca tendría el valor de verlo de cerca.
—¡Eh, Freya!
Ni siquiera me molesto en alzar la mirada cuando mi prima Suzanne toma asiento a mi lado.
—Te perdiste mi recital de poesía.
—Te dije que no iría.
—Hubiera sido un lindo gesto —dice con fingida indignación.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —pregunto en cambio.
—Fue pura casualidad; tengo una cita con uno de los chicos y lo espero hasta que se dé una buena ducha y salga de los vestidores... —Hace una pausa—. ¿Quieres leer las reseñas de mi recital en mi página web?
—No.
—Asistió un profesor que...
—Suzanne, me gustan las reseñas, pero estoy intentando olvidarme de todo un rato con el festín visual que tenemos delante —la interrumpo girándome hacia ella.
—Eso es bastante innecesario —replica—. Puedo conseguirte una cita con cualquiera de ellos en dos segundos.
—¡No quiero que seas mi casamentera! —digo en un tono más agudo de lo que me gustaría.
No soy una mojigata ni tampoco una santa. En realidad tengo mis rollos casuales en las fiestas de la universidad, y cuando estoy aburrida acepto una cita de algún chico lindo. El problema es que ninguno de los chicos con los que salgo me gusta tanto como Ibor, por ende es sencillo actuar con naturalidad frente a ellos. Pero cuando un chico capta mi atención, cuando se mete en mi cabeza de verdad y me encuentro suspirando por él, es donde estoy verdaderamente jodida. No podría decirle ni dos palabras aunque lo tuviera en frente.
—Eso dices ahora. —Sacude su cabello de falso tono rubio—. Pero te lo digo, Freya, deberías comenzar a usar esos labios de vez en cuando.
—Ya uso mis labios, muchas gracias.
— ¿Con Gardner? —Hace una mueca— Estamos en la universidad; es como tener todo un bufete delante de ti y sólo tomar un vaso de agua.
Dejo que Suzanne siga hablando por un rato más, porque Ibor se ha quitado el casco y ahora es su cabello rubio y sudado lo que atrae toda mi atención. Entonces pienso que si Gardner es como un vaso de agua, entonces Ibor podría ser todo un plato de mis comidas favoritas.
Hoy hay una fiesta. Es en la fraternidad Maleeh, cuya casa queda en la misma calle que la hermandad a la que yo y mis dos amigas pertenecemos. Nos arreglamos juntas y luego vamos caminando hacia allá. Llevo unos shorts negros de corte alto y un top blanco que hace lo posible por mantener a mis pequeñas tetas en su lugar. Mi cabello cae largo y desordenado; siempre llama la atención a donde voy por su falso color plateado.
Decir que tres chicas con atuendos sugerentes y maquillaje oscuro no llamarán la atención al llegar sería pecar de falsa modestia. El chico en la puerta nos deja entrar sin quitar su mirada de la pelirroja Quinn. Apenas entramos percibo el olor a droga y alcohol. Hay toda una multitud, personas besándose al bailar y parejas que suben a buscar alguna habitación sin disimulo alguno. Mi grupo y yo nos dirigimos al patio, donde está el espacio para quienes sólo quieren sentarse y charlar. En el camino recojo un vaso con alcohol.
— ¿Anahí sigue sin responder tus mensaje? —le pregunto a Quinn cuando diviso a nuestra antigua amiga del otro lado del patio junto a su novio; Gordon, un idiota que siempre se enfadaba porque Anahí salía de fiesta con nosotras, o por el simple hecho de ir a tomar un café, hasta el punto que prefirió dejar de hablarnos para no molestarle más.
Quinn se encoge de hombros.
—Ya no le escribo. No puedes obligar a un ciego a ver, y sólo iba a ser otra de las chicas golpeadas. Si alguna vez quiere recapacitar, aquí estaré esperando.
— ¿Qué tanto hablan? —Suzanne se acerca a nosotras y le da un vaso a Quinn.
—Cosas tontas —responde Quinn— ¿Qué hay del chico este con el que sales? ¿El que parece un esqueleto?
—Gardner es muy dulce conmigo —me defiendo después de tomar un trago.
—Aburridooo —bufa Suzanne—. Iré a buscar alguien para bailar...
—Vi al chico nuevo de tu grupo de poesía —le informó alzando una ceja. Suzanne lo busca con la mirada antes de alejarse.
No pasa mucho tiempo hasta que un chico del equipo se acerca a nosotras, pero con claras intenciones en mi amiga, porque la recorre de arriba a abajo con la mirada antes de invitarla a bailar.
—Lo siento; no puedo dejar a mi amiga sola —explica Quinn con una sonrisa.
Él no se desanima, sino que le hace una seña a uno de sus amigos, un rubio que ríe y charla con su grupo.
— ¡Eh, Ibor, ven acá!
Creo que mi garganta se cierran de repente, porque no recibo ningún aire por varios segundos. Mis ojos paralizados recorren al chico de vaqueros y camisa azul que se acerca a nosotros con una sonrisa. De todos los hombres en esta fiesta... ha tenido que llamar al que siempre he considerado guapísimo y que nunca jamás ha volteado a mirarme.
Ése.
— ¿Por qué no entretienes a la amiga de esta lindura mientras vamos a bailar? —pregunta el chico sin dejar de mirar a Quinn; toma su mano y ambos se alejan.
Ibor se gira hacia mí, una mano despeinado su cabello y una mirada de disculpa en sus ojos castaños.
—Eres Freya, ¿cierto?
Me fuerzo a asentir con la cabeza, aunque por dentro siento que voy a explotar o a esconderme bajo la primera piedra que encuentre. Claro que Ibor sabe mi nombre, nos hemos visto varias veces en fiestas y eventos de la universidad; he salido con varios chicos que seguramente conoce también. Sin embargo, nunca le he dirigido la palabra o me he acercado de forma voluntaria, porque apesto hablando con chicos que verdaderamente me gustan. Prefiero salir con tontos que estén colados por mí, pero aún así hacen bien su trabajo (como Gardner) para no tener que esforzarme ni sentirme nerviosa.
Vacío el contenido de mi vaso antes de poder ofrecerle una sonrisa. Esto es lo que tengo y conforme a ello debo trabajar. Soy precavida, no una cobarde.
— ¿Quieres ir a bailar? —pregunto haciendo una seña al interior de la casa. Él duda unos segundos, pero finalmente asiente y me guía hasta allá.
Lips on you de Maroon 5 está sonando cuando junto mi cuerpo al suyo. Es mucho más alto que yo, pero no permito que esto me intimide. En realidad me enciende sentir sus brazos fuertes alrededor de mí cintura, y desordeno mi cabello sólo para que desprenda el olor fresco de mi shampoo, algo que les encanta a los chicos. Oigo un suspiro salir de sus labios y siento su aliento caliente contra mi nuca. Entonces desliza sus manos hacia mis caderas y tira ligeramente de mí para que me de vuelta.
Cuando mi mirada tropieza con la suya sólo puedo pensar en que quiero besarlo. Sus ojos se apartan de mí hacia un punto detrás de nosotros, casi parece que alguien, pero no me percato de ello porque estoy muy ocupada en inclinarme hacia él. Lo siento temblar bajo mis manos, alrededor de su cuello, y por un estúpido segundo creo que es por lo que está a punto de suceder.
Voy a cerrar mis ojos cuando siento su cabeza echarse hacia atrás de manera sutil pero firme. Apenas si comprendo lo que está sucediendo; y giro la cabeza para entender qué es lo que hay detrás de mí. Entonces distingo a una chica pelinegra, que reconozco al instante, viéndonos fijamente antes de desaparecer en dirección a la cocina.
Me vuelvo hacia Ibor con la vergüenza y el rechazo luchando en mi pecho para ver cuál de los dos predominará esta noche. Incluso siento mis rodillas temblar al tiempo él que vuelve a fijarse en mí. Sus mejillas están sonrosadas y esboza una mueca de disculpa.
—Lo siento. Yo...
—Está bien —lo interrumpo, forzándome a sonreír y no apartarme como si estuviera tocando moho, que es lo que deseo hacer—. ¿Lo dejamos hasta aquí? —propongo ahora que la canción terminó.
Lo suelto antes de que tenga oportunidad de rechazarme por segunda vez en menos de diez segundos; y aunque quisiera, no me detengo apreciando lo bonito de sus ojos amables o de sus mejillas redondeadas de bebé.
****
Lleno mi vaso en el barril de cerveza dispuesto en la cocina, antes de recostarme en el mesón tras de mí y bajar el contenido de un solo tirón. La cerveza es amarga, fría y refrescante; mi mejor amiga. Cuando termino, descubro que hay otra chica en la cocina viéndome sin disimulo. Tiene un larguísimo cabello negro y un vestido corto que resalta cada curva de infarto en su cuerpo.
—Eso fue horrible —dice—. El rechazo, me refiero. Apesta completamente.
El hecho de que esté hablándome sobre mi increíble fiasco con Ibor, lo que agita la indignación en mi pecho, aplaca un poco la incomodidad que siento por culpa de los ojos grises de Savannah Campbell. No me dejan de ver y definitivamente saben todo lo que sucedió en aquella pista.
Alentada por mi cerveza y el despecho, pongo los ojos en blanco.
—Creo que está colado por ti —confieso—. Después del espectáculo que montaron en la fiesta del último partido...
—Ah, sí. Éso. —Mi comentario la hace girar el rostro— Es muy irónico. A mí me gusta alguien, a Ibor le gusto yo, a ti te gusta Ibor, y seguramente hay alguien a quien nunca le prestarías atención que gusta de ti. —Savannah alza su cerveza hacia mí—. Esto de las citas y el amor es una completa mierda.
Me encojo de hombros sin apartar la vista de ella. El rechazo de Ibor era algo que una parte de mí esperaba, nos hemos visto lo suficiente en fiestas y sé que no es un chico tímido como para que si yo le gustase en realidad, no me hubiese invitado a salir antes. No por ello me siento menos avergonzada.
—Creo que más bien es emocionante ¿sabes? —Comento, a lo que ella alza una ceja—. Digo, hay siete mil millones de personas en este mundo, alguien tendrá que correspondernos alguna vez. Es como una búsqueda del tesoro. —Me inclino para llenar de nuevo mi vaso—. Además, aún podemos divertirnos mientras encontramos a esa persona.
Savannah esboza una sonrisa cómplice al comprender a qué me refiero.
—Por las que nos divertimos —brinda, y yo la sigo.
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