19. Epifanía.
♡ Palabras: 1115
♡ Autora: yessicacalderon2503
Esta mañana me he levantado optimista. Decidí tomarme el día libre, así que me duché, me puse un vestido primaveral con sandalias poco altas, el cabello suelto en cascadas y un maquillaje sencillo, algo que no llamara mucho la atención.
Lo primero que hice fue ir a un Starbucks por un caramel macchiato para llevar, mi café favorito para tomar en dirección a un lindo parque cerca de mi hogar en el que me senté en la banca con vista a un hermoso lago. Veía a los niños jugar con barcos y las casas que al borde del agua, cual hermoso paraíso con aires de haber sido sacado del propio Edén bíblico, un lugar digno de contemplar por horas y con una profunda tranquilidad de la cual jamás querrás marcharte.
Mientras disfrutaba y terminaba mi café, sentí que a mi lado se sentó una persona. Al principio no presté atención y seguí con la vista puesta en lugar, pero algo en aquella presencia, tal vez la paz que me transmitía, me hizo voltear.
A mi lado se encontraba una epifanía, algo irreal y al mismo tiempo, para mí, perfecto. Era un hombre de unos treinta años o eso consideré al verlo. Sus ojos eran de un imponente azul. Poseía una grandeza indescriptible y porte de caballero, un cabello tan oscuro como la noche y unos labios tan rojos como la sangre que te harían querer desvelar un misterio. Sus facciones eran marcadas y delicadas al mismo tiempo. El color de su piel era tan blanco como el algodón cultivado. Su confianza en sí y el destello de pureza que soltaba en su entorno me mantuvieron por unos largos minutos admirando a tal espécimen mientras él miraba al horizonte, pero en un instante ladeó su rostro y posó su mirada de reojo en mí.
Quisiera poder decir que sentí nervios o que de alguna manera me sentía incomoda, pero no fue así. Solo sentía paz, como si estuviese en casa protegida. En ese momento abrió su boca. Sentí tener el cielo a mis pies cuando me dijo:
—¿Por qué con tan singular encanto parece estar siempre decaída, cuan cachorro echado a su suerte a la calle? —Al ver que yo no respondía, siguió—. ¿Sabes por qué una rosa tan perfecta y tan hermosa, aun teniendo espinas deja marchitar y destruir por un mal jardinero?
No entendí a qué se refería, así que me quedé en silencio y solo lo miraba. Con un movimiento lleno de gracia, se levantó y estiró su mano hacia mí.
—¿Me acompañas, por favor, bella dama?
Sabía que estaba mal irse con desconocidos, pero todo en él me gritaba que era de confianza, así que me levanté. Con un apretón delicado y fino como él, lo seguí. Caminamos por la acera en silencio, hasta parar en una casa con un hermoso jardín.
En el jardín había un hombre con un overol lleno de tierra, guantes de jardinería en su mismo estado, tijeras para jardinería, espátula, regadero y otros utensilios para mantener las plantas.
El hombre a mi lado volvió a hablar:
—Aquel hombre que vez allá se levanta todos los días a regar su jardín. Hace demasiado dinero, una gran empresa y una fortuna que podría gastar en un hogar más grande y pagar para que cuiden de su jardín, pero él lo hace por sí solo.
El jardín era precioso los girasoles apuntaban a el sol, las margaritas decoraban el camino a la entrada de la casa y las rosas tenían un huerto para ellas solas.
El hombre junto a mí me tomó de la mano y me llevó a otra casa en la que el jardín estaba desolado y cutre, nada cuidado. Al final de este, en la entrada de la casa, había un sujeto sentado en una gran silla con aire de rey imponente.
El hombre volvió a hablar:
—Ese hombre que ves allí, que tiene casi lo mismo que el de la casa anterior, jamás se preocupa por su jardín y nunca ha mirado a una rosa en su mayor esplendor. Prefiere sentarse en aquella silla y regodearse de lo que cree hacerlo feliz.
Sin saber por qué me decía esas cosas, vuelvo mi rostro hacia él.
—¿A qué debo todo esto? Ni siquiera sé quién eres.
Girando todo su cuerpo hacia mí y con las manos en los bolsillos de un traje negro, costoso y elegante que llevaba y con la masculinidad que lo caracterizaba, aquel perfecto y extraño desconocido se inclinó hacia mí y colocó un mechón de mi cabello tras de la oreja mientras se acercó a ella y susurró:
—Eres tan perfecta como aquellas rosas del primer jardín y mereces tener un jardinero que escoja cuidarte y mantener tu belleza antes que regodearse de dinero y jardines marchitos en enormes mansiones.
Desconcertada y asustada, no hice absolutamente nada. No logré moverme, así que solo, expectante de todo, me limité a sentir cómo dejó un beso en la comisura de mis labios. De vuelta a su posición natural, con las manos en los bolsillos, sonrió de una manera tan hermosa que me deslumbró y justo en ese momento sentí cómo todo a mi alrededor se detuvo y me asusté. De repente me sobresalté, encontrándome en mi habitación y en mi cama.
—¡Dios solo fue un sueño, maldita sea, Savannah! ¡Solo estabas soñando!
Decepcionada, me levanté de mi cama y tomé mi ducha. Me arreglé para salir, pero antes de dirigirme a la puerta me asomé por el ventanal de mi sala y vi una casa con un precioso jardín. No pude evitar quedarme pensando en aquel sueño y su moraleja.
—Mereces más, mucho más, Savannah. Más que solo la espera de un amor que jamás supo elegirte. Mereces más que solo unos papeles y una post-guerra de la cual ni fuiste participe. Por mucho que desees amar, estás amando al equivocado.
Con mis palabras en mente, salí de mi hogar con la certeza de que no debía esperar a nadie que no me cuidase como aquel brillante jardín.
Por mucho que amara a Tanner Reed, debía amarme a mí misma. Debía elevar y endurecer mis espinas y esperar a un jardinero que con guantes y overol, decidiera regarme cada mañana y poner por encima de todos su gustos y placeres materiales, mi belleza y regocijarse por si solo de ella y, juntos, hacer el más perfecto jardín.
PD: Como persona jamás debemos esperar a que nos amen. Amémonos primero, démonos el valor que merecemos, que nadie no los ponga porque si esperas a que eso suceda, podría llegar cualquiera que menosprecie tu esencia y te dé un valor nulo, que un valor que no mereces y harás que te dañen y te destruyas.
Nunca te pierdas como persona.
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