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0. Larissa y Will.

LARISSA

A pesar de que tanto Will, mi esposo, como yo somos adictos al trabajo y a nuestra vida social, hacemos hasta lo imposible por tener espacio libre para nuestra pequeña hija de cuatro años. Con mis gafas de sol puestas, miro hacia abajo desde mi posición en la tumbona en la que tomo el sol para ver a mi esposo jugar en la piscina con ella. Will la levanta en brazos y la hunde en el agua repetidas veces, lo que hace que Savannah sonría y pida que lo haga de nuevo en lugar de gritar como una niñita asustada normal.

Es preciosa.

Con mi cabello negro, pero los ojos grises del único hombre con el que alguna vez me he sentido lo suficientemente confiada para bajar la guardia, Sav es todo lo que alguna vez pude desear en una niña y más. Es tranquila, silenciosa y dulce, pero tiene un gran problema. No es buena haciendo amigos. En el kínder no habla con ninguno de los niños con los que pasa la mañana. Sus únicos compañeros de aventuras somos su padre y yo. Nadie más.

A pesar de que ella sonríe como Will, de manera despreocupada y hermosa, se protege fuertemente en torno a su caparazón. Eso lo heredó de mí. La cuestión es que mientras yo planté muros alrededor de mí para no ser débil, ya que debí esforzarme más que muchas otras personas para sacar provecho del privilegio de haber nacido como estadounidense viniendo de una familia de migrantes latinos y devolverle a mi familia en México todo el trabajo que pasaron para que pudiera tener una educación de nivel y oportunidades, Savannah lo hace para que nadie vea cuán potente es su luz interior. No puedo decir que no esté de acuerdo con lo que hace. Mientras menos personas sepan de ello, menos sacarán provecho.

Así que mandé a la mierda al psicólogo del kínder cuando me dijo que debía llevarla a terapia. Nuestra hija se abriría a quién quisiera y a quién se sintiera cómoda para hacerlo, los demás, por más triste y lamentable que sonara, podían sobrevivir sin conocerla.

Me levanto cuando Olga, nuestra ama de llaves, se acerca a la piscina para llevar a Savannah por su merienda. Ella mira por encima de su hombro a Will mientras se va, prometiéndole que volverá una vez haya terminado. Si no fuera porque hoy le toca comer su yogurt favorito, con trozos de piña y galletas de avena, no se habría ido sin luchar. 

Como yo, su padre es su persona favorita.

Tiene solo cuatro años, pero mi corazón se hunde al pensar en un futuro donde no nos necesite. Somos tan dependientes de ella como ella de nosotros. Aunque pocas cosas hacen que quiera llorar, el que un día Savannah no nos necesite más como lo hace ahora lo hace.

─¿Otra vez pensando en cuando Savannah se vaya a la universidad? ─pregunta Will cuando se detiene frente a mí, sus ojos grises suaves mientras limpia sus gafas antes de ponérselas y me examina desde arriba, a lo que asiento y me incorporo.

─¿No hay una pócima que la mantenga así para siempre?

Will niega, secando ahora su cuerpo.

No puedo evitar que mis ojos se deslicen a su torso, donde gotas de agua resbalan lentamente hacia abajo por encima de su piel blanca. Como ex jugador de fútbol americano, lo cual practicó tanto en la secundaria y preparatoria como en la universidad, su contextura se ha mantenido musculosa y tentadora pese a que no fue reclutado por ningún equipo, su único demonio interno.

Will era bueno, pero sufrió una lesión que le impidió mostrar su talento cuando fue necesario. Aunque no debería alegrarme el que no hubiera cumplido sus sueños, fue ahí cuando nos conocimos. En el día más sombrío para ambos. Había perdido mi beca porque no fui capaz de mantener mi promedio teniendo tres empleos para subsistir, puesto que mis abuelos fueron deportados cuando empecé mi carrera como bióloga botánica y mis padres se fueron con ellos para poder cuidarlos, y Will no había podido cumplir sus sueños. Nos encontramos ebrios en un bar del campus.

Fuimos el desquite del otro por un largo, largo tiempo.

Luego nos dimos cuenta de que éramos buenos apoyándonos mutuamente, nos hicimos novios, nos casamos y cuidamos de la natalidad hasta que fuimos lo suficientemente ricos para darle a nuestra hija todo lo que nosotros no tuvimos mientras crecíamos.

─Estoy seguro de que no querrás haber dicho lo que dijiste cuando Savannah sea capaz de ir de compras contigo.

─Y yo estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo cuando un idiota rompa el corazón de tu pequeña ─susurro por encima de sus labios tras levantarme, a lo que Will responde rodeándome con sus brazos y estrechándome con fuerza contra él.

─Nunca ─pronuncia de manera baja y profunda antes de besarme con hambre y salvajismo, lo que causa que haga ademán de querer envolver mis piernas en torno a su cintura y me alce colocando sus manos en mi trasero para que cumpla mis deseos.

Una vez empiezo a frotarme contra él, Will nos lleva al granero en el que se guardan las herramientas para el mantenimiento de la casa, en especial de nuestro jardín, y hace a un lado la tela de mi traje de baño para entrar en mí. Envuelvo mi mano derecha en torno a su cabello cuando presiona mi espalda contra la madera al empujarse una y otra vez en mi interior mientras mantiene enterrado su rostro en el hueco entre mi cuello y mi hombro.

Cuando terminamos, lo alza y me sonríe con los párpados caídos.

Me enamoro un poco más de él entonces.

Estamos casados desde hace seis años, somos pareja desde hace ocho, tenemos una hija de cuatro y sigue viéndome de la misma manera que lo hizo cuando desperté en su cama el día después de que nos conocimos y ahogamos nuestras penas juntos. Me desea de la misma manera que lo hizo entonces. Al igual que yo lo hago ahora mismo con él.

─Te amo ─susurra mientras se retira de mí y acomoda nuestra ropa, sosteniéndome para que no me caiga─. Vamos con Sav. Nos va a odiar si la dejamos sola. Los domingos son de ella.

Aunque muchas mujeres sentirían celos de sus propias hijas debido a que su apuesto esposo prefiera pasar tiempo dejándose maquillar por ellas que disfrutando de un candente cuerpo femenino en bikini, yo no lo hago. Will y yo estamos juntos todas las noches y durante los huecos libres que tenemos entre semana. Los sábados nos los tomamos para hacer cosas en pareja a las que a veces podemos llevárnosla, pero los domingos son para nuestra pequeña y él tiene razón. Ella nos odiará si nos tardamos en volvernos a reunirnos. Savannah solo aprendió cuales eran los días de la semana para saber cuándo sería domingo. Tiene un calendario junto a su cama en el que tacha todos los días que faltan para volver a pasar veinticuatro horas con nosotros dos.

Debido a que toma su merienda en una pequeña mesa de madera en la cocina, nos dirigimos allí apenas parecemos padres de nuevo, no un par de adolescentes hormonados. Olga no está por ningún lado. Mi frente se arruga cuando tampoco veo a Sav.

─Cariño ─dice Will tras el mesón, a lo que lo sigo y dirijo mi mirada al sitio que señala en el suelo, el cual proviene del cajón de dulces.

Ambos seguimos el sendero de migajas que sale de él hasta que llegamos al armario de los abrigos en la entrada. Olga, que estaba ocupada atendiendo la puerta, nos dedica una expresión sonrojada, pero niego en su dirección mientras pongo un dedo sobre mis labios. Savannah comió todo su yogurt con fruta y galleta, pero probablemente quiso más de lo último, lo que tiene prohibido tomar a menos que se encuentre en su menú de ese momento.

Oyéndola masticar, Will toma una puerta y yo tomo otra. Nos miramos hasta controlar nuestra risa antes de abrirlas en par en par en el momento justo en el que Savannah lleva sus regordetas y diminutas manos a sus labios entreabiertos, su cara sucia con más evidencia. 

Sus ojos se llenan de pánico cuando nos ve.

─Mami ─pronuncia, mirándome, antes de ver a Will─. Papi.

Ya que Will me mira, incapaz de decirle algo debido a lo adorable que se ve con su traje de baño blanco con bordados y gorro de natación, doy la cara por los dos poniendo mis manos en jarras.

─Savannah, te dolerá el estómago si comes muchas galletas.

Su frente se arruga mientras baja sus manos y las limpia con la alfombra, sin galletas en ellas porque ya se las comió, y traga una última vez antes de hablar, su frente sumamente arrugada.

─Yo no comí galletas, mami.

Pongo los ojos en blanco ante sus palabras, puesto que su rostro está lleno de migajas, pero termino cediendo de la misma forma que lo hizo Will y me inclino para tomarla en brazos y dirigirnos a la sala para ver una película antes de continuar con nuestro día de piscina. Savannah envuelve los suyos alrededor de mí, pero de camino al sofá hago que se separe de mí para que me vea.

─Lo dejaré pasar esta vez ─susurro en su dirección─. Pero no vuelvas a mentirme, Savannah. Soy tu mami. Veo a través de ti.

Savannah traga, culpa en sus ojos.

─No volveré a mentir ─promete con voz afligida─. Te quiero.

Un nudo se instala en mi garganta.

─Y yo a ti, pequeña rosa.

A pesar de que sé que no cumplirá su promesa y que un día me romperá el corazón alejándose de nosotros, la amo más que a mí misma. ¿Cómo no podría? Es lo mejor de mí y lo mejor de Will.

Así las demás personas no sean capaces de verlo.

Ella es magnífica.


Hola. Espero que este corto relato les haya gustado. La verdad es que fue súper adorable escribirlo. Con respecto a las dudas que puedan tener sobre el concurso, lo que escriban puede estar situado en cualquier momento de la historia, puede tratar de cualquier personaje y puede estar en cualquier género siempre y cuando se tome en cuenta la trama principal.

Debe ser mayor a 1000 palabras, pero menor a 2000.

Y una vez lo tengan listo, me lo envían a mi correo con su nombre de usuario en Wattpad y yo lo publico. De verdad las invito a animarse. Será súper divertido.

Love u.

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Tags: #concurso