6° puesto: Brillante de sangre
POR: Lali / @ms_hellsing
Por las mañanas, desde la sede del Puerto de Pensilvania se observaba impoluto, poderoso, firme y esbelto el ancestral instituto de los sucesos más conocidos del mundo por sus interminables leyendas suburbanas, por los gritos de dolor y agonía que surcan la noche de los transilvanos, con la congoja que produce el viento rechinante en las bisagras desgastadas y mal trechas; aquellas que susurraban el tiempo y despojo de gloria.
Esa gloria que se aclamaba en sus primaveras, y que sucumbió con los gritos de horror.
Ese día Transilvania estaba de fiesta. El festival de sangre, en homenaje al flujo constante de vacacionistas en la zona por la trascendente historia del respetado Conde Drácula. Las calles se visten de rojo, el espectro ancestral del líquido que corre por las venas del pálido rostro de la inmortalidad, las calles; oscuras por las sombra del tiempo y las lluvias, quedan desnudas para pronunciar el esplendor gótico que se mantiene en la cultura, sus miembros, invadidos de excitación por el festival, visten coloquiales para mantener la respetuosa imagen que al amo le agrada en sus fiestas, para mantener la presencia y perfección de muestra la suntuosidad de la piel demacrada pero jovial. La deliciosa ansia de demostrar que las apariencias lo son todo.
Esa noche, bajo el faro intermitente y las sombras de las ramas secas y rugosas, la doncella del grupo más reciente de turistas vagaba bajo la promesa de un grito de gloria, un eureka que valdría el costoso viaje que había pagado por las promesas de una temporada llena de sangre renovada. Junto a ella, el arrullo del cauce de un riachuelo casi inerte.
Ella pensaba que caminar por zonas solas era un placer, un espacio para la solidaridad del alma en pena, cuando las tristezas flaqueaban y energía renovada se apoderaba de ti, que escuchar las pisadas solitarias era el refugio inconsciente de la noción de lo solo que estás en el mundo y en ciertas ocasiones cuando estás rodeado pero te sientes desolado y ominoso.
Entonces escuchó otra pisada.
Se detuvo, respirando pesadamente, sintiendo el frío calarle los huesos y la bilis subiendo por la garganta, espesa y dolorosa, con el frío susurrando voces y poniéndole la piel de gallina. Cerró los ojos y dejó el susto pasar, sintiéndose patética por dejarse intimidar a luces de un día de leyendas sangrientas.
Soltando el aire rebuscó en sí más cordura, "No seas estúpida, no es más que el viento. Estás siendo paranoica". Tomó fuerza en su paso nuevamente, cruzando por el arrebolado muerto y escaso de vestido, con arbustos espinosos y displicentes hasta llegar al brote del río que corría hacia el sur y llegaba a lo profundo del bosque.
Tomó una respiración más, manejando el último ataque de pánico y tragando el mal sabor de su desmesurada reacción. Se puso de cuclillas, el vaquero rozando la tierra y paja húmeda, para observar su reflejo. El agua, tranquila y transparente era el espejo que necesitaba para ver a su costado el espectro desorbitado de una dama observándola desde la lejanía. Con sus manos a su espalda y un vestido rojo carmesí; la mirada perdida en algún lado de su horrorosamente perfecta sonrisa pero perfecta fijación el cuerpo de la turista.
La joven, asustada y despavorida por sendo susto, calló de rodillas sobre la tierra, humedeciendo sus pantalones y rotando su rostro para encarar el horror que la rondaba, pero no encontró nada. Su espalda estaba desolada; solo se observaba el estrecho camino por donde había venido. Sus pisadas en el fango producido por estragos de la lluvia y polvo.
Cerró los ojos una vez más, sintiéndose abrumada por la sensación de estar acompañada, pero era irrelevante. Estaba sola. Sola, mojada y con un intenso presentimiento de ser observada.
Con las rodillas sucias y temblosas retomó la compostura, esta vez con cobardía, y mientras se levantaba minuciosamente percibió un movimiento en su periferia. Girando el rostro bruscamente, casi inhumano, observó el movimiento de ramas muertas que se roían entre sí por acción de la ventisca. Tragó sonoramente cuando vio algo brillante entre las ramas posteriores. Era un brillo hermoso, casi imposible.
Un brillo embriagador y agonizante. Perturbador y adictivo.
Avanzando hipnotizada por el brillo, se hundió en el lago. Primero se mojaron los tobillos, luego las canillas, las rodillas y más arriba de la cintura; pero lo valía. El titilante del brillo era obscenamente cálido, tanto que quemaba sus entrañas. Tenía los pantalones mojados y espesos, y las manos húmedas cuando en vez de descender empezó a subir y sentir la siguiente orilla, cada vez más cerca de la rama en la que hacía su llamado la estrella plateada.
Una vez fuera, sin hacer reparo en la sombra que se deslizaba sonriente detrás de ella, se apresuró hacia el calor del resplandor; entonces llegó a las ramas encaramadas unas entre otras, armando una barrera seca, muerta y espinosa de madera y telarañas. Pero el brillo era intenso y hermoso; entonces, secándose las manos en los pantalones ya húmedos, introdujo sin reparo entre la masa de oscuridad, tanteando puntas, seda animal y rugosidades húmedas de musgo creciente hasta sentir el frío metal que anhelaba.
Palpó el filo del objeto hasta sentir una barra fina por donde pudo enroscar sus dedos y empezar con la extracción del objeto. Moviendo hacia los lados, escarbando entre espinas y rompiendo telarañas venían de regreso su manos y solo se detuvo cuando escuchó una rama romperse tras de sí y seguido una respiración pesada y fría en su nuca.
Sus ojos se abrieron de pavor y, sin importar el cuidado de las puntas de las ramas, jaló sus manos hasta el exterior con la intención de abandonar su excursión y morir en el intento de escapar. Cuando sus manos estaban casi por completo con ella; con cortes, gotas de sangre y largos rasguños, unas manos emergieron de la oscuridad entre las ramas y la apresaron, sosteniéndola y sin posibilidad de liberarla.
La joven gritó de angustia y horror. Las manos era inhumanas: blancas como la nieve, casi transparentes, con uñas pútridas y dedos excesivamente largos que se aferraban a su muñeca. El aliento en su nuca se volvió un soplo de aliento, un olor a podredumbre la embargó y la hizo retorcerse en su liberación, entonces las uñas se hincaban en su piel y le abrían la piel, aferrándose a su carne.
Ella gritó y tuvo espasmos cuando escuchó voces. No una voz, varias que le hablaban en un antiguo lenguaje oscuro, sintiendo como era tocada por varias manos y era envuelta en ellas.
En medio de gritos se miró a sí misma y vio manos en su cuerpo, escarbando ensangrentadas en su piel, explorando dentro de su ropa, y cuando levantó la mirada, la dama de los ojos dispersos estaba frente a ella.
Sin aliento y maniatada solo boqueó al borde de la demencia, entonces el demonio frente a ella levantó su brazo, trayéndola de su espalda, donde se ocultaban sus manos para revelar la carencia de las mismas. La sonrisa del espectro era mordaz y aterradora, y la turista solo se asfixiaba con su saliva y los ojos desorbitados, introdujo el bazo mutilado por donde salían las cadenas dolorosas incrustadas en la joven y una copa de plata con rudimentos y grabados demoniacos emergió sobre el muñón a carne viva del monstruo oscuro.
El murmullo aumentó y los árboles muertos empezaron a serpentear ferozmente mientras un himno maldito elevaba su voz y confundía los gritos aterrados de la joven, el viento se violentó y sintió el tirón de las manos hacia la humedad del suelo, de donde emergían los aterradores miembros sin razón humana posible. Fue jalada por el piso bajo la atenta mirada perdida del demonio de vestido carmesí.
Entonces ella vio que el vestido tenía hilillos sueltos blancos como el marfil que se izaban con la fuerza del viento y comprendió que el vestido color hueso estaba bañado de sangre y el color escarlata era obra del color del fluido.
Eso la aterró aún más e iba a gritar hasta perder las cuerdas vocales, entonces, tocando la espesa agua se sorprendió a si misma con el calor que esta tenía y miró de nuevo. El agua cristalina se había tornado pesada y roja: el agua era sangre. Sangre de donde emergían cuerpos amputados. Muchachas, niños, hombres. Todos sin manos y sin ojos.
Volviendo la mirada hacia el diablo enfrente de ella, maniatada, no encontró nada más que los árboles muertos... y entonces estaba respirando a su lado. La joven perdió la cordura y gritó hasta sentir que extremidades pútridas se internaban en su garganta y pestañeando, ya tenía los ojos perdidos frente a los suyos, observándola ferozmente mientras manos gigantes y con largas uñas emergían del río de sangre y tomaban sus ojos hasta arrancarlos y hacerla retorcerse de agonía mientras las manos en su garganta la abrían desde el interior hacia afuera elevando un cántico demoniaco, en tanto que el fantasma tomaba sangre del río en el artilugio de plata e insertaba los ojos recién extirpados y bebía de la copa hasta tragar las esferas visuales.
Entretanto las partes del cuerpo de la turista se hundían en el fondo del cauce y el demonio devolvía el brillo hipnotizante a su lugar y se escondía en las profundidades del bosque, una niña curiosa ingresaba al bosque siguiendo la guía del sonido del arroyo y el viento, esperando encontrar un nuevo tesoro que recolectar, mientras el susurro de las hojas le cantaba al son de la sangre corriendo......
No mires atrás....
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