2° puesto: La copa de oro
Por: Alma / @AlmaCruzMorgenstern
La abuela siempre solía contarme historias cuando era pequeña. Historias que en algunas ocasiones eran difíciles de creer. Las personas más cercanas a ella decían que tenía una gran imaginación... y los doctores solían llamarla loca, para serles sinceros también lo creía así.
Desde que la conocí llevaba consigo una caja de tamaño no tan pequeña de color entre amarillo y negro, por su color y textura todos pensábamos que era de oro con unos extraños símbolos tallados, digo pensábamos porque jamás nos dejaba tocarla. Aún recuerdo cuando por error la había tocado y ella se había enojado mucho, nunca la había visto de la forma en la que se había puesto cuando me encontró sosteniéndola, el aire se sentía pesado y por un momento creí que la abuela se infartaría juraría que cambió hasta el color de su cara. Pensé lo peor, pero la abuela solo se había quedado ahí. Parada. Observándome. Pasaron varios minutos que yo sentía como horas hasta que por fin ella hablo, mirándome de una manera tan espeluznante dijo "Te contaré una historia, escucha atentamente" me costó trabajo reaccionar, me sentía muda, era como si alguien hubiese puesto una mano sobre mi boca impidiéndome hablar.
Después de varios minutos al fin pude reaccionar y tartamudeando respondí muy quedamente e inaudiblemente un "Sí". Así que me tomó de la mano y me llevó al sillón donde comenzó a narrarme una historia algo muy difícil de creer...
-La caja pertenecía a alguien que mi bisabuelo conoció hace mucho tiempo-comenzó la abuela- y desde ahora te digo que cuando no esté yo debes cuidarla y protegerla con tu vida y jamás contarle a nadie sobre ella. Lo que contiene adentro no es de tu incumbencia, probablemente si lo sabes puede ser muy arriesgado para ti, entre menos conozcas mejor.
-¿Entonces como sabré que protejo?-respondí yo algo confundida.
La abuela se quedó observándome por algunos minutos y sin más respondió "Aquellos que por ambición anhelen saber que contiene la caja su sangre se derramará de ella". Sólo te diré cinco cosas que creo yo debes conocer para salvaguardarla. Lo que contiene esta caja le da vida a los muertos y se la quita a los vivos; la segunda es que aquella persona que entre los muertos reviva no volverá a ser la misma puesto que su alma ya se encontrará en el Aqueronte rumbo al Tártaro y de allá jamás saldrá; la tercera es que aquel quien derrame su sangre por ella jamás encontrará la paz, puesto que ahora su alma pertenece a ellos y ellos la reclamarán como suya; la cuarta es que aquella persona que por sacrificio la derrame será recompensando con riquezas por lo que perdure su vida y la quinta pero no menos importante es "nunca" derrames la sangre que cayo en ella hacía ti. Muchas personas que aún no conoces pero ya aparecerán vendrán a buscarla, cuando lo hagan por ningún motivo se las des, escóndela siempre de todo y todos. No confíes en nadie puesto que todos algún día te van a traicionar ya sea hoy, mañana o quizá dentro unos años. Pero lo harán, de alguna u otra forma y sobre todo siempre recuerda que el poder corrompe a todos aquellos que lo ambicionan.
Cuando terminó se puso de pie y me dejó allí. Sola. Pensando y asimilando todo lo que acababa de escuchar. No sabía si creerle pero como mi madre siempre me decía "Todo loco tiene algo de cordura en cada cosa que dice y cada historia tiene algo de verdad en sus palabras". Mi parte racional me decía que no le creyera pero mi intuición me gritaba que ahora que sabía la verdad fuese más cuidadosa en lo que hacía o decía...
Y ahora me encuentro aquí, parada enfrente del ataúd de quien me ha marcado para siempre, puesto que desde ese día algo cambio para mí. No sabía si era para bien o mal pero ya estaba hecho. Me volví más sigilosa en cada paso que daba, cada cosa que hacía e inclusive llegué a pensar que andaban acechándome obligándome a que no quisiese salir de mi casa y cada vez que por algún motivo tenía que hacerlo y salir a alguna parte debía mirar y mirar hacía atrás cerciorándome de que no fuese así.
Necesito aire fresco y oler el delicioso aroma que queda como producto de una llovizna así que salgo al patio y sin rumbo fijo camino y camino. Por mi cabeza corren muchas imágenes pero la que más se repite y se repite es la de aquella cajita, me pregunto que tendrá y una vez más me repito que no es de mi incumbencia y que es mejor así, pero ahora que la abuela ya no está ya no le veo mucho sentido a mi vida puesto que ya no habrá nadie que me cuente historias fantasiosas o que haga volar mi imaginación. Me paré enfrente de un árbol y me di cuenta que algunas lágrimas brotaron de mis mejillas, me permití llorar, había soportado verla tendida en ese ataúd sin derramar una sola lágrima por lo que me sentí libre de llorar ahora, sin que nadie me mirase y sintiese lástima por mí sin embargo nuevamente aparecieron esas imágenes de la abuela abrazando esa cajita y sin pensarlo empecé a caminar, sólo que está vez sabía hacía donde me dirigía...
Al llegar a casa abrí rápidamente la puerta y subí corriendo las escaleras dirigiéndome hacía mi cuarto. Al entrar fui directamente hacía donde la había escondido y la saque poniéndola sobre mi cama, cuando escuché un ruido proveniente de la sala. Me puse inmediatamente de pie justo en el momento en que mi puerta se abría y entraba un hombre de mediana edad, de ojos café obscuro y con una sonrisa tan macabra como nunca había visto una.
Entonces recordé que al abrir la puerta no tenía seguro y sabía que todos éramos lo suficientemente prevenidos y quizá algo exagerados en cuanto pasar el seguro de la puerta ya que habíamos escuchado sobre algunos robos en el vecindario.
El hombre se me acercó, sin pensarlo coloqué la cajita atrás de mí deseando con todas mis fuerzas que no la hubiese visto sabiendo que era tarde pues el hombre no quitaba la vista de la caja... El hombre se me acercó más y más y fue entonces cuando me di cuenta que iba armado...
Grité. No sabía que más hacer, por lo que hice lo que toda mujer hace cuando se asusta. Grité y grité. Quizá como jamás en mi vida lo había hecho. Grité como si se me estuviese saliendo en alma (porque así lo sentía). Grité por el dolor que sentía al fallarle a mi abuela tan pronto ella partió. Grité porque sabía que nada podía hacer, pero algo si sabía. Moriría por protegerla así fuese lo último que hiciese, lo haría.
Sentí una mano tapar mi boca y luego la pistola apuntando hacía mi frente. Sabía que iba a morir... Cuando escuché pasos y otro hombre igual o aún más perverso que el que me estaba apuntando entró riendo y le preguntó al otro donde estaba la copa, al principio sentí un gran alivio puesto que yo tenía una caja y ellos buscaban una copa, hasta que recordé que realmente no sabía lo que contenía esa [[cajita]].
El hombre apuntándome señaló atrás de mí y el otro se apresuró a tomar la caja.
Al principio se quedó observando la caja con una malicia que nunca había observado, después de unos minutos cuando el aire estaba cargado de suspenso el hombre abrió la caja y todos, absolutamente todos quedamos atónitos, pues jamás imaginé que [[eso]] pudiese contener la caja...
La alzo en lo alto y lanzó una carcajada que resonó en todo el cuarto y juraría que en toda la casa. Mis ojos no podían creer lo que estaban mirando... Era una copa. Pero no cualquier copa. Por su color daba un aspecto de satánica, era una mezcla entre hermoso y macabro.
El hombre sacó de su chaqueta una navaja y acercándose a mí hizo una cortada a mi palma. Aguanté las ganas de gritar (no iba a darle esa satisfacción). De mi palma brotó mucha sangre y toda fue directa a la copa.
El hombre satisfecho con lo que quería retiro la copa y la puso sobre sus labios.
Se partió el piso. Cerré los ojos. Lista para morir. Pero no sucedió nada. Por lo que los volví a abrir y pude divisar a un hombre rodeado de sombras negras, eran enormes. Todas lo rodeaban. Él gritaba y gritaba. Pero las sombras no se iban. Una de ellas me acercó. Grité asustada, pero no me lastimó. Sólo se quedo allí. Parada. Mirándome. Al cabo de unos minutos desaparecieron y el pobre hombre al cual minutos antes rodeaban estaba tirado en el piso. Me acerqué a él. Pensé que estaba muerto. Pero él abrió sus ojos. Al principio todos negros al final regresaron a su color normal. Algo dentro de mí me decía que el ya no era humano o quizá en lo más profundo de su ser sólo quedaba muy poco de humanidad.
Mentalmente recordé las palabras que me había dicho alguna vez mi abuela...
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