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7. Los ángeles nos han escuchado

Llevábamos alrededor de veinte minutos jugando. No era por vanagloriarme, pero yo ya estaba ganando,  lo cierto es que yo era mejor en esto que Kathleen, lo cierto también era que a ella no le llamaba la atención esto, pues prefería jugar a pin-pong, o el baloncesto.

El deporte del baloncesto tenía mucha competencia entre nosotras, porque éramos muy buenas. Y ya no lo éramos tanto cuando Sean se unía con nosotras.

─Vamos, Kathleen. Llevas varios minutos así ─me sostuve entre el taco.

─No me presiones, prima mía ─habló con mucha calma.

─Sé que te pongo nerviosa ─susurré más para mí que para ella.

Kathleen rodeó la mesa sin quitar la vista sobre la bola roja lisa. Entre la blanca y la mencionada bola, se interponian dos bolas llanas, en forma de zigzag pero juntas.

Suspiró ante eso, y se inclinó hacia la mesa con el taco. Fueron un par de segundos con mucha concentración para golpear la bola blanca con una fuerza media. Logró meter la bola llana roja, no obstante, la bola blanca la siguió al hoyo.

─¡Mierda! ─gritó Kathleen con molestia.

Giré los ojos ante su palabra absurda.

Entonces negué con la cabeza para luego moverme hacia ella y darle un golpe ligero con mi cadera a la suya, con el fin de apartarla. Me estiré hacia el mobiliario para agarrar la bola blanca y situarla a mi suroeste, que era atrás de la última bola lisa amarilla que quedaba, el número uno.

Me incliné hacia la mesa, fijé la línea vertical hacia esa dirección para darle al hoyo de en medio. Golpeé con fuerza alta, y la bola blanca quedó intacta en el mismo lugar.

─Kathleen ─le llamé y ella volteó a mirarmecon atención ─. ¿Lista para leerte cada día un libro por 15 minutos?

─¿Qué esperas? ─me sonrió de fingida felicidad.

Le sonreí de lado para después enfocar mi vista a mi último objetivo; darle la bola negra con el número ocho. Mi número favorito.
Volví a inclinarme, y no fue difícil calcular la distancia y la fuerza que aplicaría, pues en menos de cinco segundos, la bola ya estaba en el hoyo.
Me enderecé con una sonrisa en mi rostro, sintiendo la pequeña victoria entre mis manos. Me dirigí hacia ella mientras miraba en el entorno en busca de Gunther.

Unos chicos de chamarra de piel gritaban eufóricos por un juego que realizaban cerca del bar, entonces alcé una ceja dándome cuenta que este era un bar como cualquier otro para ellos. Visualicé las letras adornadas en su espalda. Los Ángeles.

─Los ángeles nos han escuchado ─dijo Kathleen.

─¿Los conoces? ─pregunté confundida aún mirando a ese lado.

Kathleen me jaló el suéter rojo de la manga hacia abajo. La miré y en su rostro pidió que mirara hacia donde sus ojos estaban fijos en un determinado lugar. Moví los ojos hacia esa dirección y entendí a que se refería.

Lo miré por unos segundos, dándome cuenta que era la sonrisa cautivadora que nos estaba dando a Kathleen y a mí. Ya sabía que lo estábamos viendo, pues miró hacia la mesa de billar. Sentí un cosquilleo tan fuerte sobre el estómago que se elevó hacia mi pecho, como consecuencia de que mi piel ya se  estaba enrizando.

─Es un pecado.

Kathleen metió el chicle pegado en su dedo para luego sacarlo de manera coqueta. Él miró en su dirección. Yo sólo giré los ojos, me di la vuelta para dirigirme al bar a pedir un vaso de agua. Gunther estaba ahí, sentado en una esquina con las bolsas de compras.

Como un recuerdo fugaz, la sonrisa de ese señor volvió a aparecer en mi memoria, haciéndome estremecer un poco. Parpadee por la sensación para interrumpirlo, fue entonces que me dieron el vaso de agua para dirigirme hacia Kathleen. Pero me detuve cuando observé que Kathleen estaba al otro lado de la vitrina, hablando con él.

Él le sonreía. Con poca exactitud no supe como descifrarlo. Continuamente siguió en su papel, hasta enfocar su atención a mí a través de la vitrina que separaba el pasillo con el billar. Le di la espalda y me recargué en la esquina de la mesa, tomé un sorbo de agua y miré el reloj que yacía en la pared del lugar.

Ya eran las tres y media de la mañana. Solté un bostezo por un largo tiempo, cerré los ojos y los apreté para espantar el sueño que ya se estaba apoderando de mi mente, así como el cansancio hacia lo suyo con mi cuerpo.

Me di la vuelta hacia la vitrina para llamar a Kathleen tocando el material, pero ya no estaba ahí. Me acerqué más a la pared invisible con el vaso en la mano para buscarla en el pasillo, pero no había prácticamente nada.

Di dos pasos hacia atrás para darme la vuelta y regresar a mi sitio en la mesa de billar. En un lado de la pared que ocupaba la media estancia de las mesas de Billar, se hallaba una chica y un chico mirándose con mucho morbo, y había mucho deseo en sus ojos. Y su lenguaje corporal mostraba justamente eso. No lamenté el notarlos, pero sentí incomodidad ante ello. 

Decidí dirigir mi atención a las bolas del billar y las agarré una por una para acomodarlas en la figura del triángulo. Una vez acomodados, busqué el taco que yo estaba usando para regresarlo a su sitio con los demás.

Se le da bien jugar.

Miré hacia al frente, sintiendo una especie de escalofrío.

─¿Perdón?─dije sin mucho pensar.

─¿Me permite jugar una ronda con usted? ─habló mientras se recargaba sobre un estante.

Recorrí la mirada en su traje gris oscuro. Vestía una camisa a rayas delgadas, lo acompañaba una corbata negra con puntos blanco con un perfecto nudo, que me gustó. Regresé la vista a sus ojos, y por las luces de la estancia visualicé el color azul.

Un azul claro.

Entonces me sonrió mientras me miraba fijamente, donde yo sonreí casi con nervios.

─Lo siento. Ya es muy tarde para mí ─dejé el taco en su lugar, de reojo vi a Gunther en la entrada del Billar ─. Gracias por su interés.

Pasé a su lado haciendo el cabello a un lado, no sin antes de dedicarme una sonrisa un poco humorístico.
Me dirigí hacia Gunther con falta de aire, en donde me sentí rara por ello.

Kathleen entró al lugar y me miró con una sonrisa.

─¿Le has visto? ─miró a través de mí ─. ¿Dónde está?

─Ya es hora de irnos ─ignoré sus preguntas ─. Ya son más de las tres de la mañana y presiento que tu mamá nos castigará hasta la muerte.

─Exageras mucho, Narella. Ven, vamos a buscarlo.

─No, no ─esquive su mano cuando intentó tomar la mía ─. De verdad, ya es hora de irnos.

Me miró un poco molesta y se dio la vuelta, dejándome a unos pasos atrás. Suspiré pesadamente por su actitud, pero tan pronto llegó, lo deseché de mí. Salí ya del Billar junto con el conductor, hasta salirnos por completo de la estancia que conformaban el Billar, el Avnet's Casino, y las tiendas de ropa.

Nos encaminamos hacia al fondo del pasillo donde se hallaban los tres elevadores del hotel. Nos metimos al segundo y presionamos el botón dorado, que era el último piso.

Al llegar, le di las gracias a Gunther mientras me daba las bolsas de compras. Me sonrió a manera de despedida y se dirigió de nuevo al elevador para luego cerrarse. Kathleen y yo abrimos la puerta del ático. Caminamos descalzas y a pasos lentos, haciendo el menor ruido posible a estas horas.
No quería imaginarme de la regañada que nos daría mi tía Ángela, por eso la razón de mi insistencia de estar ya aquí, y a ciencia cierta ya estaba cansada y con sueño.

Kathleen me tomó de la mano y me dio un beso en la mejilla, dándome las buenas noches. La abracé deseándole lo mismo.
Cada quien se metió a su habitación, prendí la luz de mi habitación, manteniéndola a un nivel bajo. Dejé las botas en la esquina de la habitación y me desprendi de la vestimenta. Me puse la pijama de seda, me cepillé el cabello quebrado y esponjado que tenía siempre. Miré mi cama matrimonial, alcé sus cobijas rosas y me eché en ella, no sin antes de apagar la luz.







Lunes, 17 de Mayo  de 1993

Permanecía sentada en mi banca habitual desde que había iniciado el ciclo escolar 1992-1993, esperaba la calificación del último examen de la materia Psicología Del Hombre.

─Hey, Narella.

Miré detrás de mi hombro.

─¿Cuánto has sacado, bonita? ─me miró con interés.

─Aún no lo sé ─respondí amablemente como siempre lo hacía ─. ¿Por qué?

─Tengo la idea de que más de la mitad del grupo hemos reprobado esta materia.

Alcé una ceja.

─¿Lo dices en verdad? ─pregunté un poco nerviosa, él asintió ─. Presiento que yo me uniré a ellos.

─No lo creo, bonita. Tú siempre has pasado todas las materias con dieces.

Le sonreí de lado.

Era Rick, un estudiante colombiano que estaba de intercambio. Al principio, como a todos nos ha sucedido, no nos llevábamos para nada bien. Nuestros gustos, nuestra forma de pensar no encajaban en absoluto, sin embargo, hubo una punto que nos ayudó a estar en los mejores términos, pues ciertamente yo aborrecía tener némesis.

Y aún así los tenía, sobre todo con mis compañeras. Pero, ¿qué podía hacer? La envidia era una amiga muy poderosa para cegar a una chica que tenía sus propias cualidades como cualquier otra persona.

Narella Avnet.

Me puse de pie. Esta vez traía mis tenis blancos y no los que usualmente llegaba a usar, los tacones.

─Aquí tienes ─mostró los papeles en frente de mis narices con un humor por los suelos ─. ¿Alguna duda?

El apresurarme de algo que todavía no empezaba a checar me molestaba altamente. Tuve que aguantarme la molestia, no quería causar una pequeña discordia entre él y yo.

Rápidamente leí los porcentajes, sus números y demás de cada actividad, prácticas y ambos exámenes que ya habia realizado.

─¿5.8? ─pregunté confusa de lo que veían mis ojos ─. ¿Cuál fue el problema?

─No hubo problema, Avnet.

─Sí lo hay. Me está reprobando de su materia, profesor.

─Tus prácticas no fueron de los mejores. Y tu último examen tampoco lo fue.

─¿Me puede mostrar el examen, por favor?
─hablé lo más tranquila posible.

Buscó entre sus carpetas el grupo correspondiente. Entre las hojas encontró mi examen y me la extendió. Lo tomé y miré mis respuestas en cada una de ellas.

Para ser un total de 60 reactivos, tuve mal 23 de ellos.

─Profesor, ¿puede especificarme en qué me equivoqué? ─pedí aún con una fingida serenidad, por dentro estaba enfureciéndome.

─Ya son las dos de la tarde. La oportunidad de explicarte tus errores por cada reactivo ha caducado ─se mantuvo de pie y recogió su antiguo maletín ─. Debo ir a la junta de profesores.

─¿Puedo ir a su oficina? De verdad necesito que me lo especifique. No tengo la certeza total de que me haya equivocado ─me sinceré.

─Tú lo has dicho, Avnet. No todos pueden ser pulcros en cuanto a sus calificaciones.

Pasó a mi lado, sintiendo su cercanía, provocándome asquedad ante ello, pero no me impidió para seguirlo.

─Profesor, se lo pido.

No lo detuvo, siguió caminando hasta salir completamente del salón. Sin embargo, no tuve mucha conciencia en ese momento, pues salí detrás suyo, hablándole aún con una calma impresionante que no solía tener en esos momentos. Sentí unas inmensas ganas de vomitar por los nervios, y de golpear arduamente a la porquería de persona que seguía sin detenerse ni un solo momento.

Dio la vuelta para bajarse a las escaleras, y bajó rápidamente, de dos escalones hasta llegar al último piso. Brinqué varios escalones para alcanzarlo y detenerlo frente a frente.

─¿Señor  Frank Bravo O'Connor?

─¿Sí?

Me detuve a varios pasos en las escaleras, y me incliné para ver mi campo de visión.

─Frank Bravo O'Connor, se encuentra bajo custodia legal por abuso a una menor de edad de Bachillerato ─el policía se mostró rígido, sacando unas esposas ─, tiene derecho a guardar silencio ─se acercó al profesor y le juntó ambas muñecas por detrás ─.  Cualquier palabra se usará en contra de un juicio penal.

─¡Suélteme! Tenga piedad de no hacerlo aquí.

Abrí los ojos, pues él estaba aceptando el hecho de haber cometido ese acto con una menor.

─Llévenselo ─pidió el policía a los otros dos que lo acompañaban desde el patio de la Universidad.

¿Qué diablos hacen aquí? ¿Quién les autorizó entrar a una institución escolar?

Reconocí al instante la voz, se trataba del Director Académico de la carrera de Medicina.

─El señor Frank Bravo O'Connor cometió abuso sexual contra una menor. Debe ser llevado a la fiscalía.

─¿Señor Bravo? ─el Director miró al profesor, quién este no le dirigía la mirada por la vergüenza ─. ¿Qué diablos hizo?

─Usted no se meta ─habló tajantemente el profesor, donde le dedicó una mirada imborrable.

Los policías procedieron a llevarse a mi antiguo profesor, sacándolo por la entrada del edificio.

El Director Académico alzó la mirada y me miró con sorpresa de verme en las escaleras.

─¿Señorita Avnet? Dígame que usted no está involucrada en esto ─se mostró nervioso como siempre.

─¡Por supuesto que no! ─bajé de las escaleras ─. Le seguí para que me explicara el porqué de mis calificaciones, pues ahora me reprobó ─le mostré las hojas.

Echó una breve vistazo y se tocó la cabeza.

─Debo consultarlo con la junta ahora mismo ─habló más para él que para mí.  Sabía que no hablaba de mis calificaciones, si no de lo otro ─. Señorita Avnet, regrese al salón. Daré el aviso por las altavoces de que las clases se suspenden por hoy.













¡Buenas, lectores!

Otro capítulo más. Ya vamos empezando poco a poco, así que espero que le esté gustando de verdad.

Me gustaría que votaran y me dejaran un comentario, jeje.

Amor y paz.

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