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4. Una noche con papá

Jueves, 13 de Mayo de 1993


Me sentí aliviada al concluir el último examen del día. Ayer realicé uno, y hoy por la mañana realicé el penúltimo. Sí, solo me faltaba un examen: La Psicología Del Hombre.

Me puse de pie frente al profesor Bravo y le entregué las hojas del examen. Solo asintió con la cabeza y no dijo nada.

Había ocasiones en que el profesor se portaba de una manera irritante, queriéndome hacer el ridículo frente a mis compañeros, sobre todo cuando no lograba sus expectativas, como: dar un buen argumento de algún paciente que luego nos presentaba para poder identificar alguno trastorno que pudiera padecer tal paciente, o como también había veces en que el profesor sólo quería la definición de algún término en concreto tal como estaba escrito. En lugar de hacer lo propio, me limitaba a explicar, o a argumentar un poco más, y que no viera que yo me había memorizado aquel término.

Odiaba hacerlo, pues yo misma sentía que así no estaba adquiriendo ningún aprendizaje.

Y había ocasiones como éstas, que sólo me dedicaba un asentimiento de cabeza, o un atisbo de una sonrisa casi torcida. Y lo extraño era que lo hacía cuando no estaban mis compañeros. Había llegado a una conclusión algo extraña y ridícula, pensé: ¿le atraigo de algún modo que por eso reacciona de ese modo?

Tan pronto como lo pensé, lo deseché de la misma forma. Ese día que lo pensé por una vez, me regañé mentalmente.

Me di la vuelta al salir del salón, casi corriendo hasta que pude dar con las escaleras abajo. Saqué unas hojas de la mochila nueva que me compré esta mañana, había solo un apartado que había subrayado para corroborar el número del auditorio.

El Auditorio Freud, era justo ese el que debía dirigirme ya, para presenciar un seminario donde estarían varios profesores expertos de las grandes escuelas en toda América. Aunque traía puesto mis tacones bajos, no me estaba cansando en lo absoluto gracias al ejercicio.

Al llegar a la entrada, me detuve casi al instante al percibir a un compañero que había estado evitando desde que inició el último semestre.

─¡Narella!

Sonreí falsamente ante su saludo de mano entre los estudiantes.

─Fabrizio ─hice a un lado mi cabellera café ─. ¿Qué pasa?

─¿Vienes con Kathleen?

─No. Y no sé si ella va a estar aquí ─expliqué sin mostrar tanto mi molestia.

─Oh, es que me enteré de que ya no anda con Sean ─asomó una gran sonrisa ─. Quería apoyarla en su tristeza.

Lo miré apretando las cejas.

─Espera ─alcé un poco la mano ─¿Cómo sabes que ya no anda con Sean? ─lo miré sospechosa.

─¿No estás enterada?

─¿Enterada de qué?

─En las noticias salió un reportaje de un incendio en uno de los departamentos en Nueva York. Y dijeron que el dueño era Sean McArthur. Y salió una joven extraña gritando que... ─se detuvo abrupto, pensando a conciencia lo que estaba por decir.

─Si no piensas contarlo todo, no te molestes en hacerlo para la próxima, Fabrizio ─lo miré sumamente molesta cuando hizo un gesto burlón ─. Y es sólo una relación fallida, no la muerte de alguien.

Pasé por su lado, caminando a pasos rápidos para ya adentrarme al espacio cerrado.

─¡Espera un momento!

No me molesté en siquiera voltear la cara, así que bajé por las pequeñas escaleras para sentarme en medio de los asientos.

El enojo se esfumó cuando encontré el lugar perfecto, que era justo al centro del auditorio. Acomodé la mochila en mis pies, al grado de que no me estorbara. Miré la hora del reloj de mi muñeca y sólo conté que faltaban un par de minutos para que diera inicio al seminario que daba como nombre: Un Viaje A Las Profundidades Del Yo, con la finalidad de profundizar uno de los temas más reconocidos de Sigmund Freud.

Comencé a buscar a Kathleen, pero el auditorio estaba casi lleno, era muy poco probable que la localizara con facilidad y rápido. Y más porque la mayoría de las universitarias tenían la cabellera rubia.

Saqué mi celular Nokia para hacerle una llamada a Kathleen y advertirle que hoy no estuviera conmigo, pues temía un poco que Fabrizio fuera como perro faldero si la veía, sobre todo ahora que Kathleen ya no estaba en una relación.

Un recuerdo surgió en mi mente.

Teníamos un evento escolar que se organizaría en el salón de fiestas que la Universidad tiene. Kathleen, otras chicas y yo éramos las encargadas de decorar el lugar, al puro estilo carnaval. Con sinceridad, hubo mucho dilema con las otras chicas por tres largas semanas, y la razón era que no sabían diferenciar el estilo carnaval con el estilo medieval, debatiendo que eran las mismas características del estilo elegido por los votos del último año de la carrera. Y no era así.

El día había llegado. Kathleen y yo llegamos al salón, y la verdad es que todo lucía más que bien; las luces hacían lo suyo, y la música no podía quedarse atrás por el DJ que las chicas quisieron contratar. El único problema fue que, Fabrizio nunca dejó en paz a Kathleen en toda la noche, y decía a cada momento que se sentía tan hechizado de la belleza de mi prima que incluso todos lo que estaban a su alrededor no daban crédito a lo que veían frente a sus narices. Pero eso no era lo peor. Sean había llegado al salón a brindarle muchos golpes a Fabrizio. Kathleen y yo tuvimos que calmarlo.

Fue un poco humillante, nadie de los que estaban ahí nos ayudaron, y sólo se limitaron a hacernos gestos de burla. O nos miraban como si fuéramos la peor mugre que había existido en la humanidad.

Desde ese fatal día, todos los de la escuela ya no nos trataban como antes, al menos con respeto, lo único que nos brindaban como universitarios. Lo curioso aquí era que los superiores de la escuela nos empezaban a tratar a Kathleen y a mí como si fuéramos unas muñecas, hecho que no lo marcaban tanto, antes de ese suceso.

Las luces del auditorio se apagaron al momento de que la llamada entró.

─¿Dónde estás? Estoy como loca buscándote.

─Estoy en el centro del auditorio. ¿Y tú?

─Ya te vi. Voy para allá.

─Kathleen...

La llamada se cortó. Alejé el celular y lo guardé en la mochila. Rápidamente visualicé el lugar físico para ver si Fabrizio no se hallaba cerca de este espacio.

─¡Listo!

Kathleen llegó airosa con la mochila y se situó a mi lado con una sonrisa.

─Kathleen, no quiero alarmarte, pero me acabo de enterar de una noticia algo rara. ¿Estás segura de que me contaste todo lo de ayer con Sean?

Kathleen me observó con la mirada en confusión.

─¿De qué me hablas ahora, Narella?

─¡Aquí estás, por fin!

Ambas abrimos los ojos al tope.

─Guau, Kathleen ─Fabrizio la miró con la cara de placer, para después sonreírle ─. Esa ropa te luce muy bien, princesa.

─Vámonos.

Kathleen me agarró la mano, y rápidamente me puse de pie para llegar al pasillo y salirnos del auditorio. Era más preferible perdernos el evento que soportarlo a él en ese inicio que daba el seminario.

─¡Espera! Kathleen, no te vayas, por favor. Sólo quiero decirte que lamento que no haya funcionado tu relación con Sean McArthur ─se detuvo enfrente de nosotras, impidiéndonos el paso a la salida ─. Espero que estés bien, princesa. Yo sé que no fue tu culpa.

─Apártate de mi camino ─vociferó Kathleen, sintiendo como apretaba su mano junto con la mía ─. ¡Lárgate!

─¿Hasta cuando, Kathleen? ─por primera vez, Fabrizio habló con la voz rasposa ─. Déjame al menos acompañarte en estos días.

─Fabrizio, no hagas esto ─hablé con dureza ─. Vete, por favor.

─No te metas, Narella. Déjanos solos.

Lo miré sorprendida de sus palabras. Ya estaba llegando al extremo de las cosas.

Kathleen comenzó a subir unos escalones más, jalándome la mano para luego empujar a Fabrizio a un lado, donde cayó encima de los otros alumnos y dándonos la ventaja de correr en las escaleras de par en par hasta llegar a la salida. Las puertas estaban entreabiertas, así que salimos juntas, dirigiéndonos al patio enorme que habitaba entre los edificios de la institución.

─¿Sabes qué? Voy a decirle a mi tío que venga, hable con el director y expulse a ese idiota sin remedio. No, ya no puedo más ─se agarró la cabeza con fuerza ─. Ya no quiero seguirlo soportando.

─Ya, tranquila ─trataba de respirar con normalidad y de calmarme los nervios ─. Pero me sorprende que hasta ahora menciones que lo deben de expulsar. ¿Por qué?

Kathleen bajó las manos y soltó un bufido mientras negaba con la cabeza, fue ahí que me di cuenta de que quería llorar.

─Fabrizio ya llegó a mi límite, Narella.

Asentí con la cabeza sin decir de más y no entender claramente su respuesta.

Cuando dieron las siete en punto de la tarde, Kathleen estaba afuera con su Jeep, esperando a que yo saliera de una asesoría que tuve que realizar a última hora. Me subí a su carro y emprendimos el camino hacia nuestro hogar.

Al llegar, visualicé en el estacionamiento la limusina negra. Sonreí, y antes de que Kathleen apagara el coche, me bajé dejando la mochila. Corrí hasta la entrada y abrí la puerta, donde casi pegué un inocente susto a una de las empleadas, entonces sólo le sonreí con timidez en modo de disculpa.

─¿Papá?

Caminé hacia la Gran Sala, pero no hallé nada más que la chimenea prendida como todas las noches. Entonces me dirigí hacia la Biblioteca que conectaba dicho lugar y su despacho. Ahí estaba.

─¡Hola, pa!

Alzó la mirada, mirándome a través de sus lentes.

─¡Buenas noches, hija!

Di pasos grandes hasta llegar a su escritorio, se puso de pie para extraer sus brazos.

─¿Cómo te fue, papá? ─me separé un poco, sonriendo ─. ¿Temblaron de miedo al verte en Austria? ¿Qué dijo el payaso de Arnold?

─Todo fue como estaba planeado, sin sorpresas o alarmas. Y claro que temblaron al verme, accedieron a todo lo que les propuse.

Puse mis manos en la cintura, en espera de lo que yo quería saber desde que se había ido de Chicago, que habían sido tres semanas en total.

─Por cierto, ¿qué le pasó a tu teléfono, Narella? ¿Problemas de la recepción?

─No le pasó nada..., compré otro ─hice un ademán con mi mano ─. Vamos, dime que te dijeron, papá.

─Sé paciente. Mientras ve a decirle a Ava que nos prepare un poco de café, hija.

─De acuerdo... ─hice una mueca de fingida tristeza.

─Anda ─me pellizcó ligeramente en el antebrazo, a modo de juego.

Sólo rodeé los ojos de igual modo hasta salir de la Biblioteca.

─Ya llegó, ¿verdad?

─¡Sí! ─chillé sin evitarlo ─. ¿Quieres acompañarnos?

─Tranquila, me iré a dar un baño. Tengo que contarle a mi mamá acerca de Sean. Ya vi las noticias ─se detuvo, donde hizo una mueca de tristeza, a lo que después trató de aparentar que todo estaba en su lugar ─. No te preocupes. Ojalá y tu papá los haya convencido. Hace año y medio que lo esperas, prima.

─Lo sé. Yo espero que sí. Tú descansa, date un largo baño y no te alteres mientras se lo cuentas a tu mamá. Descansa, Kathleen ─me acerqué a darle un abrazo.

─Tú también. Te quiero mucho, Narella.

─Yo también te quiero mucho, Kathleen.

Nos dimos un beso en la mejilla y nos alejamos. Ella subiendo a las escaleras, y yo adentrándome a la cocina a pedirle a Ava que nos sirviera el café.

Aprovechando, fui al Jeep de Kathleen por la mochila, corrí por las escaleras principales que daba el pasillo y a mi habitación para dejarlo sobre mi mueble personal donde solía dejarlo siempre. Me desvestí para ponerme mi pijama, esta ocasión de franela color vino.

Me bajé de dos en dos hasta llegar al piso final y fui a la Biblioteca, donde Ava ya estaba sirviendo las tazas de café. Le agradecí una vez que me senté en el sillón y poniendo mis pies por debajo de mis piernas.

─Soy toda oídos, papá ─dije con evidente emoción.

─Bien ─tomó un sorbo a su taza, y lo posó sobre su regazo, para luego mirarme a proceder ─, luego de los pendientes que tuve que resolver en Viena, fui a ver a Arnold en el Hospital Universitario Foster. Le pregunté por qué no te llegaron los papeles solicitados de la Residencia. Cuando se lo dije, puso una expresión de que quería desaparecer en ese momento. Interpreté su gesto como una ofensa en un principio, pero me aclaró al momento de que no tenía ni idea de lo que yo estaba hablando ─volvió a tomar otro sorbo ─, me pidió una disculpa, y de inmediato fue a buscar los papeles que se requieren para llenar nuevamente tus datos, porque resulta que la correspondencia nunca llegó. Hasta hizo llorar a su secretaria Edna ─, se acarició el bigote al recordarlo ─, platicamos un par de cosas, como tus calificaciones, tus conocimientos adquiridos por el examen que acabas de presentar, tus aptitudes para tratar con pacientes reales, y bueno... un montón de cosas ─se enderezó a poner una cucharada de azúcar a su café ─. Nuevamente me pidió disculpas, y dijo que...

─Vamos, papá. Dímelo ya ─hablé con impaciencia.

─Narella ─me sonrió ─. Oficialmente estás como residente del Hospital Universitario Foster.

Grité de júbilo, donde mi papá hizo un gesto casi divertido por mi reacción. Me puse de pie, dejé la taza en la mesa el centro y fui a abrazarle. Casi le tiraba la taza, pero sabía que no era algo que le importara ahora.

─¡Muchas, muchas, muchas gracias, papá! ─le di un sonoro beso en su mejilla, y luego otro del otro lado ─. Gracias por hacer de mi plan hecho realidad.

─Sueño, querrás decir.

─En realidad, plan suena más realista.

Rio cantarinamente. Me senté a su lado como niña, entonces tomé la taza de café y le di un sorbo.

─Te llegará un recado aquí, para hacerte saber cuando empiezas. Estoy seguro de que serán unos días después de tu graduación.

─No puedo esperar ─seguía sonriendo debido a la emoción ─. Y eso que sólo faltan tres semanas, ¿verdad?

─Así es, hija. Así es.

Nos quedamos un momento en silencio, hasta que yo miré la tabla de ajedrez.

─¿Una ronda de ajedrez, papá?

─¿Por qué no?
















Buenas noches, mis lectores. Espero que se encuentran de la mejor manera :).

Otro capítulo más que he subido, espero gratamente que voten, o me comenten si les ha gustado o si lo han odiado, lo que sea servirá. Estoy segura.

Amor y paz.

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