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38. Pregunta tras pregunta

Jueves, 27 de Enero de 1994
6:45 AM

Había amanecido con bastante sueño por no poder dormir con naturalidad. Toda la noche estuve repasando el beso que yo misma me atreví a darle, logrando que por fin me pudiera levantar de la cama para tomar un té de hierbabuena con el fin de que me relajara, cosa que no pude lograr. Miraba el vacío de la mesa de madera que tenía en la sala. Me sentía avergonzada, pero sobre todo sentía que algo me estaba faltando, y que ese algo me hacía sentir una especie de tristeza en lo más interno de mi ser.

Fue entonces, que cuando me di cuenta de que me había bebido todo el líquido de la taza, había tomado la decisión de hablar con él. Realmente no me sentía preparada para lo que él me fuera a expresar con palabras, porque a como estaban las cosas, era lógico (hasta cierto punto) que él también estuviera de acuerdo con ese íntimo beso que se convirtió en uno apasionado. Podía imaginarme muchas cosas, y muchas de ellas encaminándose con la lógica de los hechos, pero lo cierto era que teníamos que hablar. Al menos yo tenía y necesitaba hablar con él.

Me había puesto un suéter bastante abrigador, al igual que un abrigo que me acompañara a despreciar el terrible frío que estaba haciendo el día de hoy. Esta vez no me recogí el pelo.

Salí del apartamento, me subí al auto y emprendí el camino hacia el Hospital, donde la mayoría de las personas que eran del personal ingresaban a sus turnos matutinos, como así también varios de ellos salían al terminar su turno nocturno. Recordé que al día siguiente tendría mi día de guardia. No me animó en absoluto.

Ingresé a los elevadores me llevarían al segundo piso, abriéndome paso frente a la entrada del Comedor. Giré a mi izquierda donde se hallaba el pasillo ancho y lineal, dirigiéndome a los Casilleros. Dejé todas mis cosas, y me puse la bata blanca. Me miré al espejo para acomodar algún rizo fuera de lugar.

Este es el momento, Narella.

Solté una exhalación fuerte y larga de mi boca. Salí de los Casilleros y fui hacia el salón donde estarían los demás residentes, a excepción de Bob. Me di cuenta de que lo necesitaba también. Al menos un brazo que pudiera apretar para descargar todo mi nerviosismo acumulado en mi sistema a flor de piel.

Visualicé solamente a Lena, dándome poca confianza. Alzó los ojos para verme, y yo desvié la mirada hacia mi lugar, que era el más alejado del escritorio de Marlon. En este caso, era el Dr. Redford.

Esperé alrededor de diez minutos. Fue entonces que apareció por la entrada del salón, con su maletín de cuero. Nos miramos a los ojos, pero su mirada decidió no permanecer sobre la mía por más tiempo, así que miró a Lena.

─Buenos días, Dr. Redford ─saludó con evidente entusiasmo.

─Buenos días, Dra. Mair ─llegó a su escritorio, donde abrió su portafolio de un solo movimiento, luego me miró directamente ─. Buenos días, Dra. Avnet.

─Buenos días, Dr. Redford ─copié su mirada con seguridad.

Al instante, Oswald y Emil entraron, donde el último cerró la puerta y se sentó cerca de Lena, saludándola en voz baja que alcancé a percibir.

─¿Ha dicho algo? ─preguntó Oswald sentándose abruptamente cerca de mí.

─No ─sonreí con gentileza.

Comenzó a sacar un par de cosas que traía en una mochila. Yo le di la espalda, en espera de las instrucciones de la clase de hoy, así que me crucé de brazos, sabiendo lo que significaba ese gesto, pero no duró más de cinco segundos, pues comencé a sentir varios jalones de mis rizos pelirrojos.

─No te muevas ─pidió Oswald ─. Tus adorables rizos de fuego se han atorado en el espiral.

─¿Espiral? ─pregunté confundida.

─De mi libreta. ¿Qué pensabas?

─Espiral de vómito.

Comenzó a reírse.

─Qué imaginación tienes.

Sonreí casi divertida mientras esperaba que la tontería de mi amigo terminara a la brevedad. Enfoqué la vista hacia el Dr. Redford, y él se encontraba parado frente al pizarrón de doble cara, mientras leía algo en lo que parecía un escrito a computadora. De momento me extrañó que no tuviera sus lentes puestos, no obstante, extrajo el objeto de su bolsillo delantero para ponérselos.

─Listo, Narella.

Me tanteé el cabello sin voltearme, aunque ya había bajado los ojos al escritorio de mi lugar. Pensé que el verlo por un tiempo había sido suficiente para no hacerlo sospechoso.

─Buenos días, Doctores ─saludó él, quitándose los lentes ─. He realizado un pequeño cambio para sus pacientes, por lo que solo será el día de hoy. A las doce del día quiero que vayan por su paciente correspondiente que han escrito en sus pizarrones que anotaron en las anteriores clases, y pasen el mayor tiempo posible con ellos. El procedimiento es igual, sin embargo, quiero comprobar por mí mismo si sus pacientes tienen esa confianza que ustedes me recalcaron.

Bueno, como tal no había dicho eso.

─¿Hasta que ellos ya no quieran estar con nosotros? ─preguntó Oswald al alzar la mano.

─Así es. Solo será por primera y última vez.

Me rasqué un poco la frente, tratando de no verlo como algo difícil.

─¿Y qué haremos mientras? ─volvió a preguntar.

El Dr. Redford me miró un instante, y sentí de nuevo los nervios.

─En el auditorio habrá un simposio en una hora. Les recomiendo que vayan.

Sentí un tic nervioso en el ojo. Verdaderamente necesitaba hablar con él para sacarme las terribles dudas. Estaba lista a enfrentarme a lo peor.

─¿Vamos al Comedor? ─habló Oswald, tocándome el hombro.

─Yo... ─me detuve para mirar al Dr. Redford, quien se había acercado a Lena por su llamado, causándome molestia ─. Sí, vamos.

Nos pusimos de pie, y salimos del salón para dirigirnos al Comedor, que se encontraba medianamente lleno. Por primera vez había visto el lugar así. Pensé que se debía por el simposio que habría en un rato, y que era mejor tener el estómago lleno antes de que iniciara el momento donde se expresaran los conocimientos de los expertos de nuestra especialidad.

Tuvimos que esperar quince minutos. Oswald me preguntó dónde estaba Bob, ya que no veía a mi enamorado a lado de mí. Quise darle un golpe en su brazo, cuando entonces mencionó que se merecía que su padre estuviera al borde de la muerte. Cuando le dieron su bandeja de comida, me atreví a preguntarle el porqué de su comentario, lo cual el finalizó diciéndome: sabes que bromeo, Narella.

Había recordado las pocas disputas que habían tenido él y Bob. También recordé que Bob me había mencionado que él se había fijado en su hermana Blair, pero intuí que habían terminado en malos términos en base de como Oswald se refería a los hermanos Hammer.

La hora del simposio estaba por comenzar en su punto, y Oswald decidió irse al baño, diciéndome que me buscaba en el auditorio del Hospital. Sin embargo, me desvié del camino en busca de él. Debía hablar con él aun así fuera el momento y el lugar menos prudente para hacerlo, donde podían pasar cosas casi inimaginables. No lo encontré en el salón, y decidí bajar a buscarlo en su consultorio.

A punto de salir del elevador, mi corazón se detuvo casi de susto cuando el Dr. Redford venía acompañado del Dr. Green, que se adentraban a este mismo espacio. Éste hablaba de un asunto que me perdí al instante, porque mis ojos estaban fijos en él. Lo tenía a solo unos metros de mí, y recordé su calor que acaparó mi cuerpo de sus brazos. Sentí la misma sensación de sus labios contra los míos, era como si nuevamente revivía todo en un santiamén.

Las puertas del elevador ya estaban cerradas, el Dr. Green asintió la cabeza a mi dirección a modo de saludo, y tardé un poco en regresarle el mismo gesto de manera poca amistosa. Al abrirse las puertas, se salieron ellos, y yo solo di un pequeño paso para esperar a que estuvieran lo más lejos posible.
Cuando creí que había sido el tiempo suficiente, salí de éste casi temerosa, tal cual la razón suficiente cuando noté que el Dr. Redford se devolvía los pasos a mí dirección, haciéndome retroceder hacia adentro de la caja metálica, donde mi mente interpretó el lugar como una dimensión desconocida.

Las puertas se cerraron de nuevo, y sin siquiera poder darme el tiempo de respirar con normalidad, se volvieron a abrir. Él se salió y se dio la vuelta, donde me dio una mirada, incitándome a acompañarlo, cosa que hice caso. Llegamos a su consultorio, y temí lo impensable. Él abrió la puerta, y sin permiso, me empujó hacia adentro sin ninguna fuerza. Estaba a oscuras la estancia, y él ya había cerrado la puerta, escuchando su respiración.

Esperé lo peor. Esperé lo mejor. Esperé a algo.

Las luces se encendieron, revelando sus ojos azules fijos en mí. Me miraba, me miraba como si viera algo por primera vez en su vida. Sentí unas ansias de abrazarlo, de volver a besarlo.

Pero más que nada quería que él hablara. Pero era claro que no lo iba a hacer. Si tenía que estar aquí toda la mañana en espera de alguna respuesta suya, no iba a esperarlo por mucho tiempo.

─¿Te he dejado sin habla?

Me pasé el nudo, y siguió sin hablar.

─Dime algo ─pedí, sintiendo mis manos en puños ─. Dime lo que quieras.

Solo tres segundos bastaron para tener el impulso de irme de aquí. Entonces me tomó del brazo muy fuerte, deteniéndome cara a cara.

─¿Qué has hecho? ─susurró, haciéndome sentir un algo ─. ¿Por qué me besaste?

─Porque te quiero ─expresé sin pensar ─. Porque te deseo tanto.

Me tomó del otro brazo, como si con eso pudiera poseerme además de su más profunda mirada.

─¿Desearme en qué, Narella?

─Quiero todo. Quiero besarte, quiero sentirme protegida como anoche.

Sus manos tomaban más fuerza, pero raramente hacía que no sintiera dolor. Más bien sentía una especie de excitación, como si el calor de su cuerpo se traspasara al mío.

─¿Tú qué quieres? ─agarré su bata entre mis manos ─. ¿Qué quieres tú de mí?

Sentí el brutal choque de sus labios sobre los míos casi al instante de mis súplicas. Sus manos recorrieron por el contorno de mi cintura hasta detenerse en mis caderas, jalándome hacia él para sentir su masculinidad que ansiaba en secreto. Mis manos se adecuaron a su cuello, como así también toda mi anatomía exigía estar cerca de su potente cuerpo, ofreciéndome el calor que mi cuerpo necesitaba.

Breves golpes sonaron detrás de su puerta, rompiendo el momento íntimo que compartíamos. Nos separamos casi jadeando, frente a frente con las bocas rojas por la fuerza del beso.

Dr. Redford, ¿está ahí? ─susurró, haciéndome casi tambalear de los nervios ─. Acabo de verte entrar, ¿estás solo?

Reconocí la voz de la Dra. Sutton, logrando una distancia entre él y yo, quien lucía más nervioso que yo. Me jaló esta vez con fuerza para encerrarme en el baño.

¿De nuevo jugamos al juego de la semana pasada, amor?

Mi cerebro obligó a mi cuerpo detenerse al oír sus palabras, me sentí como si estuviera ebria. Miré a Marlon con la cara de extrañeza, más no pudo él hacer lo mismo que yo.

Todas las ansías de querer escuchar sus respuestas ante mis preguntas que me había formulado en la mente desde hace horas fueron desapareciendo. Relacioné todas las veces que ella interrumpía las clases, necesitando de una segunda opinión. Desgraciadamente, había recordado el momento exacto cuando estaba él con ella en una mesa, la noche de mi graduación. Ella era entonces. La Dra. Sutton era la misma mujer.

Volvieron a tocar. Por no verlo a los ojos, me encerré en el baño. Comenzaba a sentirme un poco perdida, y de pronto me sentí culpable por hacerle saber todo lo que quería en lo más profundo de mí. Estaba a dispuesta todo en ese momento, bien que lo sabía.

Oí como él empezó a hablar, y solo unos segundos más bastaron para que él cerrara la puerta del consultorio.

No quise salir. Temí a que tal vez siguieran ahí. ¿Qué diría yo si la Dra. Sutton me encontraba en el baño?

Me senté sobre la tapa del retrete, aturdida de lo que acababa de pasar. Era la segunda vez que lo tenía entre mis brazos, que él me tenía ansiosa de besarlo nuevamente. No obstante, lo otro me tenía más aturdida aún. ¿Cómo es que me apresuré a realizar tal acto sin saber casi nada de él?

Me puse pensar detenidamente. ¿Cómo es que le dije todo aún sin saber quién era Marlon Redford? Él solo había sido mi profesor de tiempo corto en la Universidad, era el hombre que había chocado y derramado el café cuando me robaron la mochila. Ahora era mi mentor, pero no más.

Equivocada. Ahora le había dicho que lo quería.

─¿Qué demonios hice ahora?

No pude dejar de jalarme el cabello por la pena y por la frustración que llegué a sentir solo por unos momentos. Suspiré tan fuerte que me hizo ponerme de pie para abrir la puerta del baño y salir. Agarré la manija de la puerta final, pero este no se movió.

Estoy encerrada. Me dejó encerrada.

Volví a mover la manija, que se oían mis ruidos de loca.

Contemplé a mi alrededor en busca de algo, hasta que por fin opté por buscar una bendita llave que él tuviera en su consultorio. Busqué por su escritorio, casi en todos los espacios que me fue posible. Después en su librero oscuro, descubriendo pequeñas piezas que tenían relación con el arte renacentista.

Con el simple hecho de no querer moverme más su espacio, me di por rendida. Pensé que era obvio que él no tuviera una segunda llave del consultorio. Ahora lo que me empezaba a preocupar verdaderamente era perderme del simposio, porque realmente quería estar ahí. Pero eso no era lo peor, lo peor era que: el no contar con mi presencia en el simposio no aparecería en mis evaluaciones trimestrales. Todo lo que yo hiciera en el Hospital Universitario Foster contaba para mis dos evaluaciones. Además de la trimestral, era el anual.

Observé la hora. Llevaba cuarenta minutos encerrada. Llevaba cuarenta minutos analizando lo sucedido, y preguntándome por primera vez desde que conocí al Dr. Redford: ¿es posible que me esté enamorando de él?

¿Acaso podía ser posible? También me preguntaba de dónde había sacado el suficiente valor para hacerle saber que yo lo quería.

Ya iniciaste algo. Algo que no sabes.

La manija de la puerta se abrió, dándome la velocidad más alta de mi vida para esconderme en el baño. Lo único que me faltó fue cerrar la puerta con seguro.

─¿Puedo pasar a tu baño, Marlon?

Como un resorte brinqué hacia la tina, logrando resbalar dentro de este. Oí como la puerta se abrió y yo cerré mis ojos con la intención de detener mis movimientos, hasta de mi propia respiración. Era el Doctor Mosser el que había accedido.

Solo conté diez segundos cuando él ya había salido y apagado las luces del baño.
Abrí los ojos, aún inmóvil ante la inesperada situación en un impecable lugar que menos me imaginé en mis años.

¿Qué haces ahí, Narella? Debes irte en cuanto se vaya el Dr. Mosser.

Las luces se volvieron a encender, al igual que mi sistema. Estaba segura de que esto era ponerle fin a mi carrera. No podía ser otra cosa... hasta que la cortina del baño se abrió, dejando ver al Dr. Redford.
Me miró de cabeza a pies con bastante tiempo, haciéndome sentir ahora muy avergonzada de mi propia estupidez humana.

─¿Descansando? ─sonrió con diversión, mostrando su dentadura.

Me enderecé, después me puse de pie sin evitar salir de la bañera con torpeza, pero aterrizando con la dignidad en el suelo. Comencé a caminar hacia la puerta del baño.

─Un momento, Narella ─alcanzó tomándome del brazo ─. No dije que te fueras.

─Quiero irme ─lo miré a los ojos con mucha pena.

─¿Y qué sucede con lo que me hiciste saber hace cuarenta minutos? ─me hizo acercarme al escritorio, cerrando la puerta del baño.

─Sucede que no sabía lo que estaba diciendo.

Entonces me soltó, riéndose de la manera más natural que le había visto por primera vez. Aquella risa me hizo querer contemplarlo con fascinación en mi rostro. No había perdido la mirada hacia a mí, y yo me sentía como la chica que había hecho la estupidez más grande del mundo.

─Por favor ─se detuvo frente a mí ─. No seas infantil. Hablemos como las personas civilizadas. Más ahora que las cosas han cambiado.

─¿Las cosas han cambiado? ─lo miré con sorpresa ─. Sólo sé que yo expuse lo que me dejé llevar en el momento. Tú no has dicho nada.

─La verdad es que me dejaste sin habla ─respondió con un brillo sobre los ojos ─. ¿Quieres que te diga que también siento lo mismo?

Ahí fue donde sentí que el aire se me fue de mi sistema con propósito y casi de manera desgarradora.

─Yo n-no me refiero a eso ─me pasé el nudo ─, pero logras confundirme mucho. No sé qué es lo que quieres de mí, Marlon ─me alejé de él con melancolía ─. No necesito que me digas nada. Solo sé que no hubiera dicho nada de saber antes que tienes a alguien.

Me restregué la frente, sintiéndome peor.

─Necesito ver a mi paciente. Abre, por favor ─pedí mirando la puerta.

─Aún no hemos terminado de hablar, Narella ─se sentó en el borde del escritorio ─. Quiero que me mires ahora.

─De verdad tengo que irme. He perdido el simposio y eso perjudica en mis evaluaciones.

─Lo sé, pero puedes salvar ese punto de la evaluación si me accedes a eso.

Entonces lo miré, confundida de nuevo.

Volvió a reír con las manos sobre el borde de la madera.

─Hablar, Narella. Solo hablar.

Me acerqué a él con determinación.

─No pensé en otra cosa ─mentí con descaro ─. Y no quiero hablar con usted nunca más. No voy a permitir que se burle de mí.

Di un paso atrás para irme, provocando que nuevamente él me tomara del brazo.

─Siempre has pensado que me burlo de ti. Nunca lo he hecho ─miró mi boca ─. Ni ahora que sabes que tengo a alguien más.

─Más a mi favor ─lo miré con mucho detenimiento ─. ¿Cómo puede ser tan descarado?

─¿Ahora me hablas de usted? De acuerdo ─me tomó del otro brazo, poniéndose de pie muy cerca de mi espacio.

Volvió a besarme. Mi falta de respiración no me permitía decirle algo, o alejarlo de mí para huir y que no volviera a encontrarme por mar y tierra. Fue entonces que la presión de sus manos en mis brazos me hizo cerrar los ojos para disfrutar de la emoción que surgía en mi interior, y que la calidez de su cuerpo pegado al mío me hiciera vivir nuevamente el momento.

Dos veces me había besado. Y mi mente no podía pensar en lo feliz que me sentía sin siquiera sentirlo con propósito, o como si hubiera sido una meta por cumplir durante mi estancia en el hospital. No me esperaba nada de esto. Si existió alguna sospecha de aquel sentimiento que estaba experimentando por primera vez, no se acercaba a nada de lo que estaba sucediendo en este momento. La duda existía, y aún seguía existiendo.

En cuanto nos separamos con lentitud, me dio miedo de abrir los ojos. Por un momento tuve una vergüenza infinita de haber aceptado un beso más, y de que él supiera el deseo que mi cuerpo imploraba a gritos en su silencioso consultorio.

─¿Y bien? ─preguntó sin siquiera darme espacio para respirar.

─¿Qué cosa? ─pregunté susurrando.

─¿Me seguirás hablando de usted?

─¿De verdad me estás preguntando eso?

─¿Y así nos contestaremos con preguntas?

Quise reírme por nervios.

─No.

─Abre los ojos.

Lo hice, no sin antes de sentir un enorme escalofrío por la espalda.

─No quiero decir nada por ahora. Pero es preciso que hablemos en otro lugar ─anunció ahora con una mirada llena de seriedad.

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