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36. Entre ellos

Miércoles, 26 de Enero de 1994.

─Es una broma.

─Te estoy llamando desde el aeropuerto.

Me enderecé con los dedos colgando mis zapatillas.

─No puedes hacerme esto, Bob. ¿Por qué ahora?

Por un momento sentí que el aire se me atascó por el pecho, perdiendo el equilibrio de mis pies, donde terminé al filo de mi cama.

─Mi padre está muriendo, Narella.

Y ahí fue donde me cayó un torrente de malestar, vergüenza, tristeza por él y sin poder meter la cabeza en algún lugar para ocultar las emociones.

─Lo siento, no sabía...

─Lo sé, hemos estado muy ocupados con la Residencia que no he tenido tiempo ni los ánimos de contarte ─suspiró fuertemente ─. Lo lamento, Narella.

─No te preocupes por mí. Ve donde tu padre. Te necesita ─murmuré lo último, ahora sintiendo un pesar sobre el pecho.

─Gracias. No regreses muy tarde a casa ─mencionó.

─Me llamas.

─Así lo haré. Cuídate.

─Cuídate.

Y colgamos al mismo tiempo, aún sin poder quitarme ese pesar, pero agregando el recuerdo de mi padre. Fue entonces que pensé qué sería de mi vida si mi papá también estuviera en las mismas condiciones...

Apúrate. Deja de pensar en eso.

Ya me había vestido con la falda azul marino con rayas verticales y ligeramente blancas, acompañándome de un saco que me cubría parte de mis muslos. Esta ocasión me había puesto las medias negras que se transparentaban y unas zapatillas puntiagudas que colgaban en mis dedos.

Me recogí el pelo como si lo tuviera más corto, haciendo esa alusión para mi apariencia. Alcé el abrigo de la cama y salí directo a la salida para subirme al auto.

Durante el camino me estaba diciendo si debía doblar a la esquina para estar de regreso en el apartamento y quedarme ahí a descansar. Pero el bello rostro de la Dra. Sutton se hacía presente, y luego el rostro de él era como un imán.

Me era difícil saber cuáles eran las razones del porqué me sentía así con él. No sabía si era por aquel sueño que se me había ocurrido plasmarlo en una hoja y que él lo supiera a conciencia, o si era por esa primera vez que lo conocí por medio de un choque de masa en masa. O si era por como me había mirado en Año Nuevo.

Al llegar a mi destino, me apliqué el labial apenas perceptible. Por esta ocasión no pretendía traer un maquillaje cargado como solía hacerlo. Bajé del auto y le entregué las llaves aquel joven que me guiñó el ojo y después se subió para arrancar.

Me quedé perpleja cuando el lugar que estaba frente a mí era un edificio circular que tenía varios pisos, pero que cada uno de ellos podías verlo si alzabas la vista casi al cielo. Era como si esos invitados fueran los espectadores de aquel centro en que el yo estaba parada con las manos casi sudándome.

Ahora me siento pequeña, me dije.

─Qué gusto verla, Dra. Avnet.

Apreté los dientes. Doblemente pequeña.

Lo tenía frente a mí, y ahora debía sonreír.

─Buenas noches, Dr. Redford.

─¿El Dr. Hammer no vino con usted? ─observó curiosamente.

─No. A última hora tuvo que hacer un viaje ─me detuve y traté de relajar mi boca ─. Vengo sola.

Y como si hubiera hecho algún tipo de encantamiento, mis ojos barrieron aquella figura tan conocida que no esperaba y ni quería ver en mis pesadillas.

─Buenas noches. Aquí está su novia, Licenciado ─expresó la Dra. Sutton, para después mirarme.

Mostré una sonrisa falsa. Lo que nunca hacía.

─Buenas noches, Narella ─se acercó a darme un beso en la mejilla, despreciando el gesto por instante ─. ¿Cómo está, Dr. Redford?

Se había separado, pero no lo suficiente como quería desde mis entrañas. ¿Qué demonios estaba haciendo él aquí? ¿Y por qué precisamente aquí?

─Cómo corresponde ─respondió con neutralidad.

─Iremos a saludar a nuestros amigos ─comentó al agarrar la copa de champán ─. ¿Me acompaña, Dr. Redford?

La Dra. Sutton no esperó respuesta, simplemente lo jaló un poco. Eso no impidió que el Dr. Redford me observara sin saber el significado de su gesto.

─Narella...

─Vete de aquí.

Me moví hacia un lado para emprender camino, topándome con la mesa de aperitivo bastante extenso.

─Narella, hablemos. Por favor.

Me hice de oídos sordos mientras tomaba un aperitivo diferente sin estar consciente de qué era. Pero era lo de menos.

─Lo siento ─inició al posicionarse a mi lado ─. De verdad quiero que hablemos.

─Lo único que quiero es que te vayas. Ya no lo hagas más difícil, Warren ─le dediqué una mirada casi con desprecio ─. No quiero verte nunca más.

Logré moverme más a la esquina donde aprecié los dulces que lucían como si fueran unos trofeos intocables. Dudé un momento en agarrarlos, hasta que una señora que me saludó agarró varios en un plato pequeño y se fue entre la gente. Agarré unos y copié el mismo acto de la señora.

No conocía a nadie, y ya me estaba arrepintiendo de venir. Warren había sido la cereza del pastel para que el arrepentimiento fuera más directo a mis entrañas. Sin embargo, ya no podía desaparecer de la fiesta porque la Dra. Sutton ya me había visto.
Ahora me hallaba en el último piso del edificio, así ya no me encontraría Warren con las mismas palabras gastadas que él mismo pronunció con descaro. Podía verlo todo desde abajo, los demás pisos restantes que descendían. Fui dándome cuenta que me había vestido poco formal para lo que era el evento, que ignoraba cual era éste el motivo del evento.

Seguro que no era un evento de beneficencia. Si lo fuera, todas esas mujeres no vestirían los vestidos largos y lisos, pero que cubrían mayormente sus escotes, y los peinados no fueran tan bien acomodados como suelen ser en esos tipos de eventos. Ahora se habían vestido solo un poco más sencillas. No habían tantas joyas de por medio.

Un mesero pasó ofreciéndome vino tinto, vino rosado o vino blanco. Elegí la segunda opción y se fue.
Volví a mirar hacia abajo, observando a los presentes. La música apenas se oía por el murmuro de ellos. No observaba gran cosa sinceramente, pero no sabía exactamente qué hacer. Sin previo aviso, me topé con la cara del Dr. Redford, que miraba hacia arriba. Sus ojos azules, que me cubrían una sensación pura y cálida, me miraban. Le sostuve la mirada, pero no como si estuviera segura de sostenerlo, si no que ahora estaba decidida a leer su tipo de mirada. Lo único que supe fue que esa mirada no era como esa noche de Octubre que no dejaba de mirarme.

─Narella.

Pegué un pequeño salto de susto puro. Entonces me volteé, ya estaba furiosa.

─¡Ya, Warren! Es suficiente ─alcé la voz, atrayendo miradas curiosas.

─Vamos afuera, entonces. Soy capaz de discutir aquí delante de todos ─sonó a amenaza.

─¿De veras crees que voy a salir afuera si acabas de amenazarme?

Entonces se rio un momento. Luego dio un paso frente a mí.

─No es amenaza. Pero estoy dispuesto a pedirte perdón de rodillas y con el traje desgarrado ─me tomó la mano.

─¡No me toques! ─moví la mano como si fuera fuego ─. Ya vete. Olvídate de mí y vete.

─¿Lo hago? ─preguntó, entonces tocó los botones de su traje como si fuera a abrir uno por uno.

Comencé a observarlo con dureza. ¿Cómo había sido posible que resultara así?

─Vamos afuera.

Y sin dejarle pronunciar palabra, me di la vuelta. Pero en el trayecto de mi nerviosa vuelta, busqué con la mirada al Dr. Redford, pero no estaba ahí.

Tuve que bajar escalón por escalón con prisas. No quería que Warren me tocara, ni mucho menos tenerlo tan cerca de mí como lo había estado haciendo. Odiaba ahora de tan solo pensarlo.

Con el pie fuera del edificio, y el viento frío tocando mi cara, me planteé frente a él sin que lo previera.

─De haber sabido la clase de hombre que eres, no te hubiera aceptado nunca, Warren. No sé cuál era tu plan maquiavélico cuando me conociste. Me prometiste el cielo y el mar con tus honorables palabras que bien pudo haberte creído otra mujer ─escupí a la fuerza y sin ninguna necesidad de detenerme, ni siquiera decirlo a modo de lentitud ─. Yo no soy quien tú crees. No soy una mujer fácil a la que puedes embrujar con miradas y besos de amor, si es que lo es, ¿cierto? Mi vida no te pertenece ni le pertenece a nadie, ¡a nadie! ¡Y te lo firmo!

─¡Pero yo te quiero! ¡Te amo! ─me tomó los antebrazos, presionando con alta fuerza ─. No sé de qué plan maquiavélico me hablas, pero estás equivocada.

─¡Suéltame! ─lo alejé con todas las fuerzas, sintiendo como me movía dentro del eje, del que pronto me sentí como una desquiciada a la que no querían que la encerraran ─. ¡Ni eso respetas, imbécil!

─No me dejes. ¡No me dejes porque no pienso dejarte! ─gritó con los ojos desorbitados ─. Perdóname.

Ya no era la sorpresa lo que había hecho que pegara un salto. Ahora había sido el miedo. Había sido terror.

Mi mente comenzó a imaginar escenarios tan desagradables con la persona que parecía sufrir algún problema mental. No podía estar ahí ni un segundo más, así que partí dándome la vuelta para correr y protegerme a mí misma, pero sentí ese golpe tan fuerte que tuve que agarrar las telas que mis manos alcanzaron. Pero eso no fue lo que me sostuvo de una buena caída, sino ese agarre tan determinante como la noche obscura, el rostro frío como el viento y la mirada fija como la punta de un lápiz recién afilado.

─Vámonos ─habló al mirarme, y su mirada cambió.

─Dr. Redford, no se meta donde no le llaman ─habló Warren al dar dos pasos largos.

El Dr. Redford lo miró arrugando los ojos, pero no había nada en ellos. Ni siquiera lo que estaba hace unos instantes: determinación.

─No creo que a su padre le agradaría si dejo a su hija a merced de un hombre que la amenaza ─verbalizó con una sonrisa ─. Sin embargo, le haré saber a su padre Devon la clase de hijo que describe como el mejor de sus orgullos. No lo discuto.

─¿Es que usted se dedica a meterse a las vidas ajenas para que le paguen una buena fortuna de hombres como el mío y el de ella? ─expresó con risas de por medio, incitándole a que lo despreciara más.

─No, señor Warren. Ninguna de esa índole ─habló firmante aún cuando el viento movía su abrigo bajo nuestros cuerpos ─. Pero Narella no le pertenece.

Warren me miró furioso como el fuego. Sus ojos brincaban como si con ellos pudiera maldecirme para amedrentarme y así irme a su lado.

Percibí la mano del Dr. Redford sobre mis brazos, listo para darnos la vuelta e irnos hacia la dirección donde corría el viento frío de Enero en Austria. Sentí dolor en mi pecho, pero conforme daba un paso tras otro, este se iba como si yo le diera lástima a este sentimiento.
La limusina se abrió por el chófer que me saludó antes de hacerlo, me introduje en él y después el Dr. Redford. Este encendió el motor y dio a marcha salir del establecimiento.

Ahora este silencio se sentía intensamente incómodo. Me sentía tan apenada de lo que acababa de pasar. Pero era de esperarse, porque en el fondo yo quería que el Dr. Redford me salvara de Warren. No debía de sentirme apenada. Y siendo así, debía enfrentarme a las cosas, así que lo miré. Él estaba de perfil, pero a los segundos volteó a verme.

─Gracias ─hablé casi en un jadeo ─. Yo..., de verdad siento mucho que volviera a presenciar lo mismo. Pero yo le quiero decir que agradezco mucho que estuviera ahí. Sinceramente... esperaba que usted estuviera ahí a...

─¿A salvarla?

─SÍ, a salvarme.

Alzó cortamente la ceja.

─No me lo agradezca ─, miró hacia al frente con la mano sobre la barbilla ─. Sigo sin estar del todo tranquilo, Narella.

Sentí un choque en mi corazón cuando le oí pronunciar mi nombre.

─¿Qué quiere decir?

─Es claro que él irá a su apartamento dentro de unas horas. Nunca se fue de aquí. No se irá de aquí hasta tenerte a su lado.

─Me cambiaré a otro, entonces.

─¿Y dónde te quedarás mientras buscas otro lugar? ─me miró.

─No lo sé ─giré a ver la calle frente a mí.

Mientras los minutos se paseaban frente a nosotros en completo silencio, me sentía con deseos de activar algo en mí que no lograba saber qué era. Me sentía nerviosa, y estaba muy confundida ante su presencia. El que me volviera a llamar por mi nombre no hacía más que dudarme de los muchos escenarios que estábamos él y yo.

─Dr. Redford ─hablé al bajarme la mano de mis labios.

─¿Sí, Narella?

─¿Piensa regresar al evento?

─No mientras esté contigo.

Primer indicio.

Respiré lentamente para dar el primer paso.

─¿A dónde iremos?

Sentí que me miraba.

─No ha cenado, ¿cierto?

Entonces lo miré mientras negaba un poco con la cabeza.

─¿Quieres cenar conmigo?

Segundo indicio.

─Sí, Dr. Redford.

Me sonrió como lo había hecho la primera vez que nos vimos a través de la vitrina. Mismas arrugas en sus ojos y en la comisuras de sus labios. Era él mismo.


Buenas noches, mis lectores. I know, tanto tiempo sin actualizar. Les debo una disculpa, pero no había tenido el tiempo y la motivación suficiente de seguir con esta historia. Pero no quiere decir que no la terminaré, así que trataré de actualizar lo más pronto posible. 

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