35. Detrás del gis
Inicié el paso sin una sola palabra. Estaba lado a lado, donde su mano sostenía un maletín que no era que el que había llevado en eses clases Chicago.
Me cedió primeramente la entrada. Nos registramos con las firmas sobre el tablero de la hoja de asistencia en recepción. Nuevamente me cedió la entrada al elevador que pasamos por el Pasillo de siempre, y las puertas se cerraron.
Entre mis manos cargaba unos folders y mi bolso, pero no podía evitar el simple hecho de que moría de nervios. Ahora estaba muriendo de nervios de estar encerrada en un minúsculo lugar como el elevador.
Dios. Solo estate tranquila.
Las puertas se abrieron en tiempo récord dentro de mi mente, y salí por el pasillo, adelantándome para los dormitorios donde estaban los casilleros.
No volteé en ninguno momento, pero me sentí muy ridícula al suponer que él pudiera interpretar mi comportamiento como algo inmaduro. Claro que era así, caray.
Una vez con la bata blanca, fui al comedor a pedir una cantidad considerable de desayuno, puesto que anoche no había cenado nada. Dormí a altas horas de la noche, que fijándome en el reloj del día, solo había dormido cuatro horas. Era increíble. En estos momentos de mi vida, mi ciclo del sueño tenía que ser una mis mayores prioridades para dar lo mejor de mí por la Residencia, era algo que no podía descuidar por ninguna razón. Mi ciclo del sueño tenía que ser impecable. Sí o sí.
Una vez terminado el desayuno, me serví un café bastante cargado a lo que solía tomar, y procedí caminar hasta llegar al salón número 3. Al entrar, solo encontré a Lena. Ella me vio, pero después quitó la mirada para observar el vacío de algo, que a mi parecer, era el escritorio.
Me acomodé lo más lejos del escritorio y descansé el vaso de café en la mesa, y volví a suspirar, pero esta ocasión de pesadez.
Diablos. Qué sueño tengo.
Abrí los ojos cuando escuché pasos atrás de mí. Y lo vi nuevamente, solo que sin su abrigo que portaba hace unos minutos. Me miró al ponerse frente al escritorio, pero yo retiré la mirada, sintiéndome nerviosa otra vez.
─Buenos días, Dra. Mair.
─Muy buenos días, Dr. Redford ─le sonrió, arrugandose ligeramente el contorno de sus ojos cafés.
Él sacó unos folders idénticos a los que yo traía en estos momentos. Traía unas plumas de los tres colores primarios y un libro que me alentaba las ganas de pararme para saber qué novela leía en esos momentos.
Recordé cuando él estaba leyendo Los Tres Días Del Cóndor en la Universidad. En ese momento no me había dado cuenta, pero hoy en día admiraba que él leyera.
Oswald llegó, y me saludó de beso, después se sentó en la segunda banca, donde Lena se encontraba en la primera banca. Sólo un minuto después, Bob y Emil entraron, y Bob cerró la puerta del salón para sentarse a mi lado como siempre los hacía. Me dio un beso en la mejilla a modo de saludo y sacó la libreta roja que siempre traía, con su pluma de punta fina.
─Como saben, hoy tienen que entrevistar a sus respectivos pacientes. Por favor, corrijanme si me equivoco ─se puso sus lentes de contacto, y comenzó a leer ─: Narella Avnet, de 6:00 a 7:40 de la noche ─me miró por encima del material.
─Correcto ─murmuré ─. Digo, es correcto.
Realmente había murmurando porque no entendí a lo que él había dicho. ¿Cómo qué hoy?
─Oswald Evans, de 2:00 a 3:40 de la tarde.
─Así es.
─Bob Hammer, de 10:00 a 11:40 de la mañana.
─Correcto, Dr. Redford.
─Emil Káiser, de 4:00 a 5:40 de la tarde.
Él solo asintió, y el Dr. Redford anotó.
─Por último, Lena Mair de 6:00 a 7:40 de la noche, como la Dra. Avnet, ¿es correcto?
─Correcto, Dr. Redford ─le sonrió con amabilidad.
Entonces alcé la mano, y el Dr. Redford me dio la plata con su mano.
─Dr. Redford, ¿por qué dice que hoy debemos entrevistar a nuestros pacientes? En este caso, yo lo hice el día de ayer.
Dejó las hojas sobre el escritorio, y por un momento miró a todos para después volver a verme.
─¿Por qué, Dra. Avnet? Ayer les comenté que no se haría nada sin mi autorización ─ladeó la cabeza ligeramente.
─Dr. Redford, no supe nada de lo que está diciendo ─lo miré avergonzada ─. Nadie me avisó.
─Dr. Redford ─Bob alzó la mano ─. Yo tampoco lo supe y aún así entrevisté a mi paciente.
─A mí tampoco ─Oswald alzó la mano.
Entonces el Dr. Redford miró a Lena.
─Dra. Mair, ¿no les avisó de mi recado?
Entonces la miré, muy sorprendida de su acto, pero confundida por no habernos avisado a mí ni a mis amigos.
─Envié un recado por el mensáfono, Dr. Redford ─explicó con calma ─. No a todos los encontré, solo al Dr. Kaiser.
─¿Qué dices? ─intervine volteado mi cuerpo hacia ella ─. Ayer nos vimos frente al consultorio del Dr. Redford. Me dijiste que él no estaba y prácticamente me corriste de ahí.
─¡Oh, no! ─negó con la cabeza con la misma tranquilidad sorprendente ─. Para nada, Dra. Avnet. Yo envié el recado. Debió verlo.
Sentí mucha furia al notar sus tonos de voz muy bien manejados para no enfrentar su mentira que pintaba en su falsa sonrisa llena de labial rojo.
─A mí no me llegó nada ─repetí intentando sonar calmada.
─Tampoco a mí, Lena ─agregó Oswald junto con Bob.
─No lo sé, pero entonces quiere decir que los recados no llegaron por falta de señal ─argumentó con mucha serenidad por sobre todas las cosas, haciéndome sentir más furiosa.
Volteé a ver al Dr. Redford, y él miraba a Lena. Pero no para reprenderla. Realmente la miraba con una media sonrisa.
Eso me enfureció aún más.
─No pasa nada, Doctores ─apuntó sin una gota de molestia ─. Solo haremos una actividad que durará hasta el medio día. Los que tienen que entrevistar a sus pacientes, pueden salir antes y regresar para terminar el ejercicio.
El Dr. Redford se dirigió a su escritorio para tomar la caja de gises blancos. Su mirada estaba enfocada en nosotros mientras que abría el material para después sacar uno. Les dejó a todos un gis, menos a mí.
─Usted me ayudará con otras cosas, Dra. Avnet ─dejó unos papeles en mi banca, extrañandome la situación.
Temí alzar la cara, por lo que solo dije que no había problema aún sin saber qué era lo que tenía que hacer.
─En cuatro pizarrones giratorios de tiza que ven allá ─señaló al costado, acomodados en perfecta simetría del salón ─. Pueden acomodarlos cerca de ustedes para un mejor espacio.
Cada uno se puso de pie y sacó una pizarrón de tiza por cada residente. Bob se situó a mi lado con el pizarrón y lo acomodó dándome la cara del verde material.
─Su ejercicio será de la siguiente manera ─inició bajándose del escalón que había en el salón ─. Quiero que cada uno de ustedes escojan el paciente que más le gusta tratar, por las razones que sean, y en el pizarrón me anoten todos los puntos claves que están tratando con dicho paciente. Tómense el tiempo que quieran, ya que el único requisito es que sea completo ─se acercó a la puerta del salón, viéndonos a todos ─. Inicien ya.
Vi como Bob empezó a escribir, y yo me quedé quieta, sin mover un solo músculo.
─Usted me ayudará ─le oí decir a mi lado, aún sin moverme ─, quiero que usted anote el tiempo que se toman todo en anotar, después de que terminen, pasarán a exponer para que usted evalúe en esas hojas que le he entregado ─explicó con calma, sintiéndome como la respiración no me llegaba en absoluto ─. ¿Me entendió, Dra. Avnet?
Giré la cara, y él tuvo que alejarse un paso. Supuse que sería un gravísimo error que un hecho impensable se diera en este lugar.
Quitó la mirada y se fue paseando entre los demás residentes.
Tomé las hojas, y me di un breve tiempo de mirar las hojas de evaluación, que contenía una tabla perfectamente ordenada y de manera estética que me hizo sentir ansiosa. Rápidamente pasé hoja tras hojas por leer los nombres de mis compañeros. Entonces con mi reloj, tomé el tiempo de manera disimulada.
Fui hacia el escritorio para una mejor visión de mi campo. Entonces capté a Lena verme desde su lugar, con una sonrisa de lado para después seguir con su escritura frente al material verde.
¿Qué se trae conmigo?
Oswald fue el primero en terminar, con diez minutos aproximadamente. Después Lena con doce minutos. Emil y Bob terminaron a los quince minutos.
Anoté en sus respectivos espacios, y ahí fue que el Dr. Redford se acercó para inclinarse hacia las hojas que descansaban en su escritorio y al centro de mis manos. Su loción me golpeó activamente, y el roce de su brazo pasó sobre mi brazo.
Entonces me susurró:
─Perfecto.
Se alejó nuevamente y se inclinó frente a mis compañeros, en espera de nuevas instrucciones.
─La Dra. Avnet me ayudará con una evaluación general que considero pertinente para continuar con su formación de Residencia.
Me miró, y yo me puse de pie para seguirlo. Nos detuvimos frente a Oswald. Me miré por un momento y luego al Dr. Redford, adoptando una actitud seria.
─Cuéntenos de su paciente, Dr. Evans.
Además de anotar el nombre una paciente que no tenía el conocimiento por parte suya, así como la edad, sexo, estado civil, y el trastorno con el se le trataba, anoté como resumen breve lo que mi amigo estaba explicándole al Dr. Redford.
Fue rápido, a comparación de Emil y Lena, con una tardanza de siete minutos cada uno.
Bob fue el que tardó más, pues había detalles de su paciente que eran muy importantes, y en el que hizo que el Dr. Redford le realizara ciertas preguntas.
Había dicho el Dr. Redford que la finalidad de esta evaluación era para saber qué tan bien conocíamos nosotros a nuestros pacientes asignados. Al fin de cuentas, todo consistía en aprendizaje y práctica.
Bob fue el primero en irse cuando dieron las diez de la mañana. Yo permanecía a lado del Dr. Redford, pues ahora pasaba con cada uno de ellos el mayor tiempo que se pudiera, y yo a su lado, haciéndole de ayuda para tomar notas con palabras claves.
Lena no perdía oportunidad de verme con molestia, y pude observar que no soportaba que yo fuera la elegida para ayudar al Dr. Redford. Oswald y Emil se mantuvieron al margen, pero los noté muy nerviosos cuando el Dr. Redford les hacía sus preguntas concretas a cualquier información de sus pacientes.
─Dra. Avnet. Hágame el favor de anotar en el pizarrón los nombres de los pacientes y quien se encarga de ellos ─pidió, luego se giró a verme ─. Pero que los datos no se vean.
No dije nada, directamente me dirigí hacia el pizarrón que estaba en lo alto del escalón. Di vuelta al pizarrón, donde nadie de mis compañeros vieran los datos, tal como lo había dicho él. No me quise cuestionar nada, así que inicié al instante.
El gis blanco lograba manchar mis dedos que hacían presión al material. Y con la rapidez que anotaba aquellos datos, el gis se hacía menor cada vez que golpeaba al escribir.
Intenté resumir los datos lo más breve posible, porque en un pizarrón giratorio y grande no era capaz de aguantar tanta información de cinco pacientes de mis compañeros. Pero cuando había terminado, me extrañé de ver el tamaño de letra que había proporcionado. Mi letra era ilegible. Casi ilegible.
Demonios.
Por un minuto completo no supe qué hacer. Me asomé de reojo solo para comprobar que nadie hubiera visto mi menor tontería, más no lo evité. El Dr. Redford ya venía a mí, y se situó a mi lado.
─Discúlpeme ─susurré nerviosa ─. No noté que mi letra...
─Déjelo ─me interrumpió con la vista en el pizarrón ─. Me ayudará a descifrarlo.
Simplemente asentí con la cabeza. Ante él, comencé a corroborar cada uno de los datos junto con la tableta de madera que traía entre manos. Él no se había movido, y me hacía el trabajo ligeramente difícil.
─El apellido del paciente de la Dra. Mair está mal escrito ─observó bajo un susurro.
Borré el apellido con el borrador, y lo cambié por el gis blanco.
Con la intención de escribir lo que él me pedía, su mano descansó sobre la mía. Comenzó a guiarme para escribir el apellido con su movimiento, a su ritmo, a su modo.
No dije nada, y tampoco me alejé. Tampoco quise transmitir que eso me molestaba. No, realmente no me molestaba, pero tampoco me sentía con confianza, más bien incrementaba mis nervios que me habían estado atacando desde que él me dijo que sería mi mentor. Era como si él estuviera decidido a provocarme ese tipo de emociones con su mirada azulina, que ahora había volteado la cara con la intención de mirarme.
Ahora sí era tiempo de que terminara el descanso de su mano sobre la mía, sus dedos sobre el gis blanco.
Los pasos ajenos lo hicieron alejarse lo suficiente para no construir sospechas a mis compañeros. Más a Lena, que estaba parada frente a él, con una sonrisa de pura amabilidad.
─Dr. Redford, ¿puede venir para explicarle un par de cosas más?
─Será en otro momento. Por ahora necesito que todos me pongan atención ─se alejó más y alzó la voz para hacerse escuchar ─. Antes de seguir con otro método que les he empleado, me considero una persona humanitaria y sencilla, así que les pido que se retiren a su hora del almuerzo y regresen a la hora indicada para continuar.
Oswald realizó una cara de alivio, y entonces me miró para que ambos saliéramos a almorzar. Yo también ya tenía que almorzar.
Pero no podía. Así que le hice una seña de negación a mi amigo, y este me hizo un gesto de burla para después salirse del salón junto con Emil.
Lena tardó un poco más, ya que recogía dos libros que metía en una bolsa de lana. Miró por encima de su hombro y después salió cerrando la puerta.
─Dra. Avnet, antes de que me lea lo que ha escrito en el pizarrón, debo hacerle dos preguntas.
Volvió a posicionarse a lado de mí, sintiéndome desfallecer de los nervios.
¿Qué demonios me pasa ahora?
─Dígame, Dr. Redford ─indiqué sin perder la compostura aún.
─¿Ya le hicieron llegar su Evaluación Trimestral?
─No ─lo miré con confusión ─. Pero tengo entendido que no hemos avanzado.
─En realidad sí ─me miró con diversión ─. Solo quería conocer como era usted con los pacientes.
Me sentí más confundida, más solo asentí con la cabeza.
─Y la siguiente pregunta. No menos importante, por supuesto ─me miró con cierta preocupación ─. ¿Ya se encuentra...?
─Por fin te encontré.
Al unísono, él y yo miramos por detrás del pizarrón giratorio. Era ella, la Dra. Sutton, a quien no había visto desde la fiesta de Años Nuevo.
Esta ocasión vestía un vestido largo, pero le hacía lucir su esbelta y delgada figura, como una muñeca a la que no puedes dejar de querer entre tus manos para contemplar su hermosura. Su cabello rubio estaba suelto, y no perdía ocasión para visualizar sus ojos azules.
─Buenos días, Dra. Avnet. A usted también la buscaba ─expresó con gusto.
─Buenos días. ¿A mí? ─arrugué la frente.
─A los dos, quise decir ─sonrió y miró al Dr. Redford ─. Quiero hacerle una invitación a una cena donde estarán otros Doctores de Medicina. Puedes llevar a tu novio, claro.
Me reí nerviosa.
─Gracias por la invitación, Dra. Sutton. Llevaré a otra persona ─me mordí la lengua ante lo dicho.
─Es el otro miércoles, a las siete de la noche. Te mandaré la dirección por correo. Y espero no interrumpir, pero ¿puede venir conmigo, Dr. Redford? Necesito una segunda opinión ─miró al Dr. Redford con las manos por atrás.
El Dr. Redford asintió con la cabeza con seguridad, haciéndome sentir aliviada.
─La alcanzo en cinco minutos.
Ella me sonrió amablemente, y se retiró cerrando la puerta, dejándome respirar aunque fuera un poco.
─Dra. Avnet. Puede retirarse a almorzar mientras. Yo le mandaré un recado por el mensáfono, no estoy seguro del tiempo que tardaré con el paciente de la Dra. Sutton.
─No se preocupe ─extendí la tabla hacia él, tomándolo al mismo tiempo.
Alcanzó a tocarme los dedos, pero fingí que no lo había notado. Y me di la vuelta para irme a respirar.
De verdad... ¿Qué me está pasando?
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