32. Impertinencias
Viernes, 7 de Enero de 1994.
5:46 PM
Tan pronto como empecé, terminé a la media hora de comer por las ansias de ir a buscar al Dr. Redford.
El motivo de ir a su despacho de manera personal era para preguntarle de mi Evaluación Trimestral, porque la secretaria Edna me dijo que mis resultados aún no estaban terminados, pero los de mis compañeros ya. Inclusive Bob me había preguntado por qué no estaba el mío.
Puse como justificación que el Dr. Redford no había terminado de acomodarse en su nuevo puesto como Psiquiatra y mentor del Lado A, y que probablemente era la razón por la cual mis resultados no estabn todavía.
Pero como sabía exactamente cual era la razón debido a la última vez que nos vimos en el salón de clases, no pude estar quieta en los dos días que pasaron. Así que justo estaba saliendo del Comedor para bajar a su despacho y preguntarle si había algún problema.
Muy en el fondo de mi interior temía saber que mis resultados habían sido nefastos, y que debía tomar cursos altamente exigentes. El motivo sería no por mi incapacidad, sino como una especie de venganza por su parte. Me reí ante ese estúpido pensamiento.
Cuando las puertas del elevador dieron acceso al pasillo donde se encontraban las tres puertas de los tres Psiquiatras, me detuve casi al margen de este, pues la Dra. Sutton hablaba con el Dr. Green.
─He esperado el suficiente tiempo para la respuesta que me debes de dar.
─Pensé que lo habíamos hablado, y si no lo recuerdas es un no.
Escuché como resopló de manera desesperada.
─He hecho todo lo que me pediste, lo he hecho a cada paso, ¿y ahora me dices que no sin ninguna razón?
Ahora la Dr. Sutton era la que había bufado pero de menor duración.
─Neil, soy una mujer casada, lo sabes desde la Universidad.
Sentí que estaba siendo muy impertinente el escuchar una conversación no correspondiente a mi persona, así que me retiré un poco decepcionada de no haber logrado mi objetivo a la primera vez, pues cuando había visto la hora significaba que faltaba poco tiempo para terminar mi horario.
Como ya había terminado algunos pendientes, y había avanzado de más con mis pacientes encargados por supervisión del Dr. Redford, no supe que hacer ahora. Sin embargo, me quedé sobre el pasillo por unos minutos hasta que oí pasos.
Mi cerebro me alertó de la posible presencia de la Dra. Sutton y el Dr. Green, por lo que presioné frenéticamente el botón del elevador para subirme y mejor esconderme en la Biblioteca ahora que se me había ocurrido rápidamente. Los pasos se detuvieron al unísono que se abrieron las puertas del cajón. Accedí aún sin voltear, y fingí revisar mi megáfono por si había algún recado que no había visto, cuando hace unos minutos lo había hecho de manera ansiosa.
Las puertas se cerraron, y me voltee a respirar tranquilamente, sin embargo no llegué a eso.
El Dr. Redford me daba la espalda, y yo estaba demasiado impactada para poder hablar con él, a lo que venía. El ambiente se fue tornando un poco tenso, y no supe exactamente qué asociar con esto.
Me vi tentada a alzar la mano para tocar su hombro, porque sentía que no tenía la voluntad ni las fuerzas de hablarle con mi voz para que voltera a verme con su mirada azulina. Pero no lo hice en cuanto las puertas se abrieron. Él se quedó solo un segundo más dentro del cajón de metal. Luego se salió.
Me grité interiormente que debía salir de ahí, cosa que hice y que por poco mi bata se quedaría atorada entre la división de las puertas grises.
─¡Dr. Redford! ─casi grité.
Detuvo su andar y volteó a verme.
─Por fin lo encuentro ─dije lo primero que se me venía a la mente ─. Necesito hablar con usted.
─Buenas tardes, Dra. Avnet ─saludó con cortesía, luego miró su reloj brevemente ─. ¿Qué desea?
Que me haga hablar.
─Es en relación a mi Evaluación Trimestral. Sé que aún no están mis resultados, y fue debido a que no terminamos, ¿cierto? ─expliqué nerviosa.
─Es cierto. Pero ahora no tengo el tiempo para seguir con su Evaluación. Como sabe, la Evaluación Trimestral consta de varias preguntas ─mencionó aún sin mirarme, porque ahora miraba sus papeles entre manos.
─Sí, con la finalidad que exprese mis conocimientos y habilidades adquiridos en este Hospital ─reafirmé intentando relajarme ─. ¿Tiene algún espacio para terminar?
Entonces me miró, y me sentí pequeña ante eso.
─Le repito que no tengo tiempo, Dra. Avnet. Pero le pediría que me hiciera llegar un escrito todo lo que le falta expresarme ─bajó la mirada en sus papeles y frunció la ceja ─, Discúlpeme, debo irme ─dio la vuelta.
─Dr. Redford, por favor ─di un par de pasos a su dirección, haciendo que volteara ─. Para mí es muy importante que me evalúe de manera personal ─casi susurré la última palabra.
Me miró por encima de las gafas, objeto que apenas me había dado cuenta que los traía puestos.
─Hagamos una cosa ─guardó una pluma en el bolsillo delantero al dar un paso más ─, debo terminar con unas cosas en mi despacho, y para ganar tiempo deberá ayudarme. Al terminar, continuamos con su evaluación ─no me sonrió, pero había una mirada divertida en él ─. ¿Qué dice, Dra. Avnet?
Me sentí más intimidada al tenerlo cerca de mí por una vez más. Crucé la vista con la suya de manera más directa, y sentí como el corazón brincó de emoción y temor.
─Está bien, Dr. Redford.
─Sígame. Iremos a la Biblioteca por unos libros y después al despacho ─contempló dándose la vuelta para continuar el paso.
Ahí estaba yo, siguiéndolo de manera nerviosa, emocionada, temerosa y casi confusa por verlo de nuevo aún sabiendo que venía a cumplir un objetivo.
Al entrar por la Biblioteca, todavía seguimos de largo hasta subirnos por las escaleras de caracol y pasar por dos libreros. Me detuve cuando el se introdujo en medio de los libreros, y comenzó a mirar los títulos correspondientes. Y mientras lo hacía, me di el valor de contemplar sus manos que tocaban ligeramente el lomo de aquellos invaluables materiales, porque espontáneamente imaginé su mano sobre la mía. Aquella imaginación hizo vibrar una de mis manos.
Miré a mi izquierda para distraer a la mente, y no sentirme más confundida por la situación en la que ahora estaba viviendo.
─Dra. Avnet ─llamó mi atención ─. ¿Puede ayudarme con estos libros?
Me acerqué con pasos lentos hasta llegar a su dirección. Entonces estiré los brazos para que él pudiera solamente ponerlos sobre estos. Puso uno tras otro ya que echaba un rápido vistazos a los títulos, donde en total eran cuatro libros. Se adentró aún más al pasillo y se puso en cuclillas para agarrar otro, donde entonces lo puso sobre los que yo cargaba.
Agarró otros cinco libros que ya tenía apartados, y entonces me salí para que él saliera también.
Nos detuvimos frente a las puertas del elevador, en espera de que estas se abrieran y nos dejara en el primer piso. Y mi corazón latía fuertemente contra los lomos de los libros, y evitaba a toda costa mirar al Dr. Redford. Por primera vez me sentí incómoda.
Las puertas se abrieron, y salieron tres enfermeras, donde una iba llorando con la cara roja y los ojos por igual. Nos metimos sin decir nada y se cerraron.
─¿Ya ha cenado, Dra. Avnet? ─preguntó de espaldas y frente a las puertas.
Observé la bata blanca que dibujaba su espalda. Me pasé la saliva de manera sonora.
─No. Solo... una paleta después del almuerzo.
Miró entonces su reloj y regresó el brazo a los libros que sostenía sin ninguna dificultad o diferencia.
─Dejaremos los libros en el consultorio e iremos a la cafetería. No es de buen augurio estudiar sin haber consumido algo.
Alcé una ceja, sin saber qué decir ante eso.
Se abrieron en par las hojas de metal, y nos salimos para encaminarnos a su consultorio, haciéndome tragar la saliva al ver como habían remodelado su lugar de trabajo. Hace unos meses, precisamente cuando el Dr. Green me propuso cenar con él fue en su consultorio, donde era todo pardo, vacío, sin sabor u olor en este mismo espacio. Y ahora que estaba parada como una niña, con los libros encima de mis brazos, observaba que nada era como estaba antes.
─Deje los libros en el escritorio ─le oí decir.
Caminé hacia el mueble, y los dejé con sumo cuidado cuando sentí como un aire cálido me envolvió por toda la columna vertebral, siguiendo a un estado de constante nerviosismo y a la vez algo que me daba una emoción positiva. Pero de pronto me sentí estúpida al sentirlos.
El Dr. Redford ya estaba afuera, esperando a que saliera. Me apresuré y casi rocé mi hombro en su pecho delantero al salir, para que él cerrara la puerta y le pusiera el seguro con una llave de oro.
Caminamos de hombro a hombro, directos al elevador, con un clima extraño y tan perceptible que giraba alrededor de nosotros sin siquiera tener tacto. Quise esconder los fuertes latidos de mi corazón, pero no supe como hasta que nos detuvimos frente a este.
Yo no volteaba el rostro. Y el no volteaba su cara. Pero quise imaginarme que era lo que él pudiera estar sintiendo en ése momento o que era lo que pensaba ahora que estábamos así, solos, sin un alma en nuestro entorno.
Estuve en un constante estado de encierro mental para que mi cerebro estuviera tranquilo ante su presencia y no comenzara a pensar en cosas que ni el noventa y cinco por ciento de las cosas pudieran llegar a suceder.
Como mirarme como me miró a lo lejos de la mesa. Como si él quisiera hablar sin pronunciar palabra.
Estaba cerca de él y mi mente en otro lado, hasta que las puertas dieron acceso a la entrada de la cafetería. El Dr. Redford solo pidió un Goulash, una especie de estofado de carne, en este caso de cerdo y en forma de guiso.
De mi parte pedí un Wiener Schnitzel, un filete de carne empanada con patatas y una botella de agua.
Creí que nos sentiríamos en una de las mesas, hasta que observé como se encaminó a la salida del comedor. Eso significaba que cenaríamos en su consultorio.
Me pasé la saliva llena de nervios.
Con la bandeja entre mis manos, y la bandeja entre las suyas, volvimos a introducirnos al elevador para dar con su consultorio que, con gran facilidad, introdujo la llave de oro en la cerradura de la puerta y la abrió para darme acceso primero. Lo hice, y di varios pasos frente al escritorio, sintiéndome perdida.
─Pensé que cenaríamos en el Comedor ─confesé casi tartamudeando.
─Evitaremos distracciones, Dra. Avnet ─explicó acercándose a dejar la bandeja en un mueble que no había visto, luego se acercó a mí sin pedir permiso para quitarme la bandeja de mis manos ─. Póngase cómoda.
Volví a tragar saliva ante su petición tan... normal. Miré a un costado y sin pensarlo tanto, me senté en una silla que estaba frente a otra. El Dr. Redford movió aquel mueble frente a nosotros, y observándolo mejor, era una mesa movible.
Se sentó alzando la bata blanca, y agarró sus cubiertos al abrir un libro que no había notado que estaba a lado de su comida.
─Provecho, Dra. Avnet ─no me miró.
Por un momento no supe qué hacer. Y fue cuando me sentí tan ansiosa que mi estómago rugió ligeramente. Agradecí interiormente.
Comencé a comer con la vista en el plato. Lo fue así hasta que dejé casi intacto el material, agarré el papel para limpiarme las comisuras de los labios y alcé la vista para mirarlo.
El Dr. Redford seguía leyendo, y esta vez con los lentes que le había visto hace unos instantes. Y de nuevo caí en la cuenta de qué tan bien se veía con esos lentes.
─¿Ha terminado? ─preguntó sin alzar la vista.
─Sí, Dr. Redford.
Cerró el libro y se quitó los lentes para acomodar una pata en su bolsillo delantero. Entonces me miró.
─Terminemos con su Evaluación Trimestral.
Se puso de pie, y yo también lo hice, siguiéndole hasta que él se sentó en su respectiva silla de piel con ciertos adornos dorados que se visualizaban por el contorno del mueble, y yo me senté en la silla de un cojín duro.
─Nos quedamos en el apartado de las actividades que han sido más enriquecedoras para usted, ¿correcto? ─me miró un momento.
─Así es.
─Cuénteme a detalle que objetivos le faltan por conseguir.
─Conseguir más la habilidad de comunicarme con mis pacientes en el área...
Su teléfono comenzó a sonar, interrumpiéndome sin pudor.
─Discúlpeme ─alzó el teléfono ─. Habla Marlon Redford.
Comenzó a asentir, y yo pude relajar todo el cuerpo al sentir que estaba muy tensa. Con cierto detenimiento, observé un anillo de oro que portaba en su mano derecha que sostenía el teléfono negro.
─Gracias, buena noche ─colgó y resopló por un segundo ─. Me disculpo, Dra. Avnet, pero me han llamado para informarme que debo ir ahora la Clínica Heilung para transferir a un paciente en estado de urgencia ─me miró, generándome incertidumbre.
─Oh... ─expresé evidentemente sorprendida ─, entiendo, Dr. Redford. Me... me retiro ─me puse de pie sin pensarlo ─. Espero que podamos terminarlo de una vez, por favor. Es muy importante para mí, Dr. Redford.
Noté mis manos entrelazadas con mucha fuerza, como sinónimo de estar ansiosa, y de que ya me estaba preocupando nuevamente al no tener mi Evaluación Trimestral terminada. Era una urgencia tremenda la que tenía, la curiosidad de saber cómo me había ido en la mitad de mi primer año.
─Aguarde, Dra. Avnet ─me detuvo poniéndose de pie por igual ─. Quiero preguntarle si le gustaría acompañarme. Quiero decir, para su formación ─se apresuró.
─¿Yo?
Me sentí estúpida al preguntar aquello.
─Usted ─me sonrió humorístico, sintiéndome rara.
─Me gustaría ─expresé sin detenerme a meditarlo.
Asintió con la cabeza, cerrando brevemente los ojos como lo hacía ante una situación positiva y afirmativa desde mi parecer.
─La espero en el estacionamiento en cinco minutos para que vaya a ponerse algo más abrigador ─indicó sin perder oportunidad de revisar mi atuendo.
─Sí, Dr. Redford. No tardo.
Y me di la vuelta para salir casi corriendo de su consultorio y esperar a que el elevador me subiera. Una vez en los Vestidores, me quité la bata blanca, la dejé en su lugar, agarré mi abrigo grisáceo con puntos negros y la misma bufanda que usaba últimamente. Sentí la tentación de soltarme el cabello para protegerme del frío, pero preferí no hacerlo porque seguía en mi turno.
Cerré el casillero, y corriendo fui al elevador a que me dejara en el primer piso. Pasé por el pasillo que nos encaminamos todo el personal, y pasando por dos guardias de la noche salí a la recepción, donde no había nadie a cargo.
Puse un pie sobre el cemento del lugar, y el aire frío me despeinó casi todos mis rulos que había acomodado hace unos instantes. Me tapé una parte de la cara para buscar su figura tan familiar, que sorprendentemente lo tenía grabado en mi memoria.
Sentí una mano envolverse en mi brazo, entonces bajé la mirada y era la mano de él, con un guante negro, jalandome con suavidad después hacia la parte trasera de la camioneta, y en frente iban otras dos personas más. Me subí con su ayuda y luego él subió para cerrar las puertas.
─El frío es infernal ─dijo, mientras se acomodana bien su abrigo.
Me saqué los guantes para acomodar nuevamente mis rulos como podía ante la negrura del ambiente, que solo podían pasar rasgos de luz por los faros del Hospital.
─Suéltese el cabello ─habló a susurros.
Lo miré. Y no pude evitar sentir el mismo dolor en mi estómago.
─¿Que me suelte el cabello? ─pregunté sin querer.
Escuché como soltó una risa baja, sintiéndome estremecer.
─Si usted quiere, claro.
Apreté mis labios, indecisa de su petición. Porque claro que había sido una petición, no un consejo o siquiera un comentario simple como cualquier otro. Él había utilizado el mismo tono que usó esa noche en el Billar.
─¿Por qué quiere que me suelte el cabello? ─pregunté queriendo sentirme segura.
─¿Por qué me pregunta eso?
─Por curiosidad. Respóndame.
─Lo comenté sin pensar.
─No. Fue una petición, Dr. Redford.
─¿Una petición? ─alzó brevemente la ceja ─. ¿Está segura?
Sentí molestarme un poco.
─Siempre estoy segura de lo que digo, Dr. Redford.
Se detuvo a mirarme unos segundos, luego miró el contorno de mi cara, y volvió a mirarme a los ojos.
─Suéltese el cabello, Dra. Avnet.
Le dediqué una sonrisa casi maquiavélica.
─Soltarme el cabello por petición suya es personal. Y hoy somos la Dra. Avnet y el Dr. Redford ─respiré fuertemente ─. Así lo decidió el día de ayer.
─¿Yo? ─sentí como su tono bajó a ser más neutral ─. Usted dijo que...
La camioneta detuvo su andar, apagándose el motor para después escuchar como uno de los conductores bajaba del vehículo para abrirnos. Me ofreció la mano al bajar, luego bajó el Dr. Redford.
─Tramposa ─me susurró para después adelantarse a la entrada de la Clínica Heilung.
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