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31. Un algo para destrozar

Miércoles, 5 de Enero de 1994

6:00 AM

Me autoconvencí de que mi acción del día de ayer había sido una completa estupidez. Algo que admitía con seguridad.

Al llegar al departamento me quedé parada sobre la sala, con la mirada sobre el reloj que estaba en la esquina mientras recordaba lo que había hecho, partiendo el hecho de volverlo a ver.

Me había sentido más tranquila cuando sentí que había tomado aire lo suficiente. A los minutos, la Junta Informativa ya había dado por término, y como alerta a mi sistema, decidí irme a los Dormitorios para evitar encontrármelo.

Tal vez no sabe que estoy aquí.

Pero luego me di una cachetada mental al razonar que él ya sabía que estaba haciendo mi Residencia aquí. Me sentí como una tonta al pensar en eso.

Sin embargo, no sólo estaba evitandolo a él, también a Bob y de mi ahora amigo Oswald.
Permanecí un rato en mi dormitorio personal, donde escribí el recado en el mensáfono a Bob diciendo que quería dormir por un dolor de cabeza.

Ojalá hubiera sido así. El problema es que me quedé ahí como una cobarde e infantil persona que no hacía más que el ridículo frente a mi persona.

Fue hasta la tarde cuando recibí el recado del Dr. Green, mi Evaluación Trimestral se daría al día siguiente a las nueve de la mañana. Supuse que no les había alcanzado el tiempo con Oswald, o que Arnold Foster todavía tenía asuntos que discutir con los Psiquiatras del lugar.

A la hora de la salida, decidí esperarme a que fuera más tiempo para poder registrar la hora de salida y llegar al departamento a descansar. Tardé una hora más en hacerlo.

Y hoy en la mañana desperté con sólo un par de horas de sueño, recordando nuevamente el tiempo que había compartido con el Dr. Redford desde la primera vez que lo vi en Las Vegas. Exactamente no sabía que sentía, pero los nervios y la incredulidad es algo que no se llevaba bien en cualquier ámbito de la vida.

Me di un baño en cuanto me levanté de la cama, y aún con el clima frío, me puse un suéter negro con cuello de tortuga junto con pantalón de lana color beige y el cabello recogido sin necesidad de peinarlo tanto por mis rizos. Como siempre, me había maquillado un poco las pestañas y aplicado el perfume.

Me subí al auto que mi papá decidió rentar por mi estadía temporal en Austria y arranqué rumbo al Hospital para desayunar y presentar mi Evaluación Trimestral del que estaba más que preparada desde hace días, y por el exhaustivo estudio del día de ayer.

Ya una vez registrada mi hora de entrada, fui a los Dormitorios a dejar en el casillero blanco un par de cosas que traía en manos, y me fui a la Sala de Comedor para desayunar fruta con pan y un café que necesitaba ahora mismo.

Bob no estaba, y Owald tampoco. Solo había encontrado a Lena que desayunaba acompañada de una hojas en su mano derecha y la cuchara de avena en la otra. Una vez que terminé el desayuno, fui a refrescarme la boca con la pasta de menta y a acomodar mi cabello por última vez. Respiré hondo en cuanto me mentalicé que todo iba a salir bien en mi Evaluación Trimestral.

Al ver que faltaban cinco minutos para las ocho de la mañana, tenía que salir y dirigirme al Salón de Clases donde impartía la rotación del Dr. Green. Me mantuve en lo positivo para no ir pensando en su trato especial que llegaba a tener conmigo. Aunque ya tenía rato que no hacía algo fuera del parámetro de lo normal, aún seguía estando en alerta de cualquier cosa que él pudiera hacer.

Al llegar al salón de clases, lo encontré vacío, y me tranquilizó para poder hacer el ejercicio de respiración con el fin de aminorar los nervios que hacía ponerme los pelos de punta. Funcionó para mi buena suerte, significaba que el día había empezado bien.

Tomé asiento en uno de los lugares y esperé.

Esperé hasta que dieron nueve con quince minutos. Me resultó extraño la impuntualidad del Dr. Green, por lo que revisé en el mensáfono si no había ningún recado de su parte: nada.

Me puse de pie porque ahora estaba intranquila, así que me acerqué al pizarrón para distraerme unos segundos, hasta que la puerta del salón se abrió haciendo un ruido.

Me di la vuelta y de nuevo lo mismo.

Sabía que no eran mis imaginaciones, porque la loción llegó tan pronto como entró al lugar. Y su sonrisa era completa, real ante mí.

─Buenos días, señorita Narella ─me saludó al cerrar la puerta a sus espaldas.

─Buenos d-días ─tartamudeé nerviosa.

Llegó hasta el escritorio del Dr. Green, y yo me ubiqué al otro extremo del salón para evitar tener contacto con él.

─¿Le informaron que yo seré quien evaluaré su formación de este primer año?

Me quedé en blanco al oír sus palabras.

─¿Usted? ─exclamé casi en un susurro.

Asintió mientras alzaba la ceja y cerraba sus ojos por un momento.

─¿Y el Dr. Green? ¿Qué pasó con él? ─pregunté sin pensarlo tanto.

─El Dr. Green lo han ubicado con los Residentes del tercer año. Sus compañeros han sido avisados. Y veo que tampoco le avisaron del cambio, señorita Narella.

─No ─afirmé por lo bajo ─. No me avisó nadie.

─No es para preocuparse ─sacó su maletin negro que conocía en la Universidad, sacando una hojas impresas de aquella evaluación temible ─. ¿Le causa algún problema?

─Ninguno ─respondí rápidamente.

─No la veo muy segura, Narella.

Pegué la mirada sobre la suya, sintiendo la molestia en mi interior por invalidar mi seguridad y llamarme por mi nombre.

─No se olvide donde estamos, Dr. Redford.

Agarré la banca y la posicioné frente al escritorio.

─Usted se sentará aquí. Me gusta intercambiar lugares.

No dije nada, sin embargo, al caminar hacia su lugar y él al mío, me tomó del brazo:

─Ponga la silla en este punto.

Temblé ante su agarre tan varonil. Me provocó escalofríos que tuve que ordenar mi mente.

Me soltó en cuanto tragué fuertemente la saliva. Agarré entonces la silla y la posicioné justo enfrente de él, me senté muy lentamente hasta que él tomó asiento y acomodó los papeles sobre la tableta de madera.

Me miró a los ojos, y yo intenté irradiar seguridad. No estaba segura de querer mostrarme lo vulnerable que ahora me sentía en esos momentos. Y más ahora que solo habían unos cuantos centímetros entre él y yo.

─¿Rotación interna? ─inició ahora sin mirarme.

─Rotación interna.

─¿En qué servicio?

─En el servicio de Unidad de Hospitalización Breve en Urgencias Psiquiátricas.

─¿Cuáles son los objetivos en base a conocimientos teóricos y el mapa de competencias?

Me esperé un momento para respirar y continuar:

─Los objetivos que nos piden es el conocimiento acera de la Psiquiatría, los informes con el diagnóstico impreso de nuestros pacientes, poder realizar de cuatro a seis guardias cada mes.

─¿Y qué objetivo ha conseguido durante la primera mitad de su primer año?

Seguía sin mirarme, y lo agradecí para seguir con mi seguridad.

─En una urgencia, realicé inyectar 0.75 mg de Alprazolam sin la presencia física del Dr. Green ─instintivamente me toqué la parte trasera de mi cabeza ─. Uno de los pacientes quiso afilar una crayola con una cuchara de plástico para realizar un acto suicida, llegué a tiempo, y con mis palabras logré que dejara el objeto en la cama. He avanzado el 60% a las sesiones con tres pacientes de cuatro que tengo hasta la fecha.

Pasó la siguiente hoja y murmuró algo ininteligible para después preguntar:

─Dentro de sus actividades en su formación, ¿cuáles han sido las más enriquecedoras para usted, Narella?

Sentí una punzada de dolor en el estómago al pronunciar mi nombre. Y no era exactamente de dolor, podía ser algo parecido a una emoción positiva. No, era ansiedad.

Me puse de pie y tomé las hojas que estaban a lado de la banca que él había tomado posición. Volví a sentarme y me crucé las piernas para recargar el folder.

─Con el paciente Franz Lang, de Trastorno Biplar del Segundo Tipo ─comencé a leer y a concentrarme ─, al inicio de la octava sesión, estaba renuente a colaborar con las preguntas frecuentes que le realizaba ya anteriormente. Observé que estaba molesto por algo que en un principio me costó descubrir. Fue entonces que noté que estaba mirando hacia afuera de su habitación y estaban los guardias de seguridad. Como temí, explotó de furia y gritó que los quería fuera. Comencé a dialogar con él, mi objetivo ahora era tranquilizarlo, cosa que me sorprendió porque tardó cinco minutos en estar sentado en el sillón y a dialogar después.

Terminé y alcé la vista. Él seguía sin verme.

─Con el paciente Josef Bauer, con Trastorno de Depresión Mayor, he logrado que interactúe más conmigo que con la Dra. Sutton. Inclusive confesó que era la única persona a la que confiaba para poder mejorar su situación.

─¿En qué sesión le hizo esa confesión? ─preguntó.

─En la vigésima.

─¿Anteriormente se ponía renuente a las sesiones?

─En realidad no. En la primera sesión estuvo más que dispuesto a colaborar. Se lo comenté a la Dra. Sutton y me dijo que le había dado el plus perfecto para que el paciente se abriera conmigo.

Entonces alzó la vista. Alzó una ceja.

─¿Cuál plus perfecto? ─preguntó curioso.

─Si me lo pregunta, no lo sé en realidad ─expresé con timidez absoluta.

Entonces cerró el folder y lo dejó sobre la mesa al inclinarse y sentarse nuevamente.

─Hagamos una cosa. Quiero que usted simule que soy el paciente Bauer. Quiero ver como usted interactúa.

Estaba a un instante de asentir la cabeza y hacerlo como él me lo pedía. Sin embargo, la duda me cruzó por la mente.

─¿Esto es parte de la Evaluación Trimestral?

─Así es, Narella.

─Dr. Redford ─casi tartamudeé con su apellido ─. Creo que no debe tutearme.

─¿Le molesta?

─No es eso, pero ahora no es mi amigo.

Me arrepentí enseguida.

─¿Amigo? ─sonrió con humor, entornando sus ojos ─. ¿Cuándo me convertí en su amigo?

─Fue un decir ─mentí y volví la vista a mis hojas.

─Yo puedo y quiero tutearla ─mencionó.

─Y yo no quiero, me molesta, ¿de acuerdo?

Rió con el mismo humor mientras se ponía de pie.

─Acabas de decir que no te molesta. Sé sincera, Narella ─se acercó al escritorio.

Me puse de pie para enfrentarlo de una vez lo que me estaba rondando la cabeza desde hace días. Y horas también.

─Estoy muy molesta por como me trató en Año Nuevo. No sé qué pretendía con cruzar la línea que nunca le autoricé o le di el consentimiento ─me acerqué hacia el escritorio ─, venía con la Dra. Sutton, pudo haber malinterpretado la manera en como me llevó a rastras a la pista de baile ─exclamé casi alterada, mientras él ya estaba de pie, que sostenía su mano en su cadera, abriéndose la bata blanca ─. Exijo una explicación, Dr. Redford.

Nunca quitó su sonrisa al pasar los segundos. Era como si estudiara mi rostro y la minúscula parte de ello. Me sentí tan indefensa que tuve que dejarme apretar las manos debido a la transpiración entre ellos.

─Esperaba que fueras sincera en el punto de que si yo era tu amigo o no ─examinó con un tono sutil ─. Pero ya veo que no has podido guardarte las ganas de reclamarme el baile de esa noche en Año Nuevo.

─Claro que no me iba a guardar una situación de la que usted ha abusado directamente ─recalqué con dureza ─. Y ya deje de tutearme, no se burle de mí.

Sus manos se recargaron sobre el cristal del escritorio y se inclinó muy cerca de mi espacio. Ahora estaba temblando.

─Diste tu consentimiento, Narella. Lo pude ver en tus ojos.

Bajó su mirada a mi boca y luego la alzó a verme con sus ojos tan azulinos  por la luz del sol.

─Quiero recordarte que nunca ha sido de mi afán hacerte una ofensa o burlarme de ti. Y quiero que me digas de una vez que quieres tú de mí.

Lo miré confundida.

─¿Yo?

─Tú, Narella. Solo así podemos dejarnos de juegos.

─¿Qué juegos? ─pregunté nerviosa ─. No entiendo.

Sin darme cuenta de la magnitud de su estatura, se inclinó hacia mi oreja para susurrarme con su aliento:

─El juego llamado fascinación ─susurró muy bajo, apenas entendiendo sus palabras ─. Un juego que no debemos dejarnos tentar.

Se alejó y sus ojos estaban más cerca por primera vez de todas las veces que nos habíamos visto. Volvió a bajar la mirada a mi boca, y sentí el corazón latirme muy fuerte.

─No sé de qué habla ─bajé la mirada ─. Basta.

─¿Basta? ─preguntó como queriendo no estar seguro ─. Basta tú.

─Yo no he hecho nada ─murmuré al borde de un colpaso de nervios.

Entonces la puerta se abrió. Y el corazón se me salió.

¡Disculpe la interrupción, Dr. Redford! ─escuché la voz de Oswald.

─Aún no terminamos ─, expresó con dureza al alejarse ─. Antes de entrar, toque la puerta, Dr. Evans.

No volteé en ninguno momento, pero imaginé que Oswald había tragado la saliva, hacer una sonrisa nerviosa y luego cerrar la puerta en cuanto escuché el sonido.

Para lo siguiente que escuché fue un fuerte suspiro suyo, entonces lo miré dándome la espalda. Temí lo peor.

─Narella ─me llamó cambiando su tono a uno neutral ─, el baile, la partida de Billar, tu sueño..., la noche de Las Vegas ─se dio la vuelta y se quedó ahí un momento mirándome para decir: ─. Algo deseas. Y debes decírmelo ahora. Esa es mi explicación.

Apreté la lengua, demasiado insegura de emitir alguno sonido de mi boca.

─Destrózalo ─dijo sin remordimiento ─. Destroza todo lo que se fue construyendo, porque no debo seguir con mis pensamientos que he ido formando acerca de ti.

Me estaba costando respirar ante el simple sonido de su voz, ante su mirada curiosa y casi suplicante porque yo diera alguna respuesta.

─¿Su explicación? ─musité por inicio ─. Dr. Redford, creo que estamos cruzando límites de lo impensable.

Entonces asintió con la cabeza. Y por un momento, sólo por un ápice de ese minúsculo momento me contrajo fuertemente mis palabras y su asentir.

─Hemos de iniciar la clase ─dijo ante una mirada nunca vista ─. Avísale a sus compañeros, Dra. Avnet.

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