28. Salón Fisher
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Miércoles, 29 de Diciembre de 1993.
7:25 pm
El cansancio era asfixiante. Lo único que me consolaba ahora era el poder dormir en los dormitorios del hospital. Últimamente me la pasaba durmiendo al terminar mi turno.
El fruto de todo el trabajo que conllevaba con los regaños por parte del Dr. Green, y la humanidad de la Dra. Sutton era un cuadrado que me llenaba de caos en la mente. Habían ocasiones que ni siquiera comía por atender a mis pacientes, donde sus niveles de crisis de ansiedad aumentaban sin siquiera detenerme a preguntarme por qué.
Y no era la única. Todos los de mi grupo estaban en la misma situación que yo. En lo interno me sentía ligeramente mejor el saber que no era la única que sufría lo laborioso que se había vuelto nuestro trabajo día a día. Y las Urgencias..., las Urgencias era casi un sueño maldecido ante el día que se consumía por el clima calculadoramente frío que se presentaba a todas horas, el clima bajaba más y era sorprendente observar y corroborar que a los demás no les causaba ninguna molestia. No me causaba molestia a mí, pero terminaba en un estado en el que tenía verdaderamente frío aún vistiendo suéteres con cuello de tortuga.
Mis pacientes no eran del todo considerados cuando me presentaba en sus habitaciones para hacer el análisis completo de su estadía en cuanto a todo y poder registrarlo en la tableta de metal que colgaba al pie de la cama. Era agotador cuando ellos no respondían a mis preguntas que les hacía, por lo que siempre debía buscar el modo de que me respondieran y sintieran esa confianza como Doctora.
El día de ayer tuve una sesión con la presencia del Dr. Green a mi lado, mientras que yo permanecía sentada de manera relajada y con la tableta sobre mis rodillas, frente a Doris Koch, la chica que se había presentado hace ocho semanas en la Sala De Urgencias Psiquiátricas, la chica que se había autolesionado de manera errática. Cuando me presenté ante ella como la Doctora Avnet, se mostró ansiosa. En el momento en que trataba de transmitirle la confianza que sabía que necesitaba, ella se retraía más ante mis palabras. Me hizo sentir inútilmente mal.
El Dr. Green intervino por unos segundos, explicando cuál era el objetivo de la primera sesión que tenía con ella, porque en esas semanas que transcurrieron estuvo en tratamiento por parte del Dr. Green, y en observación por parte del equipo de enfermeras. Me di cuenta que nunca le había explicado el objetivo, un requisito esencial de una entrevista, no importaba si era cerrada, abierta o de los dos modos, era imprescindible hacerle saber al paciente cuales eran mis objetivos. Me maldije a mí misma.
Durante la hora que normalmente dura como todas las sesiones ─y en ocasiones hasta dos horas ─, fue respondiendo con oraciones muy concisas y con la voz baja, dificultándome más mi labor.
Al terminar, la enviaron a su habitación, y entonces fue cuando el Dr. Green me hizo ver mis errores de manera muy indiferente y altanero desde mi punto de vista. Tenía que tragarme las ganas de llorar por la manera que recalcaba mis errores cada vez que podía. Pero sucedió algo extraño que hasta hoy en la mañana desperté con los mismos pensamientos de anoche: antes de salir de su consultorio que tenía, así como la Dra. Sutton tenía el suyo, o el Dr. Mosser, me pidió que cerrara la puerta.
Lo hice aún con la amargura atascada en la garganta, con el enojo filtrado en la voz por consecuencia de que no podía articular palabra alguna para defenderme ante mis errores. Fue entonces que me dijo que me invitaba un café para darme una clase personalizada.
Por un momento la idea me pareció necesaria para mi formación. Pero lo medité cuando el Dr. Green se había quitado su bata blanca para ponerse su saco gris para salir.
Ante mi razonamiento le dije que prefería discutirlo en la Sala De Enseñanzas frente a los demás, sin importar que me regañara nuevamente. Y por supuesto, entendió la indirecta.
Experimenté la ansiedad nuevamente. Era esa emoción tan familiar que ya había experimentado anteriormente. Por relación, pensé en el Dr. Redford. Él también me había hecho sentir de esa manera, lo único que no había logrado era el sentirme incómoda como él Dr. Green lo hizo.
Esos pensamientos automáticos, que en un principio me eran irrelevantes, hacían que me dedicara a pensarlos una y otra vez. Y la mayoría eran sobre el Dr. Redford, que crecían de manera considerable hasta darme cuenta que realizaba cuentas en el calendario: cuántas semanas habían sido desde que lo vi esa noche en el restaurante, desde que se había detenido y tomado la molestia de observarme como lo había hecho. Once. Once semanas pasaron.
Luego recordé el momento en el Blackjack cuando me trató de enseñar como tener suerte en el juego. También en el momento de la invitación, la partida del Billar, enterándome después a razón de que él se había quedado con las ganas de participar en un juego conmigo.
Admitía que había sido una buena noche con el Dr. Redford. Sin duda lo había sido ahora que me detuve a pensarlo.
─¿Dra. Avnet?
Me vi interrumpida en mis pensamientos ante el llamado de la residente de enfermerías, Karin, que acompañaba a la enfermera Herta.
─¿Sí?
─¿Comenzamos con el paciente Josef Bauer?
─Sí ─me acomodé la bata al ponerme de pie y dejar la taza de café sobre la mesa ─. Vamos.
Me miré los tenis blancos por instinto hasta que noté más tenis blancos a mi alrededor. Alcé la vista y aun seguían esperándome las enfermeras. De pronto, con un haz de luz brillante, se paseó por el rincón de mi mente la mirada azulada del Dr. Redford.
¿Ahora qué te sucede, Narella?
Obligué a mis pies moverse con velocidad para tomar el tiempo de la sesión y terminar a tiempo el turno de la tarde.
Frente a la habitación de Josef, éste se abrió por Karin, quien traía la llave. Josef se encontraba leyendo frente a la ventana con las líneas cruzadas entre sí, admirándose el Patio Central del Hospital. Aún así, ya faltaba poco para la noche.
─Buenas tardes, Josef.
Giró la cabeza, mirándome detrás de su hombro. Sonrió.
─Buenas tardes, Dr. Avnet. Justo estaba pensando en usted.
Traté de no hacerlo relevante para mí de manera personal.
─¿Cómo te encuentras el día de hoy?
─Me he sentido extraño. Y antes de darme cuenta empecé a leer. Y es que... de casualidad la protagonista del libro es parecida a usted.
Sonreí de lado por un breve momento, y entonces busqué donde sentarme.
─¿Quieres decir que hoy te has sentido bien?─pregunté al tomar asiento frente a él, ahora que la silla movible se había girado de frente.
─No lo sé. Me siento raro.
─¿Y la lectura que te hace sentir?
─Me hace sentir... algo aparente al sentirme bien. Me siento como si... respirara el oxígeno de la habitación. Lo veo... con más luz. No me había dado cuenta de que tenía libros en el estante.
─¿Qué libro llamó tu atención?
─Carta de una desconocida.
No la he leído. Debe ser interesante, pensé.
─¿Y has leído más libros?
─No, Dra. Avnet. Es el primero que leo desde que mis padres me internaron aquí.
Mientras me respondía, anotaba en palabras claves sobre la tableta que traía en el regazo. Alcé la vista hacia Josef, que no me despegaba la vista.
─Ha de ser una lectura interesante. Debo irme, pero te veré en unos días.
Josef solo asintió con la cabeza aún sin dejar de mirarme como lo hacía. Directo y profundo sin saber que hacer por un segundo.
Me di la vuelta y salí de su habitación, donde Herta cerró la puerta con doble llave.
─Las veré el día dos ─me dirigí hacia Herta y Karin ─. Feliz Año Nuevo.
─Feliz Año Nuevo, Dra. Avnet. Que la pase bien con su familia.
Nos dimos un breve abrazo y cada quien se marchó por cada pasillo.
La Sala De Control A se componía de ocho habitaciones grandes para diez pacientes en cada uno de ellos. En las afueras de las cuatro paredes donde se resguardaban los pacientes, había una pequeña sala lineal donde habían ciertas cosas como una televisión, unos sillones por doquier y unas mesas con algunos juegos. En medio se encontraba el pasillo más ancho del lugar, que justo frente a mí estaba la cabina de enfermeras, atentas para observar a los pacientes que vagaban por estos pisos. Las saludé con la mano y me devolvieron el gesto.
Me salí una vez que la puerta de seguridad se abrió, volví a pasar por otra puerta de seguridad donde se hallaba una pequeña sala para la Guía de Pacientes A. También había otra sala que se guían a Pacientes de Breve Hospitalización. Al seguir mi camino me tope con la Sala De Arte, para después finalizar con la Sala A y la Sala De Espera de familiares. Las puerta del elevador estaban abiertas, me introduje dentro de la caja y presioné el botón para dirigirme hacia los dormitorios.
Observé la hora en mi muñeca y eran 7:47 de la tarde, ya a pocos minutos de terminar mi turno. Al llegar a los casilleros blancos, me quité la bata y la coloqué en su lugar, agarrando mi chamarra voluminoso de algodón con la gorra para cubrir mi cabeza. Tomé mis guantes de tela suave y la bufanda que andaba utilizando en las últimas semanas.
Salí y volví hacia el elevador para dejarme en el primer piso. Me despedí de Rosanna, quien pasaba a mi lado con un vaso de agua en las manos. Poniendo un pie sobre la acera del Hospital, Bob ya estaba afuera esperándome.
─¿Lista?
No dije nada, pues ya me habia subido a su auto para de una vez arrancar hacia el aeropuerto. La radio estaba encendida, y él estaba con el cigarrillo prendido afuera del coche.
─En Chicago hace igual de frío que aquí, ¿cierto?
─Menos, pero sí.
El trayecto fue frío y largo, que incluso me quedé dormida solamente una hora de dos horas de recorrido con la mano en mi mejilla recargando sobre la puerta. Al llegar al Aeropuerto Schwechat, estacionamos el auto bajo el cuidado de un guardia que Bob pagó hace unos días. Las puertas de acero y de cristal se abrieron en automático al acceder, entonces el frío bajó por completo.
Una vez que las escaleras eléctricas nos llevaron al segundo piso, revisamos por las pantallas los vuelos que estaban por momentos. Busqué el de nosotros y solo nos hacía falta esperar media hora.
─Iré a comprar algo para merendar. ¿Quieres algo? ─pregunté dejando la maleta en la sala de espera.
─Un dona, por favor. De chocolate. Oh, y un café, por favor.
─Ahora vuelvo.
Me quité los guantes de algodón y los metí en cada bolsillo de la chamarra. La cafetería se llenaba poco a poco, abarcando dos filas de gente cuando debía de ser una. Aún así fui a formarme.
─Pasajeros del vuelo Viena, Austria a Chicago, Estados Unidos. Informamos que el vuelo a sido cancelado debido a problemas severos del clima, ya que nos encontramos a -5 grados C°. Dentro de una hora les estaremos comunicando hasta nuevo aviso. Gracias.
Solté un bufido, y sin notarlo, escuché las voz de la chica que atendía la barra. Pedí la merienda de Bob, y un vaso de chocolate caliente para mí.
Regresé hacia la sala de espera. Bob estaba con mis audífonos y con los ojos cerrados. Golpeé suavemente su piernas con mi pie, y este abrió los ojos.
─¿Qué sucede?
─Ten ─le entregué la dona chocolatina y su café suizo ─. Como veo que no escuchaste, han cancelado el viaje.
─¿Qué?
─Dentro de una hora nos avisarán ─tomé un sorbo del chocolate caliente.
─Déjame ir a checar.
Bob se levantó quitándose los audífonos con el vaso en el portavasos y fue hasta la recepción. Agarré mis audífonos para identificar la canción que Bob había seleccionado en mi Walkman. Pese a lo cual, fui lenta ya que Bob estaba frente a mí.
─Me acaban de decir que el vuelo será mañana por la tarde, Narella.
Me restregue la frente con un poco de frenesí.
─Es mucho tiempo. De aquí para Chicago son diez horas de vuelo. Llegaríamos a la fiesta a las... ─miré el reloj de mi muñeca derecha, marcando 10:13 de la noche ─, en Chicago son las 3:13. Si mañana en la tarde... digamos las 6:00 de la tarde, llegaríamos diez horas después a Chicago en la hora de las 9:00 de la noche, Bob. Esto es una maldición.
─Bueno, no te estreses ─me tocó la manga del brazo ─. Vamos a llegar allá directamente.
─Claro, ¿y en qué momento me cambiaré? No lo haré en el avión, y conociéndome voy a estresarme más de lo que suelo sentir.
Bob torció el gesto para después darme la razón con solo asentir su cabeza. Bebí más del vaso que yacía a un lado de mí, pero con la mirada en el suelo, pensando en que demonios iba a hacer ahora.
─¿Y de casualidad no usas... algún Jet privado?
Lo miré golpeado.
─¡Pero por supuesto! ─me animé sonriéndole ─. Podré mandar a pedir el Jet de mi papá y así... ─me detuve, pensándolo mejor para volver a mi desánimo ─. Contando las horas, el Jet de papá vendría tal vez en ocho horas. O nueve. Serían las siete de la mañana, y al llegar allá...
─Allá serían las nueve de la mañana. Relájate, llegaríamos antes de lo previsto.
─Sí, ¿verdad? ─me puse de pie y saqué el teléfono portátil ─. Llamaré a Kathleen. Ella podrá ayudarme.
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Viernes, 31 de Diciembre de 1993.
No. No pudo realizarse de ese modo. El plan que había tenido no había podido realizarse como yo quería.
Debido al clima, el Jet de papá llegó a la tres de la tarde. Había sido prácticamente el mismo problema: el clima tan desfavorable. Tuve que tranquilizarme ante mis nefastos nervios y estrés que me escrudiñaba las entrañas sin detenerse. Bob, a diferencia de mí, estaba como un niño en espera de su juguete favorito que estaba a la vuelta de la esquina.
Creí que el viaje de Viena a Chicago sería no más de ocho horas. Habían sido las diez horas, así que en Chicago me había marcado la seis y media de la tarde. Bob me había hecho el bendito favor de hospedarnos en un hotel que estuviera cerca de la mansión donde anteriormente vivía. Kathleen quiso enviarme a unas estilistas para el tipo de peinado que le favoreciera al vestido que usaría hoy en la noche de la fiesta. No me animé, pues cuando ya estaba recién bañada y apenas maquillandome, preferí planchar mi larga cabellera rojiza con el copete ligeramente ondulado hacia atrás. Una vez terminado, me vestí un precioso vestido negro de chalis que se adecuaba como un guante a mi cuerpo. Se abría la falda hasta tres dedos arriba del muslo izquierdo. El cuello alto con los brazos descubiertos y la espalda, sin embargo, se cubría un poco con dos lazos de tela verde amarillenta con un moño rojo oscuro. Al final, unas zapatillas negras con lazos amarrado desde atrás.
Al salir de la habitación, bajé a la recepción. Pude sentir muchas miradas posarse en mi debí a la atención natural que ya había atraído, incluyendo la de mi amigo. Tuvo que limpiarse la baba de la boca al tenerme frente a él. No dijo nada, pero se mantuvo nervioso por lo que restaba el camino del hotel hacia el salón que mi tía Angela había apartado para la fiesta de esta noche.
─Puedes dejar el auto aquí con las llaves pegadas ─hablé cuando observé a varios chóferes de acomodadores de autos.
Bob apagó el auto que había pedido hace días para traernos a este lugar. Nos bajamos, y me puse a lado de Bob. Comenzamos a caminar para adentrarnos a la entrada del salón que lucía el nombre por fuera: FISHER.
Conforme nos adentrabamos al magnífico lugar, me fui dando cuenta que había más mayoría que minoría. Quedé impactada ante el hecho de lo que mis ojos estaban viendo ante mí.
─¡Hay muchos invitados! ─expresó nervioso mi amigo, adelantándose.
─Sí..., no creí que vendrían tantos.
─Narella.
─¿Estás bien, Bob? ─lo miré, entonces observé como tragaba las piedras por la garganta.
─Estoy bien. Nervioso, pero bien.
─No te preocupes. Es tu oportunidad de conocer a más gente ─le animé mientras seguíamos avanzando.
─¿Y si te pierdo? ─me miró.
─Mejor. Necesitas despejarte un rato.
Me sonrió, y por primera vez en estos meses, Bob me dedicó un amistoso beso en la mejilla, sintiendo que era de los pocos que me habían dedicado con intenciones honorables y sanas.
─La verdad es que te reconocería al momento por ese vestido. Luces muchísimo, Narella.
Sonreí ante su halago.
─Gracias, amigo.
Y haciendo caso a mi comentario, mi amigo comenzó a introducirse en medio de los invitados que producían olores como el tabaco, loción fuerte y acompañados de las risas risueños de las damas de esta noche.
¿Qué taaaaal? Ya tenía ratito sin subir nada, pero he estado absorta por la escuela que sinceramente no me daba el tiempo de siquiera corregir los capítulos que ya tengo por aquí hechos.
Aun así, espero que este les haya gustado, y pues nada, espero su voto si les gustó y algún comentario, jeje.
Amor y paz.
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