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27. Urgencias Psiquiátricas

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Martes, 2 de Noviembre de 1993.
11:16 AM

─¿Quién puede decirme cuales son los primeros pasos para atender a un paciente en Urgencias?

Oswald levantó la mano al mismo tiempo que todos. El Dr. Green le dirigió la palabra.

─Evaluar a la persona, es decir, la entrevista inicial. Segundo paso: realizar un examen físico de la persona. Tercer paso: realizar pruebas como toxicológicas, si el paciente se comporta de manera violenta, debemos suministrarle antipsicóticos o benzodiacepinas.

─Correcto, Dr. Moore ─se encaminó hacia mi fila o me miró y me señaló con una pluma ─. Dra. Avnet, ¿cuáles son los síntomas físicos de un Trastorno Somatomorfos?

─De dolor gastrointestinales, genitourinarios, pseudoneurológicos, sexuales y fatiga ─hablé sin nervios.

─Gracias ─se giró y comenzó escribir en el pizarrón de tiza ─, por lo regular debo dar una hora de clase para repasar ciertos temas y teorías impuestas por autores de mayor calidad y una simulación de evaluación a pacientes violentos en este mismo lugar ─dejó el gis blanco y sacudió las manos ─. Nos saltaremos eso por el día de hoy, así que iremos directamente a Urgencias Psiquiátricas.

Nos pusimos de pie y salimos del salón número 2. Bajamos por el elevador, donde salimos para caminar por el estrecho y largo pasillo. El guardia nos dio acceso y este se abrió.

Habían solamente 20 camillas de manera uniforme, con sábanas de color azul claro con el equipo necesario que sonaba casi al unísono de las demás. Por ahora estaba tranquilo, porque en el último mes de Octubre a uno de nosotros en plena guardia sufrió una situación con un hombre mayor que le rompió la bata blanca, y una parte de la camisa que portaba.

─Les asignaré cada paciente que tendremos que ingresar a este lugar, en el cual ustedes evaluarán su estado actual de todas las maneras posibles. Recuerden, Doctores. ─nos miró de manera sistémica y dura ─. No deben mostrar más empatía de lo normal.

Me hice a un lado al sentir el choque brusco de una enfermera, pidiéndome una disculpa y casi corriendo con un medicamento en la mano.

─Dra. Avnet.

Me acerqué al Dr. Green, sintiendo un poco de malestar en el estómago por los nervios producidos sin querer. Su mano rozó la espalda baja y me guió a la camilla número 8 de mi lado izquierdo.

─Lea el expediente, por favor.

Agarré el expediente de la caja que se hallaba incrustada al pie de la cama, abriendo su interior del folder verdoso.

─Franz Lang, 34 años y padece de Trastorno Bipolar de segundo tipo ─comencé ─. A la edad adolescente empezó con cambios de humor muy drásticos, los padres pensaban que formaba parte de la adolescencia. Hasta tener 17 años, un incidente con dos compañeros los llevó casi a la muerte, se identificó síntomas como episodios depresivos, y un episodio hipomaníaco hace tres días.

─Perfecto. ¿Cómo se siente hoy, señor Lang?

─Estoy más que perfecto, ¿puedo irme ya? ─expresó molesto ─. ¿Quién es usted?

─Yo soy el Dr. Green, que se encarga de su bienestar en ayuda de mi residente, la Dra. Avnet ─explicó medianamente empático.

─Oh, quien sea... ─se detuvo y comenzó a moverse sobre la camilla ─. ¿Dónde está Anna? Dijo haber ido a la cafetería por mi vaso de frutas.

─Así es, no tardará ─realizó dos pasos y comenzó a sacar su pluma con luz ─. Permíteme checar sus ojos.

Yo también me acerqué, pero el Dr. Green me dio una señal de no hacerlo, bajé la mirada algo nerviosa.

─¿Dra. Avnet? ─me habló y lo miré ─. Anote.

Saqué mi pluma y comencé.

─Pupilas normales con algo de enrojecimiento. Pulso ligeramente inestable por el medicamento suministrado. 125 latidos por minuto ─miró su reloj para contar y entonces sacó su estetoscopio, con la pieza torácica lo puso en el pecho del paciente ─. Respiración ligeramente atascada por la mucosidad que tiene su pulmón derecho.

─¿Puedo irme? ─insistió vehemente.

Aquí tienes tu vaso, Franz.

Anna, la mujer de la que mencionaba, pasó a mi lado y le entregó el vaso. Franz lo tomó, donde a través del raz del objeto la miraba muy molesto.

─¿Cómo está, Dr. Green? ─se dirigió hacia mi mentor, ignorando a su esposo.

─Se encuentra bien ─mencionó sin más, entonces dirigió la mano hacia la sala de espera que había en Urgencias Psiquiátricas ─. Necesito unos datos más, ¿me acompaña?

─Debo ir a darle tus datos, Franz. No tardo.

─¿Y no me puede preguntar a mí? ─preguntó con los ojos muy abiertos, luego con la respiración más acelerada.

─No son datos tuyos precisamente ─explicó el Dr. Green al acomodarse el estetoscopio sobre el cuello ─. Tome ese vaso de frutas, me dirá en un momento que fruta le sabe más rica.

Lo miré un poco extraña, pero no revelé algún gesto fuera de lo normal. El Dr. Green me miró y me dio la señal de que debía esperar ahí. Entonces me sorprendí la facilidad de entender las miradas de mi mentor.

Se fueron, y observé a mis compañeros desde la esquina que miraban hacia mi dirección. No veía a Bob para dedicarme un pulgar arriba, ni siquiera a Oswald para encontrarme con su gesto de burla que siempre me dedicaba antes de que yo realizara algo en indicación de mi mentor.

─¿Cuál es su nombre, Dra. Avnet? ─preguntó Franz, con la voz algo desanimada.

─Narella ─respondí con las manos en frente del regazo.

─¿Es italiana? ─preguntó con el mismo tono.

─No ─negué con una media sonrisa de lado ─. Mitad griega y estadounidense, Franz.

─¿Qué edad tiene?

─¿Cuántos aparento, señor Lang?

Me miró un poco molesto, sintiendo como me retractaba de lo dicho.

─¿Veinticinco?

─Veintiséis, señor Lang.

Busqué rápidamente al Dr. Green, quien para mi alivio estaba a cuatro pasos de la camilla junto con la señora Lang.

─Franz, te quedarás aquí unos días para examinarte ─explicó la mujer, quien tenía el rostro perfectamente limpio, sin gota de maquillaje alguno ─. Te vendré a ver mañana por la tarde, cariño. Te traeré tus revistas.

─¿Quién dijo que debía quedarme aquí? ─su tono cambió bruscamente ─. ¡Quiero irme ya!

─Es por tu seguridad y por tu salud, Franz ─habló determinante, entonces se acercó para acariciarle la mano ─. Sabes que no te dejaré solo, amor. Piensa por nosotros.

Me moví a mi derecha para observar al paciente. Sus ojos, más enrojecidos que hace un par de minutos, se relajaron junto con sus párpados evidentemente cansados. Entonces él tomó su mano y le dio un beso en los nudillos.

─Te esperaré mañana, Anna.

─Te amo, cariño. Vendré mañana.

Le dio un beso en los labios y colgó su bolsa por el encima del hombro. Me dio la mano y se la estreché mientras me agradecía a la brevedad, luego al Dr. Green para después salir por la puerta de la sala y desaparecer por la entrada del mismo lugar.

─Señor Lang, debemos pasarlo a una camilla donde estará perfectamente cómodo. ¿Le gusta ver la televisión?

─Por supuesto que me gusta. ¿Tienen el canal de ESPN?

─Por supuesto ─asintió y se giró a verme ─. A partir de ahora estarás a cargo de checar al señor Lang. Anotarás todo y se lo entregarás a la secretaria.

─Sí, Dr. Green.

Me guiñó el ojo y se giró hacia mis compañeros. Me di la vuelta para dirigirme hacia el señor Lang, cuando él ya estaba de pie con el vaso de frutas.

Dos enfermeras aparecieron y me sonrió cada una.

─¿Dra. Avnet?

─Soy yo ─le sonreí sin mostrar la dentadura.

─Le acompañaré durante su rutina con el paciente número 39 para seleccionar su cama. También nos acompañará la residente Karin.

─Perfecto, vamos.

Herta, la enferemera, se puso a lado del señor Lang, quien iba distraído con el vaso de frutas. Caminamos hacia un estrecho pasillo abierto y unas puertas con ventanas de cristal dibujadas con unas líneas entre sí aparecieron. Se abrió gracias al guardia y entramos.

Una vez acomodado el señor Lang y con la tele prendida, volví a revisar su pulso y sus pupilas mientras le dictaba a Karin, con su mentora observándola.

─Que disfrute el partido, señor Lang.

─Gracias, Dra. Avnet ─expresó con la vista en la televisión.

Me salí de las habitaciones que estaban juntas, donde unas se hallaban ocupadas y otras no. Observé la hora en mi muñeca y éste marcaba la hora de la comida.
Después de subir el elevador, me dirigí al comedor y agarré comida ligera con un vaso de agua, donde tomé con prontitud y sin medida.

Sonreí al tener mi segundo paciente a cargo de mí.
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Martes, 9 de Noviembre de 1993.
4:38 PM

Bob y yo habíamos quedado de visitar a su hermana en la hora de la salida una vez que nuestro turno en Guardia diera por terminado. Había tomado el tiempo, y solo faltaban cuatro horas con veintidós minutos para firmar nuestra hora de salida y poder salir a tomar el café que él quedó con ella.

No le mencionó que iba a estar acompañado, así que en realidad estaba un poco nerviosa de conocerla. ¿Y por qué lo estaba?

Sí, algo tan simple como eso: nunca había tenido una amiga.

¿Y quien me cercioraba de que Blair podía ser mi amiga? Bueno..., era una corazonada.

─¿Cuántos cafés has tomado, Bob? ─pregunté ligeramente preocupada al notar las ojeras.

─Um... ─se detuvo un momento a beber lo último que quedaba del café sin dejar de mirarme ─. Dos tazas, Narella. ¿Por qué?

─Porque luces como un fantasma cansado de tanto asustar ─expliqué con voz humorística.

─El Dr. Green es un verdadero maestro del dolor. Todo lo que hago no es suficiente, y tiende a humillarme frente a los demás. Como sabrás..., a veces tiene que sufrir uno las consecuencias.

─¿Le has hecho algo?

─No, no. Me refería a mí, embriagarme de más estudio.

Sonreí un poco desanimada por sus palabras.

─Te propongo algo: hace veinte minutos que no anda por estos rumbos, por lo que quiere decir que se ha echado una siesta de una hora, así que haz lo mismo, y yo mismo te avisaré por el aparato, ¿de acuerdo?

Bob me sonrió con cansancio.

─¿Y tú?

─Puedo resistir una hora. Tal vez haya oportunidad de que me cubras la siguiente hora.

─Suena como un manjar ─expresó con una sonrisa evidenciada.

Bob caminó rumbo a la salida de Urgencias que daba al estrecho pasillo y la puerta de éste se abrió dándole acceso libre para después cerrarse con seguridad.
Miré la taza de café y apenas le había tomado un sorbos grandes.

─¡¿Hay algún doctor por aqui?!

Herta corrió a lado mío, y sin pensarlo más, corrí detrás de ella dejando la taza en un mueble que ocupaba la cafetera. Al llegar a las camillas, una mujer como de mi edad se encontraba con la sangre corriendo por sus brazos abiertos como un papel.

La escena me pretificó con seguridad total.

─¡Dra. Avnet! ¡¿Está a cargo y en condiciones?!

Apenas di el paso ante el llamado de una de las enfermeras mayores, fue entonces cuando la paciente golpeó a Herta, tirándola al suelo con la fuerza de un hombre. El quejido y el descontrol por parte del personal desequilibró aún más a la chica, aprovechando la oportunidad de poner los pies sobre el suelo para huir.

Me acerqué lo más rápido que pude, con los nervios a flote:

─¡Tranquila!

Un par de enfermeros más experimentados en las situaciones de crisis lograron sostenerla de los hombros, aún con la piel abierta, con la sangre esparciéndose por doquier.

─¡¿Llamaron al Dr. Green?! ─expresé casi gritando.

─¡Lo hemos hecho! ¿Qué sugiere por lo mientras? ─preguntó Herta, que había sido tirada y que se había recuperado de la caída por completo.

Solo por un momento me quedé sin saber nada. No quería arriesgarme a equivocarme y a realizar algo sin la presencia de mi mentor, pero la situación seguía en el mismo estado.

─¡0.75 mg de Alprazolam!

Me dirigí a pocos pasos frente a la paciente que la habían sujetado a la camilla, moviéndose nerviosamente y sin dejar de mirar a los enfermeros. Karin, que había llegado apenas, me entregó la jeringa de 1 ml con la dosis que pedí. Me tembló la mano al sostenerla entre mis dedos.

Miré hacia la puerta de seguridad, solo un segundo más me di la espera para encontrar al Dr. Green frente a ella. Fue lento, pero en vano.

Me di la vuelta hacia la paciente, y di un paso firme. Luego la inyecté sin siquiera detenerme en mi firme pero casi inevitable nerviosa mano derecha. La muchacha me miró furiosa, donde al momento de sacar la jeringa para dársela a Karin, recibí un empujón por su parte. Sentí el frío suelo y luego un breve golpe en la cabeza.

¡Llévenla a la habitación de inmediato!

Herta me ayudó a incorporarme en el frío lugar que sentí aproximarse, percibiendo los zapatos negros del Dr. Green frente a mí, así que se inclinó a tomarme la mano y jalando en él junto a Herta.

─¿Te encuentras bien? ─le oí preguntar.

Solo asentí con la cabeza sin respuesta pronunciada.

─Dra. Avnet, ¿puede oírme? ─preguntó de nuevo.

─Puedo oírlo, Dr. Green ─exhalé y me tanteé la parte de atrás de la cabeza ─. Estoy bien.

─Debió esperar ─sonó a regaño ─. No tardé.

─Ya se había descontrolado. No me quedó de otra, Dr. Green ─alcé la vista para verlo.

─Por hoy descanse. No haga nada y vaya a que la revisen. Y quiero que me de ése informe al final de su turno.

No me había dado cuenta de que estaba en un sillón sentada muy aparte de la sala, por lo que me puse de pie en ayuda de Herta para irme a revisar.

─Revísala y házmelo saber por escrito para entregárselo al Dr. Green, Enfermera Karin ─pidió Herta y seguido desapareció.

Nos apartamos en una esquina lejos de los demás, donde solo había un cómodo y viejo sillón junto con la mesa movible, visualizándose los instrumentos metálicos y brillantes por la luz que se filtraba desde donde yo estaba.

─Del uno al diez, ¿qué tanto le duele la cabeza ─comenzó Karin.

─Un siete ─me quejé ─. Sí que fue un golpe fuerte. Parecía...

─La fuerza de un hombre ─concluyó interrumpiéndome.

Asentí con la cabeza.

─Permíteme revisarle la parte trasera de su cabeza, quizá no necesite una tomografía ─expresó mientras se ponía los guantes de látex.

Me quité la bata blanca poniéndola sobre un mueble que había visto a mi lado, luego alcé mi cabello para amarrarlo y hacer un flojo moño con el propio cabello.

Terminó a los minutos, asegurando que no necesitaba nada salvo una pomada y recostarme para evitar algún síntoma que llegara a presentarse. Me sentí inútil, tratando de negar ese descanso y poder hacer otra cosa. Karin me reiteró que debía descansar en las tres últimas horas que faltaba, y que debía aprovecharlas, pues nunca se volvería a presentar una oportunidad así, por decirlo de alguna forma.

Partí dándole las gracias, y me fui a las dos puertas de seguridad. Crucé el pasillo estrecho y vacío que, en ocasiones, llegaba a ser tenebroso para mí. Pedí el elevador y me llevó al último piso. Crucé el parecido pasillo de abajo y llegué a los vestidores. Casi no había nadie. Fui directo a mi recámara que era la última dando la vuelta. Al llegar, me recosté y puse la alarma programada, acto seguido me dormí.
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7:50 PM

Como había sido planeado, la alarma sonó y me despertó.

Me arreglé el cabello que se había alborotado con el chongo flojo que había realizado, luego me quité la bata y salí del dormitorio. Al llegar a los vestidores, ahí estaba Bob, quitándose el suyo.

─Hola ─saludé al llegar a su lado.

─¡Narella! ¿Cómo te encuentras? Karin me contó lo sucedido con la paciente Doris ─se acercó dos pasos a mí y me observó a detalle un segundo.

─Ya estoy mejor. Fue un golpe duro, pero nada grave.

Me sonrió aliviado.

Cerramos los casilleros blancos, y con nuestras chamarras puestas y una bufanda para cada uno, salimos de la estancia.

Firmamos la hora de la salida antes de salir del hospital, donde el aire era verdaderamente frío, y donde también se veía indicios de aquel diminuto elemento que se conocía como la nieve. No era distinto como en Chicago, salvo que aquí el clima era más frío.

─¿Tu hermana saldrá pronto? ─pregunté sin querer emocionarme.

─Cierto..., ella no vendrá ─dijo, con la voz apenada ─. Me llamó por teléfono y dijo que iría a visitar a su novio.

Alcé ambas cejas, evidentemente sorprendida, e inevitablemente decepcionada. Apreté mis labios. No por el frío, si no porque ahora estaba analizando las cosas desde que había conocido a Bob. Para ser exactos, desde que me había hablado de su hermana. Uno, dos, tres meses me había hablado acerca de ella, de cómo era, y qué era de su hermana a la que él cuidaba desde niño. Que inclusive él me había dicho en un par de ocasiones que era su única familia, no su padre.

Llegué a algo que no imaginé, y que a su vez... me decepcioné más.

─Bob ─le llamé y se giró a verme ─. Tu hermana no quiere conocerme, ¿cierto?

Bob arrugó ligeramente los ojos, luego miró hacia otra dirección de manera rápida para después mirarme de nuevo.

─Entiendo ─soné con el estado mencionado anteriormente sin tapujos.

─Por supuesto que Blair desea conocerte, solo que mi hermana tuvo...

─Vamos, Bob ─le corté ─. Somos adultos, puedes decirme que lo fue así desde el principio.

Bob me miró más que apenado. Estaba muriéndose de la vergüenza.

─Bob, oye. No te preocupes, no quiero que te sientas mal porque te voy a decir algo ─me bajé un poco la bufanda ─. Con solo tenerte a ti de amigo y poder disfrutar de tu grata y divertida compañía es más que suficiente para mí.

Él también se bajó la bufanda, sonriéndome y luego negando con la cabeza al voltear la cara hacia la calle. Con ese gesto de mi amigo, fue liquidándose ese malestar a causa de lo enterado.
Crucé la mano por su brazo a Bob y caminamos hacia una cafetería en busca de un buen café caliente y un pan cualquiera.









Muy buenos días. ¿Cómo amanecimos hoy?

Y una disculpa. O.o Apenas publicando el capítulo 27, pero tuve exámenes y las clases me tocan en la tarde ahora, y aún me falta corregir los demás capítulos. Pero me apuraré para seguir al corriente.

Díganme, ¿qué les pareció la parte donde casi muere Narella por parte de la paciente? Bah, exageraciones mías, jaja.

¿Qué les pareció cuando se dio cuenta de que Blair, la hermana de Bob, no quiso conocerla?

Vota si te gustó, y coméntame lo que sea.

Amor y paz.

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